Hoy voy en modo comparativo. En las últimas semanas he leído dos libros, una novela y una novela gráfica, que nos han llevado por las vivencias de dos niñas/adolescentes durante la Segunda Guerra Mundial. Su tono y consecuencias son muy diferentes, pero está bien comprobar las distintas visiones que se pueden plantear ante un mismo fenómeno. Tan diferentes como las vivencias de las personas que las sufren.
La ladrona de libros
Libro del australiano Markus Zusak, publicado originalmente en 2005 y que se convirtió en un éxito de ventas, que impulsó el estreno en 2013 de una película basada en él mismo. Que no he visto.

Inspirada por las vivencias de sus padres durante el conflicto mundial, aunque entiendo que en modo alguno es biográfica, el libro nos cuenta los años de guerra de la joven Liesel Memminger, hija de un matrimonio de represaliados por motivos políticos en la Alemania nazi, y que es acogida por un matrimonio ya mayor en la población ficticia de Molching (hay un Olching en la zona, que cuadraría geográficamente con la ciudad ficticia), en las afueras de Múnich y cerca del infame campo de concentración de Dachau. No sólo es la historia de Liesel, sino también de todos aquellos que conviven con ella en el barrio pobre de la población. De sus padres adoptivos, de un refugiado judío, de sus mejores amigos,…
Uno de los aspectos más notables del libro es que está narrado por la Muerte. Un ente que hace su trabajo, que nos cuenta la historia como si la hubiera leído escrita por la propia Liesel, pero que no carece de sentimientos hacia las almas que se lleva. Por lo tanto, la Muerte no aparece como un ser deshumanizador. Este papel se lo llevan los fanáticos que llevan a su país y a Europa a la catástrofe. Y que están ahí presentes continuamente.

Los temas que trata el libro son diversos. Las consecuencias de los fascismo, por supuesto, tan importante ahora que se ve un repunte preocupante de estas ideologías. Aunque muchos de sus votantes crean, puede que sinceramente, que son otra cosa distinta. Grave error que pueden sufrir algún día. Pero también habla del poder de las palabras, especialmente las escritas. De los pequeños (o grandes) actos de solidaridad. Y de la tremenda realidad de que las guerras nunca son justas y que en muchas veces castigan con más dureza a los inocentes, a quienes no las quisieron, ni las buscaron, a quienes se supone hay que liberar de la tiranía. No hay ejércitos buenos y malos. Perversos son los alemanes nazis. Pero perversos son los bombarderos aliados que matan a decenas de miles de personas en un ataque aéreo, la cuarta parte de ellas niños, como sucedió en Hamburgo, o que sueltan sus bombas indiscriminadamente sobre los hogares de quienes más sufren.
Clasificado habitualmente como literatura juvenil, por la edad de su protagonista probablemente y algún otro factor. No es una historia complaciente, y es perfectamente válida sin reparos para la lectura por adultos de cualquier edad. Aunque tiene ciertas miras en sus formas de los típicos productos prefabricados anglosajones, lo cierto es que consigue trascender a esto y configurarse con personalidad propia, siendo bastante recomendable.

La guerra de Catherine
Catherine se llama Rachel. Y es una niña/adolescente judía que es recogida tras la caída de Francia en 1940 en la Maison d’enfants de Sèvres al perder a sus padres, cuyo paradero se desconoce. Vemos paralelismos con el libro anterior. Allí se integrará en el ambiente abierto y cordial de la casa, y aprenderá ha realizar y procesar fotografías. Pero las políticas antisemitas obligarán a la joven a ser desplazada por toda Francia, de un hogar-refugio a otro, bajo una identidad encubierta. Acompañada eventualmente por otros refugiados y, siempre, por la Rolleiflex, la cámara que «Pingüino», uno de sus profesores en Sèvres le regala antes de irse.
Escrita por Julia Billet, basada en las vivencias de su madre, sin ser tampoco biográfica, es ficción, otra cosa en común con el libro anterior, e ilustrada por Claire Fauvel. Al contrario que en la anterior, aquí la propia protagonista es la narradora de la historia, y el enemigo aparece siempre como una amenaza que está cerca, pero pocas veces presente. Incluso cuando se materializa es para dar la visión optimista de que incluso entre los alemanes hay tipos decentes. El tono es en general más optimista, aunque no dejan de suceder pequeñas (o grandes) tragedias a lo largo de los años en los que se extiende el conflicto y la historia de Rachel/Catherine.

El tono es en general optimista, puesto que la historia resalta más la solidaridad de las gentes que van acogiendo y ayudando a Rachel/Catherine que las amenazas. Como ya he dicho, estas existen, sea bajo la forma de los propios alemanes, pero frecuentemente bajo la identidad de los propios colaboracionistas y fascistas antisemitas franceses, que delatan a los refugiados. Es tradición en la historiografía y en la ficción francesa el «vender» más su condición de resistentes, que la amplia colaboración de sectores de la población con el ocupante. Este es un debe de la cultura y la sociedad francesa, que se paga con el auge que también tienen en ese país las ideologías de extrema derecha xenófoba. Deberían hacer un poquito más de reflexión, reconocimiento de culpas y catarsis nacional, sobre el papel real de Francia a la hora de desencadenar las dos guerras mundiales y el papel dentro de las mismas.
En cualquier caso estamos ante una entretenida historieta, que se puede recomendar sin problemas. Especialmente a los que además sean amantes de la fotografía. Porque, ¿a quién no le gustaría tener la sensibilidad de Rachel/Catherine para encuadrar los importante con una Rolleiflex e época? ¿saber evaluar la luz sin necesidad de ayudas externas? ¿saber cuándo hacer la fotografía y cuando no? ¿saber cuáles son los motivo importantes cuáles los banales? Y la importancia de los reflejos y la luz reflejada.
