Breisach, Alemania; en el encabezado, Friburgo, Alemania.El Kunstmuseum Basel y Rathaus, Basilea, Suiza.
Mi reciente viaje a Basilea, y desde allí excursiones a Colmar, Rheinfelden, Breisach, Friburgo y el Jura, tuvo motivaciones muy relacionados con mi afición a la fotografía, y a la fotografía con película fotográfica tradicional especialmente. En el enlace anterior lo cuento. Así que me he traído unos cuantos rollos de película con fotografías del viaje, de los cuales algunos en color y con cámara de formato medio, que son los que os presento hoy aquí. Dentro de unos días, el blanco y negro con película de 35 mm… la más común.
Schloss Beuggen, Alemania, y vista de Rheinfelden, Suiza, desde el puente internacional que cruza el Rin entre ambos países.Colegiata de San Martín y estación de tren en Colmar, Francia.Estación de Basilea SBB y vista en el Jura desde la capilla de Vorburg, Delémont, Suiza.Delémont y Porrentruy en el cantón del Jura, Suiza.Porrentruy y St-Ursanne en el cantón del Jura, Suiza.
Primera de las entradas dedicadas a mis fotografías realizadas con película tradicional en Madrid en mi escapada a la capital del reino el 31 de enero pasado. Los detalles técnicos de las fotografías los encontraréis en Viaje en el día a Madrid (I) – Fujifilm GS645S Wide 60 con Kodak Portra 400. Aquí os dejo unas cuantas fotos, de las que hice con película para negativos en color. Dentro de unos días, las que hice con película para negativos en blanco y negro.
Síp. Llevamos unos días en los que cuesta venir a trabajar. Más de lo habitual. Además de que hay que salir de casa antes de las siete de la mañana, y de que mi entorno de trabajo no es para tirar cohetes de feria precisamente, hay que sumar que salimos de casa con temperaturas en torno al 0 ºC y a veces con viento. Desapacible, y poco apetecible. Y la temperatura no sube mucho durante el día.
Hoy, antes de escribir estas breves líneas, he estado comentando en Apuntar y disparar en un templado día de invierno – Olympus mju-II con Kodak Portra 400 sobre un las fotografías realizadas a mediados de diciembre. Algunas de las cuales os muestro aquí. Fueron días soleados, con temperaturas considerablemente altas para las fechas. Era muy agradable salir a pasear o hacer recados. Normalmente, en esas fechas, cuando el tiempo es estable, se acumulan nieblas y las temperaturas no suben mucho. Pero nada de eso subió. Y hasta hace unos pocos días bromeábamos con el hecho de que parecía que habíamos pasado directamente del otoño a la primavera, sin pasar por el invierno. Pero finalmente, el invierno está aquí. Ya parece invierno…
Reconozco que esto es lo normal. Que lo anómalo, año tras año, es lo otro. Pero que bien se está cuando la luz del sol ilumina sin ofender la vista y las temperaturas son fresquitas pero agradables. Cuánto apetece estar activo, hacer cosas, ir de un lado a otro… No como esta mañana, en la que tan destemplado me sentía, que de repente me he encontrado metido en un autobús urbano, cuando siempre vengo a trabajar caminando todo el trayecto. Es lo que había.
Durante un verano de fuertes calores, han sido relativamente numerosas las entradas que he ilustrado con fotografías realizadas los sábados y domingos a horas muy tempranas. Todos los sábados intento caminar un mínimo de dos horas, 11 o 12 kilómetros, si es posible más. Pero cuando el calor aprieta, hay que madrugar para disfrutar de la caminata, evitando el calor. Pero no sólo camino en los días en los que no se trabaja, desde unos cuantos meses, camino en la madrugada todos los días.
Cuando en mayo del año pasado comencé un cambio de hábitos profundo que me ha permitido perder muchos de los kilos de peso que me sobraban y mejorar mi forma física, además de ordenar y disminuir mis comidas, también procuré aumentar el número de kilómetros diarios caminados. Y si a eso sumas lo incómodo que resulta ir en el transporte público urbano con la mascarilla puesta, algo que ya no tiene sentido cuando no existen otras medidas de alejamiento social acompañantes, los incentivos para desplazarme por la ciudad caminando son altas. Por ello, voy y vengo al trabajo caminando. Unos 3800 metros a primera hora de la mañana. Y cuando salgo a primeras horas de la tarde, como aprovecho para hacer compras u otros recados, entre 4000 y 4500 metros. Es decir, aseguro que de lunes a viernes camino alrededor de ocho kilómetros. A 120 pasos el minuto, 100 metros al minuto, son 9600 paso a buen ritmo de seis kilómetros a la hora. Esto es cardiosaludable.
La única cuestión es que, mientras en verano esas madrugadas son agradables, porque todavía no hace calor, pero ya hay luz, y es muy agradable, desde que llegó septiembre son recorridos a primera hora de la mañana que se hacen en la oscuridad. Por lo tanto, ya no puedo detenerme un instante de vez en cuando a realizar una foto aprovechando una composición o unas condiciones de luz que me llaman la atención en un momento dado.
Surgió a conversación este fin de semana mientras tomaba algo fresco en un terraza con unas buenas gentes. A mucha gente, los cementerios les producen repelús. La palabra repelús no existe meramente en el lenguaje coloquial como eufemismo de miedo o temor más o menos supersticioso, como yo pensaba. En el diccionario de la Real Academia Española aparece la palabra repelús como «temor indefinido o repugnancia que inspira algo». Sin embargo, dos de los presentes arqueábamos las cejas ante este repelús.
Mi padre trabajó de marmolista en un taller de su propiedad a medias con un socio y buen amigo durante tres décadas. Algo más que buen amigo; familia de la mejor. Previamente había ejercido la profesión como asalariado para otros. Y aunque preferían otros trabajos, relacionados con los complementos para muebles o las obras de baños y cocinas, de vez en cuando les encargaban y hacían lápidas para los nichos del cementerio. Y más de una vez en mi infancia subí con ellos mientras colocaban las lápidas. En ese rato, como niño que era, jugaba entre las tumbas sin mayor problema. Nunca, ninguno de los tranquilos y pacíficos residentes del lugar, me causo ningún tipo de problemas. Ni me dirigieron la palabra. Ni de niño sentí yo repelús alguno por el lugar.
Ese repelús, irracional, se extiende a otras gentes e instituciones. Por ejemplo, los hospitales psiquiátricos y las personas con trastornos mentales graves. Fue lo que desencadenó la conversación. El paso junto a la terraza de una persona con uno de estos problemas de salud, que saludó, y yo le contesté. Y se quedó mirando un rato sonriente. Lo cual… probablemente generó el repelús de alguno de los presentes. Injustificado repelús. También me habitué a su presencia desde muy niño. Tampoco he entendido nunca este repelús, también irracional. Y que nos cierra la posibilidad de algo importante y necesario; la solidaridad y el apoyo a estas personas. Una pena lo de los miedos irracionales.
Sinceramente, espero que, con la mayor velocidad que sea posible, dentro de unos años las áreas de servicio basadas en el repostaje de gasolina y otros combustibles fósiles derivados del petróleo sean historia. Quizá sustituidas por otro tipo de instalaciones. Pero nunca más gasolineras. El daño que hace la quema de combustibles fósiles al medio ambiente es enorme. Y sin embargo, los intereses económicos en juego han bloqueado durante décadas la investigación y el desarrollo de alternativas, que ahora se ven como urgentes por la crisis climática en la que nos vemos inmersos.
Y sin embargo, en el arte fotográfico, podríamos considerar las estaciones de servicio como un símbolo y pistoletazo de salida de la postmodernidad. «Hay que fotografiar gasolineras», afirma quien esto escribe con un punto de ironía y retranca.
Una de las tendencias que más me han gustado en fotografía desde hace un tiempo es la derivada de una exposición colectiva muy influyente, New Topographics, en la que los autores se centraban en el concepto de paisaje alterado por el hombre. Hoy, menos patriarcales, hablaríamos de alterado por el ser humano en general. Y entre ellos, Stephen Shore, práctico y teórico de la fotografía, que impulsó la fotografía de las escenas y objetos aparentemente banales, así como el uso del color en la fotografía artística. Una de sus fotografías más conocidas y reconocidas es la de una estación de servicio Chevron en el cruce entre Beverly Boulevar y La Brea Avenue en Los Ángeles, California. Y tan influyente es… que en estos momentos es difícil encontrar a jóvenes fotógrafos entusiastas de la fotografía con película fotográfica tradicional que no se dediquen a fotografiar gasolineras de vez en cuando… o con frecuencia. El tema es tan así que da lugar a todo tipo de chistes e ironías. Y yo, de vez en cuando, fotografío también alguna gasolinera. Incluso tengo algunas cerca de casa que tengo fichadas como especialmente fotogénicas.
Como ya he comentado en ocasiones anteriores, durante el mes de marzo realicé frecuentes visitas a la floración de las bulbosas (tulipanes, narcisos y algún iris) y de los cerezos japoneses ornamentales en el Parque Grande de Zaragoza. Quería explorar el rendimiento de distintos medios de adquisición de la imagen, digital y película fotográfica tradicional con estos motivos florales.
Los detalles técnicos de las fotografías de hoy los podéis encontrar en Sakura y tulipanes – Canon EOS 3 y Kodak Portra 400. Y son de las mejores que han resultado en rendimiento del color y de los tonos. Aunque prefiero otras. En fin, os dejo unas cuantas fotos para que valoréis.
Para determinadas tardes del mes de febrero, en las proximidades de la puesta del sol, tenía pensado en seguir ensayando y, quizá, profundizando en el paisaje urbano y la arquitectura que quedó como herencia de la Exposición Internacional Zaragoza 2008. Y el medio que me parecía más apropiado para ello era el formato medio.
Pero cuando fotografías al aire libre, la naturaleza va por libre, y la meteorología tomar sus propias decisiones, y también marca las tuyas. A pesar de que no se arregló la sequía que nos amenaza desde principios de año, las nubes, ausente de Zaragoza durante todo el mes de enero, empezaron a cubrir los cielos de Zaragoza, especialmente por las tardes a las horas en las que yo quería aprovechar una especial calidad de la luz. Salí varias veces para hacer fotos, tanto en fines de semana como entre semana, y apenas arrancaba una o dos fotografías en cada desplazamiento. Y no necesariamente las que yo buscaba.
Estamos en el noveno día consecutivo de nieblas en Zaragoza. Nos dice que el jueves pueden levantar. Lo cual probablemente quiere decir que el fin de semana de Navidad puede estar con tiempo revuelto. Es lo que tiene el invierno en «el Charco». Si el tiempo está calmado, nieblas; si se revuelve, cierzo. En cualquier caso, cualquier escusa es buena para intentar ver la luz y el sol. Aunque sea en fotos de semanas atrás.
En la primera quincena de septiembre, llevé en la mochila ciudadana la Olympus Pen F con su 38 mm f1,8 y un rollo de Kodak Portra 400. Así como la modesta y sencilla Olympus Pen EE3 la he utilizado con cierta frecuencia con película negativa en color, la Pen F, desde que la tengo, la he usado fundamentalmente con película en blanco y negro. Así que quise cambiar un poco la tendencia. Los detalles, no muchos más, los he contado en Recordando días soleados de principios de noviembre – Olympus Pen F con Kodak Portra 400. Aquí os dejo unas pocas de las muchas fotos que salen en un carrete hecho con las Pen de Olympus.
Quienes sigáis con frecuencia estas páginas de mi Cuaderno de ruta, sabréis que en las últimas semanas he dedicado varios artículos a rollos de película que han sido utilizados en todo o en parte para realizar paisajes urbanos a orillas de un determinado tramo del río Ebro a su paso por Zaragoza. Esto ya lo escribí aquí hace un par de días.
Estas son las fotos de la segunda parte de un paseo en un sábado de noviembre por la tarde, antes de la puesta del sol, me acerqué allí después de comer con una cámara de formato medio, dos objetivos, un estándar y un teleobjetivo corto, y un par de rollos de película negativa en color de distinta sensibilidad. La fotos de hoy son las del segundo de los rollos. Los detalles técnicos en El paisaje urbano a orillas del Ebro en color (2) – Hasselblad 500CM + Kodak Portra 400.
Al igual que hace una semana aproximadamente hice con mi viaje a Italia, mi resumen sobre la técnica y la tecnología fotográfica aplicada a otro viaje, a Andalucía en esta ocasión. Que el viaje fue corto, pero fotográficamente variado. Lo podéis encontrar en Andalucía en otoño – problemas con el digital, alegrías con la película tradicional. Aquí os dejo las fotografías con las que he ilustrado el artículo.