Los renglones torcidos de Dios (2022; 49/20221007)
Correría el año 1985 o 1986. Yo estudiaba quinto de medicina, curso en el que con aquel plan de estudios se trataba la asignatura de Psiquiatría. Una compañera de clase con la que en aquel momento mantenía una muy buen relación, de amistad, me recomendó encarecidamente un libro de Torcuato Luca de Tena,… el libro en el que se basa la película que traigo hoy a colación. Luca de Tena no es un autor que me atrajese. Vinculado a la prensa partidaria de la dictadura fascista, se reconvirtió como tantos otros en reformista de la noche a la mañana, presentándose como demócrata de toda la vida. Pero algunos dudábamos de estas conversiones ideológicas tan oportunas desde las filas del fascismo. De todas formas, no conozco la minucia de la biografía de este periodista y escritor y puedo estar siendo injusto; pero es lo que sentía o pensaba entonces. En cualquier caso, aquella compañera insistió tanto que acepté el préstamo del libro. Cuando compro un libro soy consciente de que hay una probabilidad del 10 % de que no termine de leerlo. Pero cuando me lo prestan me fuerzo a leerlo. Y aquel lo leí entero. No fue un sacrificio. Era de fácil lectura y razonablemente ameno. Pero…

Desde muy niño estoy familiarizado con los hospitales psiquiátricos. Manicomios los llamábamos en los años 60, centros de rehabilitación psicosocial en la actualidad. Una familiar cercana, con secuelas de una meningitis, en los años de posguerra inmediata, acabó ingresada de por vida en el psiquiátrico de la Diputación Provincial de Zaragoza, actualmente en la red del Servicio Aragonés de Salud. Y sistemáticamente íbamos a visitarla cada quince días desde que tengo memoria y hasta que falleció. Por lo tanto, asistí en directo, como espectador, cada dos semanas, a la evolución en estos centros. En un primer momento, cuando unas monjas de la orden de Santa Ana nos recibían con aire serio y, a los ojos del niño que yo era, amenazante, en un lugar donde no había libertad de movimientos para los pacientes a los que nunca veías, salvo a tu familiar que llevaban a un comedor donde la veíamos y le dábamos de merendar. Más adelante, en los años 70, se abrieron los pabellones, y empezamos a conocer por sus nombres a los pacientes, sobre todo mujeres por estar nuestra familiar en un pabellón femenino, que siempre nos pedían tabaco. Y hablaban con nosotros. A lo que llegué a la adolescencia, yo tenía normalizado el trato con estos enfermos, gracias también a la espontaneidad de mi madre con ellos, y nunca me produjeron ningún tipo de miedo o reparo. Simplemente, estaban enfermos. Aun se abrieron más, los pacientes salían del hospital y pedían tabaco a los paseantes. Estoy simplificando mucho… pero no voy a enrollarme más con los cambios de fondo que hubo. La atención a estos pacientes cambió. Siempre ha sido un caos… en el fondo,… eso lo aprendí como profesional de la medicina y la administración sanitaria, pero cambió. Al fin y al cabo, durante once años ocupe el puesto de director de un pequeño hospital en el que albergábamos alguna unidad de salud mental, aunque no fuera un hospital psiquiátrico. El caso es que cuando leí el libro, me pareció entretenido, pero irreal. No se ajustaba a mi experiencia de lo que era uno de estos hospitales.
Ya hubo una adaptación cinematográfica en 1983, cuatro años después de la publicación del libro, antes de que yo lo leyera, realizada en Méjico, que yo no he visto. Pero en 2022 nos llega la adaptación dirigida por Oriol Paulo, y protagonizada por Bárbara Lennie y Eduard Fernández, entre otros, y no dejó de entrarme la curiosidad, por lo que nos fuimos a verla. Además había alguna reseña sobre pases a periodista que parecía ponerle buena nota. Lennie es una actriz a la que siempre he respetado, especialmente desde aquella excelente película en la que hablaba poco y expresaba mucho. Y Fernández tiene una trayectoria más que respetable, con enormes cantidades de oficio. Y así vimos como planteaban el dilema sobre si Alice Gould (Lennie) estaba afectada de un delirio indicativo de un trastorno mental grave o se era víctima de una conspiración para despojarla de su fortuna.

El chasco fue monumental. La película es un pastiche en el que se mezclan todos los tropos propios del género de centros psiquiátricos, con préstamos (o robos) de las películas más emblemáticas del género. Castigos físicos a los enfermos, jaulas para los rebeldes, electroshocks, enfermeras de faz antipática casi terrorífica, un reparto de pacientes que parece un calco, a veces caricaturesco, del «cuco«. Por no hablar de la clara inspiración del «corredor» en el planteamiento inicial; el profesional que se hace pasar por enfermo para destapar un misterio. Desde luego, un hospital no creíble para 1979, fecha en la que se sitúa la acción de la película, un dislate con el fin de producir una película de misterio, con dosis de terror o suspense cutre, rodada con medios, pero sin sentido. Ni siquiera las interpretaciones, a cargo de un reparto tan solvente, se sostienen.
Sinceramente… no recomendable. Y cada vez sospecho más de los comentaristas de cine españoles cuando hablan de películas nacionales. Como si hubiera un acuerdo para llevar espectadores a las salas sea como sea la calidad de la película. ¿Estaré yo delirando y viendo conspiraciones donde no existen?
Valoración
- Dirección: **
- Interpretación: **
- Valoración subjetiva: **
