Hace muchos meses que tenía este libro en espera, otro de los que leí durante las vacaciones, en el viaje a Japón. Lo terminé en el primero de los vuelos de vuelta, entre Narita y Abu Dabi. Lo llegué a empezar en algún momento de finales del verano del año pasado. Pero lo dejé en espera. No sé muy bien por qué, pero en aquel momento no me concentraba en su lectura. Pero no lo deseché como inacabado, como me ha sucedido a lo largo de mi vida como lector con el 10 % de los libros que he empezado. Aproximadamente. Mi interés por la literatura de Kazuo Ishiguro se ha ido acentuando con el tiempo, y tenía interés en ver cómo funcionaba su aproximación a los mitos artúricos.

Recordemos que Ishiguro es nacido en Japón, en Nagasaki, y se trasladó a Inglaterra cuando tenía cinco años, por el trabajo de su padre como oceanógrafo. Y allí permaneció, allí adquirió el idioma inglés como propio, y en ese idioma ha desarrollado una brillante carrera como escritor, que le llevó al Premio Nobel, entre otros galardones, en 2017. Con el tiempo, he ido leyendo varias de sus novelas, y algún libro de relatos. También he disfrutado en las salas de cine de su trabajo como guionista. En su obra, se ha acercado en un par de ocasiones a sus orígenes japoneses, con notable acierto desde mi punto de vista. Pero es indudable que ha ido asumiendo en su persona la cultura británica, por lo que me parecía muy interesante conocer su visión del mito del rey Arturo, uno de los mitos fundamentales de la Europa medieval, no sólo de la británica, muy asociado con los valores que se suponen fundacionales de la mentalidad europea occidental.

En la novela, Ishiguro nos sitúa en un momento indeterminado unas décadas tras la muerte de Arturo de Bretaña, en un momento en el que reina la paz entre los britones originarios de la isla de la Gran Bretaña y los invasores sajones, procedentes del continente, tras las guerras en tiempos del mítico rey, que venció en esa guerra. Dos ancianos viven en un poblado britón, sumidos en un olvido de tiempos pasados, mal integrados en la aldea. Y deciden ir en busca de su hijo, que vive en otra población y vivir con él. En el caminos, acabarán acompañados de un formidable guerrero sajón, un adolescente también sajón a quien rescatan de una muerte probable, y de sir Gawain, uno de los más conocidos caballeros de la mesa redonda de Arturo, todavía vivo. Y sabrán que la niebla de olvido en la que se sumergen los pueblos de la Gran Bretaña está causada por el aliento de un dragón hembra, que unos quiere proteger y otros destruir.
La novela, que transcurre en el mundo de los mitos y la magia del universo artúrico, más que vivir del mito y con el mito, es fundamentalmente desmitificadora. Nos ofrece una visión distinta de Arturo, rey celta, romanizado y cristianizado, y su respuesta ante los invasores anglos y sajones, germánicos y paganos. Un rey guerrero que derrota a sus enemigos, y no duda en masacrarlos, sin importan edad, sexo y condición. De alguna forma, pone en la picota es mito caballeresco y honorable, asociado a la religión y al guerrero justo, que se supone pone las bases de la fundación de la Europa occidental, frente a una realidad de guerras, crueldades e intolerancia ante otras creencias. Al cabo, la Inglaterra de hoy es culturalmente descendiente de esas invasiones germánicas en la Alta Edad media. Pero la fábula es extensible a otras naciones en todo el mundo occidental. Y el olvido, como forma de superar, cerrando en falso las heridas creadas por los traumas colectivos sufridos. Especialmente resonante en un país donde el concepto de memoria histórica ha sido tan maltratado por la clase política.
La novela tiene un final amargo, en el que se avecinan las terribles desgracias que asolarán el mundo en los tiempos venideros, en el que la guerra se adueñará de la relaciones entre pueblos, así como para la pareja de ancianos protagonistas, que tampoco encontrarán precisamente el imaginado final feliz a su viaje. Sin entrar en detalles sobre el argumento de la obra. Aunque la novela se lee bien, no es una novela fácil. Se corre el peligro de no entrar en las metáforas y el simbolismo de lo que se está quedando, de quedarse en la superficie de la peripecia aventurera en un mundo fantástico y aparentemente galante. Pero lo que enriquece la experiencia de su lectura es conectar con su trasfondo profundo. Y aceptar que los mundos de la fantasía, con sus duendes y sus dragones, nos hablan de nuestro más prosaico y material universo. Es un relato que crece en mi memoria y se enriquece en la reflexión. Parece que hay un proyecto de adaptación al cine, en formato de animación en volumen, conocida habitualmente por el anglicismo stop-motion. Tengo curiosidad.











