Esta semana tengo sesión doble de cine. Y traigo esta película, de temática y estilo poco habitual, vista en versión original, tiene poco sentido verla de otra forma, pero que creo que también puede estar en la cartelera española doblada al castellano bajo el título traducido de El Congreso.
Película poco habitual que vimos con poca información previa. Que la protagonizaba nuestra querida «princesa prometida», Robin Wright, haciendo de sí misma o de una versión alternativa de sí misma, y que había mezcla de escenas con intérpretes de carne y hueso y de animación. Como digo, información escasa pero suficiente para animarnos a ver esta película del director israelí, Ari Folman, para mí un desconocido. Con un ánimo y disposición más adecuada la hubiésemos visto de haber sabido con antelación que estaba basada, aunque no adapta, una conocida novela del polaco Stanisław Lem, Congreso de futurología, que no he tenido ocasión de leer aunque había oído hablar de ella, al parecer una crítica en tono de humor o parodia del régimen comunista en su país. Aunque ya he digo que no la he leído.
En cualquier caso, lo que tenemos aquí es a Robin Wright interpretando a una variante alternativa de sí misma, convertida en una actriz ya madura, que prometía mucho, especialmente desde su más conocido éxito en la gran pantalla, pero cuyas malas decisiones y conflictividad en los rodajes han devaluado. Los estudios Miramount (clara referencia a Miramax y Paramount) le ofrecen la posibilidad de escanear su físico y personalidad para generar una actriz virtual basada en ella, a cambio de una sustancial cantidad de dinero y de que no vuelva a trabajar en persona nunca más. Veinte años más tarde, con la actriz virtual convertida en un éxito, la de carne y hueso es invitada a un congreso de futurología, al que sólo se puede entrar si previamente se ha pasado a un estado virtual de dibujo animado mediante una sustancia química. Su misión, apoyar la difusión de un droga que permitirá a la gente vivir en un estado de virtualización y de alucinación permanente en función de sus deseos, convertidos en el personaje que prefieran. Pero la actriz, tras aceptar participar, se lo pensará de nuevo. Y las cosas no irán como todos pensaban.

Estos días he estado pensando fotográficamente en blanco y negro un poquito.
Estamos ante una apuesta compleja. La película a la que nos enfrentamos nos es una parodia o comedia de ningún tipo. En su primera parte, con actores de carne y hueso, es más bien una crítica dura a los conceptos de realidad y de ficción tal y como se conciben una vez que han sido tratados (o maltratados) por la industria del espectáculo. El juego con la personalidad, con las emociones, con la vida de las personas a las que se confunde con frecuencia con sus personajes. Cuando ya pasamos a la fase de la película desarrollada en forma de animación, esta crítica se extiende al conjunto de la sociedad, y pasamos a tratar el tema de una sociedad distópica en la que realidad y apariencia son dos cosas muy distintas, en la que es muy distinto lo que los mandatarios nos hacen creer que vivimos y la realidad de nuestras vidas. Nos presentan referencias a los totalitarismos muy claras, y a la manipulación de las percepciones, en este caso simbolizadas por la sustancia química que altera nuestras vivencias.
La apuesta como digo es muy arriesgada. Y la sensación es que la estructura del filme no acaba de estar suficientemente cohesionada, teniendo momentos brillantes y momentos en los que hay riesgo de que el espectador se suma en el desconcierto. Sin embargo, hay dos cosas que desde mi punto de vista sujetan el producto.
Por un lado las sólidas interpretaciones, por supuesto de Wright, pero también del resto de los intérpretes que ponen su persona al servicio de la película, como Harvey Keitel, Danny Huston o Paul Giamatti, o simplemente su voz al personaje animado, caso de Jon Hamm.

Para evitar la mayor parte de las distracciones, he usado la «tapita» de Olympus. Un «objetivo» con una apertura fija a f/8 y que se enfoca sólo entre 30 cm y aproximadamente 2 metros. A jugar con la hiperfocal.
Por otro lado, el dejar reposar el filme. Siempre lo he dicho. A veces merece la pena dejar pasar un tiempo antes de decir qué te ha parecido un filme. Por ejemplo, la película que comenté antes de ayer, hoy me parece menos interesante. Soy más consciente de sus notables debilidades, que con el entretenimiento del momento, no me resultaban tan obvias a la salida de la sala de cine. Esta película que comento hoy va al contrario. Tras la sorpresa y cierto grado de desconcierto en el momento, poco a poco en el recuerdo las distintas escenas y el conjunto de la película van tomando solidez y voy considerando que es un filme mucho más interesante de lo que yo pensaba. No perfecto. Pero de los que se agradece y mucho que haya todavía quien apueste por contar cosas nuevas, o contarlas de otra forma, o arriesgar a la hora de contarlas. De todos modos, me costaría mucho recomendarla con carácter general.
Valoración
- Dirección: ***
- Interpretación: ****
- Valoración subjetiva: ***

Realmente, usando la prioridad al diafragma de la «vieja» Panasonic GF1, te libera de toda preocupación salvo la de componer pensando en las luces, las sombras y las texturas. Esta bien como «entrenamiento».