Estaba a punto de salir de vacaciones, hacia finales del mes de mayo, cuando me enteré que en junio salía a la venta la traducción al castellano de la última novela de Joyce Carol Oates. Desde hace unos años, desde que leí su peculiar y «disléxica» versión del cuento de Caperucita Roja, Oates es una de mis escritoras favoritas. Intentar recuperar toda su obra es una labor inabarcable ya que la norteamericana es una escritora sumamente prolífica, que a sus 81 años se muestra todavía muy activa y muy lúcida. Pero poco a poco iré rescatando alguna de sus novelas u otros escritos, al mismo tiempo que permaneceré atento a las novedades que presente. Como ha sido el caso en el actual. La quinta novela de Oates que leo, el sexto de sus libros si incluyo el de relatos cortos que leí en su momento.
De entrada me sorprendió y me atrajo el título. Y más cuando los adelantos de la novela hablaban de una historia de viajes en el tiempo. Un género que siempre me ha atraído, aunque desconocía cómo podía encajar en el estilo de la escritora. Antes de comenzar a leer el libro, la respuesta más probable a esa cuestión es que su sumase a otros autores, como la canadiense Margaret Atwood, a la hora de utilizar un entorno distópico para ejercer un crítica de la situación sociopolítica actual. La escritora mantiene posiciones progresistas en el ámbito sociopolítico norteamericano. Ellos la denominaría «liberal», pero ya sabemos, o deberíamos saber, que ese adjetivo tiene distinto significado político a ambos lados del Atlántico. Así que utilizaremos el adjetivo «progresista». Su anterior novela profundizaba notablemente en el conflicto entre integristas religiosos de extrema derecha y el derecho a elegir en cuestiones de planificación familiar.

Efectivamente, mis suposiciones no iban desencaminadas. La protagonista de la historia es Adriane Stohl, una joven de 17 años, que vive en un futuro dentro de 20 años, en el que los Estados Unidos de América han absorbido a lo que es Méjico y Canadá, y se presentan en como una sociedad distópica en la que gobierna una élite plutocrática que ejerce un fuerte control sobre los ciudadanos a través de los sistemas de información electrónica. La joven, brillante estudiante en su instituto, es detenida por haber preparado un discurso de despedida de su promoción que plantea dudas sobre el sistema social y político. Y su castigo será ser trasladada en el tiempo, a 1959, donde recibe un nuevo nombre y es matriculada en una mediocre universidad del medio oeste americano.
Y aquí viene la potencia de la historia que nos narra Oates, puesto que en la distopía en la que profundiza no es la de la sociedad del futuro, en la que en un remedo de lo que ha sucedido con Donald Trump, gobiernan aquellos plutócratas extremadamente ricos que mejor controlan la información y los recursos. La distopía en la que profundiza es la de las sociedades mediocres, en su actitud, en sus valores, en sus creencias, en la profundización de los conocimientos, que es representada por esa ficticia universidad de Wainscotia, en cuyo campus se desarrolla la mayor parte de la acción. Un entorno, muy asociado al vertiginoso desarrollo económico de los EE. UU. en los años 50 y 60, al mismo tiempo que se genera una corriente de pensamiento único, consecuencia de la guerra fría y del miedo a los soviéticos.

Y si esta es la visión política de la historia, está también los aspectos relacionados con la identidad personal, o la fragilidad de la misma, la capacidad de manipulación que las sociedades tienen o pueden tener sobre quienes somos, y quienes son los que nos rodean. Con el trasfondo de sus estudios en psicología conductista, viene la reflexión sobre si realmente somos libres en nuestras decisiones, o al fin y al cabo, no somos quienes creemos ser, sino meros seres condicionados fuertemente por nuestro entorno, por la presión del grupo y por las sociedades en las que vivimos.
Al final, el cierre de la novela, muy satisfactorio, no responde a todas las preguntas que se plantean a lo largo del relato, sino que muy al contrario, abre todavía más interrogantes sobre la auténtica realidad y la auténtica historia de Adriane.
A pesar de las frecuentes paradas para pensar en lo que estaba leyendo, me lo leí en poco tiempo. Me enganchó fuertemente, me pareció sumamente original, y lo considero altamente recomendable.
