Las entradas que he subido a este Cuaderno de Ruta en los últimos días han sido mi particular forma de recopilar el año. Más allá de su valor fotográfico (o carencia del mismo), las fotos que he puesto implican recuerdos personales que quedan en mi mente. Soy poco dado a exteriorizar determinadas experiencias, sensaciones o sentimientos. Pero a mí así ya me vale. Así que en estos días no he actualizado casi nada de mis actividades de tiempo libre que he realizado. Y por lo tanto, tengo tarea atrasada. Hoy os dejará con las fotos de los dos últimos días del año. Y hoy trabajaré un poco más, y haré mi también habitual resumen anual del cine que he visto en 2012.
En los próximos días, ya entraré a otro tipo de cosas. Que en este fin de semana larguísimo, me he merendado un par de películas que merece la pena comentar. Pero todo llegará.

El domingo quedé con mi amigo José Antonio, que se ha comprado este pedazo de «camarón». Había que ver que tal iba. He de decir que es más grande de lo que pensaba, pero que resulta menos pesado de lo que parece. No publico aquí ninguna toma de las que hice, porque la falta de contacto previa hace que ninguna de ellas merezca mucho la pena. Sí que pongo a continuación algunas fotos de las que hice con mi propio equipo.

Me llevé la Olympus OM-D E-M5 y la Panasonic Lumix GF-1 con tres objetivos Panasonic: el G 14/2,5 ASPH, el G 20/1,7 ASPH, y el Leica Macro-Elmarit 45/2,8 ASPH. Tengo que usar más este último. Es buen objetivo, pero tengo mala técnica en macro.

El paseo fotográfico, que duró casi toda la mañana, menos el rato del vermú, fue por el Soto de Cantalobos, un lugar que no me cansaré de recomendar. Respetándolo. Es un ecosistema frágil, un bosque de ribera, que tenemos justo a las puertas de Zaragoza. Se va caminando.

Mientras fuera del soto la luz era un quizá demasiado intensa para que mereciera la pena esforzarse, dentro del mismo todo es más suave y más matizado.

Perdiéndonos un poco, encontramos rincones en los que yo no había estado nunca, como este estanque al que había que acercarse con cuidado por el abundante lodo.

Y por supuesto, había que asomarse al Ebro, que bajaba tranquilo bajo la luz de un día claro invernal.

De vuelta al soto, y desandando lo andado, seguí entrenando con el objetivo macro, aunque con moderadas ampliaciones.

Al no llevar trípode, al tener que gestionar la escasa profundidad de campo, y siendo el estabilizador de imagen menos efectivo a corta distancia, el conseguir imágenes nítidas es más peliagudo.

Ayer, último día del año, salí a realizar varios recados por la mañana, y me llevé la GF-1 con el Leitz Elmar 5 cm 1:3,5. Lo que me gusta de este objetivo de hace 60 años, con un diseño de hace 80, es que otorga una suavidad muy agradable a las imágenes. También lo tengo que usar más.

Es cierto que su modesta apertura máxima no permite hacer según que cosas en cuestión de desenfoque selectivo, y que con las micro cuatro tercios no es un objetivo estándar como estaba pensado, sino un tele corto.

Pero con un poco de paciencia, y fijándose un poco, siempre es posible encontrar motivo adecuados.

Y aunque su distancia mínima de enfoque es demasiado larga, lo propio de los objetivos para cámaras telemétricas, aun se puede usar con ventaja.

La última foto del año. Por la tarde. Al salir del cine. Con la E-M5 y el Elmar. Feliz año.