Hay coincidencias curiosas en el espacio-tiempo en el que nos ha tocado vivir. Esta tarde, en la sobremesa después de comer, he vuelto a ver un par de episodios de la sexta temporada de Doctor Who. El segundo de ellos ha sido The Doctor’s Wife. Es un episodio de transición, de los que podemos decir que son independientes del arco argumental general de la temporada. Una historia autónoma. De hecho, estaba pensada para la temporada anterior, y quedó en reserva por motivos presupuestarios. Por algún motivo, algunos de estos episodios de la serie me parecen de los mejores. Este lo es. Uno de los que justifican la afirmación de que una serie que nació como un entretenimiento infantil y familiar ha dado definitivamente el salto al mundo adulto. Por sus temas, por sus dramas, por sus conceptos,… por lo que queráis. El episodio en cuestión ganó en 2011 el Premio Ray Bradbury (oficialmente, The Ray Bradbury Award for Outstanding Dramatic Presentation) que es concedido por los escritores de ciencia ficción y fantasía de Estados Unidos en reconocimiento de la excelencia de un guion para cine o televisión.
Quince minutos después de apagar el televisor, me he enterado de que el escritor que da nombre al premio, Ray Bradbury ha fallecido hoy a los 91 años. Coincidencias curiosas en el espacio-tiempo en el que nos ha tocado vivir.
Dos son las obras más conocidas del norteamericano. Crónicas marcianas y Farenheit 451. He leído ambas. Así como algunos relatos cortos del autor. Ambas dos veces. La primera vez en mi juventud, cuando devoré las obras clásicas de la ciencia ficción. La segunda vez en distintos momentos de edades más maduras, pero esta vez degustadas con calma, no devoradas.
La segunda de las obras trata de una sociedad distópica, uno de mis temas favoritos, en la que la libertad del ser humano está representada en los libros, perseguidos por ese paradójico cuerpo de bomberos que busca alcanzar la fatídica temperatura a la que el papel arde. Imprescindible. Como interesante es ver la versión cinematográfica de la misma de la mano de François Truffaut.
Cuando leí por segunda vez las Crónicas marcianas, a los pocos días, la comenté con un buen amigo. Le dije: «Chico, me ha encantado. Más que la primera vez que la leí. Pero no tengo la sensación de haber leído una obra de ciencia ficción». Me miró extrañado, y me negó la mayor. Sigo con la misma sensación. Prosa poética. Drama filosófico. Fantasía. No lo sé. No me ha extrañado cuando hace un ratito estaba leyendo cosas sobre el autor, y he sabido que había declarado en una ocasión que salvo en Farenheit 451 no se consideraba un escritor de ciencia ficción sino de relatos morales. Totalmente de acuerdo.
Puedo decir que es uno de los escritores que ha marcado determinadas tendencias en mi pensamiento. No siempre las más optimistas sobre el género humano. Pero me ha ayudado a comprender mejor lo que somos. Y sólo me queda algo que decir. Desde hoy, tengo un agujerito más difícil de rellenar en eso que metafóricamente llamamos el corazón.