Tras un viaje cómodo pero un poco largo, debido a que la mejor combinación de horarios y precio me ha obligado a volar haciendo escala en Copenhague, llego al atardecer a la capital sueca, Estocolmo. Llueve. Hace fresquito. Y se está empezando a poner oscuro. Pero me parece pronto para meterme en el hotel. Está muy céntrico. A cien metros del andén del Arlanda Express, el tren del aeropuerto, y por lo tanto de la estación central. Se puede llegar caminando en poco tiempo a un montón de sitios interesantes. Así que cojo el paraguas y me voy a pasear un poco para desentumecerme del viaje, y a comer algo para cenar, aunque sea alguna tontada. De paso, empiezo a familiarizarme con alguno de los paisajes urbanos que serán frecuentes en los próximos días.