Las series de fotografías que ilustran esta entradas de este Cuaderno de ruta pueden verse, desprovistas de texto, en fotos en serie. El tiempo nublado y algún cementerio que otro en Cornualles me servirán para ilustrar la «tétrica» entrada de hoy.
Wednesday es una de las series de más éxito de Netflix. Lo curioso es que, estando claramente dirigida al público adolescente, al cabo, no deja de ser una serie de institutos, con magia, una versión oscura, y anterior, a Harry Potter. Y sin embargo, en los días previos y posteriores al estreno de la segunda temporada, encontré a muchos adultos hablando de ella, que si la había visto, que se divirtieron con la primera temporada, etc, etc, etc. Me pareció curioso. Vi la primera temporada y… aunque relativamente entretenida, no acabó de entusiasmarme. Por lo que realmente no había hecho especiales planes para ver la segunda.
Pero he aquí que veo que existe esta expectativa. Y que además, los comentaristas en la red de redes dicen todos, o casi todos, que es mejor que la primera temporada. Esta segunda temporada se estrenó en dos bloques. Creo que en julio se estrenó el primer bloque de cuatro episodios, no recuerdo cuando, y a principios de septiembre el segundo bloque con otros cuatro episodios. Ocho en total. Con duraciones variables. Los más largos de una hora, incluso larga, y los más cortos de apenas tres cuartos de hora, sin llegar. Eso suele estar bien. Suele querer decir que en el montaje del episodio han ido a lo interesante. Si tenían mucho material y mucha historia que contar… se alarga algo. Y si no, pues más cortito que no pasa nada. Una estupidez lo de llegar a un determinado minutaje, algo propio de las televisiones con programación fija y anuncios de toda la vida, en las que la duración de las series estaba a merced de las pausas e intereses publicitarios. Bueno.
El caso es que decidí verla, y empecé con los primeros cuatro capítulos poco antes del viaje a Luxemburgo. Si me gustaban, seguiría con los cuatro últimos. Y si no,… tal día haría un año. El caso es que en cuanto estrenaron esos últimos episodios, me los merendé casi de tirón. Esta segunda serie es muuuuuuuuucho mejor que la primera. En primer lugar, Wednesday (Jenna Ortega) quizá sea el personaje principal, pero esta segunda serie podría perfectamente haber sido una temporada de una serie titulada The Addams Family. Porque todos ellos tienen su momento y su importancia. Y especialmente, Morticia (Catherine Zeta-Jones), al jugar en la trama transversal y principal con los conflictos generacionales dentro de la familia. Pero sobretodo, lo importante es el ritmo y la aventura que presentan los distintos episodios. Tras los tres primeros más de presentación, tenemos un excelente cuarto episodio, en el frenopático, que además de ser casi antológico en sí mismo, pone en marcha la acción continua y divertida de los cuatro que llegaron en septiembre. Un diseño de la temporada excelente, que ha asegurado una diversión absoluta, en este drama familiar, y de instituto, que al mismo tiempo se convertía en un procedimental con Wednesday al frente de los «investigadores» de los misterios.
Lo tengo muy claro. Si han de seguir así. Así como la otra serie estelar con personajes infantiles/adolescentes de Netflix conforme fueron pasando las temporadas cada vez me cargó más y llegué a aborrecerla, esta me ha parecido ingeniosa, bien escrita, bien rodada, y muy equilibrada en sus distintos elementos. La segunda temporada, digo… porque mi recuerdo de la primera sigue siendo muy flojo. Quizá uno de los aciertos más importantes de la temporada es que no han obligado a Wednesday a tener un interés romántico… que no le pega nada en absoluto. Entre otros muchos. Y lo más flojo… que me hace gracia que les llamen outcasts o marginados, cuando en realidad son todos una panda de pijos de mucho cuidado, con la protagonista a la cabeza. Y oye,… que no reconocí a Billie Piper y no me he dado cuenta que salía hasta que he redactado esta entrada. Qué cosas.
Las series de fotografías que ilustran esta entradas de este Cuaderno de ruta pueden verse, desprovistas de texto, en fotos en serie. Una de las series de hoy transcurre en un centro comercial de una ciudad japonesa, así que viajaremos fotográficamente a Umeda, un distrito de Osaka fundamentalmente comercial.
La mayor parte de las series de animación japonesas suelen presentarse en temporadas de entre 10 y 13 episodios que se suelen emitir a lo largo de los tres meses de una estación del año. Eventualmente, duran dos estaciones, con temporadas de entre 20 y 26 episodios, claro, el doble. Pero hay excepciones de diversos tipos. Y en esta temporada de verano, la que comenzó el 1 de julio y terminará hacia el 30 de septiembre, todo aproximadamente, ha habido un par de series de corta duración, seis episodios de 20-23 minutos cada una, que por lo tanto, en realidad, duran menos de dos horas, porque hay que descontar los minutos de las entradas y los cierres de cada episodios. Lo que dura un largometraje. Así que se puede ver de una sentada. Dos series que me han interesado, por motivos muy muy muy distintos. Y luego esta temporada en web de otra serie que también me entretuvo mucho, y que dura todavía mucho menos. Vamos de más serio a menos serio.
Takopī no genzai (タコピーの原罪), El pecado original de Takopi/Takopi’s original sin, en su título en castellano/inglés, es una serie dramática bastante perturbadora. Especialmente los dos primeros episodios. Y aunque sus protagonistas son niños, es más bien para mayores. A ratos más para adultos que adolescentes. La historia de Takopi, un extraterrestre con forma de pulpo (タコ tako es pulpo en japonés) que se mezcla en las historias de tres niños de unos 10 u 11 años que viven con problemas familiares. Familias desechas, familias exigentes, alienación de sus familias y de sí mismos, con riesgos autolíticos… es decir, de suicidio, o de crímenes precoces. Takopi es ingenuo. Desconoce la maldad. Y tiene un «arma» terrible. Una máquina que le permite retroceder en el tiempo para «arreglar» los problemas,… que no sólo no se arreglan sino que empeoran.
Como decía, el anime es duro. En las vidas de estos niños hay maltrato infantil en el entorno doméstico. Hay abandono y falta de afecto. Hay abuso y violencia escolar. Y hay respuestas de estos niños, patológicas, en forma de violencia hacia sí mismos o hacia los demás. Y todo con el aspecto ingenuo de un anime infantil con personajes… kawaii (cuquis). Leí en una ocasión que Japón, con una de las tasas de natalidad más bajas del mundo, tiene además serios problemas de infancia desprotegida, especialmente en familias rotas y monoparentales, cuando una madre sola/soltera, con escasos recursos, ha de criar a un niño. A lo que hay que añadir el clima de fuerte competencia escolar que se pueda vivir en sus escuelas. Por lo tanto, es una fuerte crítica social, basada en un manga muy premiado en el momento de su lanzamiento. Es muy buena, pero no siempre es agradable de ver. Todos los episodios tienen una nota de aviso especial indicando que no es para estómagos débiles. A pesar de ello, recomendable.
En un tono totalmente diferente, de comedia, pero entrañable, hay una pequeña y sencilla oda a la amistad entre dos adolescentes de instituto que de alguna forma no están integradas en sus propios medios escolares. Fudo koto de, mata ashita (フードコートで、また明日), See you tomorrow at the food court/Nos vemos mañana en el área de restauración originalmente un manga en forma de comic para la web, nos presenta a dos chicas muy distintas. Por un lado, Wada, una chica con buenas notas, pero que no destaca físicamente y que no tiene habilidades sociales. Por otro lado, Yamamoto, una ギャル gyaru con un físico potente e intimidante, que hace que sus compañeros la eviten, aunque es una buenaza. No van al mismo instituto. Pero de alguna forma han acabado conociéndose, y todas las tardes, después de clase, quedan a tomarse algo en el área de restauración de un centro comercial.
Se presenta en forma de cortos episodios, unos tres por cada episodio de unos 20 minutos, en los que mantienen diálogos sobre los temas más diversos, cosas de chicas adolescentes. Pero son diálogos ingeniosos, muy bien escritos, que además provocan que inmediatamente el público simpatice con estas chicas tan divertidas. Una, por estudiosa que sea, es una destalentada de cuidado en las cosas del mundo, mientras que la otra, a pesar de su aspecto precoz/procaz, es sensata y considerada con todos, especialmente con su destalentada amiga. Una divertida y aparentemente intrascendente oda a la amistad, que me recuerda a otra serie sobre chicas adolescentes que también me divertió y me gustó.
Finalmente, una derivada de la divertida Lycoris Recoil, Lycoris Recoil: Friends are thieves of time, seis episodios cortos, en total todos suman unos 21-22 minutos, con pequeños episodio en la vida de las protagonistas de las chicas asesinas, pero tan simpáticas. Se puede ver en Youtube, os lo dejo enlazado. Muy divertidos. Alguno, hilarante.
Las series de fotografías que ilustran esta entradas de este Cuaderno de ruta pueden verse, desprovistas de texto, en fotos en serie. Una mañana con buen tiempo en Seúl.
Llevaba casi dos meses sin redactar una entrada televisiva basada en alguna serie surcoreana. No es que hay dejado de verlas. Es que las últimas que he visto no me han motivado gran cosa. Las dos fuentes de este tipo de series, que se han convertido en el entretenimiento de pensar poco del fin de semana cuando no tengo cosas mejores que hacer, son Netflix y, en menor medida, Amazon Prime Video. Aunque en las últimas semanas estoy más con esta plataforma que con la anterior. El caso es que últimamente algunos de los estrenos, especialmente en Netflix, no me enganchan. Veo algunos minutos y me canso. No sé si estoy percibiendo un bajón en la calidad o, simplemente, que ya me he saturado. Porque la calidad es un concepto relativo con estas series. Ya he mencionado en muchas ocasiones que, cuando las veo, entran frecuentemente dentro de la categoría de placeres inconfesables. Guilty pleasures que dicen los anglófonos. Placeres culpables.
Pero hace unas semanas me llamó la atención un estreno reciente en Netflix, Mijiui Seoul [미지의 서울, Seúl desconocido], titulado en inglés/castellano como Nuestro Seúl por descubrir/Our unwritten Seoul. Y es la historia de dos hermanas gemelas, Mi-ji y Mi-rae, idénticas de aspecto pero con personalidades diferentes. Originarias de una pequeña ciudad de ambiente rural. Mi-rae, cuyo nombre 미래 significa futuro, estuvo enferma buena parte de la infancia, recibió la atención principal de la familia, y eso le llevó a refugiarse en los estudios. Mi-ji, cuyo nombre 미지 significa desconocida o incógnita, tuvo que apañárselas sola, sintió falta de atención, y se orientó a los deportes. Pero mientras Mi-rae progresó en los estudios, fue a la universidad, y entró a trabajar en una prestigiosa empresa pública del ámbito de las finanzas, en Seúl, Mi-ji tuvo una lesión que truncó su carrera deportiva y sus esperanzas de entrar en la universidad, sufriendo un revés del que le costó recuperarse y tira adelante como buenamente puede. Con 30 años, Mi-rae sufre una crisis por acoso en su empresa, y se intercambia con Mi-ji para tomar un descanso. Mi-rae vuelve al pueblo haciéndose pasar por Miji, y esta va a Seúl a la inversa.
Ambas están interpretadas por la misma actriz, Park Bo-young, muy popular, que ya ha aparecido varias veces en estas páginas. Generalmente en comedias, más o menos románticas, en esta ocasión opta por un(os) papel(es) dramático(s). Obsérvese que el nombre de una de ellas, Mi-ji, se encuentra presente en el título de la serie, y ciertamente se siente que este personaje es más importante y goza de más minutos que la hermana gemela. Es frecuente que en las comedias y dramas románticos surcoreanos haya dos parejas, la protagonista y otra formada por complementarios o antagonistas. Mi-rae sería la fémina de la pareja complementaria. Los chicos son un abogado (Park Jin-young), amigo del instituto de las chicas, que también arrastra sus conflictos del pasado, es el principal, y un ejecutivo de fama que durante un tiempo se refugia en el campo (Ryu Kyung-soo), plantando fresas y que sería el complementario. No son antagonistas.
La serie desarrolla una diversidad de tramas. El concepto de familia, las relaciones familiares, tanto materno-filiales, como entre hermanas, las dificultades de la comunicación entre personas que se quieren bien, pero que se malinterpretan con frecuencia. Y el simbolismo de Seúl como el lugar donde alguien se abre al gran mundo, frente al pueblo, donde uno se refugia en los seguro, pero con menos horizonte. Pero el macguffin que pone en marcha los hechos, y que supera el concepto de macguffin al ser también un tema de fondo importante, es el acoso laboral que sufre Mi-rae, una profesional concienzuda, competente e inteligente, pero que cae en desgracia cuando se pone de parte de una compañera que ha sufrido acoso sexual por parte de un superior, algo que luego va afectar de forma similar a la coprotagonista de la serie. Las dificultades de las relaciones laborales en las empresas surcoreanas, especialmente para las mujeres, es un leitmotiv habitual en los dramas de este país.
Hay varios factores que parecen influir en ello. El primero es el origen confucianista del sistema de valores de la sociedad surcoreana. Esto conlleva que en la misma el patriarcado, la situación de dominancia social, e incluso legal hasta no hace muchos años, sea omnipresente en la sociedad del país asiático. Leí hace unos años una dura novela de una autora surcoreana que exponía las consecuencias de este hecho para un mujer desde el momento en que nace y hasta que forma una familia. Por otro lado, es una sociedad fuertemente jerarquizada, en la que un superior tiene un gran poder sobre sus subordinados, y más si son mujeres. Los criterios de edad y posición predominan sobre los de mérito y valor aportado. Esta jerarquización es importante en el sector público, mientras que en el privado, con un predominio de empresas en mano de grupos familiares, se establece una aristocracia plutocrática que condiciona la escala social. Por lo tanto, la palabra y el testimonio de una mujer joven, procedente de provincias del medio rural, por muy preparada e inteligente que sea, carecerá de valor ante un hombre mayor y jerárquicamente superior, que además podrá difamarla sin repercusiones. Por supuesto, esto se puede agravar con abusos sexuales que raramente serán denunciados, por la vergüenza social. Y con la complicidad de los propios iguales de la víctima que no querrán enemistarse con el superior.
En esta serie es tema principal, pero no es la primera vez, y sospecho que no será la última, que aparezca de forma importante o secundaria en otras series o ficciones audiovisuales del país asiático. Un país con un alto nivel tecnológico, con un alto porcentaje de titulados universitarios, con unos indicadores buenos en temas de salud, dentro de la OCDE se encuentra entre los peor clasificados en el índice de desigualdad de género, al mismo nivel que Turquía o Méjico, por poner unos ejemplos, países mucho peor situados en otros indicadores de desarrollo. Por lo tanto, una fuerte asignatura pendiente en el país asiático, que con cierta frecuencia se cuela en sus series televisivas, aunque quizá no con la contundencia que la seriedad del problema merecería.
Las series de fotografías que ilustran esta entradas de este Cuaderno de ruta pueden verse, desprovistas de texto, en fotos en serie. Apurando el tiempo en Nankín por la tarde antes de ir a la estación para coger el tren de vuelta a Shanghái.
En las dos últimas semanas se ha producido la transición entre la temporada de primavera y la de verano en la animación japonesa. Como sucede en mucho lugares del mundo, dado que el año tiene 52 semanas (y un día, o dos los bisiestos), se programan las parrillas horarias de las televisiones tradicionalmente en cuatro bloques de 13 semanas. Por ello, tradicionalmente, muchas temporadas de series televisivas de 12 o 13 episodios. Eventualmente hay alguna que se extiende dos bloques, y tiene entre 24 y 26 semanas. Esto ha dejado de tener sentido hasta cierto punto con la programación para plataformas de contenidos en línea. Pero un mezcla de tradición, y de que algunas series se emiten en simulcast en canales convencionales de televisión, hace que la animación japonesa conserve estas convenciones. Por lo tanto, entre finales de junio y principios de julio, hay una de estas transiciones.
Hay varias series, o temporadas de series, de animación japonesa que he terminado de ver en estos días pasados. No sé si hablaré de todas ellas. Quizá, con el tiempo, otras aparezcan en estas páginas. Pero voy con las dos que más me han entretenido, divertido, gustado… como lo queráis ver, en estos últimos meses. Ambas son las segundas temporadas de sus respectivas series. Y ambas tienen en común que hay un personaje principal, femenino, joven, una adolescente, que desentraña misterios. Y, en ocasiones, forma parte o protagoniza estos misterios. Las circunstancias de estas chicas son muy distintas como comprenderéis fácilmente. Pero son personajes atractivos que, desde mi punto de vista, ponen la salsa, la sal y la pimienta a la serie. Bueno… una de ellas es la clara protagonista absoluta de la serie. Y ambas están basadas en una serie de novelas ligeras japonesas.
Shōshimin Series (小市民 シリーズ) transcurre en un instituto de Gifu. El comentario de la primera temporada en este enlace. Una primera temporada de diez episodios que se emitió el verano del año pasado, por lo que sólo transcurrieron seis meses para reencontrarnos con los protagonistas de esta serie, en esta ocasión con doce episodios. Dos alumnos de instituto, que en la primera temporada debían estar todavía en el último año de lo que en España llamaríamos la ESO, mientras que ahora ya están en el equivalente a nuestro bachillerato. Que quiere ser ciudadanos corrientes. Pasar desapercibidos. Con poco éxito. Inteligentes, inquisitivos, curiosos e inquietos, acaban metiéndose en todos los ajos en los que hay misterios que desentrañar. Con una relación entre ambos de tensión romántica no resuelta, aunque eventualmente se conviertan en pareja y se vuelvan a separar. Él, Kobato-kun, es directo, con pocos dobleces, va de cara. Ella, Osanai-san, sin embargo, tiene múltiples facetas. No siempre se puede saber o adivinar lo que piensa. Y no duda en utilizar el engaño para conseguir sus fines. Es éticamente ambigua, muy inteligente, él también es inteligente, y es quien da mayor interés a las historias. Aunque en muchas ocasiones sea Kobato-kun quien tenga más minutos en pantalla. Menuda, de aspecto frágil, esconde una fuerza y un resolución que sorprenden a quienes la rodean cuando se manifiesta.
La segunda temporada ha tenido dos arcos argumentales, el primero, con ambos protagonistas separados, con sus propias relaciones sentimentales en el instituto, se centra en torno a la investigación de unos incendios provocados en distintos puntos de la ciudad. La investigación parece estar liderada por el novio de Osanai-san, que está en el periódico del instituto. Pero pronto nos preguntamos por qué ella está con él, y cuál es su papel en todo esto. El segundo arco es la investigación de la autoría de dos atropellos, uno en el pasado, y otro en el presente, en el que Kobato-kun es una víctima. Una investigación que volverá a juntar y a provocar la colaboración directa de ambos jóvenes. Una serie que, aunque pasa mucho más desapercibida que otras, y especialmente que la que comentaré a continuación, tienes unos guiones y un desarrollo de personajes muy notable. En IMDb tiene una valoración positiva, pero no llamativa en torno al siete. Pero en las páginas específicas de la animación japonesa está mucho más valorada, por encima del ocho. Y esa diferencia, es más importante de lo que parece. Muy recomendable. Me planteo volver a ver las dos temporadas, prestando más atención.
Kusuriya no hitorigoto (薬屋のひとりごと), que serían los monólogos de la boticaria, aunque se traduce en inglés/castellano como The apothecary diaries/Los diarios de la boticaria, es mi serie de animación en activo preferida en estos momentos. Y una de mis preferidas en activo o terminadas incluidas. Segunda temporada también, de 24 episodios, como la primera. La primera se emitió entre octubre de 2023 y marzo de 2024, mientras que esta se emitió entre enero y junio de este 2025. Nueve meses de espera. Hemos continuado con la misma dinámica que en la primera temporada, pero profundizando poco a poco en las relaciones de los personajes. Una serie que sigue a la joven boticaria, herbolaria, o como lo queráis llamar, que pasa de trabajar en el distrito del placer de la capital de un reino ficticio que, según dicen, se inspira en la dinastía Tang china, que se extendió entre los siglos VII y IX de la era común. Aunque introduciendo más modernos, más propios de la transición entre la dinastía Ming y la Qing, es decir, durante los siglos XVII y tal vez XVIII de la era común. Lo marcan cosas como el uso de monóculos o gafas, o de armas de fuego.
La joven boticaria, Maomao, ya libre de servidumbre impuesta, permanece por voluntad propia al servicio del misterioso y bello «eunuco» Jinshi o, eventualmente, de una de las concubinas consortes preferidas del emperador. Y seguirá involucrada en investigar los misterios del palacio imperial. Eventualmente vinculados a las intrigas palaciegas por el poder. Y en las que destaca las intricadas interrelaciones en los árboles genealógicos de los distintos protagonistas. Tiene dos partes muy diferenciadas, una primera de intrigas generales, con arcos argumentales de pocos episodios, a veces uno sólo, como el ingenioso juego de puertas de color con el propio emperador. Y una segunda parte en la que directamente seguiremos la intriga para una rebelión de una de las grandes casas aristocráticas del imperio. Aparecen nuevo personajes, como la misteriosa concubina consorte Loulan, o la simpática sirvienta Shisui, a la que tanto gustan los insectos y otros bichos, y que merecerían una serie propia dado el atractivo de los personajes. De hecho se ha anunciado una nueva temporada, pero no como tercera temporada, sino como secuela. Estaría bien que se centrase en una de estas dos interesantes jóvenes y sus aventuras por el mundo.
Kusuriya… destaca como la anterior por sus excelentes argumentos, y por su excelente desarrollo de personajes. Tiene una realización más compleja, con escenarios más ricos, dado su carácter de ficción histórica, aunque sea en un país ficticio. Y, al igual que la anterior, aunque estén claramente orientadas a un público juvenil, especialmente adolescentes o adultos jóvenes muy jóvenes, sus temas son muy adultos, por lo que cualquier adulto sin prejuicios y con capacidad de apreciar la animación como excelente medio para la ficción audiovisual, podrá disfrutar también. Y mucho. No veo el día de seguir con las aventuras de esta perspicaz boticaria en el complejo mundo de la corte imperial de Li (茘, Rī).
Las series de fotografías que ilustran esta entradas de este Cuaderno de ruta pueden verse, desprovistas de texto, en fotos en serie. La Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia está de moda como escenario de dramas de ciencia ficción, y ha acabado siendo parte del Senado Galáctico en Coruscant. Para algo tendrían que valer las «calatravadas».
Hasta cierto punto, esta entrada casi se podría considerar una segunda parte de la última que publiqué sobre series de televisión. Hasta cierto punto. Distopías y esas cosas. Lo que pasa es que en esta ocasión no miramos a un futuro más o menos cercano. En mayo de 1977 ya quedó claro en la pantalla de los cines que estamos hablando de cosas que sucedieron hace mucho tiempo en una galaxia muy muy lejana. Sí. Estamos hablando del universo Star Wars, y nos vamos a centrar en la serie cuya segunda y última temporada se terminó de emitir recientemente. Andor, probablemente,… o sin probablemente,… la mejor serie que se ha realizado sobre este universo, y probablemente… o sin probablemente,… lo mejor de esta franquicia desde el estreno de The Empire Strike Backs en 1980.
Cuando Disney decidió quemar la marca para amortizar los costes de adquisición de la franquicia estrenando una película al año, alternando las del tercer ciclo principal con historias de otros personajes y acontecimientos en el mismo universo, en diciembre de 2016 se estrenó Rogue One: A Star Wars story. El personaje principal de la película, el que ocupaba la mayor superficie del cartel anunciador, era Jyn Erso (Felicity Jones). Pero aunque pese a la voluntariosa interpretación de la protagonista, la franquicia nunca ha sabido muy bien qué hacer con sus personajes protagonistas femeninos. Fíjense ustedes en la endeblez del desarrollo de Padme Amidala. Incluso la princesa Leia tuvo momentos en que andaba un poco despistada en esta historia. Y además, como se ha podido comprobar, muchos aficionados a la franquicia, especialmente en Estados Unidos, han resultado ser unos cazurros machistorros. Es una ironía que entre los aficionados de una franquicia que nos habla de una rebelión contra una tiranía fascista, haya tantos que parece que salen de las filas del MAGA en lo que se refiere a su actitud hacia las protagonistas femeninas. Aquella película no estuvo mal, pero tenía no pocas debilidades en su desarrollo, mereció mejor guion y realización, y además quedó marcada por las horribles presencias del Gran Moff Tarkin y de la joven Leia Organa generadas por ordenador. Tras terminar la serie que nos ocupa hoy volví a verla… y me horroricé más todavía.
Así pues, a la hora de generar una precuela que nos hablara de los inicios de la rebelión, se fijó en el siguiente personaje principal; Cassian Andor (Diego Luna). El melancólico capitán rebelde que va un poco por libre y acaba montando la de Dios es Cristo para justificar la difusión de los planos de la Estrella de la Muerte. Por cierto, ¿siendo una transmisión de radio el modo en que la remitió a la flota rebelde, de verdad que sólo la captó una de las muchas naves que había por allí, desde la que fueron incapaces de trasmitirla a otras, y tuvieron que llevar los planos en mano en la famosa corbeta coreliana que fue atrapada por Darth Vader haciendo prisionera a la princesa Leia? Tremenda debilidad en el argumento. Pero vamos a lo que estábamos. Hace unos años nos anunciaron una serie centrada en el bueno y melancólico Cassian, llegando a decir que necesitaría cinco temporadas para desarrollar la historia. Han sido sólo dos. Y realmente… no hacían falta más.
Sip. Una para conocer a Cassian, la otra para desarrollar la chicha de la historia. Las aventuras de Cassian Andor nos sirven para presentarnos esos inicios de la rebelión, con algunos personajes ya conocidos por los largometrajes del ciclo principal, como Mon Mothman (Genevieve O’Reilly) o Bail Organa (Benjamin Bratt), y algunos nuevos como el imprescindible Luthen Rael (Stellan Skarsgård), una de las almas de la historia, junto con su adoptada «hija/discípula» Kleya (Elizabeth Dulau), uno de los personajes que merecerían más protagonismo en este cotarro. Una rebelión lejos de aquella que se nos presentaba en la trilogía original, un grupo de alegres proscritos al más puro estilo Robin Hood, siempre valerosos, unidos y de frente. Aquí tenemos disputas, desconfianzas, diferencias en las estrategias, dudas, y mucho barro. Es todo más real. No entraré a comentar mucho la parte imperial… porque es la más fácil. Es fácil tipificar un totalitarismo de tipo fascista, para el que no hay más que tirar de receta. Los fascismos están todos cortados por el mismo patrón y hacen lo mismo. Lo que es complicado de definir es una democracia. Porque la tendencia al «lado oscuro», no de la fuerza, sino de la ética y la política es preponderante en todos los bandos. Y si no, vean los telediarios… si es que a estas alturas se fían de ellos.
Es la misma galaxia de siempre. Pero por mucho que los rebeldes de vez en cuando repitan el típico latiguillo «Que la fuerza te acompañe», aquí no hay «fuerza», no hay magia, hay chabisque material, barro político. Al final nos quedamos más con ese «Tengo amigos en todas partes», como auténtica contraseña de esperanza, de que en cualquier lugar hay alguien, muchos o pocos, dispuestos a remangarse realmente para responder al fascismo. Aunque haya que perder algo de pureza en el proceso. Pero es que a los fascismos no se les vence con remilgos. Afortunadamente, no han sido cinco temporadas, y han realizado esta segunda temporada de la serie, con varios episodios con carácter realmente antológico. No sé que les ha pasado en Disney… después de tanto bodrio, se han debido despistar y han debido dejar esta serie en manos de alguien competente. Por cierto, ver Rogue One después de terminar la serie resulta raro… porque todos los actores comunes… tenían diez años menos.
Las series de fotografías que ilustran esta entradas de este Cuaderno de ruta pueden verse, desprovistas de texto, en fotos en serie. La Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia está de moda como escenario de dramas de ciencia ficción.
Desde que leía,… o devoraba,… las novelas de Jules Verne en mi niñez y adolescencia temprana he sido aficionado a las ciencias. Bueno. Yo soy un chico de ciencias. Escéptico por naturaleza, lo cual es una buena cualidad para alguien de ciencias, lejos de admitir dogmas y verdades absolutas conviene poner en duda lo que creemos saber e impulsarse a buscar nuevas explicaciones, la literatura, el cine o las series televisivas de ciencia ficción han satisfecho el afán de soñar sobre lo que es el futuro de eso que llamamos humanidad, civilización, universo, o como lo queramos ver cada uno. Que no haya malos entendidos. No soy un friqui del asunto. Lo mismo que me gusta, también soy muy crítico con muchos de los productos, especialmente series y sagas, que entusiasman a muchos friquis del asunto, pero que son banales, estereotipados, formulaícos, y sin mucho fondo. La buena ciencia ficción tiene que entretener, pero también tiene que hablarnos, con una suficiente profundidad, de quienes somos. Para bien o para mal. Por dejarlos claro, Star Wars no es ciencia ficción. Es fantasía. Y por eso, tanto en sus mejores momentos, como en los peores… que son demasiados ya, no nos habla de lo que a algunos nos gustaría que hablara. Hay alguna excepción. Y creo que pronto hablaré de una de ellas.
Existe la tendencia en ciencia ficción de publicar, literaria o audiovisualmente, en forma de series o sagas. Las famosas trilogías. Trilogías que han acabado siendo, no de tres, sino de cuatro, cinco y hasta ocho partes. Formas de ordeñar la vaca cuando se produce un éxito, un pelotazo de ventas o de audiencias. Pero hace tiempo que miro las sagas con escepticismo. Las segundas, terceras,… enésimas partes no suelen ser buenas. Miren ustedes Dune, lo estupenda que es la novela original, y el plomazo que son las continuaciones. Por eso, suele suceder que leo la primera entrega. Asumo que que ya está bien, que ya me han contado lo esencial de lo que me querían contar… y paso de lo siguiente. Aunque no sea ciencia ficción, pero sí una distopía, palabra que aparece en el título, leí The Handmaid’s Tale, vi la primera temporada de la serie… y no he vuelto a ver más. Lo importante que había que decir y transmitir estaba ahí. No hacía falta seguir. Para nada. Incluso si sus continuaciones están bien hechas.
Pero está el extremo opuesto. El relato corto. Y en el medio televisivo, el ultracorto. Una historia que literariamente puede ocupar menos de 100 páginas, incluso bastante menos, pero que de forma sucinta y concreta lanza potentes mensajes, siendo potencialmente muy entretenidas. Su equivalente,… los episodios autoconclusivos de series antológicas, que es como llaman ahora a las series con episodios non relacionados entre sí. Y en el ámbito de la ciencia ficción y anticipación, he visto recientemente sendas temporadas de dos de las más interesantes. Y que sepáis que las colecciones de relatos cortos es algo que cada vez me atrae más en la cosa de leer.
Ya comente un poco que había comenzado a ver la séptima temporada de Black Mirror, una serie británica (al menos en origen) que ha marcado de forma clara el género en los últimos años. Y sigue estando muy bien hecha. Y sigue contando cosas interesantes. Pero… Sí, con un pero. Que ya no tiene el impacto que tuvieron sus primeras y originalísimas series. Ya conocemos la fórmula. E incluso hemos visto como han ido surgiendo otras series y películas que desarrollan temas a través del impacto que las tecnologías de la información están teniendo en nuestra civilización. Generalmente en forma de distopía. Esta serie es fundamentalmente distópica. Siempre unas presuntas ventajas y progresos, para encontrarnos a unos seres humanos con sus miserias, y sus cosas buenas, de siempre. Y con esa deriva hacia el dramón o el terror que… bueno… yo prefiero los episodios en clave de comedia. Pero seguiré viendo nuevas temporadas si llegan. Supongo.
Y en forma de microdosis llenas de ingenio, la tercera temporada de Love, Deaths & Robots, esas antologías de ficción conceptual en formato de animación, o formatos, muy diversos, de animación. Una historia que se cuenta en cinco, diez, quince minutos… no mucho más. Pero que están llenas de sustancia, y que al mismo tiempo nos maravillan por la capacidad de imaginar mundos de sus diversos creadores. Estos sí que son creadores, y no los «creadores (de contenido)» de las redes sociales. Disfruto mucho con estas píldoras de imaginación. Lo que contaba al principio. La ciencia ficción y la anticipación como escape soñador de alguien que, habitualmente, en lo cotidiano, es, básicamente, un escéptico.
Las series de fotografías que ilustran esta entradas de este Cuaderno de ruta pueden verse, desprovistas de texto, en fotos en serie. No he estado en Washington D. C. Y con la mala gente que reside por allí ahora, no me apetece mucho. Así que ilustraré la entrada con otro edificio bien conocido de trascendencia política, pero que está en Nueva York.
Leía ayer un artículo, relativamente pesimista, aunque escrito con humor, no he guardado el enlace y me da pereza ponerme a buscarlo, en el que se reflexionaba sobre el hecho de que en estos momentos las tras superpotencias que hay en el mundo, EE. UU., China y Rusia, están gobernadas, en su más alta magistratura, sus presidentes, o como lo llamen los chinos… espera que lo busco,… sí es el presidente, aparte de un montón de cargos más que indican que es el mandamás,… como decía, esta gente son tiranos totalitarios, unos con una realización efectiva de esta figura, y otro, intentándolo mientras se carga lo que quede de la democracia y el estado de derecho en su país… que ha presumido de ser el líder del «mundo libre» desde hace casi un siglo. Manda «güevos» que decía el presidente de las cortes aquel.
El caso es que no han faltado las representaciones del poder en la televisión. En forma de dramas o de comedias. Que, curiosamente, pocas veces me han interesado realmente. El drama político sólo me engancha a medias. Aunque haya algunos muy buenos. Pero quizá por esas carencias de mi parte, no estoy enlazando ninguno, ni de forma interna en este Cuaderno de Ruta, ni de forma externa a las referencias habituales en materia de cine y televisión.
Recientemente tuve ocasión de ver en Netflix uno de estos dramas, que en realidad está presentado en clave de comedia. También en conjunción con otro género que se ha puesto muy de moda últimamente, la whodunit en clave de comedia con reparto coral, y con un protagonista, el detective, que es peculiar, listo y que siempre triunfa. Poirots posmodernos que tienen su gracia, salvo que se acabe abusando del género. Cosa bastante probable. Todo empezó con una película para la pantalla grande, que ya ha tenido alguna secuela que ya me dejó a mí un tanto frío. Lo que digo de «abusar del género». No es que antes no hubiera producciones de este género… es que se ha puesto de moda de nuevo. La serie es The Residence, y la residencia del título no es otra que La Casa Blanca, escenario del crimen.
Durante una cena de estado en la residencia del presidente de los EE. UU. se produce el asesinato de un alto responsable de los servicios domésticos y hosteleros del lugar. Los responsables de resolver el caso son los miembros de la policía de Washington D. C. Pero sintiendo que les viene grande la situación, buscan la ayuda de una excéntrica detective (Uzo Aduba), que coincide que es una ornitóloga aficiónala y fanática. Y que tiene unas horas para descubrir el responsable del crimen mientras están retenidos en La Casa Blanca todos los invitados, de mayor o menor rango.
La serie es entretenida. Tiene detrás una conocida factoría de realización de series, por lo que no habrán faltado equipos de guionistas para pulir la historia. Aunque una abundancia de escritores no siempre garantiza un buen guion final. De hecho… bueno, vamos a dejarlo estar. El caso es que está bien. Creo que podría haber tenido un poco más de mala baba. Más ironía. O adentrarse en la comedia negra. Y quizá pierde la oportunidad de poner en solfa las «cabezas coronadas» aunque sean durante cuatro años y (presuntamente) por el voto popular. Pero yo me divertí. No está mal. Pero lo que digo… ¿por qué tengo la sensación de que han perdido la ocasión de haber hecho algo con más enjundia? Cosas que pasan.
Las series de fotografías que ilustran esta entradas de este Cuaderno de ruta pueden verse, desprovistas de texto, en fotos en serie. Una de las series de hoy está localizada principalmente en Tokio, así que fotográficamente nos iremos a la capital japonesa.
Dos series de animación japonesa en Netflix me lleva a comentar el tema de la rebelión contra el poder establecido. Son dos series enmarcadas en el amplísimo paraguas de la ciencia ficción, pero muy diferentes entre sí. Primero vamos con el resumen de cada una de ellas.
Zankyō no Terror [残響のテロル] conocida también como Terror in resonance (una traducción aproximada del original) o Terror in Tokyo/Terror en Tokio (una traducción muy poco aproximada del original) es una serie de animación de 2014 que recientemente entró a formar parte, supongo que temporalmente, del catálogo de Netflix. Dos jóvenes, Nueve y Doce, que nadie sabe de dónde proceden, empiezan a amenazar con acciones terroristas en Tokio. Aunque siempre dan pistas para que estas acciones queden desactivadas. El espectador sabe que tienen relación con una misteriosa instalación donde criaban niños especiales en el norte de la isla de Honsu. Un detective, por libre, al margen de sus superiores, intentará encontrar las claves de esta situación, al mismo tiempo que determinados intereses gubernamentales y no gubernamentales están interesados en acabar con estos jóvenes sin que nada trascienda sobre sus orígenes.
Moonrise es un estreno reciente, actual, de animación japonesa en Netflix. Al igual que el anterior es una serie original. No basada en manga, novelas o películas o series previas. En esta ocasión estamos en un futuro en el que el ser humano ha comenzado la colonización espacial. Más concretamente la colonización de la Luna. Pero se han generado desigualdades enormes entre los habitantes, privilegiados, de la Tierra y los trabajadores de la Luna. Por lo que se produce una rebelión, un alzamiento para conseguir la independencia, y una guerra civil. Aunque presentada como una serie de 18 episodios, estos se agrupan en tres partes que podrían funcionar como una trilogía de largometrajes.
Es un clásico de la ciencia ficción utilizar los elementos de anticipación o de ficción científica para realizar críticas sobre las realidades sociopolíticas de la realidad. Bien sea las desigualdades sociales, los grupos oprimidos, la existencia de oligarquías políticas o plutocráticas, o las prácticas inmorales del poder económico y político para manipular a las poblaciones y a la opinión pública. Como ya he comentado en otras ocasiones, la buena ciencia ficción suele hablarnos de nosotros mismos. Bien a un nivel personal, a un nivel social, o sobre lo que es la humanidad en su conjunto. Estas dos series, como muchas otras, lo intentan.
La más reciente, no con mucho éxito. Aunque hay un esfuerzo de producción notable, es una serie que se pierde en el efectismo y la espectacularidad, olvidándose de contar adecuadamente lo que se supone que quiere contar. No tenemos que irnos muy lejos para ver en formato de serie televisiva una historia de rebelión de colonias espaciales contra la Tierra, como es The Expanse, serie de libros que fueron llevados con éxito a la pequeña pantalla en una de las mejores series de aventura espacial de las últimas décadas. Esta animación, buscando un público más juvenil, se pierde en la aventúreta de los jóvenes protagonistas, y pierde fuerza en el mensaje.
La serie de hace once años, es mucho más interesante. Implica un mayor grado de reflexión. Para empezar, sus protagonistas son a la vez fracasados y brillantes, cada uno a su manera y en su entorno. La exploración psicológica de los personajes es mayor y mejor. Y aunque son claros quienes actúan como villanos y quienes como héroes, no hay maniqueísmo, hay una mayor gradación de sentimientos y opiniones disponibles. Es muy recomendable. Seguiremos a la espera de series de este tipo. Me llaman más que las más recientes y más espectaculares pero superficiales. Que conste que Zankyō no Terror también está muy bien hecha, habiendo salido de la capacidad creativa de Shin’ichirō Watanabe, a quien debemos tantas excelentes series.
Las series de fotografías que ilustran esta entradas de este Cuaderno de ruta pueden verse, desprovistas de texto, en fotos en serie. Escenas cotidianas en Seoul para ilustrar la entrada de hoy.
Desde que Grey’s Anatomy llegó a la televisión, los dramas médicos, a veces comedias, pero siempre con un puntito dramático, sufrieron un cambio. Ya no se centraban tanto en los veteranos, aguerridos y habilidosos médicos experimentados y capaces de resucitar a un muerto con sus habilidades quirúrgicas o en un box de urgencias, sino que los protagonistas venían a ser los médicos en formación. Los sufridos médicos internos y residentes, conocidos popularmente en España como MIR. Una confesión he de hacer. Yo… fui MIR.
Entendámonos… yo no fui el prototípo de MIR. No hice una especialidad clínica,… y lo mío fue distinto. Lo que luego contaré se aplica sólo en parte, pero no voy a entrar en detalle. Bueno… Para empezar… oficialmente, ya no se llaman MIR. Dado que además de plazas para médicos se convocan también plazas para biólogos, enfermeros, farmacéuticos, físicos, psicólogos y químicos, ahora se llaman «profesionales sanitarios en formación», y a los años de formación se les llama los años de «formación sanitaria especializada». No todos esos profesionales están considerados luego profesionales sanitarios,… pero no voy a entrar ahora en los intríngulis del estatuto de las profesionales al servicio de la sanidad española. Da igual. Todo el mundo sigue hablando de los MIR. Y salvo los interesados, pocos hablan de los otros profesionales que se forman en régimen de residencia. En España está regulado de forma inequívoca desde el año 84, aunque previamente hubo experiencias y evolución del sistema de formación de médicos internos y residentes.
El origen del modelo, profesionales que aprenden trabajando en jornada completa y exclusiva y en un centro sanitario, se originó en Estados Unidos. Y de ahí se fue generalizando por todo el mundo. El médico interno era el médico recién salido de la facultad que dedicaba al menos un año a coger práctica en un hospital, rotando por las distintas especialidades; medicina interna y derivadas, cirugías diversas, urgencias… Al terminar, o se iba a montarse su consulta de médico general, o bien optaba a las plazas de médico residente, durante varios años, en los que se centraba en el aprendizaje a fondo de una especialidad concreta, médica o quirúrgica. Lo de llamarse «internos» y «residentes» es porque prácticamente vivían, residían, en el hospital. Comenzaron siendo asistentes sin sueldo, aunque ahora, por regla general, tienen un salario, inferior al del médico especialista, y a cobrar por las guardias realizadas, aunque el modelo retributivo ha variado con el tiempo y ha sido diverso en distintos lugares del mundo.
Lo que vemos en las series de televisión es que son jóvenes que prácticamente viven en el hospital, trabajan muchísimas horas, están muy puteados, hacen guardias como locos, siempre están cansados y con sueño, y al parecer ligan y follan mucho. Por lo menos, esto último, los protagonistas. La realidad actual, ya desde el momento en que yo hice la residencia, cuando se alcanzaron algunos logros, es que en España están reguladas las jornadas máximas semanales y el número de guardias promedio. Y no viven tan mal, ni mucho menos. Pero eso no tenía gracia a efectos dramáticos.
Ha habido y sigue habiendo muchas series que tratan este tema. Ya he mencionado Grey’s Anatomy, pero una que me divirtió mucho en su momento fue Scrubs, una comedia de situación con mucha gracia y su punto de mala baba. Y que es unos años anterior. Aunque no fue tan longeva ni de lejos. Porque la del hospital de Seattle sigue en cartelera televisiva, acabamos de ver su 21ª temporada,… inexplicablemente… puro guilty pleasure. Y ahora, me voy al otro extremo del mundo, porque voy a hablar de la serie que ha motivado esta entrada. Y esta es Eonjenganeun seulgiroul jeongong-uisaenghwal [언젠가는 슬기로울 전공의생활, la vida de los residentes que algún día será sabios] Este título en coreano me parece un rollazo, y prefiero el título internacional en ingles, Resident Playbook.
Emitida recientemente en Netflix, donde la podéis encontrar, se podría decir, aunque no lo sea estrictamente, que es un spin off de una de mis series favoritas de la cadena, Hospital Playlist, que recientemente volví a ver y me siguió gustando mucho. Pero si en aquella se centraba en un grupo de amigos que ya son veteranos médicos especialistas quirúrgicos que rondan los cuarenta años, y en la que los residentes eran personajes secundarios, aunque varios de ellos se volvieron entrañables, en la actual los protagonistas son los residentes de primer año de Obstetricia y Ginecología de otro hospital que pertenece a la misma cadena de hospitales que el de la serie original. De hecho, los personajes principales de aquella han tenido presencia en la actual, ya que en cada uno de los doce episodios de la actual hay algún cameo de los protagonistas de aquella.
La serie actual tiene también un reparto coral,… aunque hay una de las residentes (Go Youn-jung) que tiene un mayor protagonismo. La actriz protagonizó la segunda temporada de una serie de ambiente histórico con toques fantásticos y que también me gustó mucho. Si Hospital Playlist tuvo una primera temporada que fue principalmente comedia, y una segunda temporada que tenía un tono más melancólico y dramático, sin abandonar la comedia,… a veces melodramático, Resident Playbook adopta esta segunda versión. Aunque hay alivios de comedia frecuentes, tiene un tono más dramático, y cae con más frecuencia en el melodrama. Me costó un poco entrar en ella, en los dos primeros episodios, las comparaciones con la original eran odiosas, lo cierto es que poco a poco me empezó a gustar, y reconozco que llegó un momento que esperaba con ganas los dos episodios que se estrenaban el fin de semana. Y sentí bastante empatía, especialmente por la chica más protagonista. Actúan bien en general. Y los argumentos y los casos médicos son más realistas que la media de estos programas.
Hay un motivo por el que decidieron que la especialidad fuera obstetricia y ginecología, y no las habituales estrellas de estas series que son la cirugía cardiotorácica, la neurocirugía, los trasplantes y demás, o el estrés de la urgencia. Corea del Sur es el país de la OCDE con menor natalidad y mayor tendencia al envejecimiento. Por lo que esta especialidad no es nada deseada por los jóvenes médicos, esta en crisis, y les cuesta cubrir las plazas, tanto en formación como de médicos ya especializados. Además es una de las más propensas a los litigios por presunta mala praxis. Algunos de estos problemas se aprecian en la serie. Los creadores de la serie han intentado tocar tierra, y no alejarse de la realidad. Lo cual les generó problemas, porque cuando la estaban rodando surgió un fuerte conflicto laboral entre los médicos residentes coreanos y el gobierno de su país, que llevó a dimisiones en masa, a huelgas, a una insuficiencia de recursos en los hospitales y a problemas con la correcta atención en hospitales.
Un conflicto muy duro y desabrido. En el que la mala prensa hacia los médicos ha sido la norma, lo cual ha endurecido sus posturas. No sé si se ha resuelto el problema. Pero que responde problemas reales, pero también a intereses corporativistas. Por un lado, los residentes suelen ser mano de obra mucho más barata en los hospitales que los especialistas formados, especialmente en guardias y urgencias. Pero sus condiciones labores no siempre son las adecuadas. Ahí tienen razón. Pero por otro lado, hay especialidades en las que se limita intencionalmente el número de especialistas en formación para generar una escasez de profesionales que están más cotizados… se genera una especie de oligopolio. En España también se da esto último. El pagano suele ser el paciente. Como consecuencia de estos conflictos, la serie estuvo a punto de cancelarse antes de emitirse. Y de hecho se retrasó bastante su estreno. En cualquier caso, me parece una serie bastante recomendable. Con sus peculiaridades surcoreanas, claro está.
Las series de fotografías que ilustran esta entradas de este Cuaderno de ruta pueden verse, desprovistas de texto, en fotos en serie. Lamentablemente, no he tenido aún la oportunidad de visitar Argentina, y Buenos Aires, claro está. Así que supliré el ambiente porteño por el palermitano. Al fin y al cabo, la cultura argentina, en gran medida es una mezcla de herencias españolas e italianas, mezcladas con otras influencias.
El eternauta es un cómic. Un clásico del cómic que no he tenido ocasión de leer, aunque ganas no me han faltado. Ni me faltan. Algo que tengo que resolver de algún modo. Su publicación original data de mediados los años 50, en forma de serie. Con Héctor Germán Oesterheld como escritor, uno de los desaparecidos de la dictadura militar argentina en 1977, y Francisco Solano López como ilustrador, es una de las obras más conocidas y de referencia de la historieta argentina y de la escrita en español en general. Cuando se anunció que Netflix iba a estrenar una adaptación en forma de serie de televisión, tuve sentimientos encontrados. Por un lado, sabía que la iba a ver. Por otro lado, me daba mucho miedo lo que me iba a encontrar. La plataforma de contenidos es responsable de adaptaciones muy notable, pero no faltan las pifias que desvirtúan por completo la obra original. O de adaptaciones que, tras una temporada, por buena que sea, quedan canceladas porque no les salen las cuentas.
De momento, tenemos una primera entrega de seis episodios, creados por el director y guionista Bruno Stagnaro, y protagonizada por un valor seguro como es Ricardo Darín, en mi opinión uno de los mejores actores contemporáneos, todas la nacionalidades incluidas. Pero sería injusto atribuir el mérito de la serie a Darín, al menos en la dimensión de las actuaciones, por excelente que sea su trabajo, que lo es. La serie es mucho más, con muchas otras virtudes, con muchas otras interpretaciones excelentes, y con una historia tremendamente multidimensional, que nos traslada a una lugar en el mundo que nos habla de muchas cosas. Actuales. Del mundo real.
La historia es la de una invasión alienígena. Pero al principio no lo parece. Simplemente, un día de verano, con calor asfixiante, de repente se nubla y empieza a nevar. Y todos aquellos expuestos a la nieve, mueren. Localizada en el área metropolitana bonaerense, la gran metrópoli del Cono Sur queda convertida en un lugar desolado, cubierta de un ominoso manto blanco. Y con unos supervivientes que se las tendrán que ingeniar para desplazarse aislados de la nieve letal, y que tendrán que aprender a sobrevivir en un mundo donde la sociedad humana, tal y como la conocemos, se ha desestructurado por completo. Ha desaparecido. Con el macguffin inicial de la búsqueda por parte del protagonista de su mujer y su hija, lo cual nos permitirá evaluar el apocalíptico escenario en el que la historia se desenvolverá. Son seis episodios, de los cuales, el más impresionante, el que definitivamente te engancha, si es que como yo no te has enganchado desde el minuto primero, es un magnífico y dramático episodio cuatro. Absolutamente antológico.
Pero el Buenos Aires de la historia televisiva no es el Buenos Aires de la historieta. Es un Buenos Aires contemporáneo, en el que el protagonista es un veterano de la guerra de Las Malvinas, un joven soldado de reemplazo que fue llevado a una trampa mortal por aquella junta militar criminal, sin escrúpulos y sin conciencia, que lanzó aquella aventura militar, una huida hacia adelante, cuando vio que su criminal experimento de «regeneración política» hacía aguas por todos los lados, llevando a aquella generación de jóvenes a las desoladas islas del Atlántico sur, a enfrentarse con uno de los ejércitos profesionales mejor preparados del mundo. Y lo que en aquellas islas pasó no se ha contado con la suficiente claridad, muchos murieron, sin oportunidad, en una batalla desigual y con el mayor grado de la sinrazón de la guerra. Y eso es algo que pesa constantemente en la adaptación televisiva de la serie.
Poco después de terminar la serie, en un taller de iluminación con flash en fotografía coincidí con una de mis colegas más apreciadas de afición fotográfica. Argentina, establecida en España, nacida el mismo año que yo, que me contaba la emoción que supuso para ella la serie, y los recuerdos que le trajo, porque esa generación de soldados de reemplazo que sufrió en aquella estúpida aventura bélica, que convierte la expresión «inteligencia militar» en un macabro y triste oxímoron, fue la de los nacidos en ese año en el que nací yo y nació ella. No puedo trasladar aquí algunas de sus impresiones, comentarios y recuerdos. Le haría injusticia. Pero ella, mejor que la mayoría, pudo apreciar las referencias a la Argentina de aquellos tiempos, y a la actual. Que no por casualidad buena parte de los dos últimos episodios de esta primera temporada transcurren en Campo de Mayo, uno de los lugares de más triste recuerdo de aquella cruel dictadura fascista.
Para muchos no aficionados a la ciencia ficción, literaria, televisiva, o cinematográfica, este género es anecdótico y de bajo prestigio. Propio de inmaduros y friquis. Y se equivocan. Es cierto que, como en todos los géneros literarios, hay mucha obra de calidad discutible. Pero la buena ciencia ficción se caracteriza porque a través de su especulación científica, de sus cronologías alternativas, de su capacidad de anticipación, nos habla de nosotros mismos. De lo más profundo de lo que constituye ser persona, de los males de la sociedad humana, en ocasiones también de lo más brillante y esperanzador. Y esta serie no defrauda en este aspecto. Una de las mejores series que he visto en Netflix, quizá lo mejor de lo que llevamos de año… e incluso de década. Es difícil decir. Pero por ahí andará. Seis episodios que han sabido a poco. Una introducción a una historia de la que queremos, necesitamos, saber más. Y todo indica que lo haremos. Aunque quizá tengamos que esperar con paciencia. Es una serie de compleja producción. Algo que probablemente no podría rodarse en Argentina, y menos con la que cae por allí en lo social, político y económico en estos momentos, si no fuera por el dinero que ha llevado Netflix para que se produzca. Pues esperaremos con paciencia.
Las series de fotografías que ilustran esta entradas de este Cuaderno de ruta pueden verse, desprovistas de texto, en fotos en serie. En 1860, cuando comienza la acción de la serie de hoy, Sorrento, donde están tomadas estas fotos, al igual que Sicilia, formaba parte del reino de las Dos Sicilias. Aunque eso sólo duraría un año más.
Antes de publicar esta entrada, me hubiera gustado volver a ver la película clásica de Visconti, Il Gattopardo, con el fin de poder establecer comparaciones. Y aunque ya hace unas cuantas semanas que terminé de ver la serie del mismo nombre, reciente estreno en Netflix, y que traigo aquí hoy, no he encontrado la ocasión. En principio, no tenía mucha más prisa. Pero los acontecimientos que narraba ayer, que culminaron, tristemente, con la cancelación de nuestro viaje a China, llevaron como consecuencia a que una parte importante de las vacaciones que estos días estoy disfrutando transcurrirán en un viaje a Sicilia. El primero que hago.
Como curiosidad, si el próximo viaje que voy a realizar por Italia será en Sicilia, la principal localización de la serie italiana de Netflix (con coproducción británica), el último que hice por ese país que tanto he visitado fue por Turín y el Piamonte, el origen de la reunificación italiana, capital del reino durante los sucesos que narra la novela de Lampedusa en la que se basa. Otra curiosidad, aunque en inglés la novela/película/serie se titula The Leopard, el gatopardo que es emblema del Príncipe de Salina (Kim Rossi Stuart), personaje principal de la historia, no es un leopardo, Panthera pardus. Es un serval, Leptailurus serval, un felino moteado al igual que el anterior, más pequeño de tamaño, y de distribución exclusiva africana. El anterior, también llamado pantera parda, cuando es moteado, o pantera negra, cuando es melánica, también se distribuye por Asia.
No sé si Lampedusa tenía en mente hacer un novela política. O simplemente, siendo de origen noble, e inspirándose en los antepasados de su propia familia para crear los personajes de la novela, quería reivindicar unos tiempos pasados que quizá percibiera como mejores. Pero en fin, ya se sabe que lo único que se puede afirmar de todo tiempo pasado, no es que fuera mejor, sino que fue anterior. El caso es que el término gatopardismo o lampedusismo ha pasado a la terminología política como sinónimo de los falsos reformismos que en realidad buscan mantener el statu quo bajo nuevas apariencias. Todo gracias a la célebre cita en la que Tancredi (Saul Nanni) le dice a su tío el príncipe aquello de…
«Se vogliamo che tutto rimanga come è bisogna che tutto cambi.»
«Si queremos que todo permanezca como esta, es preciso que todo cambie.»
La serie sigue la transición que la familia Salina, con especial protagonismo de los dos ya mencionados, y de Concetta (Benedetta Porcaroli), la hija del príncipe y sobrina de Tancredi, con quien tiene un romance que no llega a buen término, marcando el destino de ambos, cuando este se casa con la hija (Deva Cassel) de un arribista (Francesco Colella) que se enriquece desde la nada trapicheando y falseando en sus negocios. La historia sigue las transformaciones que se producen desde el antiguo régimen de reyes absolutos y noblezas terratenientes, auténtico soberanos en sus dominios con la bendición real, a un nueva época en la que surge el poder de los que tienen dinero, venga de donde venga, y donde los valores sociales y políticos se transforman, sin que esto repercuta necesariamente en las gentes del lugar. Que, en Sicilia, siguen viviendo como siempre, indiferentes a los poderes que vienen, pasan y se van, sin que se inmuten ni se alteren.
La serie me enganchó desde el primer episodio. Se nota que hay un esfuerzo de producción notable, con unos rodajes que se lucen especialmente cuando recorremos la campiña y las villas señoriales sicilianas. Se ve que han ido buscando un efecto cinematográfico en la serie televisiva. Que además cuenta con un reparto que hace un trabajo más que notable, de primer nivel.
No sé si será de gusto de todo el mundo. A mí me parece una serie muy recomendable. Pero las series de épocas, si no nos hablan de las tontadas de la season londinense, no siempre atrapan a las audiencias. Yo creo que sí merece la pena darle una oportunidad. Es cierto que en sus compases finales se aparta de la novela de Lampedusa, en cuestiones que no voy a mencionar por no destripar la serie, pero que no me parecen esencialmente importantes. Aunque mi sensación es que la novela de Lampedusa es más amarga en sus fases finales. Para la familia de los Salina, trasuntos de los Lampedusa. Lampedusa sabría por qué. Y me queda una duda. Estoy seguro que el libro estaba en casa en mi infancia y juventud, que lo tenía mi madre. Que alguna vez lo abrí y leí algo. Pero no puedo recordar si lo leí entero, o si lo heredé y lo tengo por alguna estantería perdido. Tendré que preguntarle a mi hermana, no sea que lo heredase ella.
Las series de fotografías que ilustran esta entradas de este Cuaderno de ruta pueden verse, desprovistas de texto, en fotos en serie. En Fujiyoshida y Kawaguchiko, al pie del monte Fuji.
Aunque no sean cosa de todos los días, las series en las que el protagonista, o uno de los personajes principales, es un extraterrestre que convive cotidianamente con los seres humanos como si tal son un género en sí mismo. O un subgénero dentro del género de la comedia de situación con un personaje extraño o extravagante como eje central. Pueden ser brujas, extraterrestres, seres fantásticos, lo que sea, pero las situaciones de la serie tienden a ser los problemas más o menos banales o más o menos importantes de la vida cotidiana de un vecindario.
Cuando el ente extraño es un extraterrestre, recuerdo tres series, norteamericanas, en el ámbito de la comedia de situación principalmente. Una, de mi infancia, de la televisión en blanco y negro, de cuando sólo había un canal de televisión… o dos si contamos el UHF que no siempre se sintonizaba correctamente, es My favorite martian (Mi marciano favorito). Como yo era muy niño, se emitió en España a partir de 1968, cinco años de su primera emisión en EE. UU. tengo un recuerdo vago. Formaba parte de las comedias de situación de aquellas época, bastante naïfs, de la que la más representativa, y bastante más famosa, fue Bewitched (Embrujada), que en lugar de marciano conviviendo con ser humano era bruja conviviendo con pánfilo humano.
Dejando de lado algunas series más dramáticas, en la que los extraterrestres están entre nosotros, siguiendo con las comedias de situación, un referente imprescindible fue ALF. Siendo el nombre del alienígena un acrónimo de Alien Life Form, una forma de vida alienígena que acaba en la Tierra tras un cataclismo global en su planeta con un origen bastante chusco, este peculiar extraterrestre, que al contrario que en las otra series no tiene forma humana, fue un cachondeo bastante divertido. Por su amor (culinario) por los gatos, por sus constantes travesuras, y porque al final resultó ser bastante entrañable. Emitido en España a caballo entre finales de los 80 y principios de los 90, con múltiples reposiciones posteriores, no lo veía constantemente. Fue una época en la que veía poquísimo la televisión. Pero cuando aparecía en la pantalla del televisor me quedaba viendo siempre hasta el final del episodio. Siempre muy divertidos.
Recuerdos más vagos tengo de 3rd rock from the sun (Cosas de marcianos), una serie de finales de los años 90, muy bien valorada, pero que todavía me pilló en la década que menos televisión vi. Y además, en Antena 3 TV, una cadena por la que siempre sentí profunda antipatía. Pero algún episodio vi y no estaba mal. Una falsa familia formada por extraterrestres que están en una misión para estudiar la Tierra, pero que acaban viviendo en un vecindario e involucrándose en la vida cotidiana de los terrestres. Simpática, pero también con un vago recuerdo sobre ella, más allá de la presencia como protagonista de John Lithgow, pasándoselo muy bien, aparentemente.
Y recientemente, en Netflix, hemos podido ver una de las series japonesas más simpáticas y divertidas de Netflix, The hot spot (ホットスポット, Hotto supotto). La premisa es la siguiente. La protagonista (Mikako Ichikawa) es una madre que cría en solitario a su hija adolescente en una población ribereña de uno de los lagos que rodean al monte Fuji en Japón, y trabaja en la recepción de un hotel del lugar. Y un día es salvada, de una forma sorprendente, de ser atropellada por su un compañero suyo de trabajo (Akihiro Kakuta). Forzado por la situación, este confiesa que es un extraterrestre. El hijo de un extraterrestre que se quedó atrapado en la Tierra durante una misión y una humana. Y que tiene capacidades especiales. Aunque lo agotan. Y necesita tener a mano un onsen (baño termal típico japonés) para recuperarse, y por eso trabaja en el hotel. Aunque promete no contar nada a nadie, pronto se le escapa la cosa con sus dos amigas del colegio, con quienes sigue manteniendo una buena relación.
La serie tiene varias cosas estupendas. El extraterrestre tiene una apariencia convencional, de señor gruñón cincuentón, aunque buena persona. Siempre refunfuña, pero acaba haciendo favores a sus compañeros y vecinos. Las situaciones habituales son totalmente cotidianas. A pesar del secretismo, poco a poco se va sabiendo, pero la gente, en lugar de montar un potito, lo toma con naturalidad y lo integra en sus vidas cotidianas. Y poco a poco aparecen otras personas con peculiaridades; un viajero en el tiempo, una chica capaz de controlar la energía eléctrica. Que curiosamente causan la incredulidad del protagonista extraterrestre, mientras son aceptadas sin problemas por sus nuevas amigas que lo integran sin problema en su círculo. Y sobre todo, un humor fino, muy enraizado en las peculiaridades idiosincráticas de la cultura japonesa, que te mantiene en un estado de sonrisa permanente, con alguna carcajada tranquila de vez en cuando. Una serie sencilla en su realización, pero muy ingeniosa en sus guiones y en sus diálogos. Con el monte Fuji de fondo. De lo más recomendable. Me lo he pasado estupendamente. Si no sois de los que tienen prejuicios a toda serie que no sea española, americana o inglesa, o sea, de la minoría, dadle una oportunidad.
La ciudad que aparece en la serie es ficticia, pero sus localizaciones están rodadas en las ciudades que se encuentran en las proximidades del monte Fuji, por lo que alguna escena me resulta familiar, a pesar de que sólo estuvimos en aquellos lugares en una excursión en el día desde Tokio, hace ya casi 11 años. Tendría que volver algún día. ¡Tendría que hacer tantas cosas!