Terminó la semana pasada la tercera temporada de The Americans. Y el título de esta entrada da una pista de lo que puedo opinar… Y es de lo que principalmente hablaré en ella. Pero hay alguna cosita más.
No hubo entrada sobre televisión la semana pasada. Estuve de viaje por Galicia. Esto ha tenido dos consecuencias. Llevo mucho retraso de episodios sin ver, más cuando esta semana me he dedicado ha recuperar algo del cine español de estos últimos años que no vi en salas, en el salón de mi casa. Como me temía, no me perdí gran cosa.
En el campo de las series, despedimos temporalmente a las brujas buenas de Good Witch. Serie anecdótica, familiar, casi un guilty pleasure. Vi los primeros episodios de The Lizzie Borden Chronicles y Happyish. Indeciso sobre ambas. No sé. Regresó Orphan Black… creo que la voy a dejar de lado. Y en mi guilty pleasure más duradero, Grey’s Anatomy, están de dramones tremendos… como en los viejos tiempos. El caso es que estos episodios excesivos son estupendos y son lo que me hacen tragarme los muchos que rondan la mediocridad. A falta de un capítulo para terminar Forever, también he de decir que sería una pena que la cancelasen. Se ha ido superando y poniendo cada vez más interesante… pero creo que pintan mal las cosas para el inmortal doctor… Ha habido alguna otra novedad, pero que no tenido tiempo de comprobar que tal.

Quizá por el paisaje, quizá por el sol, quizá por el monumento en sí mismo, lo que más disfruté en mi viaje a Galicia fue el paseo en torno a la Torre de Hércules.
Durante el viaje a Galicia, como tenía muchas horas de tren, me llevé en el iPad la temporada completa del Ministerio del Tiempo. El caso es que entre unos días y otros, la volví a ver entera. Me reafirmo en mis opiniones en general, aunque confieso que le cogí un poquito más el puntito… El caso es que en algún lugar de los montes de Álava en el trayecto de vuelta, mientras fuera del tren diluviaba, caí en la cuenta del parecido en el nombre de la joven viajera en el tiempo de la serie española, Amelia Folch (Aura Garrido), y una de las más célebres companions del Doctor en los últimos tiempos, Amelia Pond (Karen Gillan). ¿Casualidad, homenaje, intento de enganchar a los whovians? Me cae simpaticona la chica barcelonesa, pero hace falta mucho, mucho, mucho, mucho más de su parte para que desplace de mi corazoncito televisivo y algo freakie a la pelirroja escocesa. Y eso que algo tienen en común. Fuera sus series de viajes en el tiempo, no acaban de convencerme mucho ninguna de las dos como actrices.

Un viaje en el tiempo en sí misma, la Torre de Hércules nos desplaza lo mismo a la hispania romana que al siglo XVIII.
Y después de esta larga «introducción», mucho más larga de lo que pensaba al comenzar a redactar la entrada, vamos con esos espías rusos que viven de tapadillo en los Estados Unidos de Ronald Reagan, en los coletazos finales de la guerra fría. Me resulta muy difícil comentar cosas sin desvelar trama. Y creo que esta es una serie que cada cual debe de ir descubriendo por sí mismo y a su ritmo. No sé si es la mejor serie del momento. Yo, realmente, alucino con ella. Alucino con las excelentes interpretaciones. De todos. Me encanta por supuesto ver a los Jennings, las estupenda y atractivísima Elizabeth (o Nadiezda según nos hemos enterado) (Keri Russell) y el camaleónico Philip (Matthew Rhys). Me confieso perdidamente enamorado de Nina (Annet Mahendru), incluso en una temporada en la que le ha tocada pasarlas canutas. Espléndido en sus recovecos el agente Beeman (Noah Emmerich). Y que decir de la pobre Martha (Alison Wright), pero qué papelón hace esta actriz. Pero sobre todo, el gran descubrimiento de esta temporada, que ya iba avisando en las anteriores, la joven Paige (Holly Taylor), personaje que en tres capítulos ha puesto toda la esencia de la serie de patas arriba. Porque si todo este excelente elenco lo hace bien, a quienes habría que hacer un monumento es a los creadores y guionistas de esta serie, que saben contener los ritmos, que saben desarrollar tranquilamente pero sin pausa las tramas, que nos ofrecen eventualmente episodios absolutamente memorables y que convierten la serie en un verdadero manual de lujo de narración televisiva. Desde luego, la complejidad psicológica, ética y sociológica de la serie es difícil de manejar, y además convertir cada capítulo en un entretenimiento de primera. Pero lo consiguen. Y sin embargo, no es una de las series más conocidas y seguidas… misterios. Supongo que lo mejor de la vida no está hecho para que se deguste masivamente. Al fin y al cabo, cientos de millones de personas se pirrian por las hamburguesas de los macdonals… ¿por qué habría de ser diferente en los gustos televisivos? Pues que los demás se queden con sus hamburguesas de plástico. Yo me quedo con el caviar «ruso».

Y además, el bello paraje se halla ornado por un parque escultórico, que convierte el paseo también en un museo al aire libre de arte contemporáneo.