Seis fotografías de René Burri: a modo de obituario – Fotografía y otras artes visuales.
En forma de vídeo.
Siempre se ha dicho. Las gentes del cine nunca se van al otro barrio solas. De dos en dos, de tres en tres. Pero nunca solas. Y se van, seguro, al cielo de las gentes del cine y de los que amamos el cine. El único cielo, la única vida después de esta vida que creo que merece la pena que exista. Cualquier otro sería demasiado aburrido para vivirlo toda la eternidad.
Pero las dos pérdidas de esta semana parece que han hecho más daño que las que se producen en otras ocasiones. Nos han producido más tristeza. En cualquier caso, conviene que los recordemos, y les guardemos un rinconcito cálido en nuestros corazones.
Williams fue un actor muy prolífico. Quizá demasiado. Cuando uno hace tantas cosas seguro que hace algunas cosas mal, o acaba metiéndose en proyectos de calidad discutible, o indiscutiblemente mala. Si hago repaso de las películas en la carrera de Williams veo que hay un porcentaje elevado de películas que no he visto ni me apetece, y algunas que me arrepiento de haber visto. Esta es la realidad, por mucho que en los últimos días se nos presente de otra forma.
No fue un actor de fama inmediata y juvenil. Tenía más de 30 años cuando empezaron a llegarle los éxitos y el reconocimiento. Es decir, se lo tuvo que currar. Por eso quizá luego no fue todo lo selectivo que podría haber sido. Cuando pasas años de vacas flacas… Y fue entonces cuando empezaron a llegar momentos estupendos en la carrera de este actor de características fundamentalmente teatrales. Formado en las artes escénicas, con una gran expresividad corporal, calificarlo de histrión es no comprender su origen y su modo de entender la profesión. Que afortunadamente es variada. Si no, todos los actores y actrices nos parecería iguales.

Hoy recogeremos una flores para ponerlas en el recuerdo e Robin y Betty (como era conocida familiarmente Lauren Bacall).
Realizar ahora un repaso a toda su carrera sería un ejercicio banal. Prefiero detenerme, como he hecho en ocasiones parecidas en aquellos momentos que más se han quedado en mi memoria. Y estos son tres. Y no. No está entre ellos el «O Captain, My Captain»… porque esta película me parece que es bastante tramposa en su mensaje. Hace tiempo que dejé de pensar en ella. Pero de eso no tiene la culpa Williams que puso lo mejor de su parte en ella. Para mí, los momentos imborrables son los monólogos ante el micrófono de Adrian Cronauer en Good Morning, Vietnam, una película que detrás de su disfraz de comedia con canciones esconde un drama que todavía hoy se repite constantemente en muchas partes del mundo. Es también el vagabundo Parry en busca del Santo Grial en The Fisher King (El Rey Pescador). Y es Mel el hombre que se ve desenfocado, qué tremenda metáfora, en Deconstructing Harry (Desmontando a Harry).
Una vez más, insisto. No quiero decir que sean sus mejores papeles, o sus mejores trabajos, o las mejores película en las que participó. Simplemente son el recuerdo que de él me quedará. Una persona que en un momento dado, a pesar del éxito, de la fama, del bienestar económico,… no encontró su lugar en el mundo, y decidió salir de él. Un acto que cuando se produce, siempre nos queda la duda de si fue un acto libre que hay que respetar, o si como tantos nos quieren hacer ver, a veces para no conceder a las personas su últimas decisiones sobre sus vidas, el último acto de una persona enferma. Nunca sabremos con seguridad qué pasaba por su cabeza cuando decidió hacer mutis y pasar a fundido a negro en la pantalla de la película de su vida.
Os dejo con algunas escenas seleccionadas de Good Morning, Vietnam, cuya banda sonora estoy escuchando en estos momentos.
A Billy Wilder no le cayó bien en principio Humphrey Bogart, aunque luego fue de los que le visitó y le apoyó cuando enfermó antes de morir. Dijo de él en una ocasión que era «un antisemita que se casó con una judía del Bronx«. No sé. Billy está entre mis favoritos. ¿No sufriría un tremendo ataque de celos como los muchos que tuvieron que darse en los años cuarenta y cincuenta al ver como Bogie acababa llevándose a casa a una de las actrices más interesantes de la historia del cine?
Porque indudablemente esta era Bacall, una de las mejores actrices y una de las mujeres más interesantes del mundo del séptimo arte. Los calificativos que más se repiten estos días suelen ser «elegante», «inteligente», «comprometida», «adelantada a su tiempo»,… Lo que sea. También ha dado muestras de tener genio, y de poder ser bastante cascarrabias. Especialmente cuando la Academia le ha negado a lo largo de su carrera la estatuilla de un «eunuco dorado», teniendo que conformarse con uno de carácter honorífico. Desde luego podemos encontrar en su carrera papeles merecedores de este premio. Desde luego que ha habido muchas actrices que se lo han llevado con mucho menos mérito. Pero así es la industria del cine norteamericana. Si la quieres la coges y si no,… también. Bueno, su única candidatura la perdió contra Juliette Binoche (The English Patient), y se le puso una cara de vinagre inenarrable. Pero creo que Binoche fue justa ganadora esa noche.
El caso es que Bacall era una de las últimas representantes de una forma de entender el «star system». Buena presencia, buena actriz, adorada por el público, cuando llegó a la fama sin haber cumplido 20 años era otra cosa muy distinta de la panda de «zarrapastrosas» que ahora alcanzan el éxito a esas edades. Era una de esas presencias que justifican el apelativo para Hollywood de fábrica de los sueños.
Si tuviera que escoger algún momento sobre cuál es la imagen que recordaré de ella… Sin duda, Slim de To Have and Have Not (Tener y no tener). Su primera película. Aquella en la que se comía en la pantalla a todo el que se le cruzara por delante, Bogart incluido. O especialmente a Bogart. Aquella película genial concebida a partir de la peor novela de Hemingway como una apuesta personal de Howard Hawks. Aquella que contenía todos los elementos esenciales de Casablanca, pero con el final que todos quisimos. Que le den a los ideales, que el héroe se queda con la chica. Aquella que cuando no quedaba más remedio que soportar siempre las películas dobladas, cuando cantaba con Hoagy Carmichael nos permitía descubrir una voz intensa, profunda, que salía muy desde dentro de ese cuerpo delgado, estilizado, de chica «yo no soy mala, es que el mundo me ha hecho así». Desde luego, conservo muchos otros recuerdos de la actriz, pero este se suele imponer.
Por supuesto, os dejo con esa maravillosa Am I Blue? cantada a duo entre Bacall y Carmichael. Aunque la respuesta a esta pregunta está muy clara en estos momentos. Sí, estoy triste. Pero nos quedan sus películas. La de Bacall y las de William. Que se habrán encontrado por el camino al cielo de las gentes del cine. El único que merece la pena que exista.
Esta entrada incluirá el comentario, aunque quizá breve, de una película que pude escaparme a ver un día de esta semana. El miércoles. Una tarde de paz en una semana complicada. Pero cinematográficamente hablando ha tenido de todo. Y es que comenzamos la semana, que para mí a estos efectos empieza el domingo, con la tristeza de saber que se iban de este mundo dos actores que tienen en común varias cosas. No han sido grandes protagonistas, aunque alguna cosa han protagonizados. Han sido concienzudos profesionales, aunque no siempre se les ha reconocido. Han alternado el cine y la televisión, con resultados diversos. Ha ambos los recordaremos siempre con mucho cariño.

Buena parte de la película que comento hoy transcurre en la bella ciudad noruega de Bergen.
El primero en despedirse de nosotros fue James Garner (1928 – 2014), que falleció ya mayor a sus 86 años. Habitual de películas de aventura durante 50 años largos, lo hemos visto en la guerra, en el oeste, en el espacio,… generalmente con prestancia y buen hacer. Si tuviera que recordarlo por una sola película, lo haría por una en la que era un personaje secundario. Una película que no se encuentra muy valorada pero que reunió un excelente reparto de buenos intérpretes otoñales, para un filme de cine negro que creo que está bastante mejor de lo que se le recuerdo. Se trata de Twilight (Al caer el sol), y si la he elegido es porque la primera imagen de él cuando me enteré de su fallecimiento venía de esta película.
El siguiente en abandonarnos, como consecuencia de un accidente, fue el español Álex Angulo (1953 – 2014). Estoy plenamente de acuerdo con quienes han dicho que si este actor hubiese sido norteamericano o inglés, sería recordado en el mundo entero. Habiendo tenido que torear con la cinematografía y la televisión nacionales,… pues en su carrera ha habido de todo. Desde momento memorables hasta otros que, púdicamente, calificaremos de «menos memorables». Es inevitable recordarlo como el demencial cura apocalíptico en El día de la bestia, película de referencia en el cine español y en la que nos ofreció un recital de interpretación. Pero si tuviera que recordarlo por un único papel, mira tú por donde lo haría por aquel cortometraje inolvidable que fue Mirindas asesinas. ¿Que no lo habéis visto? No sé a qué esperáis.
Espero que ambos se hayan encontrado en el único cielo que considero que merece la pena que exista después de esta perra vida. El cielo de las gentes y los amantes del cine.
Y tras este mal empiece, y con una semana un poco torcida en mi vida, me escapo a ver una película noruega que ha llegado a nuestras carteleras un poco de rondón, lamentablemente doblada al castellano. Se trata de Dos vidas (To liv, 2012). Me interesó por su premisa inicial en la que nos decía que nos iban a hablar del difícil destino de los niños y niñas que nacieron durante la Segunda Guerra Mundial de madres noruegas y padres ocupantes alemanes. Después de haber leído la muy interesante y recomendable primera parte de la trilogía de Tora de Wassmo, es un tema que me había quedado rondando por la cabeza.

Uno de los protagonistas está relacionado con la industria naviera, muy abundante en dicha ciudad.
Sin embargo, al final resulta que es una película que habla más de los agentes de la Stasi de la antigua República Democrática Alemana en diversos países y entre ellos Noruega, con el fin de realizar actividades de espionaje, y sus problemas cuando cayó el muro. Aun así, la nueva premisa no dejaba detener su interés, lo que pasa que luego sus directores Georg Maas y Judith Kaufmann, no sé muy bien por qué tantos directores, no acaban de encontrar el tono, y la película defrauda. Para colmo la versión doblada pierde bastante. Ya suelo encontrar cada vez más absurdo el doblaje de los diálogos de las películas. Pero cuando estas son multilingües (noruego, alemán, inglés y danés en este caso), no es quiero ni contar… Al menos nos permite disfrutar de algunas escenas interpretadas por la veterana Liv Ullmann, de la que nos hemos enterado que este año o al que viene estrena una versión cinematográfica de La señorita Julia de Strindberg dirigida por ella. Yo iría a verla. Si es que se dignan en estrenarla, claro.
Por todo ello, mi valoración no pasa de Dirección: **; Interpretación: **; y Valoración subjetiva: **.

También recorremos las escarpadas costas de los alrededores de Bergen en diversas ocasiones.
Esperaba con ganas el fin de semana, ya que todos los comentarios y todas las reseñas indicaban que uno de los estrenos que se nos venían encima prometía mucho. Con Brie Larson como protagonista, que me impresionó bastante en United States of Tara, le tenía ganas. Pero no han tenido la dignidad de estrenarla en Zaragoza. Otras muchas y variadas bazofias, sí. Pero esto. Luego se queja la industria de que los aficionados busquemos medios alternativos para ver lo que queremos ver… Pero os aseguro que la próxima reseña de cine será sobre esta película.
Si encima resulta que la noticia de final de semana ha sido el avance de la adaptación de un estúpido libro del que sólo puede salir una estúpida película, y del que ni siquiera se han enterado que la palabra inglesa shades significa matices o tonos y no sombras, es que me salgo de mis casillas.

Y no faltan las escenas que transcurren entre las empinadas calles de la ciudad, flanqueadas por las típicas casas de madera.
Con mi leve faringitis y el mal tiempo, el sábado tocó quedarse en casa, y como algunos quizá ya sabréis lo dediqué a un artículo sobre fotómetros de antaño que publiqué en De fotos y cámaras fotográficas, el lugar donde hablo de estas cosas técnicas fotográficas.
Pero para quien no quiera meterse tanto en la cosa técnica, dejo aquí algunas fotos de los aparatos con los que estuve trasteando. Pertenecieron al padre de un amigo mío, y algunos son diseños de finales de los años 30 del siglo XX.
Pero mientras han pasado otras cosas. Y entre esas cosas es que se nos han muerto un par de directores de cine. Muy distintos eso sí.
Por un lado con poco más de 50 años de edad falleció la directora y guionista española Dunia Ayaso (1951 – 2014), que funcionaba en pareja con Félix Sabroso. Se pusieron relativamente de moda desde finales de los años 90 con un tipo de comedia petarda que atraía al público joven, aunque desde mi punto de vista con una repercusión social y artística moderada. No estoy al tanto de su trabajo en el terreno de las artes escénicas donde también desarrollo labor. En cualquier caso, una pena que desaparezcan creadores en plena edad productiva. No andamos sobrados de ideas y propuestas en el cine español como para ir perdiendo efectivos.
Y por otro lado, hemos dicho adiós a Alain Resnais (1922 – 2014), director francés realmente innovador, encuadrado en La nouvelle vague, que aunque fallecido a una edad ya muy provecta, ha estado trabajando hasta sus últimos años. Su obra es diversa, con ese punto álgido en el puente entre los 50 y los 60 en el que nos dejó dos obras tan especiales como Hiroshima, mon amour y la muy personal y compleja L’année dernière à Marienbad. Quizá sea una buena excusa, el homenajear a este director, para revisitar alguna de sus obras.
Todo ello en el entorno temporal de la entrega de los óscars correspondientes a la generación del 2013, sobre la que me extendí ayer, sin que tenga gran cosa que añadir. En las categorías que consideré comentar, pues decir que sólo he coincidido con el criterio de los votantes académicos en el premio a la mejor actriz. Insistir en la catástrofica visión de los distribuidores y exhibidores españoles que todavía no nos han permitido ver por vías «legales» una película con tres premios como es Dallars Buyers Club. Y que según las fotos que he podido ver de la alfombra roja, Jennifer Lawrence no se ha llevado su segunda estatuilla consecutiva, pero sigue pareciendo la más guapa y simpática del cotarro, así como la más patosa. Sin duda.

La baquelita está quebrada y necesita una limpieza de las partes metálicas, pero funciona. Aunque no puedo garantizar su nivel de precisión.

Con un poco de paciencia, conseguí una imagen del interior del visor, donde está la aguja que nos guía a la hora de medir la luz de forma correcta.

Sin embargo, este Sekonic Auto Leader Mod. 38 puede tener ya su célula de selenio agotada. Un pena, porque es bonito, y muy capaz. Se puede ajustar para sensibilidades de película de hasta 12800 ASA (no ISO, que en los año 50 no existía ese estándar, pero que es equivalente, más o menos).

Quizá el aparato más interesante fue este Weston Master II, que salió al mercado en 1939, y que perteneció a una prestigiosa estirpe de fotómetros. Ansel Adams consta que usó uno de estos en ocasiones.

También trasteé con un par de cámaras. Como esta Zeiss Ikon Ikonta, mismo nombre que una de formato medio que poseo. Pero esta es para película perforada de 35 mm. Para no confundirse, sus sucesoras recibieron el nombre de Contina. Mientras que las versiones más sofisticadas, con telémetro y fotómetro eran las Contessa. De estas últimas también tengo una. No he conseguido que funcione esta Ikonta 35. El disparador está atascado. No la quiero forzar.

Y la que confiaba que funcionase es esta Konica Eye 2, camara de medio formato, negativos de 24 x 18 mm, similar a mi Canon Demi EE17. Las diferencias con esta es que no tiene modo manual mecánico. Es automática y necesita pilas para hacer funcionar su electrónica. Y aunque le he puesto una pila nueva, no ha funcionado. Sus circuitos no deben funcionar. Mala suerte.
Hoy me parece que voy a tener que hacer un esfuerzo para ir sacando adelante las muchas entradas que tengo pendientes, y que ya ocupan ampliamente los siete días de esta semana, más o menos. Y es que aunque hoy iba a ser un breve y poco comprometido comentarios sobre el comienzo de cierto campeonato de rugby, la actualidad en el mundo del cine se impone.
Cuando muere alguien del mundo del cine, como Maximilian Schell (1930 – 2014), a una edad avanzada y prácticamente retirado de su actividad profesional, sentimos pena, le dedicamos nuestro recuerdo, volvemos a ver alguna de las películas que interpretó a modo de homenaje, Judgement at Nuremberg (Vencedores y vencidos) serán, y le dedicamos unas palabras, sean escritas como aquí, o en las tertulias con los amigos aficionados también al cine. Pero sentimos también la alegría de haber disfrutado de la vida profesional de una persona que nos ha ofrecido algo que ha hecho de este mundo y de nuestras vidas un mundo mejor, o al menos más llevadero. Nos ha ayudado a vivir esas vidas que por nuestras propias limitaciones no llegaremos a vivir sin la ayuda de la ficción. Podemos celebrar la vida de esa persona. Podemos celebrar que la hemos conocido y disfrutado. Es una despedida melancólico, pero teñida también de un punto de alegría por sentir que ha sido de la que todos hemos podido participar un poco. Y nos queda la esperanza de que se haya reunido con tantos otros en el cielo de las gentes del cine y quienes amamos el séptimo arte, el único cielo que de existir algo más allá de esta vida imagino que puede merecer la pena.

Unas imágenes crepusculares en torno a una línea ferroviaria me han parecido apropiadas para un final de camino como los que comento hoy.
Pero a veces la realidad del mundo nos golpea de forma inmisericorde. Porque detrás de la parte pública de las vidas de las gentes del cine hay otra parte, privada, en la que no nos metemos, o por lo menos algunos no nos gusta meternos y respetamos en su privacidad, que puede que esas vidas plenas dedicadas a enriquecer la experiencia del colectivo humano se vean truncadas prematuramente. Como parece que ha sucedido con Philip Seymour Hoffman (1967 – 2014). En los últimos años, la presencia de este intérprete en el reparto de un filme, las más de las veces como secundario, ha bastado para decidir que era la película que había que ver esa semana. Un intérprete de una calidad excepcional, de una madurez actoral como pocas, con una versatilidad que ya quisieran para sí mismos muchas de las vacas sagradas del séptimo arte a las que vemos en muchas ocasiones hacer el memo de forma escandalosa por motivos puramente alimenticios. Hoffman no ha sido un actor guapo, esbelto, fornido. Ni héroe romántico, ni héroe de acción. Muchas veces el hombre corriente. O mejor dicho, de aspecto corriente. Pero que con sus interpretaciones y la excelente selección de sus proyectos nos ha ayudados a diseccionar y comprender mejor al naturaleza humana. Tratándose de una actor de reparto en la mayor parte de las ocasiones, mi primer recuerdo nítido del actor es aquella desasosegante Happiness, que machacaba en su conjunto los mitos sobre las bondades de la vida común y la clase media. Sin embargo, esta carrera que parecía en estos momentos tan prometedora para un futuro brillante se ha visto truncada con sólo 46 años de edad. Porque parece que la riqueza de tu trabajo y la fama a veces no bastan. Y quienes nos suministran a todos unas vidas extras a la que nos ha tocada vivir, necesitan escapar de la suya tirando de jeringuilla. Parece que el consumo de sustancias tóxicas estaría detrás del fallecimiento del actor. Esto sí que nos deja realmente tristes, sin fácil consuelo. Llenos de incomprensión. No sé muy bien qué película tendría que volver para recordar al actor. No Happiness; ya veremos. Pero confío que la entrada al cielo de las gentes del cine no este condicionada por los estúpidos y falsos motivos maniqueos que condicionan la entrada a otros cielos que nos proponen tantos falsos predicadores, y que pueda disfrutar en ese cielo, el único al que me gustaría llegar después de esta vida, de la paz que aquí parece no haber encontrado.
Hace unos días falleció Elías Querejeta, productor español de cine que mantuvo una prolongada carrera. La primera película que produjo data de 1962 y la última, un documental, de 2009. Su última película de ficción fue Siete mesas de billar francés, un excelente película firmada por su hija en 2007. Según IMDb, dirigió 3 documentales y colaboró como guionista en 23 películas diversas. Pero su principal actividad fue como productor. Y simplemente con contemplar la lista de títulos en los que participó, por si alguien no era consciente, estamos ante una figura importante del cine español durante cincuenta años. Y además, arriesgando. Produciendo películas que se han salido de los cauces trillados, muchas veces para bien, alguna para no tan bien. Pero impulsando, impulsando mucho a este maltratado séptimo arte, bastante machacado últimamente en todo aquello que no sea producir títulos que dejen beneficios gracias… a la venta de palomitas. Afortunadamente aquí estamos recordando y celebrando la carrera de alguien que nos dejó otras cosas. Películas que recordaremos, y que volveremos a ver. Y si yo me tengo que quedar con una… aquí no voy a ser nada original,… que sea con los ojos de la niña Ana en El espíritu de la colmena de Victor Erice.
Señor Querejeta, gracias por todo, y espero que disfrute de su estancia en el único cielo que concibo, el de las gentes del cine y de todos los que aman este maravilloso arte.
Y mira por donde, también fue padre, y su hija Gracia, Querejeta claro, nos ofrece de vez en cuando películas como directora que una veces con más fortuna y otras con menos, creo que todas han tenido algo de interés. Y la última, cuyo estreno comercial ha coincidido con la muerte de Elías, está dedicada a él. Y ayer nos fuimos a verla.

La entrada de hoy tiene de fondo un cierto sabor a mar, y por eso pongo un par de paisajes marinos, aunque no coincidan con los de las historias que comento. En esta, un antiguo fuerte en las portuguesas islas Berlengas.
Venía la película precedida de cierta expectación positiva. Por un lado, es la nueva colaboración de la directora con una de sus actrices, con la que tan bien funcionó en la película que he mencionado al principio de esta entrada, Maribel Verdú. Por otro lado, venía de ser premiada en algunos festivales nacionales de cierto prestigio. Y finalmente, ya he dicho que las películas de esta directora, aunque irregulares en su calidad global desde mi humilde opinión, en todas he encontrado algo que me ha interesado.
Nos habla la película de Jon (Arón Piper), el hijo de una actriz viuda, Margo (Maribel Verdú), de catorce años, vivo, ingenioso, inteligente, pero también con gran capacidad para el conflicto y para confundir los términos éticos del comportamiento y de lo que denomina justicia, y con un exceso de franqueza en sus relaciones. Expulsado por tres meses del colegio, su madre decide enviarlo a vivir una temporada con el abuelo del chaval, Max (Tito Valverde), un militar retirado que vive en relativa soledad en la costa mediterránea, con la exclusiva amistad de una inspectora de policía, Aledo (Belén López). La convivencia entre ambos no es fácil, puesto que sus puntos de vista del mundo son antagónicos. Y la cosa se complicará cuando el chaval se meta en una pelea de la que saldrá muy mal parado, y otro adolescente muera de un navajazo.
A ver… en la historia que se nos presenta hay elementos interesantes. La directora vuelve a explorar el mundo de la adolescencia y sus complejidades como ya hizo con Héctor. Pero por algún motivo, la historia no acaba de funcionar del todo bien. Creo que hay determinados elementos sociológicos que resultan excesivamente tópicos. Cae excesivamente en el lugar común. Creo que básicamente hay un problema de planteamiento y de guion. El caso policial siendo importante, acaba navegando por lo anecdótico por la previsibilidad de su resolución, y la revelación de los oscuros motivos que pesan sobre los adultos es un poco anticlimática. No funciona bien, ni emociona lo que debería.
Todo ello, a pesar del razonable buen trabajo de los intérpretes, que tienen suficiente enjundia todos ellos para sostener el tipo e incluso en determinados momentos la película.
Me joroba un poco decir que la película me ha dejado frío, pero es así. Y quizá se ha roto la racha que he mencionado de directora cuyas películas mejores o peores tenían todas algo que me interesaban. Aquí me he quedado demasiado… mmeh… Creo que los guiones y las historias, para que puedan reflejar el fondo que se les quiere dar por detrás tienen que estar más cuidados. La película se deja ver mientras estás en la sala de cine, pero después… no sé,… tienes la sensación de que te vas a olvidar con facilidad de ella. Y el volver a ella con el pensamiento tampoco la favorece en especial. Lo siento. De verdad. La gente que la ha hecho me cae bien…
Con su aire de meteco, de judío errante, de pastor griego…
Todos tenemos un poco metecos en el mundo de hoy. Y muchos, cada vez más, lo son realmente, extranjeros sin derechos de ciudadanía, dispersos por el mundo, lejos de sus hogares. Se habla mucho de multiculturalidad, y quizá Moustaki, Giuseppe Mustacci, judeo-griego de Corfú nacido en Alejandría, era el mejor ejemplo de este concepto. Aunque soy escéptico sobre la capacidad de convivencia de las distintas culturas, y más si contemplamos cómo los más radicales nacionalismos y los más fanáticos religiosos son los que parecen imponerse por todas partes, torpedeando los proyectos más integradores.
Pero quizá por eso, me permitiré hacer este breve homenaje, entrada extraordinaria sobre lo previsto, a la vida y obra del cantante afincado en Francia y que fue importante en un momento dado de mi vida. Puedo recitar estrofas enteras de algunas de sus canciones todavía. Que si hoy en día escucho poco, no por eso dejan de venir con frecuencia a mi memoria por asociaciones de ideas que me permiten recordar no son la música sino las ideas del cantautor universal.

Me parecía necesario ilustrar la entrada con una vista del Mediterráneo, lugar donde se han enfrentado y eventualmente acrisolado tantas culturas, y porqué no el Cabo de Creus, lugar donde se mezclaron las culturas del Mediterráneo oriental, la griega, y las del occidental, la íbera. No importa lo que los nacionalismos excluyentes actuales crean que son o de donde vienen (imagen recientemente subida en mi Tumblr, De viaje con Carlos).
Probablemente, hoy viernes no voy a tener tiempo de actualizar el Cuaderno de Ruta, por lo que esta entrada se está escribiendo en la noche del jueves. No la publico ya, por si finalmente tengo tiempo de escribir algo más. Pero si no, no quiero que pase más tiempo sin dedicar unas líneas a la memoria de uno de los actores más emblemáticos del cine español, que ayer jueves 9 de mayo de 2013 se fue al cielo de las gentes y los amantes del cine. El único paraíso que mi limitada imaginación es capaz de concebir como tal mundo celestial. Y este emblemático actor no es otro que Alfredo Landa, cómico (estoy seguro que agradecerá la apelación) que siempre nos ha producido a los aficionados españoles al cine ese ambivalente sentimiento que es el amor-odio.
Representante principal de esa lamentable época del cine español que recibe un nombre derivado de su apellido, el landismo, la caspa «nacional» elevada a su mayor exponente, nos ofreció sin embargo no pocas veces ejemplo de su capacidad para impecables interpretaciones que son por las que algunos de nosotros le recordaremos siempre, y con mucho, muchísimo cariño. Mucho. Yo voy a elegir tres filmes para un especial recuerdo:
Esa pequeña maravilla disfrazada de española que Atraco a las tres.
El que probablemente es su más reconocido trabajo, Los santos inocentes.
Y la que más me apetece volver a ver, la que desmiente el tópico de que en este país no somos capaces de imaginar y tirar de fantasía, El bosque animado.
Y me despido con algunos paisaje crepusculares, que es lo propio, pero no tristes a orillas de Ebro, que al fin y al cabo también baña su Navarra natal.
Ayer por la tarde me enteré del fallecimiento de Bebo Valdés (1918 – 2013), figura casi legendaria del jazz afrocubano que falleció ayer mismo en Estocolmo. Por un poco más que se hubiera estirado, que cinco años no son nada, se nos hubiera hecho centenario. Pero en cualquier caso, su música es universal e inmortal. Salvo un rato de televisión por la noche y las horas de sueño, no he dejado de repasar su música, tal cual aparece en mi «discoteca». Hasta siempre Bebo, manda mis saludos a Chano, Dizzie, Celia, Tito y el resto de la peña… Pasadlo bien.
Y mientras, esta semana recibí un nuevo juguete. Decidí que mi recien «estrenada» M2 merecía un objetivo de empaque, y como los Leicas se me van mucho de precio, y las revisiones sobre el que me decidí lo ponían casi al mismo nivel, opté por un Carl Zeiss C Biogon T* 2,8/35 ZM. Como se ve, si no pertenece a la realeza de Wetzlar, por lo menos está emparentado con la alta nobleza de la óptica fotográfica. Cuesta una fracción de lo que cuesta el Summitar de Leica para su misma focal, y son mucha gente con conocimientos los que lo sitúan como su par en rendimiento óptico.

El bello objeto fotográfico montado sobre la M2.

Diafragma de 10 palas, que podría mejorar las zonas de desenfoque si fueran más curvadas. A f/2,8, totalmente circular. En la foto, cerrado a f/8.

Los acabados del C Biogon son estupendos. El diafragma avanza por tercios de paso, y la rueda de enfoque va como la seda.
Este angular moderado está pensado como óptica estándar para un sistema de cámara telemétrica que como mi M2 tiene el visor ajustado para esta focal, aunque lleve también marcos de referencia para 50 y 90 mm. Pero todavía no he podido probarlo en su ecosistema natural. Este fin de semana lo haré. Lo que sí he podido hacer es usarlo con un adaptador con mi Olympus OM-D E-M5 donde, por la diferencia de formato, ejerce de tele corto. Cuando llevas tiempo usando chismes fotográficos desarrollas un cierto instinto para saber cuando un óptica te gusta. Simplemente el aspecto de la imagen, recién salida «del horno», sin procesas, ya te dice mucho. Y creo que nos llevaremos bien este objetivo y yo. Por supuesto, cuando uno prueba un objetivo por primera vez, lo somete a tortura. Pero ha salido airoso de contraluces, luz escasa y demás contratiempos. Os dejo unas fotos.

Aguantando una luz intensa y puntual de frente.

Ramas al contraluz junto al Canal Imperial de Aragón.

Un poquito más de contraluz con el diafragma en su máximo de apertura.

Algunas líneas rectas, colores diversos y la luz cálida del atardecer en el Parque Pignatelli.

Que bien se defiende con los contraluces y las siluetas.

En las calles de Zaragoza al crepúsculo.

Y un poquito de luz artificial en los escaparates del paseo de las Damas.
A la provecta edad de 92 años, se nos ha ido al otro barrio el pianista y compositor de jazz Dave Brubeck, uno de los ilustres de esta maravillosa música, tan incomprendida como desconocida por el gran público de hoy en día. Sin embargo, Brubeck uno de los más característicos representantes del estilo llamado cool jazz o west coast, es lo que podríamos decir un superventas. Su disco más famoso, con su cuarteto, fue Time Out (1959), donde se encontraba un tema, Take Five, que le aseguró fama y un lugar en la historia del jazz. Un tema muy versionado por otros músicos. Aunque el tema estaba compuesto por el saxo alto de aquel cuarteto, Paul Desmond. Estos músicos eran auténticos innovadores, ya que rompieron con los sempiternos compases de 4/4, para permitir otros compases menos usuales como el 5/4 de Take Five o el 9/8 de Blue Rondo à la Turk, el 7/4 de Unsquare Dance, o el 13/4 de World’s Fair.
En cualquier caso, para quienes no conozcan, os dejo un vídeo de Youtube que puede dar una idea de lo que estamos hablando. Aunque con un tema menos conocido, Koto Song, aunque de los que llevaba con frecuencia en repertorio.
A mí me parece un músico, él y sus acompañantes, muy elegantes. También es cierto que el cool jazz es uno de los estilos que más me gustan. Habitualmente. Depende de mi estado de ánimo. De cualquier modo, seguirá siendo uno de los músicos que más habitualmente suenan en mis equipos. Y por mucho tiempo. Tanto él como Paul Desmond son de los que más reproduzco.
Y ahora unas fotos. Este fin de semana, en el que tengo fiesta cuatro días seguidos, se me ha torcido y he descartado algunos planes previstos. Cosas que pasan. Mala suerte. Pero ayer me di un largo paseo hasta una animada Plaza del Pilar, donde el ambiente navideño ya domina.

Una pequeña, y no demasiado cuidada, pista de hielo hace las delicias, fundamentalmente de niños y adolescentes.
Hace un año por estas fechas, celebraba con una extensa entrada el aniversario 70º menos 1 de una mis películas favoritas, Casablanca. Este año, hoy, sí que es el 70º aniversario de la première del título que tanto ha hecho soñar con romances, aventuras, intrigas y gestos heroicos. Lo he celebrado volviendo a ver la película ayer por la noche. Lo hago al menos una vez al año. También lo explicaba en la entrada del año pasado. Como sucede con otros títulos emblemáticos del cine que están en mi filmoteca particular.
Desde hace décadas se habla de posibles secuelas de la película. Se planificó una, Brazzaville, que hubiese seguido las aventuras de Rick y Renault en la resistencia contra el nazismo en África, pero no cuajó. También se especuló con otra película que permitiese el reencuentro de Rick e Ilsa, y el romántico final feliz que a muchos nos hubiera gustado… pero no de forma seria. Siempre más en el terreno de los rumores sin fundamento que otra cosa. Sí que ha habido nuevas versiones, más o menos encubiertas de la historia, cambiando los entornos, las épocas, los protagonistas, incluso el sexo de los personajes. En general, pasaron a la historia del cine con más pena que gloria. Y en esta época de remakes continuos, todos estamos temblando ante la posibilidad de que le llegue el turno a esta historia universal. Espero que nunca llegue a producirse tamaño dislate.
Así que nada, celebremos el aniversario del filme, así como el 71º, el 72º, el 73º,… y muchos, muchos más.

La Torre Eiffel desde la línea 6 del metro de la capital gala a su paso por el puente de Bir-Hakeim; ya sabéis,… «siempre nos quedará París»… Ojalá cada cual tuviera su «parís» en esta vida,… aunque su «parís» estuviese en Sevilla, en Barcelona, en la calle Oros de Zaragoza, en un pueblecito de La Rioja de cuyo nombre no quiero acordarme,..
Más de una vez se ha dicho que las gentes del mundo del cine no se van al otro barrio solas. Y José Luis Borau ha decidido llevarse un divertido acompañante. Nada más y nada menos que Tony Leblanc (1922 – 2012) que se ha ido a contar sus historias a ese paraíso del séptimo arte, el único que considero que puede haber. A Tony Leblanc le pasa desde mi punto de vista lo que a muchos intérpretes, directores, guionistas, artistas en general que tuvieron que vivir en España durante la dictadura y la transición. Eran capaces de pequeñas, o incluso grandes, genialidades, pero a su vez participaban en las casposidades hispánicas que tan frecuentes han sido en este rincón del planeta. Leblanc era un artista polivalente, y no vivía sólo del cine. En una época fue asiduo como humorista de la mejor televisión de España, la única. Con sus Kid Tarao, o Cristobalito Gazmoño, y tantos otros personajes o situaciones. Siempre recordaré aquel punto de genialidad surrealista, cuando anunció que iba a la tele a hacer algo que nunca se había visto, salió al escenario, con un instrumento de percusión, y una funda de guitarra de la que sacó un manzana,… y se la comió. Poco más. Buscarlo por Youtube que estará.
Procuraré recordarle en lo que de genial tuvo. Y en lo casposo,… pues que se le va a hacer. Lo tendremos que asumir. Forma parte de nuestro pasado. Y muy nuestro que es, nos guste o no. Incluse puede que lo tengamos con nosotros todavía… Qué pena. Y los leblancs nos dejan…
No voy a dedicar mucho espacio a la figura de este director, Tony Scott, que hace un par de días falleció en Los Ángeles en lo que parece ser claramente un suicidio. Tema sobre el que no me extenderé más. No ha sido nunca uno de mis directores favoritos, pero indudablemente ha ocupado un lugar no desdeñable en el cine de los últimos treinta años. Su estilo de hacer cine, con mucha espectacularidad, con montajes muy nerviosos, con mucha pirotecnia, y con mensajes más que dudosos, especialmente cuando aparecee figuras policiales o militares, no han sabido ganarse nunca mi aprecio. Aunque reconozco que alguna de sus películas me han entretenido, como aquella de submarinos, Crimson Tide (Marea Roja), en la que disfrutábamos del duelo interpretativo entre Gene Hackman y Denzel Washington, este último su actor fetiche. Bien es cierto que con un mensaje final confuso en lo que se refiere a los valores militares. Desde luego no alcanzó nunca la apreciación de la crítica que sí ha logrado su hermano Ridley, si bien este último también presenta una carrera irregular. Pero sí que supo manejar el negocio e ir consiguiendo cifras más que aceptables en las taquillas.
En cualquier caso, es una persona del mundo del cine, y como ya es habitual, le deseo una feliz eterna estancia en el cielo del séptimo arte, el único que creo que merece la pena que exista. De haber un cielo.
Y me despido hoy con una serie de fotografías tomadas la semana pasada en Ginebra, que de alguna forma tienen que ver con la fugacidad de esta vida terrenal. La única que me consta fehacientemente.

«Tempus fugit», «Vulnerant omnes, ultima necat»,… no hay lema en el reloj de flores del Jardín Inglés de Ginebra que haga referencia a la levedad del ser.

Los mosaicos del conjunto arquológico paleocristiano bajo la catedral ginebrina son resto del pasado esplendor de la frontera entre el mundo clásico y la edad media.