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Literatura

Hace ya prácticamente mes y medio o más que terminé de leer este libro. Me impactó mucho. Me gustó mucho. Pero decidí que antes de comentarlo tenía que digerirlo un poco. Lo curioso es que eso me llevó a olvidarme de él, porque la vida sigue, porque otros libros le siguieron que acapararon mi atención. La verdad es que llevo un cierto retraso comentando libros leídos. No creo que tarde muchas semanas en ponerme al día, pero ahí estoy. En estos momentos, además del que hoy comento, tengo otros dos libros terminados, y uno que no tardaré mucho en acabarlo. Pero lo cierto es que de lo que he leído en los últimos tiempos, esta peculiar novela de Paul Auster es de los que más me ha marcado. Por diversos motivos.

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Visitaremos el río Hudson. Navegando entre Manhattan, Staten Island y la orilla de Nueva Jersey.

Auster es un autor con el que disfruto. Con el que me llevo bien. No es que me haya leído gran parte de su obra o cosa parecida. Es mucho lo que me faltaría de leer de este autor norteamericano, uno de los más importantes de la literatura en inglés actual. Pero lo que he leído me ha satisfecho. Tanto por los temas, como por la forma de escribir, siempre matizad por las traducciones, como por las historias que nos cuenta. Esta ocasión no es una excepción. Pero tiene un añadido; su estructura argumental es muy peculiar.

El libro nos cuenta la(s) vida(s) de Archie Ferguson. Nacido a finales de los años 40 en el seno de una familia judía de clase media que vive en la zona de Nueva Jersey/Nueva York, tras un capítulo previo que nos habla de los orígenes de su familia, de su padre y su madre, va desgranando los acontecimientos que van marcando su infancia, su adolescencia y su juventud. Y en paralelo, los principales acontecimientos que marcan la historia norteamericana de los años 50 y 60 del siglo XX; el baby boom y el desarrollismo, la guerra fría, el advenimiento de Kennedy, su asesinato, la lucha por los derechos civiles, la guerra del Vietnam, las crisis de finales de los años 60,… La cuestión es que no nos cuenta, como ya os habréis dado cuenta al principio de este párrafo, UNA vida de Ferguson. Sino varias. El autor especula con los acontecimientos que marcan la vida de su protagonista, cómo se forja su carácter, como se relaciona con su familia o sus amigos, cómo se desarrolla su sexualidad, o cuáles son sus intereses y su destino profesional y vital, en función de las variantes que surgen a lo largo de esa vida, estableciendo caminos vitales alternativos. Así, cada capítulo está dividido en cuatro partes (1.1, 1.2, 1.3, 1.4 o 3.1, 3.2, 3.3, 3.4), en los que vemos la evolución de los distintos Fergusons alternativos.

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La gran habilidad de Auster es que siempre sentimos que estamos ante la misma persona. Lo que cambian son los acontecimientos, las circunstancias, cosas que moldean nuestro carácter, que condicionan nuestro devenir, que abren distintos caminos hacia los que podemos frente a lo que queremos ser. La vida como un conjunto de bifurcaciones, algunas determinadas por nuestras elecciones, otras por las de los que nos rodean, o por las circunstancias históricas. Para mí, para quien el sentido de la historia, la consciencia de que venimos de algún lugar y en un tiempo que nos marcan, es casi la novela perfecta. Casi. Porque permite una exploración completa de la persona. La que es, la que pudo ser. Aunque tengo poca capacidad para el arrepentimiento sobre lo que pudo ser o no ser mi vida, no puedo dejar de reconocer que conforme cumplo años miro con frecuencia hacia atrás y reconozco algunas bifurcaciones en mi vida. Eso sí sólo reconozco aquellas que dependen de los momentos en los que tomé alguna decisión trascendente en mi vida. O algunas en las que alguien la tomó por mí, que también las ha habido. Imposible o muy difícil reconocer de circunstancias que ignoramos, pero han estado ahí y nos han influido. Por lo tanto, tengo que reconocer que ha sido un libro que ha impulsado mucho esa actitud introspectiva sobre ese pasado que tantas alternativas presentó. O quizá no. Quizá nuestra trayectoria vital esté más determinada de lo que creemos, y nuestras elecciones sean más aparentes que reales. Que nuestra vida sólo admitía un recorrido… un tema que ha pensadores de todas las épocas ha llevado a mal traer.

En cualquier caso, he disfrutado mucho con las peripecias de Ferguson. Le he cogido mucho cariño. Especialmente a alguna de sus variantes. Aunque os he decir un secreto. Al final, todo… No. Mejor lo descubrís vosotros. Porque es una lectura muy recomendable.

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[Recomendación fotográfica] Carta blanca para Cristina de Middel

Arte, Fotografía

Esta es mi tercera y probablemente última entrada sobre la visita a PhotoEspaña en Madrid que hice acompañado de algunos compañeros de la Asociación de Fotógrafos de Zaragoza AFZ. Y la he dejado para el final porque es la más compleja de comentar. Salvo que me limite a describir lo que vimos. Pero si tengo que opinar algo… emitir alguna afirmación de carácter subjetivo… probablemente me voy a liar. Me explicaré.

Viene siendo habitual en las últimas ediciones de PhotoEspaña invitar a un fotógrafo de prestigio y darle «carta blanca» para comisariar o promover algunas exposiciones del programa oficial del festival, de acuerdo a su criterio. Obviamente, la personalidad y el estilo del fotógrafo invitado se reflejará en las exposiciones elegidas. Este año, la fotógrafa invitada a la sección Carta Blanca es Cristina de Middel. El año pasado fue Alberto García Alix. La propuesta de ambos autores se parecen como churro a una castaña. No tienen nada que ver. ¿O quizá sí? Partamos del punto de vista de que, al menos formalmente, son muy distintas.

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La de Middel (instagram) aparece como una fotógrafa con una trayectoria fulgurante. En 2014 aparece como artista emergente en el interesantísimo número de julio de 2014 del Bristish Journal of Photography que remedaba el grito de alerta de los tiempos de la «Armada invencible», «The Spanish are Coming«. Es un número que atesoro en mi iPad, demostración de que fuera de nuestras fronteras saben mirar mejor que nosotros mismos a nuestros artistas y nuestra creatividad. En 2016 presenta en PhotoEspaña una de las exposiciones estrellas de esa edición, Muchísimo, y en 2018 es la artista invitada a la sección «Carta Blanca». Lo cierto es que quizá no tan fulgurante. En realidad, Cristina de Middel lleva un montón de años currándose lo del periodismo gráfico, alcanzando escasa visibilidad en los medios de comunicación que cada vez desprecian más la buena fotografía de prensa. Es cuando decide de cambiar de discurso y denunciar o comentar la realidad tirando de conceptos en lugar de realidades directas cuando su trabajo comienza a llamar la atención.

La de Middel propone un tema para esta vigésimoprimera edición de PhotoEspaña, la que celebra el vigésimo aniversario del festival. En inglés, PlayersTo play tiene diversas acepciones en el idioma de Shakespeare. Lo mismo sirve para definir el juego de los niños, que la actividad de unos deportistas en el campo de juego, que la actuación de unos músicos en un escenario, por poner unos ejemplos. Y la fotógrafa acepta esta amplitud de acepciones, y nos ofrece por lo tanto una oferta variada.

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La más sencilla de ver y aceptar, aunque extraordinariamente densa por su volumen y por la variedad de estilos presentes, es la colectiva de fotógrafos de la agencia Magnum que se puede visitar en las salas de la Fundación Telefónica. Comisariada a la par por De Middel y el británico Martin Parr, que también expone algunas de sus obras, esta exposición rebaja la tensión habitual de las obras de los fotógrafos de la agencia, muchas veces realizadas en situación de conflicto. Lo lúdico, lo deportivo, lo humorístico… a veces lo paródico, el sarcasmo, el humor negro. No faltan momentos de crítica social en esta exposición. Pero es la exposición de esta sección cuyo lenguaje es mejor compartido por el público general, y agradará a muchos, seguro.

Más complejas de apreciar son las tres exposiciones que se presentan en Colón, en el Centro Cultural «Fernán Gómez». Desde los años 50 del siglo XX, el arte moderno se abrió a nuevas formas como los happenings, las performances y las instalaciones, así como otras formas de arte conceptual. Uno diría que tras seis décadas serían formas más asumidas por la población, por el conjunto de la sociedad. Pero no es así. Son poco comprendidas, y no son pocos, entre los de pensamiento más conservador, los que niegan su carácter de representación artística. Pero son seis décadas. Más si consideramos que algunas tuvieron sus antecedentes entre las vanguardias de las primeras décadas del siglo XX. La fotografía se ha visto influida por estas formas artísticas y a su vez las ha influido. Muchas de ellas se conservan registradas en la forma de fotografías o filmaciones. O hay fotógrafos que basan su trabajo en registrar fotográficamente sus instalaciones o diversas representaciones. Pero aquí no siempre los códigos de comunicación se comparten plenamente entre el emisor, el artista, y el receptor, el público.

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En la primera de las exposiciones de Colón, Gran final mundial, De Middel plantea una competición mundial, a modo de olimpiadas, en las que escoge a fotógrafos de todos los continentes para que presenten sus trabajos. El marroquí Hicham Benohoud, por África; el mejicano Miguel Calderón, por América Latina; la española Ana Hell, por Europa; el estadounidense Jason Fulford, por Norteamérica; el singapureño Robert Zhao Renhui, por Asia; y el dúo de australianas Honey Long y Prue Stent, por Oceanía; todos ellos compiten presentando sus trabajos de carácter fundamentalmente conceptual. Y para todos los gustos. Sería demasiado extenso comentar todos los trabajos, así que dejo los enlaces al servicio de la curiosidad del lector.

En la segunda de las exposiciones, Una odisea africana, Samuel Fosso pone sus habilidades para el (autor)retrato al servicio de una obra también de carácter conceptual en la que hace una revisión de la historia, de la realidad sociopolítica, o de los iconos de África y de las personas de ascendencia africana en el mundo. No duda para ello en usar a su servicio los símbolos más diversos, o en apropiarse y recrear imágenes famosas de otros artistas.

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En la tercera de las exposiciones, El mayor espectáculo del mundo, se recoge la imaginería fotográfica del Archive of Modern Conflict para repasar la historia del circo, espectáculo con al menos 250 años de antigüedad tal y como lo conocemos ahora, y en cierta decadencia en algunos sentidos, y que quizá es representado especialmente en el que fue famoso Ringling Bros. and Barnum & Bailey Circus. La humanidad jugando en su máxima expresión.

Finalmente, hemos de hablar de la exposición en CentroCentro, la última de la sección Carta Blanca. Bajo el título Empieza por el principio… Y sigue hasta llegar al final: allí te paras, cita recogida de Alicia en el País de las Maravillas, tenemos una colectiva de doce artistas, seis suizos y seis holandeses, que se enfrentan entre sí con sus obras que son obras con técnicas mixtas, en el que la fotografía y otras artes visuales tienen su parte, pero que son instalaciones, a veces complejas, con distintos planteamientos y facturas. Es el exponente máximo de lo que comentaba unos párrafos más arriba de la fotografía mezclándose, inspirándose o formando parte de formas artísticas más complejas. Y como decía antes, no siempre bien entendidas. Esto último que he dicho casi parece un eufemismo.

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[Cine en TV] Love Letter (1995); superar el duelo

Cine
Nota: en esta entrada hay nombre de persona japoneses, en los que se ha respetado la forma en que ellos los expresan, primero el nombre de familia o apellido, después el nombre de pila de la persona.

Esta semana no hemos ido al cine. La cartelera no nos acababa de atraer. No nos decidía a salir de casa y afrontar las altas temperaturas antes de llegar a la sala de cine donde nos íbamos a quedar probablemente congelados por una mala regulación del aire acondicionado. A eso, hay que sumar el enfado que cualquier aficionado al cine tiene que manifestar. Años reclamando un IVA reducido para las entradas de cine, con el fin de fomentar la asistencia a las salas, para que cuando llega ese IVA reducido su repercusión en las entradas sea nula. Incluso algunas salas han incrementado el precio en alguna de sus sesiones. No… la suma de factores nos ha alejado de las salas de cine esta semana.

Pero a mí me gusta el cine. Y siempre tienes la opción de recuperar películas no vistas en su momento. Desde hace algún tiempo venía escuchando hablar de Love Letter (título original), película japonesa del año 1995, que tuvo mucho éxito en su país y notable repercusión en otros países asiáticos, pero que se estrenó en un momento en el que la distribución en occidente en general, y en España en particular, del cine nipón era excepcional. De entrada, decir que esta película dirigida por Iwai Shunji y protagonizada por una entrañable Nakayama Miho es probablemente bastante superior a la mayor parte del cine romántico norteamericano que sin empacho nos merendábamos con excesiva frecuencia en aquella década final del siglo XX. Es totalmente recomendable, sin dudar.

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Me gustaría visitar la isla de Hokkaido, pero de momento, no ha sido posible. Sí que pasé por Kobe en mis desplazamientos entre Kioto y Hiroshima, de donde saco las fotografías que ilustran la entrada de hoy.

Pero la película no es una narración de una historia de amor. Bueno. Sí. Lo es. De forma indirecta. El tema principal de la película es el duelo. La pérdida no superada. Nakayama hace un doble papel. Por un lado, es Watanabe Hiroko, una joven de Kobe que perdió a su prometido, Fujī Itsuki, en un accidente de montaña dos años antes. Y que aunque está rehaciendo su vida con otro joven, no ha acabado de superar la pérdida del joven introvertido, tímido con las mujeres, que a pesar de todo iba a casarse con ella. Por otro lado, es una joven cuyo nombre también es Fujī Itsuki, residente en una pequeña y fría ciudad de la isla de Hokkaido, la más norteña de las principales del archipiélago japonés, bibliotecaria. Que vive con su madre y su abuelo. Y que un día recibe una carta de Hiroko. Una carta que había sido remitida a una dirección presuntamente inexistente y dirigida al chico fallecido. Pero que le llega a la joven bibliotecaria. Y ahí comienza un intercambio epistolar, porque hay una historia común entre esta chica y el joven fallecido, que además del nombre, compartieron el aula durante un curso de la enseñanza secundaria.

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El duelo ha sido tratado con frecuencia en el cine. Pero si me obligo a recordar, no consigo evocar muchas películas que afecten a parejas jóvenes. Son relativamente los romances trágicos en los que uno de los amantes fallece tempranamente. Pero pocas veces nos cuentan lo que pasa a partir de ahí con el superviviente. Más frecuente son los duelos ante el hijo fallecido, como aquí y aquí, que nos ha dejado obras maestras. O esos hombres o mujeres maduros que han perdido al amor de su vida. Pero el duelo desde la perspectiva de una mujer joven de veintitantos años no es frecuente. Y el tema puede ser muy rico. Tal y como está planteada la película, estamos ante la situación en la que Hiroko necesita entrar en las fases de negociación y aceptación de la pérdida. Recordamos someramente las fases del duelo: negación, ira, depresión, negociación y aceptación. Recordamos también que no sólo se dan ante la muerte. Hay otras circunstancias que producen un duelo por el objeto perdido. La más frecuente la ruptura de una pareja, un divorcio o una separación. Pero podemos recordar un par de películas, de animación, donde el punto de partida es el duelo por la pérdida de un entorno de vida y el traslado a otra ciudad, norteamericana o japonesa. En la norteamericana aparecen más claramente definidas las emociones de las distintas fases del duelo. En cualquier caso, el duelo es una fase que todos los seres humanos hemos de pasar en un momento u otro de nuestra vida. La muerte de los padres, la ruptura de una pareja, la muerte de un cónyuge, la pérdida de un puesto laboral en un momento difícil de la vida,… Y por lo tanto, cualquier reflexión inteligente sobre el tema debe ser bienvenida, y nos puede ayudar a afrontar nuestras propias pérdidas.

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He comentado que Miho Nakayama hace dos papeles. Y la sensación es que el papel protagonista es el primero que aparece, el de la doliente Hiroko. Pero nos engañemos. Conforme avanza la película es el personaje de Itsuki, tanto en la actualidad como en el pasado (Sakai Miki). Y descubriremos poco a poco otra historia con pérdidas. La pérdida del padre. Y la pérdida de un amor, que ni siquiera supo que estuvo ahí. Y hasta aquí puedo contar, porque tal vez el protagonista real de la historia sea otro.

No me resultó fácil encontrarla. Pero si tenéis ocasión de verla. No lo dudéis. Muy recomendable.

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[TV] Irremediablemente enganchado al Imperio del Sol Pasivo-Agresivo

Televisión

Las cosas están como están. En los últimos tiempo he disminuido considerablemente la cantidad de televisión que veo. Lo que es lo mismo que decir que veo menos series de televisión. Va a resultar complicado en un futuro próximo ese ritmo de comentar una o dos a la semana. Imposible. No me da tiempo a ver una temporada de entre 10 y 13 episodios en siete días. Con un episodio al día como mucho… imposible.

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Un paseíto fotográfico por Japón, para una entrada sobre un programa nipón.

Pero esta semana apareció, como estaba previsto, la tercera tanda de episodios de Terrace House: Opening New Doors. Ya he comentado en otras ocasiones por qué alguien que, como yo, siempre he sido incapaz de ver o soportar la telerrealidad, de repente me engancho a esta tontada nipona. Básicamente, la capacidad de hacer televisión sobre nada, sobre la vida corriente y moliente, esperando los momentos sublimes en los que el carácter pasivo-agresivo de los japoneses, obligado por sus estrictas costumbres de cortesía y relación social, nos ofrecen destellos de humanidad que, convenientemente sazonados por el panel de comentaristas, causan nuestro disfrute.

No nos engañemos. Los japoneses no son ni mejores ni peores que los españoles o cualquier otra nacionalidad. En el fondo todos somos muy similares, son las formas las que permiten un tipo de programa probablemente impensable en nuestro país, o en la mayor parte del mundo occidental. Donde por lo tanto, la telerrealidad se convierte en algo artificioso, inverosímil y chabacano.

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En una ocasión, alguien me criticó mi calificación de pasivo-agresivo por el comportamiento de los participantes de este programa. Yo creo que lo es. Me explicaré. Como punto de partida podéis ver lo que dice la wikipedia, aunque no puedo asegurar que sea la mejor fuente sobre este tipo de comportamiento, si bien a mí me parece razonable. Si partimos de la base de que es un comportamiento que se fomenta cuando alguien quiere oponer resistencia a un elemento de autoridad en las relaciones interpersonales, tenemos que considerar que el complejo sistema de relaciones de cortesía japonés, con multiplicidad de fórmulas de respeto, con jerarquías, con una idea de base de que nunca ofender, ejerce como elemento de autoridad no unipersonal, pero que domina las relaciones. Por lo tanto, cuando en la convivencia cotidiana se producen en las bonitas casas del programas los inevitables roces, desacuerdos o enfrentamientos, estos no se resuelven habitualmente por la vía de la confrontación directa, del diálogo directo. A veces sí, porque hay una variabilidad en las personalidades de los participantes. Pero muchas no. Las diferencias de edad, de condición social, de carácter nos llevan a esas reacciones de pasividad ante los elementos agresivos que con frecuencia triunfan contra todo pronóstico, siendo el agresivo, el morrudo, el vago el que tiene que salir por piernas.

Es complejo. No soy psicólogo y tal vez no lo estoy explicando bien. Mis disculpas. Aceptaré con humildad cualquier reprimenda de alguien mejor formado en esta materia si me la razona. Pero hay elementos claros sobre esto que son los que dan valor a este programa. Que lo diferencian de las chorradas que mueven masas en las televisiones occidentales y que a mí me dejan absolutamente frío o me producen rechazo. En fin. Es cuestión de verlo. Por otro lado, es un programa de telerrealidad. Que nadie espere más tampoco.

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[Recomendación fotográfica] En PhotoEspaña, lo que no es Carta Blanca

Fotografía

Como comentaba el domingo, el sábado estuve en Madrid, visitando exposiciones de PhotoEspaña 2018, con un grupo de colegas de la Asociación de Fotógrafos de Zaragoza AFZ. Como sucede en otras ocasiones en las que sólo dispongo/disponemos de un día para visitar exposiciones, lo habitual es centrarse en las que se celebran en los ejes Alcalá-Gran Vía y Recoletos-Paseo del Prado, que permiten desplazarse caminando de una a otra sin perder mucho tiempo. Casi todas pertenecen a la sección oficial, alguna no. Y algunas de ellas pertenece a la sección Carta Blanca, en la que se permite a un fotógrafo de prestigio proponer o comisariar algunas de las propuestas expositivas del festival. Este año, la invitada es Cristina de Middel; pero de la sección Carta Blanca comentaré otro día. Y luego está la exposición que no era de PhotoEspaña.

No mencionaré todas las exposiciones, sólo las que más me llamaron la atención.

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En el Círculo de Bellas Artes hubo dos que atrajeron mi atención. La más llamativa es El siglo soviético, una selección de los fondos de fotografía soviética entre 1917 y 1972 del Archivo Lafuente, en el que podemos seguir con bastante precisión la evolución y las tendencias en la fotografía de la Unión Soviética durante este período de tiempo. Desde el interesantísimo constructivismo ruso representado por Aleksandr Ródchenko, hasta la fotografía claramente propagandística del estalinismo o de la posguerra mundial. Sin embargo, las fotografías que más llamaron la atención por su calidad y por su contenido fueron las del conflicto bélico con la Alemania nazi.  Conviene detenerse en el documental dedicado a Yevgueni Jaldéi, soldado fotógrafo soviético de origen judío a quien debemos algunas de las fotografías más icónicas del conflicto, incluyendo el izado de la bandera roja sobre el Reichstach en Berlín en 1945, pero que por su origen judío fue marginado en la posguerra, permaneciendo desconocido hasta la década de los ochenta del siglo XX.

También en el Círculo de Bellas Artes encontramos una exposición de fotografía africana con dos grupos de fotografías. Realizadas todas ellas en Senegal, por un lado grandes ampliaciones de un fotógrafo anónimo, retratando a personas de la sociedad senegalesa en Saint-Louis. Por otro lado, copias vintage del influyente estudio de Mama Casset. En todas ellas se pone de manifiesto que, lejos de la tendencia de los fotógrafos occidentales de fotografiar o el tipismo primitivista o la miseria de África, estos fotógrafos muestran gente alegre, bien vestida y educada. Rompiendo un poco los esquemas y los estereotipos.

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En el Instituto Cervantes encontramos Evolucionarios, muestras del trabajo de los finalistas y ganadores del premio de fotografía Fundación ENAIRE. Es una exposición colectiva, en la que se aprecia cierta tendencia a primar los temas medioambientales, pero a la que quizá falta profundidad. Encontré más interesante el catálogo que la propia exposición, y cómo sólo costaba 10 euros, lo compré. Aun tengo pendiente hojearlo detenidamente.

La galería de la tienda de Loewe en Gran Vía nos muestra los trabajos y colaboraciones de los fotógrafos y artistas contemporáneos Peter Hujar y David Wojnarowicz. Sorprende la descripción de la exposición que aparece en el sitio oficial de PhotoEspaña, que habla de retratos y de la transformación del paisaje urbano de Manhattan. Ambos artistas fueron militantes activistas del movimiento LGBT, y la exposición es claramente una declaración de principios en cuanto a los miembros destacados de esa comunidad, y de su aspiración a una libertad en su afectividad y en su sexualidad.

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Aparte de estas exposiciones, mencionar que en CentroCentro, el edificio del antiguo Palacio de Comunicaciones, visitamos una exposición de Lara Albuixech, no perteneciente a PhotoEspaña sino a la programación propia de este centro cultural del ayuntamiento madrileño, en la que da repaso a la memoria histórica de la triste y catastrófica descolonización del Sahara Occidental, y la deuda que con su pueblo contrajo y nunca pagó el estado español. Y lo hace desde la nostalgia de haber pertenecido a una familia que durante un tiempo, durante su infancia, vivió allí. Trabajo claro, directo, honesto, con excelentes retratos y fotografías de lugares evocados.

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