En estos momentos, contando el de hoy, tengo tres libros por comentar. Y una película, a la que se sumará otra hoy, muy probablemente. Y cosas de televisión. Y algún rollo de fotografía recientemente revelado. Quedan dos semanas para principio de año, y los últimos días del año dedico este Cuaderno de ruta a realizar un repaso fotográfico del año. En fin… que tengo que ir adelantando tarea, o voy a estar varios días en 2023 hablando de cosas del 2022, más allá de algunos repasos que hago habitualmente en cine y literatura. Así que de forma excepcional voy a hablar de libros un domingo.
En el verano de 2018, visité el Museo Dornier de aviación de Friedrichshafen, en el sur de Alemania. Esto invitado a volver por la zona. Quizá para Semana Santa. Ya veremos.
Cuando fui a comprar el último Corto Maltés del que os hablé esta misma semana, me llamó la atención un volumen recopilatorio de seis álbumes dedicados al final de la Segunda Guerra Mundial. Y uno de los motivos por los que me llamó la atención es porque el guionista de estas historietas es el francés Yann, un veterano escritor de quien en su momento leí algún Lucky Luke, algún Spirou y alguna otra cosa en la que ahora no caigo. Así que a pesar de lo voluminoso y pesado (en kilogramos) que resultaba, no me gusta cargar con peso cuando leo, me animé y lo compré. La ilustración del volumen corre a cargo del belga Alain Henriet. El color se debe a Usagi (Patricia Tilkin), la esposa de este último
Los seis libros reunidos en un único volumen recorren la peripecia de tres amigos de la infancia criados en la Silesia alemana de entre guerras, dos de ellos alemanes étnicos y el tercero judío polaco. Los dos alemanes se ven atraídos por el populismo del nazismo hitleriano, mientras que el judío, obviamente lo teme y lo critica. Los tres son fanáticos de la aviación. Ya de adulto, encontramos al judío luchando en la guerra del pacífico contra Japón en la fuerza aérea de Estados Unidos. Por una confusión, es confundido con un espía nazi. Para rehabilitarse tendrá que aceptar una misión de comando y espionaje en la Alemania de la debacle final de 1945. La chica se ha convertido en un as de la Luftwaffe, como piloto de pruebas, admirada por el propio Hitler. Y el chico alemán parece que murió en algún momento de la adolescencia. Pero nada es lo que parece.
La historia se cuenta en flashbacks. El tiempo actual es el año 1945, mientras que de vez en cuando se retrocede al momento en que los chicos eran adolescentes en los años 30 y ansiaban en aprender a volar mientras Hitler llegaba al poder. Así, iremos conociendo la realidad de lo que pasó con cada chico poco a poco, al mismo tiempo que avanza la historia en el presente de la historia. En los primeros volúmenes me interesó bastante, puesto que parecía que iba a presentar con realismo esos últimos meses de contienda en Europa. Pero poco a poco deriva en una historia del gusto de los aerotrastornados, una ucrania en la que wunderwaffe nazis, las armas que iban a decidir la guerra a favor de Alemania, parecen realidad, especialmente en la aviación, con capacidad para amenazar incluso el territorio de los Estados Unidos. En ese momento, la historia empieza a desengancharme, y aunque empecé leyéndola con ritmo y ganas, luego me siguió seguir adelante y terminarla. No es una mala historia, está bien escrita y muy bien ilustrada, simplemente que no es un tema que me interesase gran cosa. Como defecto tiene que cae con frecuencia en tópicos sobre la maldad nazi que ya cansan. Como si la realidad tal como fue no fuese ya lo suficientemente mal.
Al final, queda abierta la posibilidad a que haya aventuras futuras de los protagonistas en la posguerra mundial. Probablemente con los soviéticos como enemigos. No lo sé. Ya veremos. Y en principio, no me planteo estar al tanto para seguirlas.
Película de transición en mi serie de estrenos de este 2022, vista en vísperas de una semana en la que acudiremos al estreno de dos películas muy esperadas, con muchas expectativas. De hecho, cuando me pongo a redactar este comentario, ya he visto la primera de ellas… Que solo diré que su proyección eran las 19:30 y cuando salimos creía que serían las 21:15 o las 21:30… cuando en realidad habían pasado tres horas de proyección… y ni nos revolvimos en el asiento. Ya contaré. Pero centrémonos en este drama basado en hechos históricos dirigido por el alemán Christian Schwochow, y cuyo final sabíamos antes de empezar la película.
Dejando de lado el triste papel que tuvo la capital bávara en el auge del nazismo, hoy en día un enclave progresista en una región católica y conservadora, y en los hechos históricos narrados, me gustaría volver a visitarla. Me agradó mucho la visita que hicimos en 2008. Quizá este verano…
El entorno fue la infame cumbre a finales de septiembre de 1938 entre los primeros ministros/cancilleres de Alemania (Hitler (Ulrich Matthes)), Italia (Mussolini), Francia (Daladier) y Reino Unido (Chamberlain (Jeremy Irons)), donde se llegó a los Acuerdos de Múnich, que llevaron a la anexión inicial de los Sudetes por parte de la Alemania nazi y, posteriormente, a la desaparición de la Checoslovaquia como estado independiente. Los checos conocen estos acuerdos como «la traición de Múnich», puesto que Francia y el Reino Unido estaban comprometidos inicialmente en la defensa de su integridad. Formó parte de la política de apaciguamiento que Chamberlain y Daladier llevaron a cabo ante Hitler, pero que no impidió la debacle de la guerra un año más tarde. Y que había estado precedida por cesiones al fascismo como el no menos infame Comité de No intervención, creado para que nadie interviniera en la Guerra Civil española, que no impidió que hubiera combatientes fascistas alemanes e italianos en el bando fascista español, mientras las llamadas «democracias» miraban para otro lado. En esta película se monta una trama ficticia entre dos jóvenes diplomáticos, ingles (George MacKay) y alemán (Jannis Niewöhner), compañeros de estudios en Oxford, extrañados por sus diferencias políticas, y que se acercan para impedir que Hitler se salga con la suya, incluso con la posibilidad de acabar con el dictador.
La película es entretenida, pero sin más consecuencias. Busca dejar en buen lugar la figura de Chamberlain, como algunos historiadores recientes, que abogan por asegurar que la política de apaciguamiento sirvió para llegar a la guerra mejor preparados. No compro la idea. La guerra fue perdida por Alemania por querer abarcar más de lo que podía. Si hubiera afianzado sus conquistas en la Europa continental, y hubiera evitado a la Unión Soviética, con quien había firmado los no menos infames pactos von Ribbentrop-Mólotov, y a los Estados Unidos, aislando al Reino Unido… el final de la contienda hubiese sido menos glorioso para unos británicos incapaces por sí mismos de derrotar a Alemania, tras la debacle de Francia.
Pero la película está correctamente realizada, correctamente interpretada y es lo suficientemente dinámica como para que los suscriptores de Netflix la vean sin problemas y sin arrepentirse, aunque no baste ni de lejos para sumar suscriptores a la plataforma. Pues eso. Si sois suscriptores,… podéis echarle un vistazo sin arrepentiros.
Hacía años que no teníamos una película del inclasificable Terrence Malick, aunque hace unos años se dio prisa por rodar dos películas en relativa rápida sucesión. Pero habitualmente se lo piensa entre película y película. Nunca tanto como entre Days of Heaven y The Thin Red Line. Pero bueno… Sus últimas apuestas en 2012 y 2011 fueron realmente crípticas y muy incomprendidas por muchos. En algún momento… por mí mismo.
El lugar de origen de los protagonistas de esta historia no está muy lejos de la católica Salzburgo, gobernada hasta principios del siglo XIX por príncipes arzobispos.
En esta ocasión, contamos con una línea argumental mucho más convencional, pero inserta en su personal forma de entender el cine. Nos habla de la historia real del campesino austriaco Franz Jägerstätter (August Diehl) y su esposa Fani (Valerie Pachner). Franz era un hombre ya en sus treinta y tantos cuando empezó la Segunda guerra mundial. Estaba y casado y tenía tres niñas. En diversas ocasiones fue llamado a ejercicios de instrucción militar. Pero cuando fue llamado a filas, recordemos que en ese momento Austria formaba parte del reich alemán, se negó a prestar el obligatorio juramento de lealtad a Adolf Hitler. Fue hecho preso, fue llevado ante un tribunal militar (última aparición en la gran pantalla del gran Bruno Ganz) y fue guillotinado en Berlín en 1943.
No voy a entrar demasiado en los aspectos ideologicos. Se ha dicho que Jägerstätter adoptó esta posición por su profunda religiosidad católica. Pero también da la sensación, tal y como se puede leer en algunos textos, que tenía profundos sentimientos nacionalistas austriacos, no simpatizaba con Hitler y el partido nazi en absoluto, y esto tuvo también su influencia. La iglesia católica del momento no le apoyó, aunque recientemente fue beatificado. Pero esto no significa nada. La iglesia católica beatifica con la misma facilidad a antifascistas que a profascistas. Y tiene poca consideración con los mártires antifascistas cuando estos no son católicos, y beatifica en ocasiones a fascistas católicos. Lo que es cierto es que la tesis fundamental de Malick, donde se recrea en abundancia, es en la idílica vida, sencilla y familiar, de los campesinos austriacos en los Alpes, como paraíso ante la locura politicobélica en la que se sume Europa en esos momentos. Cierto es que para la familia del represaliado, la vida no fue fácil cuando este es apresado. Ni siquiera después de la guerra. No tan paradisiacos los conservadores pueblecitos alpinos.
La película no obstante tiene un rodaje magistral y unas interpretaciones conmovedoras. Que mezclan el inglés y el alemán de formas, aparentemente arbitrarias, todos los personajes y actores son germanoparlantes, aunque menos arbitraria conforme vas comprobando en qué ocasiones se usa uno u otro idioma. Y eso sí… la película dura casi tres horas para una historia que se puede contar en la mitad de tiempo. Pero Malick se recrea en sensaciones visuales y auditivas, y aquí, esto es marca de la casa, o lo compras o lo dejas. Yo en esta ocasión, lo compró. En otras, no.
El neozelandés Taika Waititi ha sido responsable de algunos de los productos audiovisuales para cine o televisión más creativos de los últimos años. Que luego gusten más o menos es otro problema. Aunque Waititi tiene bastantes partidarios. También ha tonteado con el dinero a espuertas de las superproducciones superheroícas, mucho más inanes desde el punto de vista creativo y cinematográfico. Pero eso es otro problema. O simplemente, aunque el dinero no dé la felicidad, se da buena maña para imitarla, como decía Mafalda. La de Quino. Y Marvel/Disney debe de pagar bien.
La película está rodada en localizaciones de la República Checa, mejor conservadas que la destrozada Alemania de finales de la guerra mundial. Aunque existan excepciones al destrozo general, como la fronteriza y hermosa ciudad de Constanza.
La película de hoy arrancó con cierta polémica. Y es que sale Hitler (interpretado por el propio Waititi) como amigo imaginario de un niño de diez años. Y los políticamente correctos se lanzaron al ataque. Es curioso que hay quienes empezamos a pensar que tan peligrosos para la libertad de expresión son los fascistas como los talibanes de la corrección política. Hay veces que dicen cosas sobre el humor, la parodia o la risa como crítica social y política que me recuerdan a las opiniones de cierto monje castellano que imaginó Umberto Eco en su novela más conocida. Pero en filosofía y pensamiento, siguiendo con la novela de Eco, yo soy más de la línea de Guillermo de Baskerville, hijo natural de Guillermo de Ockham y Sherlock Holmes.
La película se presenta como una comedia, y en no pocos momentos hace que nuestras caras se iluminen con sonrisas. E incluso esbocemos alguna carcajada. Que no acaban de ser francas, porque no hace falta ser un lumbreras para saber que dado el lugar y el tiempo de la película, la Alemania nazi en 1944-45, la probabilidad de que se convierta en un drama, si no en una tragedia, es alta. Jojo (Roman Griffin Davis) es un niño que vive con su madre (Scarlett Johansson), y cuyo padre está, supuestamente, en la guerra. El niño es un nazi convencido. Pero su mundo se desmorona cuando descubre que su madre esconde en casa a Elsa (Thomasin McKenzie), una resuelta adolescente judía.
La película bebe de los planteamientos de las películas de Roberto Begnini y Wes Anderson, conceptuales o formales. Y está notablemente bien planteada y rodada. Waititi sigue mostrando su capacidad creativa y su dominio de la puesta en escena con pocos momentos notables, aunque también con algún convencionalismo de libro para el tipo de película ante el que estamos. En el aspecto interpretativo, se apoya sobretodo en la omnipresencia del niño protagonista, que es un enorme acierto de reparto, y sus interacciones con una jóven pero sólida McKenzie. Scarlett Johansson está probablemente en su mejor papel en muchos años, aunque sabe a poco; es un personaje de quien nos gustaría saber más y de quien se podría hacer otra película. Lo mismo sucede con otro secundario, el capitán Klenzendorf, intepretado por el siempre solvente Sam Rockwell, y cuya disimulada pero obvia humanidad, también podrían ser merecedoras de una película propia.
¿Dónde están los defectos, si los hay, en esta película? Desde mi punto de vista, en la transición entre la comedia y el drama. Aunque sabíamos que vendría, no sabíamos qué forma tendría. Y aunque provoca que el cine se sobrecoja… luego se sigue de una fase en la historia que está contada de una forma muy sumaria, entrecortada y… bueno, es que daría para otra película. Como podéis ver, en mi opinión, el universo que Waititi crea en esa ficticia ciudad alemana es lo suficientemente rico para dos o tres películas más. Y eso nos deja con la sensación de que lo que se nos cuenta está bien, pero es insuficiente. En cualquier caso, una película bastante recomendable. Probablemente no como para darle ese Oscar a la mejor película al que es candidata, pero sí como para que cualquiera le merezca la pena acercarse a la sala de cine, a poco que le guste el séptimo arte. Eso sí, me sentiría cómodo con que se llevase alguna de las otras cinco estatuillas a las que es candidata.
Paso por delante de otras temporadas, de otras series que terminé antes que la cuarta y última temporada de The Man in the High Castle. Creo que la calidad, los temas y la trascendencia de esta serie, incluso si no ha tenido la repercusión que merecía por no ser emitida en una de las plataformas de vídeo bajo demanda más potentes, hace de ella un acontecimiento en la ficción televisiva. O por lo menos así lo he vivido yo. Creo que no tenía esta sensación desde Battlestar Galactica, que también rompió moldes, aunque hasta ahí voy a plantear los paralelismos.
Tokio, Berlín y Nueva York representan a los tres imperios globales que, en un universo u otro, encontramos a lo largo de la serie. Takeshita-dori y la puerta Kaminarimon representan al imperio del Sol Naciente… aunque muy civilizado y más agradable que en su versiones más bélicas y antipáticas.
La serie parte de una idea, de una adaptación parcial o muy libre en su primera temporada de la novela del mismo título, de 1962, de Philip K. Dick. No son pocas las adaptaciones que han sufrido las obras de Dick, un escritor complejo, pero que ha atraído a los guionistas, directores y productores de cine y televisión. Precisamente por su complejidad, por las características de su literatura, las adaptaciones de sus obras son muy libres, respetando unas veces más y otras veces menos el espíritu de las mismas. Y otras conocidas producciones audiovisuales han sido fuertemente influidas por sus obras, de forma reconocida o no. Dick es, por lo tanto, una figura clave, fundamental, en el desarrollo de la anticipación en literatura, en televisión y en el cine entre las últimas décadas del siglo XX y las primeras del XXI.
La serie que nos ocupa hoy guarda cierta fidelidad a la novela de Philip K. Dick en su primera temporada, siendo en esos momentos Juliana Crain (Alexa Davalos) la protagonista de la acción, cuando su mundo se derrumba a su alrededor en los ficticios Estados Japoneses del Pacifico, al morir su hermana a manos de la Kenpetai, la policía política japonesa. Esto va a poner en marcha una serie de acontecimientos que pondrán cabeza abajo la ucronía, la historia alternaitiva, en la que nos encontramos en 1962, en unos Estados Unidos desaparecidos y divididos entre la zona oriental perteneciente al reich nazi alemán, los estados del pacífico bajo el dominio del Imperio del Sol Naciente, y una zona neutral central en las rocosas, donde mal vive una pretendida resistencia a la ocupación. Crain es la protagonista absoluta de las dos primeras temporadas, puesto que sus movimientos son los que desencadenan las reacciones de otros personajes con mayor o menor protagonismo e importancia en la serie.
La mansión de Wansee donde se decidió el criminal destino de los judíos de Europa…
Sin embargo, poco a poco, otros personajes van creciendo en importancia conforme la serie avanza y diverge de la novela original. El ministro de comercio Tagomi (Cary-Hiroyuki Tagawa), uno de los personajes que tiene su origen en la novela original, el general John Smith (Rufus Sewell), capitoste de las SS americanas, el coronel Kido (Joel de la Fuente), de la Kenpetai japonesa, Helen Smith (Chelah Horsdal), la esposa de John Smith,… todos ellos acabarán siendo protagonistas fundamentales, especialmente en las temporadas tercera y cuarta, donde llegarán a superar en importancia argumental a Juliana Crain, aunque este personaje siempre tendrá un papel fundamental en el desarrollo de los hechos.
La historia tiene un carácter ético. También político, y supone una reflexión, por su carácter de espejo distorsionado, de nuestra propia historia. Pero ante todo, tiene un carácter ético. Juliana Crain nos representa a nosotros, lectores de la novela o espectadores de la serie televisiva; es la mujer común alejada de los centros del poder, preocupada por lo cotidiano, un poder que, desde luego, no ambiciona. En el resto de los personajes encontraremos versiones racionales, pero más frecuentemente distorsionadas, del honor, de la ambición, de la lealtad a las ideas o a los caudillos, sean el führer, el tennō [天皇] o el jefe de una resistencia, y sobre todo, conforme un personaje de anodino nombre, John Smith, va adquiriendo protagonismo, es una reflexión sobre el poder y la naturaleza del mismo. John Smith es finalmente el personaje clave de la historia, incluso si no aparecía en la novela de Philip K. Dick.
… y el monumento a estos judíos asesinados en Europa, ambos en Berlín, representan al lamentable III Reich alemán.
La serie sufre un cambio de dirección y planteamiento entre el final de la temporada segunda y la tercera. Si las dos primeras eran el camino del héroe, la heroína en este caso, Juliana Crane, siendo el resto de los protagonistas los obstáculos o las ayudas para este recorrido personal, a partir de la tercera es como si en The Lord of the Rings, a partir de un determinado momento Frodo hubiese sido un personaje de apoyo y la novela se hubiese centrado en los pensamientos y acciones de Sauron. Cosa que no hubiese tenido mucho sentido en aquel contexto. Pero sí en el que nos ocupa, puesto que John Smith es un personaje que, lo sabemos desde un principio, está sometido a tensiones interiores que poco a poco vamos conociendo. Y son fundamentalmente dos mujeres, Juliana Crane, y su propia esposa, Helen Smith, las que van a contrastar y poner a prueba estas tensiones. Siendo dos mujeres con dos recorridos muy distintos.
La serie es buena, muy buena, y cuenta con un reparto en estado de gracia. Cualquiera de los mencionados hasta ahora debería haber sido acreedor de ser premiado en alguno de los festivales o entregas de galardones habituales. Independientemente del rumbo que toma su temporada final. Cualquiera que la haya visto se quedará con la impresión de que en la mente de sus creadores, al menos había una temporada más.
Y Nueva York, bien sea en Washington Square, con el Empire State Building al fondo de la Quinta avenida,…
Es la conclusión lógica viendo la evolución de uno de los personajes, John Smith, que acaba siendo el protagonista absoluto de la serie. Pero supongo que la cadena, en un momento dado, le echó el cierre. Y por lo menos lo hizo con tiempo para darle un cierre a la historia, aunque fuera apresurado. No le falta su emoción,… pero también es en los últimos episodios de la cuarta temporada, de la serie, donde esta muestra sus costuras menos resueltas. He de comentar que no estoy hablando nada de la parte más ciencioficcionesca de la historia,… pero es que me parece poco importante, aunque tenga algún impacto en el devenir de algunos personajes, que se podría haber resuelto con facilidad por otras vías. En cualquier caso, hace tiempo que no juzgo el conjunto de la serie por un final más o menos afortunado. Aunque dentro de unos días estableceré una excepción a este principio, de algo que terminé de ver ayer mismo.
Mi conclusión es que la serie es de lo mejor y extraordinariamente recomendable. Probablemente, su emisión en una plataforma menos popular que otras, aunque más asequible, y su contenido intelectualmente más exigente, aunque no carezca de acción y emoción, hayan hecho que sea menos popular. Pero haya vosotros si os la perdéis. Y yo siempre quedaré enamorado de Juliana Crain. Forever.
… o el animado puente de Brooklyn, representan el alma del imperio americano, es que es en nuestro universo, o el que puede ser, distinto, en universos alternativos.
Durante mi reciente escapada a Berlín, tuvimos la ocasión de visitar la Hamburger Bahnhof. Esta instalación dedicada al arte moderno y contemporáneo, es una de las dependencias de la Nationalgalerie. En su programación incluye exposiciones con fondos propios, junto con exposiciones temáticas con fondos propios y ajenos. Entre las exposiciones que pudimos visitar en esos días estuvo la dedicada al pintor expresionista alemán Emil Nolde.
«Imperial Love» de Robert Indiana, variante de su más afamada obra, «Love», que se encuentra en el patio delantero de la Hamburger Bahnhof. Esta como el resto de las fotografías, pertenecen a mi escapada berlinesa de este año, realizadas con la Pentax MX de los años setenta y unos cuantos carretes de película en blanco y negro.
Nolde es un figura controvertida. Y la exposición que tuvimos ocasión de visitar tenía como finalidad poner al artista en su sitio. Antisemita convencido, militó en el Partido Nazionalsocialita Obrero Alemán de Adolf Hitler. Sin embargo, eso no impidió que su obra fuera incluida dentro del «arte generado» que en forma de exhibición ridiculizadora recorrió Alemania en 1937. La exposición tuvo mucho más éxito que las dedicadas al arte aprobado por los jerarcas nazis. Durante la guerra fue expulsado de la Cámara de Bellas Artes del Reich, lo cual supuso la prohibición absoluta de ejercer la profesión de pintor y de exponer o vender su obra. Lo cual le permitió presentarse tras la guerra como una víctima más del nazismo y adquirir cierto prestigio. Como decía, la exposición que visitamos puso las cosas en su sitio, y sus obras se han retirado de edificios oficiales, reservándose para los museos.
Una de las cosas que nos llamó la atención en la exposición es que la figura de este pintor inspiró al escritor Siegfried Lenz, prestigioso literato del siglo XX, uno de los que más contribuyeron a la reflexión y catarsis sobre el periodo de barbarie política que sufrió Alemania en la primera mitad del siglo. En la propia exposición conocimos de la existencia del libro que nos ocupa hoy, comprobando que en España está publicado por Impedimenta. Una editorial que cuida mucho sus publicaciones.
En esta lección de alemán, conocemos a un joven que a principios de los años 50 del siglo XX no ha alcanzado todavía la mayoría de edad y se encuentra internado en un centro de reforma en una isla del Elba cerca de Hamburgo. El joven, un niño durante la guerra, es castigado a realizar un trabajo de redacción sobre el tema Las alegrías del deber que no ha culminado en clase de lengua alemana. Será recluido hasta su finalización. El joven se embarcará en la redacción de sus memorias en tiempos de la guerra, en una pequeña población de Schleswig-Holtein costera con el mar del Norte y cercana a la frontera danesa, donde su padre es el agente encargado del puesto de policía local, y donde reside un afamado pintor que, al igual de Nolde, recibe la prohibición de no ejercer su profesión. Y el padre del niño, la orden de impedir que incumpla la prohibición. Esto generará unas presiones y unas tensiones en el niño en los últimos años de la guerra que tendrán consecuencias en su juventud.
Un libro duro por lo que se cuenta, en la que se pone en solfa el «sentido del deber» de la población alemana ante las demandas de sus líderes nazis, con consecuencias lamentables. Pero al mismo tiempo, presenta una narración y una descripción de los paisajes en los que transcurre la historia que no carece de valores poéticos, generando un ambiente muy especial. Es una novela que se ha de leer con calma, digiriendo lo que está pasando en la mente del protagonista, que es nuestra vía para conocer lo que pasa en la de los demás, con la visión deformada del niño que fue. Hay momentos cómicos, tiernos, dramáticos, humanos, terribles, inhumanos, absurdos…
He de decir que me costó cogerle el ritmo a la narración, pero cuando lo hice no la hubiera abandonado por nada del mundo. La escritura, si la traducción al castellano es un buen reflejo, es excelente. La historia llega a ser apasionante, humana. Y da qué pensar. Sobre ese «sentido del deber» que tan importante parece al director del reformatorio años después del final de la barbarie nazi… en la que también era tan importante el «sentido del deber». Muy recomendable.
Hoy voy en modo comparativo. En las últimas semanas he leído dos libros, una novela y una novela gráfica, que nos han llevado por las vivencias de dos niñas/adolescentes durante la Segunda Guerra Mundial. Su tono y consecuencias son muy diferentes, pero está bien comprobar las distintas visiones que se pueden plantear ante un mismo fenómeno. Tan diferentes como las vivencias de las personas que las sufren.
La ladrona de libros
Libro del australiano Markus Zusak, publicado originalmente en 2005 y que se convirtió en un éxito de ventas, que impulsó el estreno en 2013 de una película basada en él mismo. Que no he visto.
Múnich, culta, cosmopolita, católica, las esencias de Baviera, los Biergärten,… pero también la cuna del nazismo, o la de los parques en las colinas formadas por los escombros de los bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial. Lo ideal para ilustrar la entrada de hoy, una de cuyas historias transcurre a sus puertas.
Inspirada por las vivencias de sus padres durante el conflicto mundial, aunque entiendo que en modo alguno es biográfica, el libro nos cuenta los años de guerra de la joven Liesel Memminger, hija de un matrimonio de represaliados por motivos políticos en la Alemania nazi, y que es acogida por un matrimonio ya mayor en la población ficticia de Molching (hay un Olching en la zona, que cuadraría geográficamente con la ciudad ficticia), en las afueras de Múnich y cerca del infame campo de concentración de Dachau. No sólo es la historia de Liesel, sino también de todos aquellos que conviven con ella en el barrio pobre de la población. De sus padres adoptivos, de un refugiado judío, de sus mejores amigos,…
Uno de los aspectos más notables del libro es que está narrado por la Muerte. Un ente que hace su trabajo, que nos cuenta la historia como si la hubiera leído escrita por la propia Liesel, pero que no carece de sentimientos hacia las almas que se lleva. Por lo tanto, la Muerte no aparece como un ser deshumanizador. Este papel se lo llevan los fanáticos que llevan a su país y a Europa a la catástrofe. Y que están ahí presentes continuamente.
Los temas que trata el libro son diversos. Las consecuencias de los fascismo, por supuesto, tan importante ahora que se ve un repunte preocupante de estas ideologías. Aunque muchos de sus votantes crean, puede que sinceramente, que son otra cosa distinta. Grave error que pueden sufrir algún día. Pero también habla del poder de las palabras, especialmente las escritas. De los pequeños (o grandes) actos de solidaridad. Y de la tremenda realidad de que las guerras nunca son justas y que en muchas veces castigan con más dureza a los inocentes, a quienes no las quisieron, ni las buscaron, a quienes se supone hay que liberar de la tiranía. No hay ejércitos buenos y malos. Perversos son los alemanes nazis. Pero perversos son los bombarderos aliados que matan a decenas de miles de personas en un ataque aéreo, la cuarta parte de ellas niños, como sucedió en Hamburgo, o que sueltan sus bombas indiscriminadamente sobre los hogares de quienes más sufren.
Clasificado habitualmente como literatura juvenil, por la edad de su protagonista probablemente y algún otro factor. No es una historia complaciente, y es perfectamente válida sin reparos para la lectura por adultos de cualquier edad. Aunque tiene ciertas miras en sus formas de los típicos productos prefabricados anglosajones, lo cierto es que consigue trascender a esto y configurarse con personalidad propia, siendo bastante recomendable.
La guerra de Catherine
Catherine se llama Rachel. Y es una niña/adolescente judía que es recogida tras la caída de Francia en 1940 en la Maison d’enfants de Sèvres al perder a sus padres, cuyo paradero se desconoce. Vemos paralelismos con el libro anterior. Allí se integrará en el ambiente abierto y cordial de la casa, y aprenderá ha realizar y procesar fotografías. Pero las políticas antisemitas obligarán a la joven a ser desplazada por toda Francia, de un hogar-refugio a otro, bajo una identidad encubierta. Acompañada eventualmente por otros refugiados y, siempre, por la Rolleiflex, la cámara que «Pingüino», uno de sus profesores en Sèvres le regala antes de irse.
Escrita por Julia Billet, basada en las vivencias de su madre, sin ser tampoco biográfica, es ficción, otra cosa en común con el libro anterior, e ilustrada por Claire Fauvel. Al contrario que en la anterior, aquí la propia protagonista es la narradora de la historia, y el enemigo aparece siempre como una amenaza que está cerca, pero pocas veces presente. Incluso cuando se materializa es para dar la visión optimista de que incluso entre los alemanes hay tipos decentes. El tono es en general más optimista, aunque no dejan de suceder pequeñas (o grandes) tragedias a lo largo de los años en los que se extiende el conflicto y la historia de Rachel/Catherine.
El tono es en general optimista, puesto que la historia resalta más la solidaridad de las gentes que van acogiendo y ayudando a Rachel/Catherine que las amenazas. Como ya he dicho, estas existen, sea bajo la forma de los propios alemanes, pero frecuentemente bajo la identidad de los propios colaboracionistas y fascistas antisemitas franceses, que delatan a los refugiados. Es tradición en la historiografía y en la ficción francesa el «vender» más su condición de resistentes, que la amplia colaboración de sectores de la población con el ocupante. Este es un debe de la cultura y la sociedad francesa, que se paga con el auge que también tienen en ese país las ideologías de extrema derecha xenófoba. Deberían hacer un poquito más de reflexión, reconocimiento de culpas y catarsis nacional, sobre el papel real de Francia a la hora de desencadenar las dos guerras mundiales y el papel dentro de las mismas.
En cualquier caso estamos ante una entretenida historieta, que se puede recomendar sin problemas. Especialmente a los que además sean amantes de la fotografía. Porque, ¿a quién no le gustaría tener la sensibilidad de Rachel/Catherine para encuadrar los importante con una Rolleiflex e época? ¿saber evaluar la luz sin necesidad de ayudas externas? ¿saber cuándo hacer la fotografía y cuando no? ¿saber cuáles son los motivo importantes cuáles los banales? Y la importancia de los reflejos y la luz reflejada.
Este volumen, poco voluminoso, sinceramente, del francés Éric Vuillard aparece clasificado en la mayor parte de los sitios como «narrativa de ficción», «novela», y también lo he visto descrito como «novela literaria» en la propia página de la Editorial Tusquets, que lo publica. Sin embargo, yo he tenido la sensación de estar leyendo más bien un ensayo «novelizado».
Instantáneas vienesas para un libro que pivota sobre la desaparición de Austria como país independiente, fagocitado por la Alemania nazi.
En vísperas de las elecciones amañadas que acabaron por dar el poder al Partido Nazi en Alemania en 1933, los jerarcas del partido se reunieron con los principales nombres de la potente industria germana. Opel, Krupp, Siemens, IG Farben, Bayer, Telefunken, Agfa, Varta,… entre otros, estuvieron representados. Lo que se buscaba era dinero para sufragar los gastos de la campaña, que iban mucho más allá de lo habitual, puesto que se puso en marcha una serie de acciones de manipulación de la opinión pública, unidas a agresiones a diversos grupos políticos, más o menos permitidas o apoyadas por eso que algunos dan en llamar «derecha democrática». El partido se comprometía a «agradecer» adecuadamente a esos empresarios en la «nueva Alemania» que estaba por llegar. A partir de ahí el libro relata la política de agresiones progresivas de Alemania a sus vecinos, representadas principalmente por el Anschluss con Austria. Todo ello ante la mirada hacia otro lado de los principales actores de la política europea del momento, y hasta el momento en que la agresión a Polonia hizo imparable el desencadenamiento de una guerra global.
Bien documentado, y con un estilo de escritura dinámico, realmente más propio de la literatura de ficción que del ensayo, y de ahí la «confusión» en la clasificación de este volumen, reconstruye de forma plausible algunos de los momentos claves del proceso, mientras va emitiendo críticas,… más bien dando palos a diestro y siniestro, para todos aquellos que por acción u omisión permitieron el ascenso y la agresión de la Alemania nazi.
Es un libro corto. No es un análisis en profundidad, ni un relato pormenorizado de los hechos. Más que un libro sobre la historia o sobre política, es un libro sobre la ética en la política y en los negocios. Y sobre la facilidad con la que se desvirtúa este concepto en estos ámbitos. Y la facilidad para que luego, aquellos que favorecieron y alimentaron a la bestia, acaben saliéndose de rositas. Muy recomendable esta obra que se hizo acreedora al Premio Goncourt en 2017.
Vuelvo a comentar películas de cine vistas en la gran pantalla, aunque esta corresponde a lo último que vi antes de salir de viaje, hace ya más de dos semanas. No me he fijado bien, pero es posible que ya ni esté en cartelera. Pero sin embargo es una película que de antemano aviso que todo el mundo tendría que ver. Y entender. Aunque no sea fácil ni agradable.
En un mundo en el que cada vez proliferan más los populismos ultraconservadores y ultranacionalistas, no está de más echar la vista atrás y contemplar lo que sucedió en el mundo cuando opciones ideológicamente similares, aunque estéticamente diferentes en aquellos momentos, triunfaron en buena parte de Europa y otras partes del mundo. Esta película del alemán Robert Schwentke está basada en personajes y hechos reales a pesar de la sensación de demencia colectiva que nos invade durante toda la película, fotografiada en un primoroso, adecuado e impactante blanco y negro por Florian Ballhaus.
Aunque los acontecimientos de la película transcurren en el norte de Alemania, en la zona que en un futuro próximo ocuparon los británicos, me parece más apropiado traer aquí fotos de mi visita a Berlín en 2013, donde había elementos conmemorativos de víctimas del nazismo, cuando se recordaba el 80º aniversario de su ascenso al poder. Impulsado por muchos partidos políticos presuntamente moderados. Porque nunca obtuvo una mayoría suficiente para gobernar sin la ayuda de otros.
En abril de 1945, cuando Alemania estaba siendo invadida por sus dos grandes frentes de guerra, pero se empeñaba estúpidamente en resistir en una guerra perdida, un joven desertor del ejército, Willi Herold (Max Hubacher), intenta salir con bien de su deserción vistiendo con un uniforme de capitán encontrado en un coche abandonado. Y junto con una banda de otros desertores, inicia una huída adelante que le lleva a impulsar matanzas colectivas de otros prisioneros y otras gentes, dentro del caos de la Alemania derrotada de facto. Con un lenguaje populista, plagada de eslóganes, de una naturaleza similar a los que sus compatriotas llevan escuchando durante más de una década, nadie discute su falsa autoridad ni sus acciones.
No hace falta mucha imaginación para comprender que Schwentke crea un microcosmos entorno a Herold que repite una vez más los errores que han llevado a Alemania a la catástrofe. Herold es un pequeño «führer», que con sus discursos vacuos consigue que los que le rodeen actúen, demencialmente, sin criterio y sin crítica. Exactamente lo que consiguió el auténtico Führer con toda Alemania. E igual que están consiguiendo en la actualidad muchos líderes populistas de extrema derecha, que se disfrazan de modernidad para defender unas ideas excesivamente similares a las de los fascismos de los años 20 y 30 del siglo XX. Y Schwentke lo sabe, y sabe muy bien porqué hace esta película hoy en día. Que luego no digan que no nos avisaron. Otra cosa es que nos queramos enterar.
Con una producción impecable, un relato que se atasca ligeramente en algún momento, y muy buenas interpretaciones, estamos ante una película incómoda pero necesaria. Aunque muchos querrán interpretar que aquello fue el pasado y que no va con el presente. Y se equivocan. O no se equivocan; simplemente, mienten.
Almudena Grandes es una de esas autoras, o autores, aquí nada tiene que ver el sexo o género del autor, que lo mismo me da que sea mujer u hombre, que cayéndome bien, no siempre conecto con su obra. Por ejemplo, en cine me pasa con Scorsese. Me gusta el tipo, he leído cosas suyas muy interesantes, es un excelente director, pero no pocas de sus películas, incluso algunas de las más afamadas, no me engancha. Con Grandes me pasa algo parecido. Misterios de la vida.
Recientemente me prestaron este libro. Así a la antigua. No sé si esto ahora se considera piratería, es una duda que me entra. Hace treinta años te prestaban un libro y era de lo más normal. Ahora igual te denuncian por violar vete tú a saber qué derechos… Bueno. Me lo prestaron y lo leí, terminándolo justo antes de irme de vacaciones. Hace ya dos semanas por lo tanto que lo terminé. Es larguillo… Con 768 páginas es un poco demasiado para mí, que me prefiero las obras que son capaces de contar más con menos. Siempre, en todo tipo de artes, me ha gustado la capacidad de síntesis, la economía de recursos, el menos es más. Pero bueno… hay excepciones o situaciones en las que el volumen del volumen está justificado. Ya veremos.
Aunque la mayor parte de la novela transcurre en Madrid, no es el único escenario; un breve episodio de la misma transcurre en Ginebra, en los tiempos en que era sede de la fracasada Sociedad de Naciones. Pues vayamos a Ginebra, aprovechando que tengo fotos recientes de la ciudad helvética.
Encuadrado en su serie «Episodios de una guerra interminable», Grandes se inspira en los Episodios Nacionales de Galdós, para presentarnos las vicisitudes de la historia española en el contexto del desgraciado conflicto (in)civil que asoló la convivencia durante décadas, y cuyas consecuencias todavía padecemos. Al igual que en los episodios del escritor canario, se mezclan personajes ficticios con personajes de la historia real, narrándonos sus peripecias, pero sin que se convierta en una ucronía. Es decir, manteniendo la fidelidad a los hechos históricos que permanecen invariables. En esta ocasión partimos de la historia ficticia de un médico en el Madrid republicano de la guerra, que se ve obligado a vivir con identidad ficticia para evitar represalias en el Madrid fascista de la posguerra. A esto hay que añadir otros personajes ficticios, como un diplomático metido a espía, un par de divisionarios en Rusia, una pija falangista refugiada en el Madrid de la guerra, y algunos otros. La parte histórica del episodio corresponde a algunos lances de la guerra en Madrid, o de la guerra mundial en Rusia y Berlín, pero sobretodo a la colaboración del gobierno fascista de Franco con los nazis que buscaron refugio, primero en España, después en Sudamérica, buscados por los aliados por los crímenes de guerra. Y así, aparecen personajes más o menos infames como la falangista Clara Stauffer, o el paramilitar nazi austriaco especializado en operaciones especiales Otto Skorzeny. Paramilitar porque perteneció al ejército paralelo de las Waffen-SS y no al ejército regular alemán. Pero precisamente por ello, este cuerpo armando, más proclive a los desmanes criminales de la Alemania nazi, en los que participaron con especial entusiasmo y fanatismo.
De indudable interés histórico, con un notable esfuerzo de documentación de la autora que se agradece, y con alegrías en la mezcla de lo real y lo ficticio que quedan bien encajadas, sin que nada rechine, la novela es a pesar de todo, como me temía larga en exceso para lo que en realidad a de contar. Entendámonos. Está bastante bien. Me parece una lectura recomendable, que te da un baño en el ambiente y en la sociedad de la época, que te ayuda a entender. Pero mientras que los capítulos dedicados a la guerra civil se leen con agilidad e interés, con una mezcla de drama, algo de acción y a ratos un conveniente humor, después, cuando tiene que afrontar la posguerra, se contagia un poquito de la grisura de la época, resultando en un relato prolijo, más sabiendo donde van a parar los esfuerzos de los protagonistas. Pues como he comentado al principio, fiel al espíritu de los episodios nacionales, la historia es la que es, y no se puede cambiar.
Pero bueno, más allá de esta crítica, el balance global me parece positivo. He disfrutado razonablemente de la novela, y alabo el propósito de la autora de aportar su grano de arena a la memoria histórica del país, aceptando su subjetividad y preferencias, pero sin perder rigor en los hechos. Obviamente, habrá quien rechace la obra por motivos ideológicos… pero allá ellos. La historia es la que es.
Hoy escribo esto un poco mohíno. Ayer este Cuaderno de Ruta multiplicó por cinco sus visitas; pero fue por la triste noticia del accidente de aviación en los Alpes, que provocó un gran número de visitas a una entrada que publiqué hace años sobre la probabilidad de morir en accidente aéreo. Lo escribí tras el accidente de un avión en Barajas en agosto de 2008, un accidente de similar magnitud por el número de víctimas al que se produjo ayer. Mi intención en aquel momento era poner un poco de mesura en el tema. Cuando se produce un accidente de estos, hay una gran cobertura mediática, los políticos se movilizan para salir en la foto y la gente se asusta. Pero hay tantos motivos de muerte accidental que son mucho más probables, cuya prevención se descuida tanto por parte de políticos, medios y la gente general, y cuyas víctimas nunca reciben homenajes ni minutos de silencio… Especialmente se me abren las carnes con los accidentes laborales… O las muertes en las rutas de la migración de los países pobres a los ricos… Lamento tanto como el que más cualquier muerte accidental; pero hay omisiones e hipocresías que me molestan mucho.
Pero pasemos a lo que tocaba hoy, que es hablar de libros. De uno escrito por Christopher Isherwood, quien parece que no es conocido por mucha gente. Al menos en España. Sin embargo, ¡cuánta gente recuerda a Lizza Minelli encarnando a Sally Bowles en Cabaret! Algunos menos recuerdan al protagonista masculino de la película, un joven inglés homosexual en el Berlín de algún momento de finales de los felices 20 o principios de los no tan felices 30, un tal Brian Roberts interpretado por Michael York. Pues bien,… ese es el alter ego de Christopher Isherwood, quien escribió en 1939 Adiós a Berlín, novela autobiográfica, que fue la base para distintas adaptaciones tanto teatrales, como musicales, como cinematográficas,… entre ellas la inolvidable cinta interpretada por Minelli. La novela que os traigo también está basada en un episodio autobiográfico de Isherwood.
La violeta del Prater Christopher Isherwood; traducción de Jesús Pardo de Santayana Editorial VeintisieteLetras, 2010
El Prater es sin duda el más célebre parque de la capital austriaca, e incluye un animado parque de atracciónes.
«La violeta del Prater» es una película que se va a rodar en Londres, en unos grandes estudios de cine, a mitad de la década de los años 30 del siglo XX. Su director va a ser un director austriaco que ha adquirido fama. Es un hombre brillante, creativo, expansivo, pero también emocionalmente voluble, lábil, que además está muy preocupado por la violenta situación política en su país, en Viena la capital, donde avanza el fascismo, que el ve como un preludio a la anexión por Hitler. Y además es allí donde tiene a su familia. Y Chris es un joven escritor, que domina el alemán por haber vivido durante unos años en Berlín, y a quien los estudios contratan para que ayude al director a escribir el guion. A partir de ahí, surgirá la amistad entre los dos hombres, y surgirá también el caos en la producción y el rodaje de «La violeta del Prater».
Cuando yo era un joven médico residente de medicina preventiva y salud pública, una de las habilidades en la que nos teníamos que formar era en planificación de los servicios de salud. Y de algún sitio surgió una versión irónica de las fases de la planificación. Algo así como
1. inicio del proyecto
2. desorientación generalizada
3. cachondeo incontrolado
4. búsqueda de un culpable
5. castigo de un inocente
6. culminación inexplicable del proyecto
7. honores y premios para quienes nunca participaron
Probablemente la atracción más famosa del Prater es su noria, que es escenario de un magnífico diálogo cinematográfico en «El tercer hombre»… el de Suiza y los reloj de cuco,…
Pues parece ser que el rodaje de una película sigue las mismas fases. Por lo menos en la Inglaterra de la primera mitad del siglo XX. Básicamente esa es la historia que Isherwood nos cuenta con su «violeta del Prater». Sin embargo, esto solo es la excusa. Esto no es lo importante de la corta novela que, ya adelanto, os recomiendo vivamente. Isherwood nos hace un foto. De un momento de su vida. Pero también de un momento de la historia del mundo. Isherwood conoció el nazismo antes de volver a Inglaterra desde Berlín. De hecho, volvió a Inglaterra por la llegada del nazismo. Y lo conocía bien. La novela está publicada en 1945. Desconozco el ritmo de escritura de Isherwood, pero a mí me parece que pudo ser escrita hacia el final de la guerra mundial. O al menos durante la guerra. A mí me da la impresión de que Isherwood está levantando su dedo acusador al mundo por haber estado ciego ante la potencial barbarie que Alemania podía desatar sobre sus poblaciones y sobre el mundo en general. Todo ello en un tono de comedia, con apuntes de drama aquí y allá.
Podemos considerar la novela con un tono autobiográfico, ya que Isherwood colaboró como guionista en la película Little Friend de 1934, dirigida por el austriaco Berthold Viertel. Se lee en un plis plas. No tiene desperdicio, es una demostración de que no hace falta escribir muchas páginas para contar muchas cosas. Y como ya he dicho, me parece altamente recomendable.
En cualquier caso, el ambiente del Prater en la época en la que presuntamente se sitúa «La violeta del Prater», en tiempos del Imperio austrohúngaro, debía ser muy distinto.
Hasta cierto punto vuelve las rutinas. Es la primera semana de octubre. Definitivamente estamos en otoño, aunque hoy disfrutemos a las seis de la tarde de unos envidiables 24ºC. No es que hablemos de rutinas plenas. Al fin y al cabo, estoy de vacaciones. Me quedaban dos semanas. Y el jueves saldré de viaje por una semana. Ya os cuento mañana. Pero, poco a poco, las cosas de siempre están aquí de nuevo.
Por ejemplo, hoy es el primer martes de octubre. Eso quiere decir que vuelvo a jugar al tenis dos días a la semana. Si es que mi tendón de Aquiles lo permite; que lleva ya varios meses dándome la tabarra. Veremos. En cualquier caso, hoy me acercaré, dentro de un ratito, saludaré, diré aquí estoy, y si las cosas van bien jugaré un rato.
Otra de las rutinas semanales es ir al cine en lunes. Y el martes, en estas páginas comentar la película. No es que en verano no lo haga. Pero el día de la semana oscila más. Puede ser un martes, un jueves, rara vez un miércoles para evitar el relativo bullicio del día del espectador. Pero lo cierto es que, si se supone que con el otoño llega una temporada de estrenos, potencialmente interesantes, de momento estos brillan por su ausencia. Ayer, nos pegamos media hora mirando como idiotas la cartelera, para decidir que nos tomábamos unas cervezas charrábamos un rato y nos íbamos a casa. Un erial el cine actual.
Así que llegué por la tarde a casa relativamente pronto. Y me puse a ver algo que tenía por ahí grabado. Y os lo voy a contar. Como si fuese la película de todas la semanas. Aunque no sea lo mismo que ir a la oscuridad y a la gran pantalla de las salas de cine. No obstante, no es un largometraje realizado para la gran pantalla. Fue realizado para la televisión. Veamos.
Uno de los episodios más horribles de la historia de la Segunda Guerra Mundial, y de la historia en general, fue el exterminio de judios, gitanos y otras minorías por parte de los nazis. Sin embargo, aunque el atropello que estas gentes sufrieron comenzó en los años 30, la decisión de aplicar toda la eficiencia de la ingeniería alemana a la tarea de exterminio fue algo que tardó en madurar, y la decisión y la planificación no se hizo realidad plenamente hasta 1942, cuando se convocó la Conferencia de Wannsee. Y esta coproducción británico-norteamericana de la BBC y la HBO, dirigida por Frank Pierson, nos cuenta precisamente esto. Lo que sucedió en aquella malhadada conferencia en uno de los lugares más bellos de Berlín.
Sinopsis
Adolf Eichmann (Stanley Tucci), el equivalente a un coronel de las SS, es el encargado de preparar una reunión de representantes de la administración civil, policial y militar de la Alemania nazi. Quince de ellos se van a reunir a orillas del lago de Wannsee en la capital alemana. Presenciamos cómo todo es detalladamente supervisado de forma precisa y perfecta. Pronto van llegando los distinto componentes de la reunión. El último de ellos, quien la presidirá, uno de los principales jerarcas de las SS, Reinhard Heydrich (Kenneth Branagh). Durante dos horas, se producirán las discusiones que llevarán a decidir no sólo qué se va a hacer con los judíos, algo que en realidad ya estaba decidido. Sino a quién se va a aplicar y el método.
Dirección y producción
En primer lugar hay que decir que la ambientación y la producción es absolutamente admirable. Esta es una de esas producciones donde se ve la mano y el estilo tanto de la BBC como de la HBO. Siempre cuidadas, pensadas hasta el último detalle. La realización es ligera, y presenta en algo más de hora y media con un gran ritmo y al mismo tiempo con rigor, lo que pudo ser la reunión. De las actas de la misma se conservó una copia a pesar de que había orden de destruirlas. Pero a pesar de ese conocimiento, también hay conciencia que no todo lo que se habló se reflejó en las mismas. Y ahí viene un esfuerzo dramatizador sobre cómo pudieron ser las discusiones que está meritoriamente conseguido, fuese como fuese la realidad.
Interpretación
Un grupo de actores británicos y norteamericanos, más o menos conocidos, pero todos ellos muy solventes dan vida a una serie de caracteres en los que están representados los principales vicios del régimen nazi. El fanatismo, el antisemitismo, por supuesto, la lucha por el poder, los celos interdepartamentales, la burocracia, el militarismo,… A los dos intérpretes mencionados se podrían mencionar todos los demás que se pueden ver en el enlace en IMDb que he puesto anteriormente. Quizá mencionar entre los más conocidos a Colin Firth (Wilhelm Stuckart) o a David Threlfall (Wilhelm Kritzinger). Pero en conjunto, el elenco es excelente.
Conclusiones
Aunque un producto obviamente realizado para televisión, se puede calificar como de cine de muy buena calidad. Interesará especialmente al amante del cine histórico, pero debería gustar a cualquiera que aprecie una buena dramatización y una buena interpretación. Tiene algo de teatro; tiene más de obra teatral adaptada al cine o televisión que otra cosa. Es ese tipo de producción. A mí me ha gustado. En principio no la voy a puntuar, porque no es una película habitual al uso de las que reseño por aquí. Pero supongo que si lo hiciera andaría cerca de las cuatro estrellas.
Un joven se abre a la tarde sobre la estelas del Memorial del Holocausto en Berlín - Canon Digital IXUS 860IS