Los domingos no tengo la costumbre de leer el periódico. Entre semana en el trabajo, tengo disponible siempre dos periódicos, uno de carácter local y otro de carácter regional, que me permiten comprobar entre otras cosas si «salimos en la prensa». No es que varíe mucho mi tarea cotidiana, pero las administraciones públicas, y yo trabajo para uno, a veces sufren bandazos según marche la opinión publicada. A través de Google Reader, leo los titulares de un diario de carácter nacional. Pero los domingo, nada en papel.
Claro que siempre encuentro un rato para visitar a mi padre que fiel a una costumbre de décadas, todos los domingos se compra el Heraldo. Y en el día de descanso suele venir acompañado de un suplemento con el impronunciable nombre de XLSemanal. A pesar de que colabora en él alguna que otra firma presuntamente ilustre, nunca me ha gustado mucho, y muchos domingos, como el pasado, lo ignoro.
He aquí que a través de Microsiervos, me dirijo a leer un artículo firmado por Juan Manuel de Prada sobre creacionismo y evolucionismo. Y me sirve para constatar una cosa. Vivimos en un país muy inculto en la que incluso los intelectuales, en este caso procedente del mundo de las letras, confunden términos y conceptos, y además lo hacen con relativa impunidad.
Veamos.
La teoría de la evolución es una teoría científica. Charles Darwin intenta explicar la diferenciación de las especies, la generación de las mismas y los contenidos del registro fósil en la Tierra mediante una serie de proposiciones basadas en la observación y en la experimentación. Esta teoría no es válida de forma intrínseca. Esta teoría es válida mientras las ulteriores observaciones o nuevos experimentos resulten de acuerdo a las predicciones que establece. En algún momento, puede suceder que falle en explicar alguno de las observaciones y los experimentos, y por lo tanto habrá que modificar la teoría o, si es preciso, formular una nueva. La mecánica newtoniana fue el paradigma aceptado por la física para explicar el movimiento de las partículas durante más de doscientos años, hasta que determinadas observaciones la situaron en una situación de crisis resuelta temporalmente por la teoría de la relatividad que formuló Einstein. Este nuevo paradigma ya está en crisis, y en la actualidad los físicos buscan una nueva teoría que explique nuestro universo. La evolución de las especies tal y como la formuló Darwin también ha sufrido modificaciones en su conceptualización teórica, conforme los nuevos conocimientos han aportado nuevos datos.
Como vemos, las teorías científicas no son planteamientos dogmáticos. Son herramientas científicas para procurar un avance del conocimiento del mundo que nos rodea. Son métodos de trabajo y modelos para la mejor comprensión del mundo. Y por definición, están sometidas continuamente a la crítica y al escepticismo de los científicos.
El creacionismo es una creencia religiosa. Es decir, forma parte de la fe de algunas personas que creen en algo indemostrable, que es la existencia de una inteligencia superior que crea el mundo y a sus habitantes. No hay forma de demostrar la existencia de dicha inteligencia superior, la cual adopta distintas formas y actitudes según el grupo de personas que son adeptos a ella. Estos grupos de personas no suelen admitir críticas hacia la inteligencia superior en la que creen, y su cuerpo teórico está basado en dogmas, cuya negación supone la expulsión del grupo para el que la formula.
En principio, teorías científicas y creencias religiosas no tendrían porque entrar en conflicto. Estas últimas no son el interés de los científicos como tales científicos, aunque pueden manifestar interés por ellas como personas. Sin embargo, con frecuencia los grupos religiosos se han sentido amenazados por el desarrollo científico y han negado e incluso perseguido hasta con gran violencia este progreso de las ciencias. En la actualidad, también se da que algunos grupos religiosos pretenden equiparar sus creencias con la ciencia y exigen que se estudien en el mismo plano educativo cuando no de forma exclusiva. Son grupos fanáticos e incultos, aunque pueden acumular mucho poder. Así que el conflicto, innecesario, está servido.
El señor de Prada, en su artículo, toma partido por estos grupos fanáticos, defendiéndoles y asimilando conceptualmente las teorías científicas y las creencias religiosas. Por lo tanto, habrá que suponerle la misma incultura que al resto de activista creacionistas. Aunque el no se pronuncia sobre cual es su sistema de creencias. Obviamente, aunque como de costumbre las editoriales mencionan aquello de que no se responsabilizan de las opiniones de sus colaboradores, el mantenimiento de un escritor de este talante define a los responsables de la publicación dominical en cuestión. Que por otra parte, y bajo la libertad de prensa, tiene todo el derecho a opinar. Faltaría más. Aunque vendría bien que se documentaran.

Naturaleza en el Alto de Alcubierre (Huesca). Canon EOS D60; EF 28-135/3,5-5,6 IS USM