[Libro] Japón 1941

Historia, Literatura

Cuando leí hace unos meses la excelente novela de Jun’ichiro Tanizaki dedicada a la vida de una familia japonesa en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, me entró una curiosidad notable por saber cómo es posible que una sociedad culta y civilizada, si bien de rasgos muy conservadores, pudo llevar al pacífico occidental a semejante catástrofe. Y especialmente, cómo pudo Japón provocar una guerra en la que las posibilidades de éxito parecieron siempre extremadamente bajas, por no decir nulas.

Encontré no hace mucho ese libro que os presento hoy, un ensayo histórico de la tokiota Eri Hotta, sobre los meses que transcurrieron previos al ataque japonés a Pearl Harbor. Varios son los factores que me llevaron a interesarme por el libro. En primer lugar, lo mencionado anteriormente; a través de mi contacto con la narrativa de ficción japonesa, había surgido en mí una curiosidad por el periodo histórico. En segundo lugar, que estuviera escrito por una japonesa. Es fácil acceder a ensayos históricos sobre el escenario del Pacífico en la Segunda Guerra Mundial; pero habitualmente están escritos por autores occidentales, norteamericanos o ingleses. La visión desde una autora nipona hacía de este libro doblemente atractivo. Bien es cierto que Hotta, aunque realizó su formación inicial en Japón, con posterioridad ha circulado tanto en su carrera académica como profesional por universidades occidentales, tanto de la historia como de las relaciones internacionales. Ahora mismo está casada con otro historiador especializado en asuntos asiáticos, y viven en Nueva York. Pero bueno… menos da una piedra.

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Ilustro la entrada de hoy con un paseo por los templos budistas de Nanzen-ji y Eikan-dō (o Zenrin-ji), en Kioto.

Desde el primer momento, la tesis del libro está orientada a demostrar que el comienzo de la guerra con Estados Unidos fue un fenomenal error colectivo de las clases politicas y militares japonesas, que no supieron estar a la altura de las necesidades. Errores que venían desde el comienzo del «incidente con China», eufemismo por el que conocían los nipones la segunda guerra sinojaponesa, la cual, estando marcada por las atrocidades del ejército imperial y por la incapacidad de obtener una derrota definitiva de la coalición china que se les oponía, nacionalista y comunista, era un problema económico, militar y político de primer orden. También venía de su acercamiento al bloque fascista europeo, que culminó en la gran metedura de pata que fue suscribir el pacto que constituía el eje Berlín-Roma-Tokio. En medio de una catástrofica guerra en Europa, y con el profundo sentimiento antinazi presente en Estados Unidos, fue un error garrafar que le quitó mucha credibilidad a la diplomacia nipona. También fue un error continuado las ambiciones de expansión hacia Indochina, que presentaban al País del Sol Naciente como una potencia imperialista y agresiva por naturaleza.

No conviene olvidar que el mundo occidental también echó leña al fuego. El tradicional racismo del mundo anglosajón hacia los países no «blancos», la forma en que Estados Unidos había forzado la entrada de Japón en la modernidad, utilizando la diplomacia de los «cañones navales», la actitud de Estados Unidos, teóricamente partidarios de la descolonización y de la liberalización del comercio, pero que tras la guerra con España se había comportado en Filipinas como una potencia colonias, así como la imcomprensión mutua en las formas propias de cada cultura,… colaboró a generar un sentimiento de orgullo nacionalista japonés que sirvió para alimentar a los sectores más belicosos de la sociedad y del ejército nipones. No podemos olvidar que el comportamiento que tuvo la administración norteamericana con sus nacionales de origen japonés, a los que privó de todos sus derechos constitucionales y ciudadanos por decreto y de forma apabullante, no hizo más que confirmar que algo de razón llevaban quienes acusaban a los Estados Unidos de llevar una trayectoria política y legal de carácter racista y discriminatoria. Existen otros ejemplo previos en el tiempo de ello.

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Es difícil evaluar la religiosidad de los japoneses, aunque creo que no es muy arriesgado decir que son, de promedio, relativamente conservadores y algo superticiosos. Cosas que desde mi punto de vista guardan una cierta relación con el hecho religioso.

Hotta es rigurosa. Y se ha dedicado a desenterrar un sinnúmero de actas de un sinnúmero de reuniones de mayor o menor calado que se sucedieron en la esfera del gobierno y las fuerzas armadas japonesas durante los meses inmediatos al 7 de noviembre (hora de Hawai), 8 de noviembre (hora de Tokio). También sobre reuniones del espionaje activo y de las cancillerías de otros países. Indudable, el trabajo es meritorio. Y las conclusiones que sacas, en la medida que puedes entender el sorprendente desarrollo de muchas de esas reuniones son más o menos las siguientes.

El propio carácter y cultura japoneses supuso un freno a un intercambio de opiniones sincero y rotundo sobre la conveniencia de no ir a la guerra, lo que favoreció el camino hacia la misma.

La inteligencia japonesa sobre las intenciones de sus futuros enemigos, sobre su carácter, y sus capacidades era malísima. Incluso si habían un cierto número de personajes implicados que habían mantenido contactos previos de mayor o menor calado con occidente.

En un momento dado, todos se preocuparon más por salvar su culo y las apariencias, que las del país.

La influencia de los militares de menor graduación, más jóvenes, pero para quienes su ambición convertía las empresas guerreras en algo deseable, fue excesiva. Voy a a hacer un inciso de carácter personal.

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En cualquier caso, no carecen de códigos morales inspirados o derivados de los credos más o menos tradicionales, shintoismo y budismo, que son más populares o frecuentes en el país.

En 1993, en el ámbito de mi actividad profesional entablé relación con una joven oficial, una teniente, de las fuerzas o cuerpos de seguridad del estado. No voy a dar indicaciones concretas de dónde estaba. Es alguien por quien siento respeto, y no quiero emitir nada que se pueda interpretar como una crítica negativa. Aquella relación no desembocó en algo más serio o profundo por la diferencia de valores que vivíamos cada uno, pero la considero una persona honesta. En cualquier caso, tuve ocasión de estar presente en alguna ocasión en alguna reunión informal, tomando unas cervezas o unas copas, con algunos de sus compañeros de promoción y profesión. Todos ellos militares jóvenes en distintos destino. En aquellos momento, en los Balcanes se producía el desastre humano de la guerra étnica que siguió a la desmembración de la antigua Yugoslavia. En más de una ocasión escuché a alguno de aquellos oficiales expresiones de alegría, por las oportunidades de acción y de ascenso que les podía producir aquella guerra cuando Naciones Unidas o la OTAN interviniese… Aquellas expresiones me dejaban helado. Y me ayudaron a comprender que si existe un ejército, existirá siempre una tensión a entrar en conflicto, por absurda, inconveniente o desaconsejable que sea la situación. Con posterioridad, he encontrado nuevas situaciones similares, o he leído de situaciones históricas que favorecieron estos impulsos. Vuelvo al texto principal.

El miedo es una fuerza motriz en contra de la razón muy importante. De la misma forma que en 1914 muchos militares alemanes tenían miedo de los deseos revanchistas franceses y del poderío militar ruso que se produciría si el imperio de los zares prosperaba, los militares japoneses y algunos políticos civiles tenían mucho miedo del surgimiento de un nuevo equilibrio regional y mundial que los relegara, o les hiciera perder lo conseguido en las década que habían seguido a sus éxitos en la primera guerra sinojaponesa, seguida de la guerra rusojaponesa y de la alineación en la Primera Guerra Mundial del lado aliado.

La diplomacia japonesa era mala. Muy mala. Estaba mal dirigida. Por su ministro y por sus primeros ministros.

Los principales líderes del gobierno, desde el emperador hasta los ministros más importantes, carecían de la personalidad y de la autoridad para llevar al país por el camino adecuado. Y los mecanismos constitucionales de control eran deficientes, a lo que se sumó la deriva autoritaria, el desprecio por las instituciones parlamentaria y la destrucción de cualquier oposición política.

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El emperador fue siempre una figura más asociada al poder espiritual que al político, y el shintoismo era el sistema de creencias que sujetaba este poder; por otro lado, mucha de la nobleza, terrateniente y militar, abrazó desde tiempo inmemorial el budismo que trajeron los misioneros chinos.

Me resulta sorprendente que haya tantos admiradores de las formas de hacer japonesas en los negocios. Que se hable tanto del sentido del honor, de códigos ancestrales para hacer lo correcto, del deseo de no ofender al adversario,… de muchos mitos que oigo de vez en cuando. Si existen, en aquellos meses se tomaron unas vacaciones, o simplemente no funcionaron en absoluto. El egoísmo personal se sobrepuso casi siempre a las necesidades colectivas del país; contradicción absoluta de la afirmación de que al japonés se le educa para considerar las necesidades de la sociedad, de la comunidad o de la institución por encima de las personales.

El libro es muy revelador. Especialmente por la impresionante cantidad de documentación referenciada por una autora que, por su dominio del idioma es capaz de desentrañar correctamente lo que aquellos documentos transmiten. El idioma japonés es muy distinto a los idiomas occidentales no es tan fácil realizar traducciones correctas cuando se ponen en juego conceptos complejos.

Aunque globalmente satisfactorio, deja lagunas de insatisfacción en lo que se refiere a lo que pensaban, conocían y sabían los adversarios. Los Estados Unidos ¿quisieron la paz? ¿o alimentaron los mecanismos que llevaron a la guerra? Si bien la actuación de la diplomacia japonesa fue absolutamente nefasta en el incidente de Pearl Harbor, hubo que diplomáticos nipones que trabajaron por la paz. La sensación de que fueron engañados por ambas partes, y que ninguna de las dos parte quisieron llegar nunca a un acuerdo pacífico es grande. Japón fue el gran culpable de meter a su país en una guerra despreciable, cruel, inhumana, donde floreció el racismo y lo peor de la especie humana. Pero Estados Unidos tenía unos intereses demasiado poco claros como para liberarlos de toda responsabilidad en este embrollo. Y esa parte no queda tratada con suficiente profundidad en el libro. La gran ironía es que al final de la guerra, Japón estaba totalmente destruido, se había desencadenado el terror al uso del arma nuclear, y en Asia, lejos de instalarse ni la esfera de coprosperidad propugnada por Japón, ni el concierto de naciones libres y liberales, comerciantes, que buscaban los norteamericanos, lo que hubo fue un escenario de nuevos regímenes totalitarios. Nuevas guerras en Corea e Indochina. Y el surgimiento de una nueva potencia tan totalitaria o más, en China, que lo que fue Japón. Y mucho más peligrosa. Una gran éxito para los dos contendientes principales.

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Como muchas otras religiones, estas transmiten valores de piedad y compasión hacia el semejante; como los fieles de muchas otros religiones a lo largo de la historia, durante la guerra que dio comienzo con los acontecimientos narrados en este libro, los japoneses se comportaron de forma cruel, despiadada y atroz, hasta generar un rechazo solo ensombrecido por los crímenes nazis. Son difíciles de comprender las culturas humanas y las contradicciones entre los valores positivos comunes y los comportamientos depredadores habituales en tiempo de conflicto.