Hoy vamos con dos series que se mueven en el ámbito de la fantasía y la ciencia ficción. Que con frecuencia se ven mezcladas en las clasificaciones por géneros de las obras de ficción, sean literarias o audiovisuales, y que para mí son dos cosas muy distintas. Cada uno de estos géneros debería estar claramente diferenciado del otro… aunque como todo, siempre hay zonas grises en la clasificación por géneros de la ficción.
Para representar a las fortalezas, castillos y palacios de los reinos de estilo eslavo que aparecen en un de las series de hoy, nos iremos a la fortaleza de Malbork en Polonia. Aunque originariamente fuera llamado Marienburg por la Orden de los Caballeros Teutónicos que lo construyó.
Shadow and bone es claramente una obra de fantasía. Netflix participa una vez más en la moda de adaptar sagas literarias destinadas al público adolescente o juvenil y que se mueven en mundos en los que conviven seres humanos… llamémosles «normales», con otros con capacidades o «poderes» «mágicos». Aunque a veces parece que quieran disfrazar la «magia» de «ciencia». La saga literaria que se adapta es obra de la escritora Leigh Bardugo, que ha escrito varias novelas y un cierto número de relatos con base en un mismo universo fantástico, inspirado de alguna forma en el Imperio Ruso. Tiene algún toque también de steampunk, y sus protagonistas son jóvenes, para que los adolescentes se identifiquen con los héroes. En lo que estamos viendo en esta primera temporada de la serie, la protagonista es la joven Alina Starkov (Jessie Mei Li), del cuerpo de cartógrafos del ejército de un reino que está dividido en dos por una extraña niebla negra de origen mágico, poblada por seres malignos. La joven Starkov, mestiza, con un progenitor de un reino vecino (si el uno está inspirado en Rusia, el otro en China o en la repúblicas centroasiáticas; la actriz protagonista tiene ascendencia británica y china), tiene unos poderes mágicos muy codiciados por el malo de la ficción y por otros antagonistas. En fin… nada realmente original. Una historia basada en un fórmula muchas veces conocidas del camino del héroe predestinado a salvar «el mundo» o algo así. Se deja ver. Pero también corre el riesgo de que si no aporta algo nuevo interesante en la segunda temporada, me olvide de ella. Las interpretaciones son manifiestamente mejorables.
Hace unas semanas os hablé de la primera temporada de For all mankind. Y como ya os decía entonces, se trata de una ucronía, una historia alternativa, en la que los soviéticos llegan a la Luna antes que los norteamericanos, y como consecuencia, todo cambia, y la carrera espacial se mantiene, y la exploración espacial avanza más deprisa que en la realidad. Si la primera temporada, la parte de ciencia ficción era relativamente plausible, determinados elementos sobre lo «políticamente correcto» chirriaban en exceso. El universo en el que se desarrolla se parece demasiado al nuestro como para que nos vendan según qué conceptos. Pero era entretenida, y la parte de acción que tenía era divertida. La segunda temporada es distinta. Se olvidan un poco de lo «políticamente correcto», son más osados en el ritmo de avances tecnológicos, y apuesta por la intriga política, con una guerra fría que se va a prolongar por una Unión Soviética que no entra en descomposición en los años 80 del siglo XX. Y con mayor elementos de acción en la base lunar. Sigue siendo una serie entretenida. Quizá un pelín más patriotera de lo que toca, y con conservadurismos que chirrían. Pero si te abstraes de ello, tiene un pase bastante amplio. Aunque corren el riesgo de errar el tiro por elevación, siendo demasiado osados en los desarrollos futuros de la exploración espacial. Si nos hemos de mover en lo verosímil, claro. Si no… pues tira para delante.
Hoy traigo dos series muy muy distintas. Una es documental y habla de la historia. La otra es ficción y habla de la historia… alternativa. Tras la excelente ucronía que nos ofreció Amazon Prime Video estos años atrás, ahora es Apple TV la que nos propone otra… cuando menos curiosa.
En un mundo tan patriarcal como el Japón tradicional, poco papel parecen tener las mujeres. Pero aun así, en los conflictos que narra la serie documental que traigo hoy, lo tuvieron y fue importante. Como la señora Nene [ねね], esposa principal de Toyotomi Hideyoshi, que sobrevivió a estos tiempos, se llevaba bien con Tokugawa Ieyasu. Y terminó en sus días en un templo en Kioto, que no pudimos visitar porque se nos hizo tarde y cerró, no lejos de donde está hecha la foto, por donde también está también la calle que lleva su nombre [ねねの道].
Empecemos por la serie documental de Netflix, Age of samurai: battle for Japan. Japón sufrió un amplio periodo de inestabilidad política y de numerosos conflictos bélicos entre señores feudales entre 1467 y 1615, denominado período Sengoku, o de los estados en guerra. La serie narra las fases finales de dicho período, entre 1560 cuando Oda Nobunaga se alza como un poder emergente, con la colaboración de Toyotomi Hideyoshi y Tokugawa Ieyasu, hasta 1615, cuando muerto Hideyoshi, Ieayasu elimina a los últimos restos de su clan en el sitio al castillo de Osaka y deja pacificado el país durante 250 años, con la implantación del shogunato Tokugawa que da lugar al período Edo de la historia del país. La serie está realizada en forma de docudrama, en la que una serie de actores y extras encarnan a los personajes de la historia, en sus interacciones y batallas, mientras un locutor va narrando los hechos, con interrupciones de vez en cuando para que expertos en historia, tanto japoneses como occidentales, van dando su interpretación a los principales sucesos. En general, la serie es entretenida y, en lo que a mí se me alcanza, precisa, aunque uno percibe que hay partes de la historia que se soslayan, quizá por considerarlas secundarias a la historia central. Así los hechos narrados se centran en las acciones de los principales protagonistas de la historia, y en la invasión de Corea. Lo más criticable quizá sea el uso de un lenguaje sensacionalista a la hora de la narración, así como la constante repetición de decapitaciones, seppuku, y alguna escena de sexo con desnudos femeninos parciales que vienen poco al cuento. También faltan localizaciones reales. Se prefiere usar mucha escena en bosques y algunos interiores de construcciones de estilo japonés indefinida a mostrar las localizaciones tal y como se encuentran en la actualidad. Es muy entretenida, razonable precisa, aunque mejorable en su tono sensacionalista.
Pero también es importante el castillo de Osaka. Que en su versión de la época quedó destruido en el sitio que sufrió en 1516, con el que terminó la época de guerras, y en el que murieron el Hidetori, el hijo de Toyotomi Hideyoshi, y su madre, concubina del anterior, la señora Chacha [茶々]. Y es que esta, que conspiró a favor de su hijo… no se llevaba bien con el shogun Tokugawa como la señora Nene… y le costó la vida.
For all mankind es una ucronía que se puede ver en Apple TV. Ahora están emitiendo semana a semana la segunda temporada. Pero yo de momento he visto sólo la primera temporada. El punto en el que la historia que se cuenta diverge de la historia real de la segunda mitad del siglo XX es cuando en junio de 1969, un mes después de que el modulo lunar del Apollo 10 volase a algo más de 15 km sobre la superficie lunar, y un mes antes de que el Apollo 11 realizase el primer alunizaje sobre el satélite terrestre, una nave tripulada soviética toca tierra en la Luna y es un soviético el primer hombre en pisar la luna. La serie marca más diferencias todavía cuando poco después, una mujer soviética es la primera mujer en pisar la luna. A partir de ahí, se genera una historia alternativa en la que las prioridades políticas cambian, se inicia una carrera por establecer bases habitadas de forma permanente en la luna, y la NASA permite la entrada en el programa espacial de mujeres, con fines propagandísticos, unos cuantos años antes de que tal cosa sucedieran en realidad.
La serie no es perfecta en absoluto. Tiene algunas cosas excesivamente inverosímiles. Digamos que el universo alternativo es demasiado parecido al nuestro como para tragar determinadas cuestiones de los «políticamente correcto». Pero más allá de eso es una serie correctamente realizada, correctamente interpretada, con personajes suficientemente empáticos como para que te importe lo que pasa, y en suma… bastante entretenida. Con lo cual, para mí ya está bien.
Paso por delante de otras temporadas, de otras series que terminé antes que la cuarta y última temporada de The Man in the High Castle. Creo que la calidad, los temas y la trascendencia de esta serie, incluso si no ha tenido la repercusión que merecía por no ser emitida en una de las plataformas de vídeo bajo demanda más potentes, hace de ella un acontecimiento en la ficción televisiva. O por lo menos así lo he vivido yo. Creo que no tenía esta sensación desde Battlestar Galactica, que también rompió moldes, aunque hasta ahí voy a plantear los paralelismos.
Tokio, Berlín y Nueva York representan a los tres imperios globales que, en un universo u otro, encontramos a lo largo de la serie. Takeshita-dori y la puerta Kaminarimon representan al imperio del Sol Naciente… aunque muy civilizado y más agradable que en su versiones más bélicas y antipáticas.
La serie parte de una idea, de una adaptación parcial o muy libre en su primera temporada de la novela del mismo título, de 1962, de Philip K. Dick. No son pocas las adaptaciones que han sufrido las obras de Dick, un escritor complejo, pero que ha atraído a los guionistas, directores y productores de cine y televisión. Precisamente por su complejidad, por las características de su literatura, las adaptaciones de sus obras son muy libres, respetando unas veces más y otras veces menos el espíritu de las mismas. Y otras conocidas producciones audiovisuales han sido fuertemente influidas por sus obras, de forma reconocida o no. Dick es, por lo tanto, una figura clave, fundamental, en el desarrollo de la anticipación en literatura, en televisión y en el cine entre las últimas décadas del siglo XX y las primeras del XXI.
La serie que nos ocupa hoy guarda cierta fidelidad a la novela de Philip K. Dick en su primera temporada, siendo en esos momentos Juliana Crain (Alexa Davalos) la protagonista de la acción, cuando su mundo se derrumba a su alrededor en los ficticios Estados Japoneses del Pacifico, al morir su hermana a manos de la Kenpetai, la policía política japonesa. Esto va a poner en marcha una serie de acontecimientos que pondrán cabeza abajo la ucronía, la historia alternaitiva, en la que nos encontramos en 1962, en unos Estados Unidos desaparecidos y divididos entre la zona oriental perteneciente al reich nazi alemán, los estados del pacífico bajo el dominio del Imperio del Sol Naciente, y una zona neutral central en las rocosas, donde mal vive una pretendida resistencia a la ocupación. Crain es la protagonista absoluta de las dos primeras temporadas, puesto que sus movimientos son los que desencadenan las reacciones de otros personajes con mayor o menor protagonismo e importancia en la serie.
La mansión de Wansee donde se decidió el criminal destino de los judíos de Europa…
Sin embargo, poco a poco, otros personajes van creciendo en importancia conforme la serie avanza y diverge de la novela original. El ministro de comercio Tagomi (Cary-Hiroyuki Tagawa), uno de los personajes que tiene su origen en la novela original, el general John Smith (Rufus Sewell), capitoste de las SS americanas, el coronel Kido (Joel de la Fuente), de la Kenpetai japonesa, Helen Smith (Chelah Horsdal), la esposa de John Smith,… todos ellos acabarán siendo protagonistas fundamentales, especialmente en las temporadas tercera y cuarta, donde llegarán a superar en importancia argumental a Juliana Crain, aunque este personaje siempre tendrá un papel fundamental en el desarrollo de los hechos.
La historia tiene un carácter ético. También político, y supone una reflexión, por su carácter de espejo distorsionado, de nuestra propia historia. Pero ante todo, tiene un carácter ético. Juliana Crain nos representa a nosotros, lectores de la novela o espectadores de la serie televisiva; es la mujer común alejada de los centros del poder, preocupada por lo cotidiano, un poder que, desde luego, no ambiciona. En el resto de los personajes encontraremos versiones racionales, pero más frecuentemente distorsionadas, del honor, de la ambición, de la lealtad a las ideas o a los caudillos, sean el führer, el tennō [天皇] o el jefe de una resistencia, y sobre todo, conforme un personaje de anodino nombre, John Smith, va adquiriendo protagonismo, es una reflexión sobre el poder y la naturaleza del mismo. John Smith es finalmente el personaje clave de la historia, incluso si no aparecía en la novela de Philip K. Dick.
… y el monumento a estos judíos asesinados en Europa, ambos en Berlín, representan al lamentable III Reich alemán.
La serie sufre un cambio de dirección y planteamiento entre el final de la temporada segunda y la tercera. Si las dos primeras eran el camino del héroe, la heroína en este caso, Juliana Crane, siendo el resto de los protagonistas los obstáculos o las ayudas para este recorrido personal, a partir de la tercera es como si en The Lord of the Rings, a partir de un determinado momento Frodo hubiese sido un personaje de apoyo y la novela se hubiese centrado en los pensamientos y acciones de Sauron. Cosa que no hubiese tenido mucho sentido en aquel contexto. Pero sí en el que nos ocupa, puesto que John Smith es un personaje que, lo sabemos desde un principio, está sometido a tensiones interiores que poco a poco vamos conociendo. Y son fundamentalmente dos mujeres, Juliana Crane, y su propia esposa, Helen Smith, las que van a contrastar y poner a prueba estas tensiones. Siendo dos mujeres con dos recorridos muy distintos.
La serie es buena, muy buena, y cuenta con un reparto en estado de gracia. Cualquiera de los mencionados hasta ahora debería haber sido acreedor de ser premiado en alguno de los festivales o entregas de galardones habituales. Independientemente del rumbo que toma su temporada final. Cualquiera que la haya visto se quedará con la impresión de que en la mente de sus creadores, al menos había una temporada más.
Y Nueva York, bien sea en Washington Square, con el Empire State Building al fondo de la Quinta avenida,…
Es la conclusión lógica viendo la evolución de uno de los personajes, John Smith, que acaba siendo el protagonista absoluto de la serie. Pero supongo que la cadena, en un momento dado, le echó el cierre. Y por lo menos lo hizo con tiempo para darle un cierre a la historia, aunque fuera apresurado. No le falta su emoción,… pero también es en los últimos episodios de la cuarta temporada, de la serie, donde esta muestra sus costuras menos resueltas. He de comentar que no estoy hablando nada de la parte más ciencioficcionesca de la historia,… pero es que me parece poco importante, aunque tenga algún impacto en el devenir de algunos personajes, que se podría haber resuelto con facilidad por otras vías. En cualquier caso, hace tiempo que no juzgo el conjunto de la serie por un final más o menos afortunado. Aunque dentro de unos días estableceré una excepción a este principio, de algo que terminé de ver ayer mismo.
Mi conclusión es que la serie es de lo mejor y extraordinariamente recomendable. Probablemente, su emisión en una plataforma menos popular que otras, aunque más asequible, y su contenido intelectualmente más exigente, aunque no carezca de acción y emoción, hayan hecho que sea menos popular. Pero haya vosotros si os la perdéis. Y yo siempre quedaré enamorado de Juliana Crain. Forever.
… o el animado puente de Brooklyn, representan el alma del imperio americano, es que es en nuestro universo, o el que puede ser, distinto, en universos alternativos.
Hace ya algún tiempo que Ian McEwan es un habitual de mis ratos de lectura. Amsterdam fue la primera novela que leí de este escritor británico, y tras el impulso al conocimiento de su obra que obtuvo de la adaptación de su novela Expiación, he ido poniéndome al día del conjunto de sus novelas. Especialmente las escritas en lo que llevamos de siglo. Y me gusta. Generalmente, me suelo quejar de una cosa con respecto a estas novelas. En varias de ellas he encontrado traducciones al castellano que no me resultan satisfactorias. Pero no voy a profundizar en este tema ahora. Realmente, lo que me tengo que plantear es leer sus obras en el inglés original.
Una diversidad de escenas en la Inglaterra «real» frente a la «alternativa» de la novela. No sé muy bien cual prefiero… aunque la de la novela es tan atribulada o más que la real.
En su última novela, la que os traigo aquí y ahora, McEwan se pasa al género de la ucronía con toques de ciencia ficción. O a la ciencia ficción en el ámbito de una ucronía. Recuerdo a la audiencia que una ucronía es una historia alternativa basada en hechos que no sucedieron pero que pudieron haber sucedido. Ambientada en los años 80 del siglo XX, estamos en el Reino Unido, un Reino Unido en el que Alan Turing no murió dos años después de ser condenado en 1952 por las leyes homófobas británicas, arruinando su carrera. Pesó mucho más la homofobia que el agradecimiento por los importantes servicios prestados a su «patria» durante la guerra mundial. Es lo que tienen las «madres patrias»,… que suelen comportar como madrastras, peores que las de los cuentos. Que en la vida real hay muchas madrastras que son muy buena gente.
Así que encontramos al protagonista de la novela, un tipo inteligente pero holgazán e inconstante, de unos treinta años, con tendencia a dilapidar el dinero que consigue especulando el bolsa, que está enamorado de su vecina de 22 años, y que gasta una ingente cantidad de dinero en comprar uno de los 25 primeros adanes y evas, los primeros robots androides, casi indistinguibles de un ser humano y con una programación basada en la inteligencia artificial y en el aprendizaje. Todo ello mientras el cuerpo expedicionario británico se dirige a las Malvinas recién invadidas por el dictatorial ejército argentino, a una guerra con unas consecuencias muy distintas de las de nuestra línea temporal. Y mientras se configura un extraño triángulo de relaciones, de verdades y mentiras, de secretos e historias personales atribuladas, que cambiará por completo la vida de los protagonistas.
Esta nueva novela de McEwan entra en un tema que a mí siempre me ha parecido muy interesante; la reflexión sobre lo que es ser humano, o más bien, ser persona. Un ser inteligente con capacidad para la reflexión, con deseos y voluntades, y con autonomía para tomar decisiones sobre su vida. Unas cualidades que hasta el momento sólo hemos encontrado desarrolladas en forma apreciable en la especie Homo sapiens. Pero cuya posible aparición en las máquinas creadas por el ser humano en un futuro cuya cercanía no podemos valorar con precisión, crearía una situación de singularidad tecnológica, en la que la relación del ser humano con las máquinas cambiaría por completo. Habitualmente, este tema suele ser utilizado por los autores no tanto para la reflexión sobre estos avances tecnológicos, sino como una reflexión sobre aquellas cualidades de hombres y mujeres que nos hacen humanos, con todas sus consecuencias.
Sin embargo, McEwan va más allá. Puesto que hay una cuestión que no podemos olvidar, humano sólo puede ser aquel ser perteneciente a una especie animal del género Homo con las características mencionadas. Actualmente sólo hay una. No debemos descartar que otras especies extinguidas del mismo género hayan merecido también la misma denominación, humanas, especialmente cuando ya sabemos positivamente que de ellas hemos heredado un cierto porcentaje de nuestro genoma. Que nuestra especie y aquella especie eran capaces de procrear y, en este proceso, generar individuos viables capaces de tener descendencia. Lo cual hasta hace un tiempo prácticamente suponía adjudicar a todos los involucrados a la misma especie. Ahora se manejan otros criterios. Pero, ¿un ser electrónico? ¿una máquina? Quizá pueda ser capaz de reflexionar y razonar, tener deseos y voluntades; pero quizá eso no la haga necesariamente humana. Quizá esas características conviertan a las máquinas en personas, pero no en humanos. Quizá sus valores sean distintos. Quizá sean más integros. O quizá no comprendan las sutilezas de la ética humana. Quizá no tenga la capacidad para aceptar las contradicciones del comportamiento de los seres humanos. Quizá carezcan de empatía. O quizá puedan ser un espejo que nos devuelva de forma más nítida esas contradicciones éticas de los seres humanos. Y ahí es donde se adentra la reflexión de McEwan en este libro.
Las historia se desarrolla con parsimonia, a pesar de no ser una novela muy extensa, se va a unas 360 páginas, lo cual la pone muy claramente por encima de las novelas cortas, pero no la lleva a ser una novela larga. De acuerdo al ajedrez y otros juegos de mesa mencionados en el libro, se toma su tiempo en disponer las piezas sobre el tablero, por limitado que sea su número, para desembocar en un tercio final donde condensa dos cosas. La liberación de la tensión argumental, potente, que ha ido acumulando, y el planteamiento con todas sus consecuencias de las diferencias entre el ser humano y la máquina inteligente y autónoma.
Es una historia y una narración que crecen en el recuerdo, y que encuentro muy recomendables, aunque no vaya a ser mi favorita del autor. Pero, indudablemente, tiene cualidades muy apreciables. Especialmente a la hora de hacer notar que nuestra humanidad no está en nuestra inteligencia y en nuestras más brillantes potencialidades, sino en nuestros defectos, en nuestras contradicciones. La novela tiene más dimensiones; la política, la social, la tecnológica,… que no tienen desperdicio. Y también es una bella, aunque poco convencional, historia de amor.
Había visto recomendado este libro de Peter Tieryas en varios sitios. Inspirado, según dicen, por The Man in the High Castle de Philip K. Dick, y con la excelente serie que estamos viendo a partir de dicho libro, no dejaban de entrarme ganas de ver cómo este norteamericano de origen asiático, coreano según parece, orientaba la ucronía en la que los aliados perdían la guerra y el Eje la ganaba. A principios de enero, el libro apareció de oferta en mi tienda de libros electrónicos habitual,… y por un precio de 1,42 euros me pareció que merecía la pena el riesgo.
El relato comienza bien, con un primer capítulo, en el que nos encontramos con un campo de concentración para ciudadanos norteamericanos de origen japonés que es liberado por el vencedor ejército imperial japonés. Pero pronto nos percatamos que estamos ante un pastiche que mezcla el cyberpunk, la novela negra, el gore y la novela bélica con alegre despreocupación. A eso le añadimos los habituales elementos de la cultura japonesa en cualquiera de estos géneros como los videojuegos, los mekas (por favor, traductores, aunque sea muy frecuente entre la gente y los medios especializados, evitad la forma mecha, que fonéticamente sólo tiene sentido en los países anglosajones), los seppuku y otros suicidios rituales, unas gotas de terror biológico y personajes, por supuesto, muy torturados.
Algunos elementos de la cultura popular japonesa para ilustrar esta entrada, aunque su acción transcurre en una costa oeste de los EE.UU. de América reconvertidos y niponizados en EE.UU. de Japón.
El resultado me parece altamente irregular, dejándome una sabor más bien agrio. Es decir, no me ha convencido. La alternancia de géneros hace parecer que el escritor no sabe dónde quiere ir. Y que quiere montar más un espectáculo que hacer una reflexión sobre las consecuencias de una línea temporal alternativa en la historia del siglo XX. Desde ese punto de vista aporta más bien poquito. Muy poquito. Tiene sus momentos la novela, aquí y allí, al igual que esas prometedoras primeras páginas, que pronto quedan en agua de borrajas. Y viene lastrado de continuo por unos personajes protagonistas con los que me resulta imposible empatizar y que me importe un rábano lo que les pueda pasar, lo cual es relativamente imprevisibles. Especialmente, por la tendencia de huir hacia adelante en sus excesos que tiene el escritor. Si a eso sumas varios, deus ex machina, recurso argumental que odio, podréis entender mejor que la novela no me ha gustado, que si la he terminado es porque no es muy larga, y por cierta esperanza de que corrigiera el rumbo, vana esperanza, y que no la recomiendo.
Nada que ver con las sutilezas de The Man in the High Castle, ni sus trabajados personajes. Especialmente en la serie de televisión.
¿Mi serie favorita de las que están en activo en este momento? Es muy probable. Sí. Incluso por encima de Game of Thrones. La ucronía de Amazon Prime Video basada en la novela de novel de Philip K. Dick me tiene totalmente atrapado. La historia alternativa del siglo XX en el caso de que los fascismos del Eje hubiesen ganado la guerra, el reparto del mundo entre Japón y Alemania, nos está llevando por unos derroteros de lo más interesantes. Y acaba de terminar su tercera temporada,… y ya lamento no estar viendo la cuarta.
The Man in the High Castle es una serie excelente. Tal vez no perfecta… pero casi. Excelente ambientación, interpretaciones sólidas y contenidas, episodios antológicos que merecen la pena por sí mismos, profundos dilemas éticos, giros argumentales sorprendentes pero nunca anómalos ni forzados. La serie funciona en distintas dimensiones.
Nos vamos a Berlín, la «capital» del «Reich»… hoy día una capital culturalmente diversa y cosmopolita; pero también lo fue en los años 20 del siglo XX y acabó cayendo en las garras del fascismo.
Es una serie para la reflexión política. Para pensar en lo que significan los fascismos. O como se les llama ahora por parte de unos medios de comunicación asquerosamente políticamente correctos, las «derechas populistas». Llamémosles por su nombre, sino queremos convertir el mundo en una distopía de pesadilla a base de los votos de una masa desinformada.
Es una serie de intriga. De «suspense». Sufrimos con las aventuras y desventuras de sus protagonistas, que según Hitchcock era lo que marcaba el género. Hay complots, aventuras, alianzas imposibles, traiciones impensables o simplemente involuntarias. Romance, el justito… casi desapareciendo; que no distraiga de lo esencial. Aquí las mujeres son importantes y fuertes por sí mismas, no porque sean la novia de nadie.
Es una serie para la reflexión ética. No hay blancos o negros morales. El personaje que ayer nos parecía deleznable, hoy podemos desea que se salga con la suya. Para que a continuación realice una acción que nos recuerde que no es el héroe, que es un fascista. Y ya lo dijo Porco Rosso, «Prefiero ser un cerdo que un fascista». La gama es amplia en posturas éticas. Desde la bondad extrema, casi excesivamente ingenua, hasta la maldad absoluta. Pero pasando por una gama muy interesante. Dilemas.
Y es una serie de ciencia ficción y aventuras. El multiverso, la acción de los que se oponen a la perversión. Un mundo mejor es posible, no dejemos que los perversos de aquí estropeen los presentes y los futuros de allá. Luchamos por unos valores, no por una materialidad concreta.
Y todo ello, además, excelentemente interpretado. Con ese cuarteto constituido por Alexa Davalos, Joel de la Fuente (sí, el duro inspector Kido tiene ascendencia filipina, malaya, china, portuguesa y española; japonesa, no), Cary-Hiroyuki Tagawa y un impresionante Rufus Sewell. Sin despreciar absolutamente a ninguno del resto de intérpretes del amplio reparto, muy bien coordinado y compactado.
Deseando ver la cuarta temporada. Aunque imagino que no habrá muchas más. Las tramas se están empezando a cerrar.
Como consecuencia de la emisión de la primera temporada de la serie de televisión The Man in the High Castle, una de las series que más me ha gustado este año y que acaban de anunciar tendrá una segunda temporada, me entró la curiosidad de conocer cómo es la novela de Philip K. Dick, del mismo título, en la que se basa.
El hombre en el castillo Philip K. Dick, traducción de Manuel Figueroa Ediciones Minotauro, 2011 Edición electrónica
A pesar del tema, tan apenas visitamos Berlín en el libro.
Como ya comentábamos en la serie de televisión, estamos ante una ucronía. Una historia alternativa a la real, en la que se plantea una hipótesis cuando menos inquietante. ¿Qué hubiera sucedido si el Eje hubiera ganado la Segunda Guerra Mundial? Y nos encontramos con dos potencias en plena «guerra fría». El Reich alemán que controla casi toda Europa, África, parte de Asia y parte de América, y el Imperio del Japón que controla gran parte de Asia, el Pacífico y parte de América. Los antiguos Estados Unidos se dividen en una gran parte oriental anexionada al Reich, una parte occidental convertida en estado títere del Japón, y una zona central en las Montañas Rocosas, neutral. Hay tensiones políticas. Hitler está retirado por enfermedad, y su sucesor acaba de fallecer. Entre las opciones a tomar el poder en el Reich, mucho más adelantado tecnologicamente, están quienes quieren un ataque fulminante contra el Japón para conseguir el dominio completo. En medio de este escenario encontramos una serie de personajes que se mueven condicionados por el mismo. Y de fondo una misteriosa novela, que narra como ucronía dentro de la ucronía, una historia alternativa a la oficial de la novela, en la que el Eje hubiera perdido la guerra…
Brevemente aparece cuando un espía alemán vuelve a la capital del Reich, tras una incursión en San Francisco.
Tras la lectura del libro me quedan varias cosas claras. La serie toma las ideas generales y una parte de los personajes del libro, para construir una narración distinta, con implicaciones también distintas, especialmente porque «el hombre en el castillo» son dos personas totalmente distintas en ambos casos. Philip K. Dick no nos propone soluciones a un problema concreto. Nos propone un escenario con unos antecedentes históricos y unos potenciales futuros no definidos. Además, hay un momento en el libro en el que plantea la existencia de realidades distintas de forma alternativa, en paralelo. Juega por lo tanto con esa idea que tan de moda se ha ido poniendo con el tiempo de los multiversos, una diversidad de universos con historias distintas. Un precursor.
Tampoco el Japón, Kioto por ejemplo, sale mucho. Aunque los personajes japoneses tienen más presencia en el novela.
La novela no está mal… pero reconozco que no Philip K. Dick no es mi escritor favorito. Ni de ciencia ficción, ni de cualquier género que consideremos. No sé si este libro se puede considerar «ciencia ficción» propiamente dicha. Pero bueno… tampoco quiero entrar en ese debate. Y lo he leído con el prejuicio de haber visto la serie de televisión primero, una serie que me contó más cosas y que me gustó bastante, y que en determinados aspectos en los que diverge del libro, me gusta más. Pero creo que es una lectura que se puede recomendar a los aficionados a este tipo de historias.
Y despidiéndonos desde los santuarios de Nikko, me hace gracia todo el rollo que se llevan durante todo el libro con el libro del oráculo del I-Ching y esas cosas del yin y el yang… oye…
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Con poco, con muy poco ruido, ha llegado esta película a los cines españoles. Lamentablemente, a Zaragoza no ha llegado ninguna versión original. Seguro que merece mucho la pena. Por los adelantos que las sinopsis oficiales ofrecían, uno no podía dejar de pensar en uno de los bodrios de la década pasada. Pero una serie de elementos hacían suponer que esta película británica dirigida por Mark Romanek, y adaptación de una novela del escritor británico de origen japonés, Kazuo Ishiguro, iba a ser algo completamente distinto. Y su interesante reparto también indicaba algo por el estilo. En seguida os cuento en que ha quedado la cosa.
Sinopsis
Tras unas indicaciones sobre el hecho de que estamos ante una historia alternativa, una ucronía, en la que hay un método científico que permite a los humanos vivir una larga vida desde mitad del siglo XX, nos adentramos en un drama en tres actos, con tres caracteres protagonistas, que vivirán a lo largo del tiempo su particular triángulo amoroso.
Primer acto: Hailsham (años 70) – Conocemos a Kathy (Izzy Meikle-Small), Tommy (Charlie Rowe) y Ruth (Ella Purnell), tres niños de alrededor de once años que estudian en lo que aparenta ser un típico internado inglés, bajo la dirección firme pero bondadosa de Miss Emily (Charlotte Rampling), y la atenta tutoría de Miss Lucy (Sally Hawkins). Los niños viven en un entorno protegido, bien cuidados y alimentados, con supervisión médica, y con actividades que alienta el deporte y la actividad física, así como la creación artística. Kathy se siente atraída por Tommy, un niño que parece algo marginado de quienes les rodean, pero Ruth se interpone entre ellos y es quien final comienza un romance preadolescente con el muchacho. En un momento dado, Miss Lucy revela a los niños de su clase la realidad de la sociedad en que viven. Son criados y cuidados para donar sus órganos vitales a otras personas, y están condenados a morir siendo adultos jóvenes.
Segundo acto: Cottages – Las casitas (años 80) – Ya convertidos en unos adolescentes de 18 años, los protoganistas han abandonado el colegio. Tommy (Andrew Garfield) y Ruth (Keira Knightley) siguen juntos como parejas, y junto con Kathy (Carey Mulligan) y otros similares viven en unas pequeñas casas de campo en relativo pero no absoluto aislamiento del resto de la sociedad, en la que apenas tienen capacidad para desenvolverse. Viven su vida entre mitos sobre su destino y sobre como podrán demorarlo. Especialmente, sufren por el mito de que si dos donantes se enamoran reciben un aplazamiento en las donaciones. Al final de este periodo, la pareja que forman Tommy y Ruth entra en crisis, y Kathy opta por dedicarse a ser cuidadora de aquellos donantes que ya han comenzado el proceso de donaciones. Los tres compañeros se separan.
Tercer acto: Donantes (años 90) – En una visita de Kathy a una de las donantes a las que cuida, se encuentra en el hospital con Ruth que ya ha realizado dos donaciones y se encuentra en mal estado de salud. Tras hablar entre ellas, optan por reunirse con Tommy que también ha realizado una donación, aunque se encuentra bien. Retoman la amistad, y Ruth confiesa su interferencia cuando niña en la relación entre sus dos amigos, expresando su lamento. Kathy y Tommy se convierte en pareja y, sintiendo que se amor es verdadero buscan a sus viejos responsables del colegio para conseguir un aplazamiento. Y ahí se encontrarán con la realidad completa de sus vidas, que dejaré que descubra el potencial espectador de la película.
Producción y realización
Técnicamente impecable, tanto en las localizaciones, como en la fotografía, en el sonido o múltiples aspectos de su producción, la fría realización de Romanek impone un ritmo y unos trazos que teóricamente deberían alejarnos de la extraña realidad que estamos presenciando. Conocemos a los donantes. Apenas conocemos a los ciudadanos normales, más allá de las educadoras que más influyen en sus vidas. Pero esa frialdad y esa distancia funcionan, puesto que sistemáticamente nos vamos acercando a los personajes, vamos simpatizando con ellos, al mismo tiempo que nos vamos horrorizando sobre lo que vamos conociendo de una sociedad claramente distópica, que tan apenas conocemos más allá de unos borrosos límites sociales, y de un aspecto general que no es distinto de la realidad que se vivió en esos años en el Reino Unido.
Interpretación
Como suele suceder en las producciones británicas, la interpretación es uno de los puntos fuertes de esta película. Todos están bastante bien, tanto los tres actores protagonistas como las secundarias de lujo que realizan sus convincentes y definitivos aportes a la historia. Es imprescindible la calidez que aporta Sally Hawkins para entrever el único momento de rebeldía ante una sociedad tan horrible como la que se nos está presentando. Es necesaria la elegancia, el aplomo y el saber estar de Charlotte Rampling para dar veracidad y generar estremecimiento en el monólogo que lanza a los protagonistas sobre el alma de los donantes. Uno de los momentos más duros y dramáticos del filme, y que será responsable entre otras cosas de que nos llevemos esta película a casa y la volvamos a ver en nuestra mente una y otra vez. Pero es sin duda Carey Mulligan quien lleva el peso absoluto del filme a través de la variedad de emociones, sensaciones y pensamientos, muchas veces inexpresados verbalmente, que nos muestra en pantalla. Con un físico que enamora sistemáticamente por su mezcla de fragilidad y determinación, llena la pantalla y se come a sus ya de por sí competentes compañeros de reparto. Sólo he visto a esta chica en tres ocasiones, pero ya estoy pensando en sugerirle a Escarlata Ojara que le dedique un espacio en sus memorias.
Conclusión
Vale alguna de las reflexiones que hice en la última película que comenté. Esta película me gustó en el momento de verla, pero desde entonces no he dejado de pensar en ella. Y cada vez el veo más matices interesantes. Más que ninguna otra cosa es una película de amor. Los tres protagonistas se aman entre sí de alguna forma. Unos más egoistas, otros más desprendidos, pero todos se aman. Pero también es una película sobre el amor de Kathy hacia todos los que son como ella. Su vocación como cuidadora, la satisfacción que encuentra en ella a pesar de ver como tantos de los suyos «cumplen» [complete, en el original inglés]. «Cumplimiento» [completion], ese terrible eufemismo para decir que son asesinados en beneficio de esos longevos ciudadanos de primera que siempre vemos de pasada, de quienes tan apenas conocemos nada. O lo conocemos todo.
Porque este es otro de los temas del filme. El egoísmo de las personas que conforman nuestras sociedades. El distópico sistema de donantes funciona porque hay una mayoría de la sociedad a la que le viene bien. Y esos somos nosotros. Esos son los ciudadanos de la Europa occidental de la segunda mitad del siglo XX. Hoy en día, en tiempos de crisis económicas y turbulencias políticas, podemos encontrar numerosas situaciones en las que las sociedades toleran situaciones de injusticia manifiesta porque eso permite a una mayoría más o menos grande vivir bien. Por «el bien común». Por el «interés general». Inmigrantes, parados de larga duración, mujeres maltratadas, contratos basura,… todas estas situaciones no dejan de ser realidades para las que la metáfora de los «donantes» es válida. Me impresiona mucho ver circular en la película furgonetas con el logotipo y anagramas del «National Donor Service», claramente a imagen y semejanza del National Health Service, el servicio de salud británico que sí que existe. Nos integran el sistema de donantes en el estado del bienestar. Una de las claves de las sociedades distópicas; se admiten las mayores aberraciones para beneficio de la sociedad. Escalofriante. Especialmente para quien como yo, soy un firme convencido del estado del bienestar. Pero por supuesto no de uno que excluya por motivos egoístas a quienes nos interese.
Finalmente, y aunque implique que destripo hasta cierto punto la película, esta la reflexión sobre la sumisión y la aceptación. Entre los donantes se busca el aplazamiento, se quiere vivir más, pero en ningún momento apreciamos indicios de rebeldía, de sentimiento de estar recibiendo una injusticia. Se ven a sí mismos como hijos de lo más bajo de la sociedad, sin que en ningún momento sepamos exactamente de donde proceden, cuál es el descubrimiento científico que permite este sistema social aberrante. Aquí no hay aventuras. Aquí sólo hay sentimientos. Y la empatía y las reflexiones que estos sentimientos generen en el espectador del filme.
Nos gustó mucho la película. Sin embargo, vimos salir a algunos espectadores desconcertados, e incómodos de la sala de cine. Preguntándose qué habían venido a ver. Y quizá eso sea también un buen halago para este filme. Un filme que recomiendo sin lugar a dudas.
Una mirada melancólica en las costas de Cornualles, no muy distinta de la que los protagonistas lanzan hacia el mar que los mantiene presos en la isla en la que viven - Fujifilm Finepix F10