La primera vez que supe algo de Salzburgo fue una de las varias en las que siendo niño mi madre me llevó/obligó a ver Sonrisas y lágrimas, en las que una virginal novicia acaba liando a un «pobre» viudo con una caterva de hijos a cual más ñoño. Eso sí, parecía ser todo muy bonito, con muchos montes, y con calles y paseos muy monos para montar en bicicleta y cantar canciones sobre el do, re, mi,… etc, etc.
Bueno, sí, muy bonito, pero hoy todo con un nublado de preocupar. Y tan de preocupar que lo que ha hecho ha sido llover casi todo el día. A ratos, con cierta intensidad. Si hasta se estaba produciendo una invasión de babosas. Me refiero a los limacos,… había también muchas señoras y señoritas de diversas partes del mundo invadiendo la ciudad, pero no me atrevo a calificarlas con tan grosero adjetivo.
La ciudad es bonita en sí. Tiene sus jardincitos bien cuidados, sus casas monas, su río, sus puentes,… vamos lo que toca. Hay una calle, la Gedartegasse, llena de tiendas. Y por consiguiente llena de turistas. Los cuales hoy andaban muy decepcionados porque al parecer es fiesta. Supongo que en Austria, o al menos en Salzburgo, también celebran la Virgen de agosto. Son muy católicos ellos. Hasta el punto de que durante gran parte de su historia, Salzburgo fue un electorado del Sacro Imperio, cuyo príncipe elector era el arzobispo de la ciudad. Estos curas nunca han entendido bien qué quiso decir el Cristo con aquello de «al Cesar lo del Cesar, y a Dios…», lo que fuere.
Dominando la ciudad, una imponente fortaleza con sus torreones, sus almenas y sus cañones. Se sube en funicular. También puedes subir andando, pero la gente que lo hacía llegaba bastante cansadica. Así que lo mejor es caminar cuesta abajo, y que te suban tirando de la cuerda. En cualquier caso, teniendo en cuenta que las vistas estaban poco vistosas por culpa del nublado y la lluvia, la fortaleza en cuestión tampoco tenía mucho de donde rascar.
Más majetes son dos antiguos cementerios, el de la Iglesia de San Pedro y el de la Iglesia de San Sebastian. Muy recoletos y muy cuidados. El primero me ha gustado más por lo recogido y lo vistoso de sus tumbas. El segundo más seriote, hecho para más gloria de uno de los príncipes-arzobispos de la ciudad, tenía alguna celebridad enterrada. La que más me ha llamado la atención ha sido la tumba de Paracelso, de los médicos el más excelso. El epitafio, en latín, miente bastante. Ni harto de vino era aquel buen hombre capaz de curar la lepra. Pero eso es lo que dice, según las traducciones que por allí han puesto.
Finalmente, el rollito de Mozart. Porque el famoso músico nació en el lugar. Y allí le han puesto una estatua todo serio y majestuoso. Nada que ver con el descerebrado que retrato Milos Forman en su excelente película Amadeus. Pero nada. Eso sí, luego su música hay quien se la toma en serio, y otros la tocan con balalaicas. Si el bueno de Amadeo levantara la cabeza…
Bueno. Mañana es día de regreso. Aún podremos dedicar la mañana ha ver algo por Munich. Quizá nos acerquemos al enorme Deutsche Museum, el mayor museo de ciencia y tecnología del país y de Europa. O quizá no, y si eso nos dedicamos a pasear si sale bueno. Ya os contaré.