[Cine] Hikaru kawa [光る川] (La doncella del lago) (2024)

Cine

Las series de fotografías que ilustran esta entradas de este Cuaderno de ruta pueden verse, desprovistas de texto, en fotos en serie. Los bosques de Iwami Ginzan me vienen de perlas para ilustrar esta entrada.

Hikaru kawa [光る川] (2025; 53/20251114)

Cuando fui a ver en sesión tempranera de tarde esta película del japonés Masakazu Kaneko, tenía buenas sensaciones. Y en ese viernes, a las cuatro y media de la tarde, en la sala había más gente de la que esperaba. Poca, claro. Dada la nacionalidad de la película y que se trata de una versión original subtitulada, a la que la gente en este país, o al menos en Zaragoza, parece tenerles mucha alergia. El caso es que lo que había oído de ella, aunque no mucho, apuntaba a pequeña joya.

Kaneko nos lleva a finales de los años 50, cuando Japón ha pasado lo peor de la posguerra, y el desarrollismo económico está empezando a despuntar. En una pequeña población de montaña, un padre de familia ve con esperanza las obras que van a llevarse a cabo para construir una nueva presa en un angosto valle, aunque muchos árboles perecerán. Pero transmite a su hijo (Sanetoshi Ariyama) la esperanza del progreso. Poco después, este acude a una sesión de cuenta cuentos, donde el narrador, y también la película, nos traslada trescientos años al pasado. Allí una jovencita y bella aldeana (Asuka Hanamura) vive con su padre y su hermano menor (el mismo actor que el hijo del siglo XX). Aunque pretendida por el hijo del caciquillo de la aldea, se enamora de un joven en la montaña (Yo Aoi), que viaja con unos torneros de madera nómadas. Pero la relación parece imposible… y quizá con un final trágico,… que tal vez pueda evitar el niño del siglo XX.

Tiene muchas cosas para encandilar esta película. En primer lugar, la realización. Tranquila, reposada. Muy japonesa. De atención al pequeño detalle. Cámara tranquila. Sin movimientos bruscos, pero muy elegantes. A veces fija. Fotografía y sonido, naturalistas. Y hermosa, sin artificios. Aprovechando el paisaje, el entorno, sin falsearlo, de forma también muy natural. Y con un ritmo tranquilo, pero con ritmo. De gran nivel, en su sencillez.

En segundo lugar, sus interpretaciones. Kaneko saca oro de unos intérpretes jóvenes, especialmente los tres mencionados, dos jóvenes poco más que adolescentes y un niño de 10 años, que son capaces de expresar de todo con sus gestos y sus rostros. Aprovechando al máximo la belleza sin artificios de los jóvenes, y la naturalidad reflexiva y curiosa del niño.

Y en tercer lugar, la estructura y los temas que trata el filme. Un canto a la naturaleza y a un estilo de vida en el que el ser humano se integra en ella, con respeto mutuo. Y todo ello en forma de fábula, en la que el presente se mezcla con las leyendas del pasado y uno y otras se representan en el otro. Niños capaces de viajar al pasado, cuencos de madera que se aparecen en el presente. Un ciclo de reconocimiento y salvación mutua. Un hermosura de película y de historia. ¿Tengo que insistir en que es muy recomendable? Aunque probablemente ya habrá desaparecido de la cartelera. Cosas que pasan con el arte más puro. Lo peor,… el pretencioso título que le han puesto a la película en castellano.

Valoración

Dirección: ****
Interpretación: ****
Valoración subjetiva: ****

[Viajes] Viaje en el día al otoño pirenaico; hayedos en Le Somport, Francia

Fotografía, Viajes

Ayer sábado pasé el día realizando un viaje en el día a los Pirineos para intentar disfrutar de los color del otoño. La excursión fue organizada por ASAFONA Asociación Aragonesa de Fotógrafos de Naturaleza, y nos juntamos como mínimo una veintena de personas, todos con nuestras cámaras fotográficas, dispuestos a disfrutar del día y de los paisajes. Aunque un compañero de jornada que no había sido invitado hizo su aparición, con sus ventajas y sus inconvenientes. En fin, empecemos por la excelente luz que tuvimos de camino a nuestro destino, en una parada técnica a comprar viandas en Lanave, llegando al Serrable tras pasar por el puerto de Monrepós.

El destino previsto era la vertiente francesa del puerto de Somport o, en francés, col du Somport. Obsérvese que en castellano, el nombre del paso fronterizo entre España y Francia no lleva artículo, pero en francés sí; Le Somport. Por la mañana estuvimos recorriendo el bosque de Sansanet, hacia el pie del puerto, mientras que la comida y el paseo vespertino lo hicimos en la estación de esquí nórdico de Le Somport, más alto, muy próximo al paso fronterizo. Esta zona no me era desconocida, pero hacía muchos años que no volvía, y mis recuerdos se reducía al paisaje general que podíamos esperar, pero los detalles precisos se me habían difuminado con el tiempo. Por lo tanto, tuvo su parte de día de descubierta.

No me voy a entretener mucho con los aspectos técnicos fotográficos del día. Tan apenas hice fotos sobre película fotográfica, en blanco y negro. He olvidado decir quien fue el invitado inesperado a la excursión. Fue la lluvia. Que fue casi constante, y en algunos momentos algo insidiosa, durante toda la mañana, dándonos tregua por la tarde. Como consecuencia, la luz disponible en el interior de los bosques fue insuficiente para disparar con película ISO 400, incluso a la máxima apertura f2.8. Podría haberlo hecho con trípode, llevaba uno, e incluso cable disparador, pero con la lluvia no me apeteció ir cambiando constantemente la cámara digital y la de película sobre el trípode. Alguna foto hice no obstante, ya veremos que sale.

Por lo tanto, la mayor parte de las fotografías fueron digitales y en color. La lluvia, en estas situaciones, no es necesariamente nefasta; tiene algunas ventajas desde el punto de vista fotográfico. Nos proporciona unos colores más vivos, más saturados. Es cierto que en estas condiciones conviene llevar un filtro polarizador que elimine los reflejos del agua sobre las superficies, especialmente las hojas y las rocas. Pero lo olvidé. Por la tarde me dejaron uno, pero lo eché de menos por la mañana. En cualquier caso, el accesorio que más utilicé fue la toalla de microfibras que llevo siempre encima para secar el equipo. En muchas ocasiones hice las fotos con ella sobre la cámara. Incluso hicimos bromas por el hecho de que «pareciera» que fotografiaba al estilo de los fotógrafos de gran formato. Lo cierto es que la cámara y objetivos que me hubiera gustado llevar no fueron posibles por avería de la cámara, y la que me llevé no está convenientemente protegida contra la lluvia. Aun así aguantó. El objetivo que usé, si que está protegido contras las inclemencias del tiempo.

El paisaje de la cara norte de Le Somport es mucho más húmedo que la cara española. Por lo tanto, la vegetación es más abundante, incluido los bosques caducifolios, con hayedos que siempre son muy bonitos, aunque encontramos otros árboles de hoja caduca también. Esperábamos encontrar también cierta abundancia de setas. Y las había, pero menos de las esperadas, y en peor estado, quizá por la lluvia. El lado español es más árido, más rocoso, y con más abundancia de coníferas, por lo que los colores no son tan vivos y variados.

Por la mañana, en el bosque de Sansanet, estuvimos más «encerrados» dentro del bosque, aunque también aprovechamos para hacer alguna fotografía de los ríos y torrentes que atraviesan el bosque. Por la tarde, en la estación de Le Somport, encontramos un paisaje más abierto, de las montañas que se alzan en la frontera entre España y Francia. Las nubes ocultaban las cimas más elevadas, como la del Aspe, ya en territorio español, pero pudimos distinguir algunos elementos que me resultaban muy familiares por haberlos recorrido esquiando, en el entorno de la estación de esquí de Candanchú. En resumen, un buen día. Y al final, sin que tenga fotos excesivamente brillantes, tengo algún paisaje majete, que por lo menos me servirán para un buen recuerdo de la jornada. Si no me pude lucir más fue en parte por la incomodidad con el equipo que llevé, que no lo tengo pensado para este tipo de salidas, y en parte por las condiciones climáticas del día. No obstante, tenía que haber dedicado algún pensamiento más a planificar el día y los accesorios que tenía que llevar. Como el maldito polarizador.

[Libro] País de nieve

Literatura

Acabo de llegar de las vacaciones de primavera. He estado en París, con familia. Ya sabéis… esa famosa pregunta,… «Las vacaciones, ¿que tal? ¿bien… o en familia?» En este caso las dos. Bien y en familia. Pero ya os contaré un poco más mañana. Que llegué de viaje a las once y cuarto de la noche, y prácticamente no he tenido ocasión de ver las fotos. Porque además, en esta ocasión, sin necesidad de informar a la familia de qué tal me iba por el mundo, porque venía conmigo, mi hermana y mi sobrino, he decidido desconectarme y no he publicado absolutamente nada desde la capital francesa. Pero para aquellos más ansioso,… Notre-Dame… no tan mal como parecía.

El caso es que después de estos días tenía pendientes por comentar tres lecturas, siete series (o temporadas) de televisión y una película. Mientras preparo para mañana un resumen del viaje, voy a ir quitándome lista de espera con una de las lecturas que terminé unos días antes de salir de viaje. Y nos iremos con un autor, Kawabata Yasunari (escrito al estilo oriental, con el apellido delante), uno de los escritores más importantes de Japón, el primero de este país en recibir el premio Nobel en 1968.

Dejada de lado la introducción con las fotografías de Notre-Dame, nos trasladamos a Japón para ilustrar el libro de hoy.

Yukiguni [雪国], país nevado, fue la primera novela de Kawabata. En ella, el protagonista
visita en varias ocasiones la región montañosa del centro del país. Es un acomodado diletante de Tokio, prácticamente desocupado, que vive de rentas; excéntrico, se dice experto en ballet clásico occidental y escribe sobre él, pero nunca ha visto una representación. El lugar se ve afectado en invierno por los vientos fríos y húmedos que llegan desde Siberia atravesando el mar de Japón, sufre copiosas y persistentes nevadas, cubriéndolo de nieve. En estos viajes conoce a Komako, una geisha de montaña, de apenas 20 años, una mezcla de profesional del entretenimiento que parece incluir servicios más personales, prostitución, entre sus actividades. Komako se enamora del protagonista, mientras que este mantiene una relación más distante, aunque no puede evitar seguir viéndola. Una tercera persona, la joven Yoko, se convierte en una presencia constante, obsesiva para el protagonista, en estas visitas a la montaña.

He de reconocer que es una de las novelas japonesas que más me ha costado leer y comprender. No porque el lenguaje sea complejo, sino porque no siempre tienes claro, por falta de referencias culturales, cuál es la naturaleza de las relaciones entre los personajes. Ya he comentado que la geisha de montaña parece ser un figura a caballo entre la mujer que entretiene las fiestas con delicadeza y elegancia en la ciudad, la geisha tradicional, y una prostituta de cierto nivel, dispuesta a pasar la noche con el cliente. Pero también las relaciones entre los distintos personajes son confusas. Quién está enamorado de quién, quién está obsesionado con quien, quién odia a quién… una trama de relaciones más complejas de lo que parece.

Y todo ello aderezado con un lenguaje calmado, no exento de poesía en muchos de sus párrafos. Una descripción de un modo de vida, de un entorno, que como lector de principios del siglo veinte sabemos desaparecido. La acción transcurre en los años treinta del siglo XX, y uno sabe que ese ambiente no va a durar.

Dicho todo lo cual, considero que es una lectura que merece la pena. Con la que hay que hacer algún esfuerzo cuando la afrontas desde la separación en el espacio y en el tiempo, pero que te transporta a sensaciones, formas de ser y relaciones que resultan de alguna forma «inéditas» para ti mismo.