Domingo 29 de septiembre. Horas antes de salir de viaje hacia Singapur. En la madrugada del lunes había que poner el despertador a las 3 de la madrugada. Así que ese domingo me lo tomé con calma. No obstante, acepté la propuesta de unos conocidos de dar un paseo con una cámara de formato medio. No conocían este tipo de cámaras y tenían curiosidad.
Así que fue darnos un paseo, hacer las fotos de un rollo de negativos en color, cuyas características encontraréis descritas en Carlos en plata, y tomarnos un aperitivo. Todo muy relajado. Al fin y al cabo, sólo hacía dos días que había comenzado mi segundo periodo de vacaciones reglamentarias. Las del principio del otoño.
Hoy voy con otra ronda de series de animación japonesa correspondientes a la temporada del pasado verano. Con tonos y temas muy diversos entre sí. Voy a comentarlos de menos a más. Del que me ha dejado más frío al que más me ha gustado. Y realmente me gustó.
«Kamakura Style» en las fotografías acompañantes, por la serie de hoy con la que más me he divertido.
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En Netflix, a finales de agosto, se estrenó la primera temporada, no sé si habrá una segunda, de Terminator Zero, una serie de animación del universo Terminator, realizada y ambientada en Japón. Básicamente, la idea de fondo de la serie, que permite hacer trampas y evitar los errores de continuidad en este universo de ficción, es que cada vez que se hacen viajes en el tiempo los personajes se sitúan en universos alternativos, en líneas de tiempo paralelas, para no generar paradojas temporales. Y así, en esta ocasión, los viajeros en el tiempo van a Tokio en 1997, una para tratar de proteger a un investigador en inteligencias artificiales que quiere contrarrestar los riesgos de Skynet, así como a sus hijos, mientras que otro va con la intención de acabar con ellos, ya que reconoce el potencial riesgo que para Skynet supone el trabajo del investigador. A partir de ahí, lo de siempre, persecuciones, tiroteos, y demás. No sé cual es la versión original de la serie, porque aunque realizada en Japón es una idea y encargo desde Estados Unidos para Netflix. Los actores de voz de la versión en inglés están llenos de nombres conocidos más o menos ilustres. Mientras que la japonesa son prestigiosos actores de voz, una categoría respetada en sí misma en el País del Sol Naciente. Ya que la cosa transcurre en Japón, opté por verla en la versión nipona. En general, entretiene, al menos a ratos, pero está muy lejos de ser una serie redonda que aporte algo nuevo. Es una forma más de ordeñar la vaca de la franquicia. Sin más.
Uzumaki (うずまき, espirales) es una adaptación a serie de animación de un conocido manga de Junji Itō. Itō es conocido fundamentalmente por sus historias de terror, en ocasiones sumamente imaginativas y abigarradas en su planteamiento, desarrollo y aspectos visuales. La serie tiene sólo cuatro episodios de 25 minutos de duración, y los dibujos están en blanco y negro, siendo absolutamente similares en su aspecto visual a los de las viñetas del manga. Nos cuenta la historia de una población a orillas del mar, rodeada de montañas, en la que un día comienzan a ocurrir fenómenos extraños, relacionados con las formas en espiral. Poco a poco todos los habitantes de la población, que se llama Kurouzu-cho (黒渦町, la ciudad del vórtice negro) en un guiño claro a la trama de la película, se ven afectados por una maldición relacionada con estas espirales. La acción va a siguiendo a una adolescente, alumna del instituto de la ciudad, y su novio, y son la perspectiva desde la que observamos la transformación de los habitantes y las propia ciudad. Las historias de Itō son abigarradas y complejas, no es sencillo seguir la trama de la serie, a pesar de que se pueda ver de tirón como una película de algo menos de dos horas de duración. A ratos, los aspectos visuales de la serie son abrumadores. Es una serie que me ha parecido interesante ver, pero que no me ha terminado de atrapar, probablemente por que el género de terror no es uno de los que más me enganchan en general.
Con un tono muy distinto, aunque también basada en un manga, Nige Jōzu no Wakagimi (逃げ上手の若君, el joven con habilidad para huir), en inglés un apropiado The elusive samurai, creo en español se ha propuesto el título Héroe fugitivo, se ambienta en el final del periodo Kamakura y comienzo del Muromachi, hacia el año 1333, según la cuenta de los años de la Europa occidental. El protagonista es un niño del clan Hōjō, uno de los pocos supervivientes a la traición que acabó con el shogunato Kamakura, y que en la historia real se convertiría en un uno de los últimos resistentes al nuevo orden establecido en Japón. Pero aquí se nos cuenta cómo se salva y se refugia entre los Suwa en el centro del país, con un clan fiel al derrocado shogunato, y donde se preparará para pelear en un futuro sobre sus derechos arrebatados. Es muy divertida, y llena de acción. El protagonista, y de ahí el título de la serie, es más hábil escabulléndose de los que le persiguen o le atacan que peleando de diversas formas. Por lo que con sus compañeros, irá consiguiendo victorias contras quienes lo persiguen más basadas en la inteligencia y en la habilidad que en la fuerza. Otro tema de la series es el compañerismo, la amistad y la fidelidad a los amigos y aliados. Es muy divertida y muy ágil. Como curiosidad, el personaje protagonista, en su versión real e histórica, es una figura controvertida durante el llamado periodo Nanbokucho, los años de inestabilidad entre la caída del shogunato Kamakura y el establecimeinto del shogunato Ashikaga. Las canciones de entrada y cierre de la series son muy divertidas, especialmente el Kamakura Style 鎌倉 STYLE del cierre, tan lleno de anacronismos.
Me estoy saltando una película a la hora de comentar estrenos en estas páginas. Pero es que me quería documentar sobre una cosa antes de hablar de esa película, y no he tenido tiempo. Por eso, paso a comentar un «estreno» de este pasado fin de semana. Una sesión matinal, o de primeras horas de la tarde del sábado, en una extrañas sesiones a las 14:30 de la tarde que han puesto recientemente, a la que fui en solitario por la curiosidad sobre esta película checa de 1966 dirigida por Vera Chytilová. Desconozco exactamente el motivo de esta restauración y de esta proyección en estos tiempos, pero bueno de todo tiene que haber.
Fotografías en Praga, en 1997, treinta años después de la película, cuando ya se estaba consolidando como un destino turístico popular, tras la caída del régimen comunista unos años antes.
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Estamos ante una película con un contenido fuertemente surrealista, en la que las situaciones suelen tener fuerte carácter simbólico, de una forma más o menos sutil según los casos. La película fue dirigida y filmada en la Checoslovaquia de los años sesenta del siglo XX, antes de la llamada Primavera de Praga, cuando ya la sociedad checoslovaca había empezado a dar signos de descontento y deseo de cambio ante el régimen dictatorial comunista y prosoviético que se había instalado en el país tras la Segunda Guerra Mundial. La película sigue las aventuras de dos mujeres jóvenes mujeres Maria I, la morena, (Jitka Cerhová) y Maria II, la rubia, (Ivana Karbanová), aventuras que consisten en una serie de secuencias inconexas entre sí en la mayor parte de las ocasiones, aunque a veces se encuentren referencias cruzadas entre ellas, en las que las dos protagonistas realizan actos de libertad personal de carácter transgresor. En ellas cuestionan las figuras del patriarcado, hombres mayores, serios y con traje, que quieren aventuras con ellas, flirtean con el suicidio, con la gula, con los símbolos fálicos que son cortados y comidos, con los conceptos de existencia y no existencia. Como decía, escenas simbólicas críticas con distintas realidades del mundo del momento.
La película entra dentro de la categoría de eso que se conocía en aquellos momentos como cine experimental o cine de arte y ensayo, unas categorías que hoy en día se usan menos, siendo más frecuente la denominación «cine de autor», aunque esta es una categoría que sirve de paraguas para películas de muy distinto calibre, incluso de algunas de carácter marcadamente comercial, lo que no es el caso de aquel cine de ensayo de los años 60 y 70.
La película ridiculiza los valores y los modales de la época. Las chicas se comportan de modo infantil, al mismo tiempo que procaz, subvirtiendo el concepto de la época de la mujer, especialmente de la mujer joven, como un ser escasamente racional, y voluble. Y lo hacen bien. No obstante, es difícil valorar la interpretación de las dos protagonistas, actrices que apenas tuvieron recorrido en el mundo de la actuación. De alguna forma, reciben unas directrices generales, y ellas actúan, en el sentido de realizar acciones más que de actuación artística, dejándoles cierta libertad de improvisación.
La película es notable, por lo menos desde el punto de vista de las intenciones de la directora, del montaje, y del contenido. Pero no es una película comercial al uso, y por lo tanto ha de visualizarse con un determinado estado de ánimo. Es una película recomendable para quien no le importe arriesgar cuando se sitúa ante la pantalla de cine, dispuesto a admitir una diversidad de opciones, y dispuesto a dar un pensamiento a lo que suceda en la pantalla ante sus ojos. Pero no es recomendable para quien busque un entretenimiento. Y, por supuesto, no es recomendable para los que aborrecen cualquier tipo de transgresión y desorden. Es lo que hay. Ya no está en cartelera, no sé si el fin de semana volverá o han sido unas proyecciones puntuales en este fin de semana pasado. En cualquier caso, con una duración de unos 70, una experiencia cinematográfica curiosa.
Ya mostré hace unos días fotografías realizadas en mi escapada andaluza de finales de octubre con película fotográfica para negativos en blanco y negro. Pero también me llevé una cámara con película para negativos en color. Mi intención era centrar mi reportaje fotográfico en la película fotográfica, dejando la fotografía digital como auxiliar en situaciones donde la película fotográfica fuese poco práctica, así como para realizar algunas fotografías para compartir en redes sociales e internet sobre la marcha.
Pero hubo un problema. Con la batería de la cámara que me llevé para la película en color. Así que no tengo fotos de Osuna ni del desfiladero de los Gaitanes. El problema lo pude resolver a mitad de mi estancia en Sevilla, y sí que tengo fotografías de Córdoba y de la propia Sevilla. Que es lo que os muestro aquí. Las de Córdoba más arriba, las de Sevilla más abajo. Los detalles técnicos de las fotografías y del problema que tuve los encontraréis en una publicación de Carlos en plata.
No sé muy bien cuál es el criterio por el cual, cuando transcriben una palabra con alguna de las moras del grupo ra, re, ri, ro, ru del japonés a un idioma indoeuropeo, como el inglés o el castellano, a veces conservan la «r» y otras lo transcriben como «l». En japonés, esas moras se pronuncia con un fonema intermedio, que a veces nos suena «r» y otras «l». El caso es que el título original de este relato gráfico de Inio Asano, Soranin ソラニン, nos lo ofrecen en español o en inglés o en otros idiomas como Solanin. Que es el título de una canción ficticia de la que se habla en la historia. Ficticia hasta que un grupo de rock japonés, con letra del propio Asano, la que aparece en la historia, le puso música y la grabó. Y se usó en la adaptación al cine que hubo en su momento de esta historia.
Como consecuencia de la buenísima impresión que me dejó la lectura reciente de la serie de ciencia ficción de Asano que recientemente se adoptó como serie de anime, decidí que quería leer más de este autor. Y me puse a buscar y di con dos de sus obras, el relato gráfico que nos ocupa hoy, y una antología de relatos cortos de la que hablaré en otro momento. Solanin es una historia publicada originalmente de forma serializada entre 2005 y 2006. Yo la he leído en un volumen único, aunque originalmente se recopiló en forma de dos tankōbon. Y los temas que trata son algunos de los más queridos por los autores japoneses; aquellos relacionados con la alienación que genera la sociedad en las grandes ciudades, especialmente Tokio, entre las gentes. Y en este caso, la rebelión contra la misma de unos jóvenes que se debaten contra las «obligaciones» impuestas por el paso pleno a la edad adulta.
Meiko (ella) y Taneda (él) son dos jovenes en la mitad de su veintena. Se conocieron y se enamoraron como estudiantes en la universidad, y llevan juntos varios años. Viven juntos, y salen adelante con el salario de ella como oficinista y los magros ingresos de él como ilustrador a tiempo parcial en una editorial. Se quieren. Pero están insatisfechos. Meiko es consciente que a este paso, se van a quemar, y su relación peligrará. Por ello toma una decisión. Aprovechando sus ahorros, deja su trabajo para replantearse su vida, y anima a Taneda para que retome sus sueños de universitario; la música y su grupo de rock. Sin embargo, una tragedia cambiará por completo los planteamientos de Meiko.
Hay varias cosas que me gustan, y mucho, en esta historia de Asano. La primera, importante, es que los personajes, los dos principales, pero también el grupo de amigos y familiares que les rodea, se sienten reales. Vivos. Auténticos. No son héroes. Tampoco antihéroes. Son gente. Gente maja. Pero con problemas. Meiko es una chica corriente. Y sin embargo, en su autenticidad de veinteañera que profundiza con reticencias, y con resistencias, en las responsabilidades de la vida adulta, se percibe especial. Y atractiva. Otra cosa importante es el entorno. También se siente real. Da la impresión que las vivencias de los personajes tienen que ver con la percepción real de Asano sobre la sociedad en la que vivía en ese momento. Tendría entre 24 y 26 años cuando publicó la historia, los mismos que sus personajes. Es una historia de ficción que rezuma autenticiadad.
La historia no resuelve la vida de sus protagonistas. En el mejor estilo de la literatura asiática, no hay un desenlace propiamente dicho. Durante un tiempo, pasan cosas, cosas importantes, cosas trágicas, cosas buenas, y pequeñas cosas. Pero al final no hay cierres. Porque la vida sigue. Y cada día hay que tomar nuevas decisiones y tirar para adelante. Cada uno, como mejor entienden. Es una historia excelente, con una realización no menos excelente. Distinta a la de las chicas de DeDeDeDe, pero engarzada en las mismas preocupaciones y en los mismo temas. Y probablemente mejor. Aunque eso depende de los gustos de cada cual. En cualquier caso, muy recomendable. Lo más curioso es que, 20 años después de publicarse la historia por primera vez, los temas siguen siendo totalmente actuales y válidos. Parece que en esos 20 años, las sociedades actuales, poco han evolucionado en el fondo.
Cuando hice el primero de los cursos de fotografía en Spectrum, allá por 1991 o 1992, ya no recuerdo bien, la profesora, Nati Gascón, nos mostró en el primer día algunas fotografías de maestros de la fotografía, en una declaración de intenciones sobre por donde iban los tiros de aquella formación. Lejos de los «trucos» informáticos que parecen importar hoy en día. Era un pimiento de Edward Weston. Me costó entender por qué era una gran fotografía y por qué era importante en la historia de la fotografía. Pero cuando lo hice, di un gran avance en mi comprensión del mundo del arte. Y me liberé de prejuicios. Que siempre está bien. Weston perteneció a un grupo de fotógrafos que duró muy poquito tiempo, pero fue muy importante; el Grupo f/64. El nombre viene de la apertura de diafragma de trabajo más frecuente en las cámaras de gran formato de 20 x 25 mm u 8 x 10 pulgadas. Y lo conformaron grandes ilustres como Paul Strand, Weston, Ansel Adams, Imogen Cunnigham y otros. En Revela-t nos recordaron la fundación del grupo en 1932 hace unos días.
Lo de Annie Leibovitz haciendo retratos oficiales de la realeza no es nuevo. Ya se puso a ello con Isabel II del Reino Unido. Pero no pensaba que alguien en España se le ocurriese contratar a la norteamericana para poner su cámara y su ejército de ayudantes frente a los caretos de los monarcas hispanos. Y tal cosa es lo que ha sucedido por iniciativa del Banco de España, si mis informaciones no son erróneas. Lo he visto publicado en diversos lugares, pero el tema me aburría en un principio. Hasta que la gente de Revela-t compartió un comentario sobre el tema de Alfredo Oliva (Instagram). Profesor de psicología retirado, téorico y docente sobre fotografía y fotógrafo en activo, publicó un comentario sobre los retratos en los que percibía una intención ridiculizante de los retratos de Felipe y Letizia con zeta. Que me pareció curiosa. Desconozco si realmente esa fue la intención de Leibovitz. Me consta que desde hace unos años, en los que sufrió un batacazo financiero notable, busca trabajos rentables y alimenticios, y eso me pareció con estos. Pero bueno… los argumentos de Oliva me parecieron interesantes. Para pensar un ratito. Luego me puse a otra cosa que me interesaba más.
Difícilmente me dedicaré de forma preferente a la fotografía de naturaleza por distintos motivos. Pero cada vez me interesa más. Como se puede ver por las fotografías que ilustran esta publicación, realizadas ayer mismo. Con la llegada de los últimos meses del año llegan los fallos de los premios de fotografía más diversos, y entre ellos también el de fotógrafo de vida salvaje del año (Wildlife Photographer of the Year). La noticia la vi en la nueva revista en línea, Wild Eye Magazine, a la que me he suscrito aprovechando el precio especial de lanzamiento. El primer número, que todavía estoy digiriendo, me está gustando mucho. A ver cómo va en un futuro. En cualquier caso, como es habitual en estos premios, las fotografías son realmente espectaculares. Cómo se lo curran algunos.
En Aesthetica Magazine conocí hace pocos días el trabajo de la fotógrafa norteamericana Barbara Crane, ya fallecida hace cinco años. Crane estuvo activa desde los años 60 del siglo XX hasta pocos años antes de su fallecimiento. En la página web, sus fotografías más recientes expuestas son del año 2013, si no me equivoco. Y por lo tanto tiene un amplia diversidad de temas y estilos a lo largo de su trayectoria. Pero reconozco que al igual que en el artículo donde la descubrí, son sus fotografías en las grandes ciudades las que más me han llamado la atención.
En PhotoSnack, Tomasz nos propuso conocer el trabajo de Neal Slavin, fotógrafo y director de cine y televisión, especialmente sus retratos de grupos. Y estoy de acuerdo. Fotografiar un grupo es siempre complejo, especialmente si quieres reflejar la personalidad del colectivo. Y por eso lo traigo aquí. Otro día, también nos propuso revisar el trabajo de Rania Matar, una fotógrafa que por su origen entre occidente y oriente próximo, siempre ha vivido y trabajado en la tensión de la dualidad y del conflicto. La conozco ya desde hace un tiempo, pero nunca está de más recordarla.