Tras la visita al puerto, una nueva tormenta, con chubascos de gran intensidad, nos obliga a refugiarnos en un café antes de seguir el paseo por la ciudad. No hay mucho tiempo, pero el centro de Gotemburgo tampoco es muy grande, aunque luego la ciudad se extiende bastante por los alrededores. Así que cuando va amainando vamos paseando aunque sea bajo los paraguas para que me de tiempo a hacerme una idea de lo que hay antes de coger el tren de vuelta a Estocolmo.
Sin grandes monumentos o atracciones que destacar, he de reconocer que es una ciudad muy agradable y aseada. A pesar de que el centro está muy concurrido, del constante paso de los tranvías y autobuses urbanos, no hay mucho ruido en el ambiente. El tráfico privado de vehículos es relativamente escaso. Y grandes zonas del centro son espacios peatonales, cubiertos, de modo que hay un grupo de manzanas que se convierte en un gran centro comercial donde realizar compras sin miedo a la inclemencia del tiempo.
Por lo demás, cuando se acercan las siete de la tarde, nos dirigimos a la estación para un viaje de poco más de tres horas de vuelta a la capital en uno de los X2000, el orgullo de los ferrocarriles suecos. Que está bien, pero no es para tanto. Aunque eficaces, no son muy vistosos estos ferrocarriles, no.

Una nueva tormenta nos obliga a refugiarnos un rato en una cafetería, donde vemos la gente apurarse bajo la lluvia.

Mientras paseamos, se suceden constantemente los momentos soleados con pequeños chaparrones de apenas unos segundos o pocos minutos de duración.

Cuando llegamos a la altura del Gran Teatro, pareciera que la tarde se va a despejar y quedar agradable.