Se ha terminado la quinta temporada de Mad Men. Y esto es un acontecimiento. Luego lo comento. Mientras, van surgiendo algunas cositas para el verano. Como ya he contado, nada excesivamente llamativo. Evidentemente, ni me voy a molestar en hacer el mínimo caso de la nueva Dallas. Paso de lo que ya pasé cuando tocaba. Ha vuelto True Blood, haciendo más de lo que hace. Gore, risas, sexo, situaciones absurdas por doquier, y su protagonistas oficiales perdidos completamente en una trama sin pies ni revés, que se salva por las apariciones colaterales de secundarios con los que te partes. Ya veré si la termino. Bueno, eso digo siempre, y acabo viendo las temporadas completas de una forma u otra. Hace tiempo que perdieron el norte. Pero creo que les importa un rábano.
Un estreno que me ha llamado la atención. Amy Sherman-Palladino, la que fue responsable de aquella delicia tan divertida que fueron Las chicas Gilmore (Gilmore Girls), nos trae una nueva serie. Se llama Bunheads, y trata de una bailarina, Michelle (Sutton Foster) de Las Vegas que en un momento de bajón absoluto acepta una propuesta de matrimonio de un admirador, se casa, y se va con él a un pueblecito en la cosa californiana. Donde resulta que el admirador vive con su madre, una antigua bailarina de ballet, Fanny (Kelly Bishop), que dirige una academia de danza para adolescentes. Y parece que ambas tendrán que convivir. A ver. Esto es Las chicas Gilmore 2. La protagonista es prácticamente un clon de Lorelei Gilmore (Lauren Graham). La suegra no es que sea un clon de la madre de Lorelei. Es exactamente la misma actriz. Y a falta de una Rory Gilmore (Alexis Bledel) atorrando a la gente con su vida estudiantil y con sus novios entre lo macarra y lo metapijo, pues una colección de bailarinas adolescentes. Un pueblo raro, esta vez en la cosa oeste en lugar de Nueva Inglaterra, y una serie de vecinos friquis, que ya han apuntado maneras. La fórmula parece exactamente la misma. Lo que hace dudar de la frescura de las ideas. Salvo que el primer episodio, el piloto, es sumamente dinámico y divertido, a la altura de lo que recordábamos. Y sí. Estoy dispuesto a cambiar mi «amor incondicional» por la desaparecida por Lorelai, por su clon bailarín. Muy mona.
Mad Men (5ª temporada)
Yo cogí a los «hombres cabreados» ya empezados. Me perdí sus primeras tres temporadas. Y no las he recuperado. No sé si debería. El caso es que la cuarta temporada, me mantuvo pensando mucho si aquello que estaba viendo me gustaba o no. Por un lado, la producción de las serie, las interpretaciones, los guiones, me parecían de notable a matricula de honor, según momentos o situaciones. Pero los personajes de la serie… ¡qué poca empatía me producía! ¡Qué alejados me sentía de estos individuos machista, chulos,… no sé! Estuve en un tris de dejarla. Un producto puede estar muy bien hecho, pero si no te interesa de lo que te habla,… no hay nada que hacer. Pero aguanté. Y no quedé descontento de ello.
Esta quinta temporada ha sido distinto. No sé si es que desde el principio la vi con otros ojos, no sé si el zoubizou de Jessica Paré me dejó enganchado para siempre, o es que algo ha cambiado en la serie. El caso es que desde el principio quedé entusiasmado con lo que me estaban contando en mi ración semanal de estos doce capítulos (trece oficialmente, pero el primero fue doble y lo cuentan por dos). Todo el momento ha tenido su momento de gloria. Lo cual puede equivaler a tener su momento de infierno según los casos. Detallar ahora todos ellos sería largo, prolijo y complicado.
Pero sobre todo he empezado a apreciar el trabajo inmenso de quienes paren esta historia, de sus guionistas. Funcionan como un reloj. Los guiones parecen dibujados con tiralíneas para que el diseño encaje perfectamente. Por otro lado, a veces me da la impresión de que más que ver un serie norteamericana, estoy contemplando como los antiguos directores de la nouvelle vague se han reencarnado en quién sabe quién para devolvernos su mirada, de forma actualizada, al interior de las personas, de las parejas, de las relaciones en general. Renunciando eso sí a los modos de filmar de aquella notable generación francesa de realizadores de cine, para rodear el producto con el vistoso, cuidado, y nada improvidado envoltorio del Nueva York de los años sesenta.
Creo que no necesito decirlo. Lo que más lamento del final de la temporada, es lo que queda para la siguiente.

Al igual que estas adolescentes del montaje de Marinella Senatore en PhotoEspaña, hemos visto a la nueva señora Draper alejarse del mundo de la publicidad para dar el salto a Broadway, a donde sea que pueda y le dejen actuar. Si no la han contratado todavía, es que no vieron su baile de principio de temporada.