[Viajes] A Logroño y a Monzón, también con película en blanco y negro

Fotografía, Viajes

Yo os hablé de estos viajes cuando se produjeron. A principios de mayo, a Logroño, y recientemente, en el primer sábado del mes de junio, a Monzón, con motivo de ARTEria, feria de arte contemporáneo. Pero no sólo hice en estos viajes las fotos que pudisteis ver en color con la cámara digital. También llevé una camarita pequeña con algún rollo en blanco y negro.

Pero no estoy del todo satisfecho con los resultados. En parte por despiste, en parte por las limitaciones del material que usé, las fotografías están sobreexpuestas. Lo explico con más detalle en En Logroño o en Monzón, con Minox 35 GT-E e Ilford Delta 400, problemas con la exposición. Aquí os dejo algunas de las fotos que mejor quedaron.

[Viajes] En Logroño, y algunas paradojas en mi vida

Viajes
En la calle Bretón de los Herreros vivió la familia de una vecina que tuvimos en mi infancia. Rosi me parecía muy mayor cuando yo tenía siete u ocho años. Pero probablemente no pasaba mucho de los veinte años; ya casada con un ingeniero de los que estaban en las obras de construcción de la autopista a Barcelona. Era muy simpática y maja. No sé qué será de ella.

Durante unos años, desde que tenia 22 hasta que cumplí los 30, Logroño era una ciudad que tenía bastante presencia en mi vida. Situada la ciudad a 170 kilómetros de Zaragoza, donde vivo, la antigua provincia de Logroño, actual comunidad autónoma uniprovincial de La Rioja, es limítrofe con la de Zaragoza, aunque sólo por un breve segmento de unos cuatro kilómetros de longitud, entre Navarra y la provincia de Soria. Mi abuela era de La Rioja, y siempre he tenido alguna familia en la capital logroñesa. Pero no ese el motivo principal de mi relación con la ciudad durante aquellos años 80 y principios de los 90.

En la Sala Amós Salvador encontré una exposición de la colección SOLO de arte contemporáneo. Allí me informaron que en Agoncillo hay un museo de arte moderno y contemporáneo bastante interesante. Igual me escapo algún día a verlo. Aunque para ir en tren, tiene que ser entre semana. Los fines de semana, no hay trenes que paren en Agoncillo de ida.

Por supuesto, no son los lugares en sí mismos los que nos vinculan a ellos, salvo en raras ocasiones. Son las personas con las que vamos o las personas que en ellos nos encontramos. No voy a entrar ahora en el detalle de las relaciones interpersonales que hicieron que Logroño ocupase un lugar en mi corazoncito. Aunque fuese en el pasado. Pero tras aquella época, mi relación con la ciudad se fue enfriando, hasta desaparecer prácticamente por completo tras mi última visita en la primavera del año 2000. Hace 22 años. A La Rioja he seguido volviendo, alguna vez por ocio, alguna vez por visitas familiares, aunque estas también se han vuelto raras desde hace unos años. Se perdió la generación de mi abuela, falleció mi padre,… las cosas ya no son las mismas.

La visita a la ciudad fue fundamentalmente un recorrido por el centro histórico de la misma. Razonablemente aseado y arreglado.

La paradoja de la que hablo en el título es que, a pesar de esa relación con esa ciudad, con muy buenos recuerdos, con afecto,… no tenía fotos hechas allí. Ni una. Nunca fui a Logroño por turismo. Nunca «visité» la ciudad en un sentido cultural o viajero. Iba. Estaba con la gente con la quería estar, nos tomábamos unas tapas y unos vinos en el Laurel… o donde hiciera falta. Y ya está. Aunque sé moverme sin problemas por la ciudad, podríamos decir que no la conocía realmente. O por lo menos desde ciertos puntos de vista.

Entre la plaza del Mercado y la calle Portales, la concatedral de Santa María la Redonda es probablemente el monumento más destacado de Logroño.

Hace unos días, un viejo amigo con el reconecté hace un par de años me pidió un favor. Tenía que ir a la capital riojana por unos asuntos de trabajo. A firmar un contrato importante para él, tanto desde el punto de vista laboral como personal. Algo de cierta trascendencia. Y quería que le hiciera algunas fotos del momento, con las personas con las que iba a asociarse. No requería una elevada sofisticación fotográfica, pero sí unas fotos capaces de ser ampliadas considerablemente y con una razonable calidad técnica. Informado previamente del lugar donde íbamos a estar para el acto, consideré que mi Fujifilm digital de formato medio, con su objetivo normal de 50 mm de focal, servirían perfectamente. Por si acaso, eché en la mochila también la pequeña Minox 35 GT-E con un rollo de Ilford Delta 400… y allí fuimos este domingo pasado por la mañana.

Si el exterior de la concatedral no es demasiado llamativo, el interior es arquitectónicamente y artísticamente mucho más interesante.

Sin mucho madrugar, junto con este amigo, su esposa y su hija mayor, llegamos a la ciudad alrededor de las doce del mediodía, nos tomamos un café y procedimos al acto. Estaban todos muy felices. No puedo comentar, pero si les sale bien, como probablemente sucederá, aumentarán su prosperidad familiar y al mismo tiempo realizarán un servicio interesante para la sociedad; una de esas iniciativas que demuestran que es posible hacer negocios de forma ética. Tomamos unas tapas en el Laurel, y comimos en un bonito restaurante… de cuyo nombre no me acuerdo. La gastronomía de La Rioja es muy celebrada y con razón; salvo que yo no la suelo disfrutar porque no hay comida en la que el pimiento no esté presente de alguna forma. Y esta hortaliza me desagrada en grado extremo.

Como en tantas ciudades actuales, las riberas del río Ebro están muy cuidadas, aseadas y paseables. Me gustó especialmente cómo han conservado los sotos en las áreas inundables a orillas del río.

Y siendo más de las cuatro y media de la tarde, íbamos a volvernos a Zaragoza cuando tomé una decisión. Informado de los horarios de los trenes, entregué una tarjeta con la copia de las fotos realizadas para mayor seguridad, y me quedé a hacer turismo por la ciudad hasta las ocho y media de la tarde que salía el último tren con destino a casa. Y así… resolví la paradoja de que, siendo Logroño una de las ciudades españolas que más he visitado, y que me es querida, no tenía fotos de ella. Unas cuantas, en color, digitales, con la Fujifilm GFX 50R, y unas cuantas, todavía no reveladas, en blanco y negro, con película tradicional, con la Minox 35 GT-E. Aquí os muestro algunas de las fotos digitales en color. El blanco y negro, dentro de unos días.

Antes de volverme, terminé de pasear el centro de la ciudad y me tomé una cervecita en la plaza del Mercado. La calle del Laurel estaba poco animada un domingo por la tarde a las ocho de la tarde, cuando sólo me quedaba media hora para coger el tren de vuelta a Zaragoza.

[Libros] El ladrón de sueños

Literatura

Dentro del caos en la lectura en el que he estado sumido en los dos últimos meses, tenía pendiente desde hace bastante tiempo el comentario de esta novela, presuntamente detectivesca. Bueno… el protagonista es un detective privado. No es que se Philip Marlowe, precisamente… sabéis. Pero se nos presenta como detective privado.

Escrita por Verónica García-Peña, la encontré de promoción en Amazon con el aliciente de ser novela finalista del Premio Planeta. No es que este premio goce de mi más alta consideración en los últimos años,… pero bueno. Luego me he dado cuenta de que la promoción del premio juega al equívoco. Todos los años, en el fallo de este premio se habla de un ganador y un finalista, siendo este como una especie de segundo clasificado, que aparece en el palmarés. Cándido de mí, que todavía creo en la buena fe de la gente, pensé que al anunciarse como finalista del premio, es que la novela habría alcanzado esta segunda posición. Pues no. Parece que todo lo más llegó a alguna de las rondas finales en la deliberación del premio, pero no es la finalista en ninguna de sus ediciones. Quedáis avisados.

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Como no tengo fotos de Logroño, o por lo menos no digitalizadas, os dejo unas cuantas de mi último viaje, en la ciudad de Svolvær, en las noruegas islas Lofoten.

La chica esta debe ser de Logroño, y allí sitúa la acción, en la posguerra inmediata, cuando todavía en el mundo estaba a tiros contra el fascismo, ese del que nunca nos liberaron a los españoles. Pequeño despiste de las «democracias» occidentales. Eso me hacía ilusión. Conozco la capital riojana por haberla frecuentado en una época de mi vida. Antes de mi afición a la fotografía, así que no puedo acompañar este comentario de forma fotográficamente adecuada. Allí, un detective de treinta años más pobre que una rata, que como mandan los tópicos vive en una pensión, recibe un encargo extraño a propósito de un libro de una bellísima chica de familia bien y acomodada de dieciocho años de la que se prenda, al mismo tiempo que, de un modo bastante incomprensible e inexplicable, e inexplicado, esta se prenda del detective. Coincide además que la «madame» de una pensión le ha pedido que localice a su hija que entregó en adopción,… dieciocho años antes, tras una relación tormentosa con un tipo malo, malo, malo como la quina. De verdad… que si yo adiviné desde casi el primer momento quien narices era la chica, todavía no me explico que clase de detective se ha inventado la autora.

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Con un lenguaje rebuscado y pesado, la novela se arrastra en una serie de peripecias de escaso interés, para uno final más o menos previsible, y que en definitiva da igual, porque el nivel de empatía que sientes por los personajes es el equivalente al que sentirías por un canto rodado del río Ebro bajo el puente de Piedra de Logroño. La novela es mala, excesiva, previsible, y un folletón sin pies ni revés. Todavía no he llegado a comprender porque la terminé. Supongo que porque superé un porcentaje de lectura de la misma que me hizo considerar que, de perdidos, al río.

A mi me engañaron con la propaganda de la novela. No caigáis vosotros en el error. Y espero no recibir muchos comentarios o mensajes airados de amigos de la escritora, todos ellos de Logroño o similar. Y mira que le tengo yo cariño a esa ciudad.

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