Para este día de bromas con más o menos gracia que salpican los medios y las redes sociales en el mundo hispánico, tenía varias alternativas. ¿Libro? ¿Cine? … el caso es que en los próximos días me voy a poner en modo fin de año y algo tenía que dejar para comentar con «retraso». De momento, me entero esta semana en que el ordenador desde el que escribo, de finales de 2009, ha pasado a ser considerado «vintage» por su fabricante. Normalmente, en otro tipo de productos esto significa que se revaloriza por sus características añejas… pero en el mundo de la tecnología es lo contrario. Lo consideran camino de la obsolescencia, y tal vez futuras actualizaciones de software ya no funcionen o no lo hagan correctamente. Seis años son al parecer el margen que te dan para aprovechar tus equipos… Bueno. De momento funciona perfectamente. Pero por si acaso, empezaré a ahorrar.
A lo que iba. Downton Abbey. Ese es el tema elegido para este último lunes de diciembre, festividad católica de los Santos Inocentes. Matanza de niños en Belén por mandato de Herodes. Siempre recordaré la representación en mármol en el piso de la catedral de Siena de este episodio bíblico. Con los niños vivos con la cara de mármol blanco y los apiolados de mármol amarillo. Una vez leí que, dada la demografía previsible de la población judía en aquellos tiempos, de haberse ejecutado la matanza, de la cual históricamente no consta prueba documental alguna, habría afectado a 1 ó 2 niños… Muy lejos de las dimensiones desmesuradas que publicita la iglesia católica, que nunca se ha llevado muy bien con los números y las matemáticas… Pero ya estoy en modo disgresión de nuevo. Ya me perdonaréis. Es la pereza vacacional en la que estoy sumido.

Escena de la matanza de los inocentes en el piso de la magnífica catedral de Siena, Italia.
Como decía, el día de Navidad se despidió, nos dicen que para siempre, Downton Abbey. El año de su primera temporada, este culebrón británico de época causó auténtica sensación. Y lo que es más sorprendente, no sólo lo hizo en sus islas Británicas de origen, donde puede ser muy comprensible, sino también en el resto de Europa, también se puede entender, y sobretodo al otro lado del charco, en la republicana sociedad norteamericana. Cierto es que siempre hubo guiños a los yanquis para que se enganchasen, empezando por la nacionalidad de origen de la condesa consorte de Grantham (Elizabeth McGovern). Y no digamos los duelos dialécticos entre la norteamericana madre de la condesa, la señora Martha Levinson (Shirley MacLaine), y la condesa viuda de Grantham (Maggie Smith), uno de los personajes clave del culebrón por las magníficas y divertidas líneas de guion que los responsables de la serie le han proporcionado a su estupenda intérprete.
Cuando uno ve o lee una obra de ficción, ha de entrar en eso que se ha dado en llamar la suspensión temporal de la incredulidad. Cierto es que una obra de época se podría elaborar con un mínimo de la misma… pero recapitulando, el lapso de tiempo real entre el momento en que empezó el serial hasta que terminó ha sido de cinco años, en tiempo interno de la acción han sido trece años, casi catorce. Los personajes aparecen a lo largo de esos casi catorce años como si no hubiesen envejecido ni un instante. Nada. Incluso parecen más jóvenes gracias a las diferencias en las modas entre los años 20 y los 10 del siglo XX. Entre el 14 abril de 1912, día del hundimiento del Titanic, y la primera semana de enero de 1926, en plenos felices 20. Siempre pensé que acabarían la serie con el crack de 1929, como punto definitivo de inflexión entre el estilo de vida antiguo heredado de la época victoriana y las necesidades de la época moderna. Pero han optado los responsables de la serie por cortar en un momento en que han podido colocar un «comieron perdices y vivieron felices».

En el episodio final, el especial de Navidad de 2015, se ruedan algunas escenas en un castillo que me recordó al de Warwick.
Y es que hay que reconocer que el tono de la serie ha ido evolucionando notablemente. En las primeras temporadas había una dosis no desdeñable de drama, y de vez en cuando apiolaban a algún personaje, bien por necesidades del guion, o porque su intérprete decidía buscarse la vida en otras aventuras interpretativas. Con el tiempo, esto fue pasando, y la serie, siempre de buena factura, fue un paradigma de buenismo acrítico en ese paraíso de otros tiempos que es la hacienda de los Crawley.
Dentro de la manifiesta condición de drama coral de Downton Abbey, siempre hubo una protagonista en el cotarro, Lady Mary (Michelle Dockery), la hija mayor y más caprichosa de los Crawley. Personaje que a veces te caía mejor, especialmente en los deslices de su juventud, a las «niñas» Crawley les han puesto muchos inconvenientes para llegar vírgenes al matrimonio como mandaban los cánones de la época, y otras peor, cuando se ponía de hermana perra y cruel de su hermana mediana, Lady Edith (Laura Carmichael), la «pupas» de la serie. Sin embargo, en las últimas temporadas el protagonismo se ha ido equilibrando, y los guionistas han decidido compensar a la sufrida Edith de todas sus desgracias. Por supuesto, la auténtica hermana simpática, guapa y que todos quisimos, Lady Lybil (Jessica Brown Findlay), nos duró demasiado poco.

Por el estilo y el entorno bien podría haber valido para los propósitos de la serie.
Una cuestión que la serie pretendió, al estilo de su referente antecesor más clara que fue Upstairs Downstairs (Arriba y abajo), es dar igual protagonismo a la familia noble y a su brigada de servidores. Pero más allá de las insoportables desdichas de la pareja formada por Anna (Joanne Froggatt) y el señor Bates (Brendan Coyle), los criados de la casa han funcionado siempre más como alivio cómico que con los dramas propios. Creo que Upstair Downstairs fue en general una serie con más profundidad argumental y temática, mientras que Downton Abbey ha optado por la magnificencia y la espectacularidad en la producción, con argumentos más ligeros. Un punto para la serie de los años 70.
Se nos han ido los Crawley. Con ellos el principal drama de época del momento. Da la sensación de que ha dejado un hueco, que será difícil de ocupar, si es que alguien lo pretende. Nunca se sabe si el público quiere más de este tipo de productos, o el éxito de la serie, excelentemente realizada e interpretada, ha sido fruto de estar en un momento y en un lugar adecuado. Ya veremos. Eso si no les da por resucitarla en un futuro, quizá con nuevos intérpretes. Lo intentaron con Upstairs Downstairs, pero aunque consiguieron unas secuelas interesantes, no se consolidaron en la parrilla televisiva.
En cualquier caso, hemos pasado muy buenos momentos con los Crawley, y los conservaremos en nuestra memoria. Hasta siempre.

Pero no,… se trata de otro castillo, el de Anwick, que yo no the tenido la oportunidad de visitar.