Para finalizar, un paseo por alguna ciudad francófona; Friburgo y Neuchâtel

Viajes

Ayer fue el último día del viaje. Por la mañana me despedí en la estación de Berna de mis compañeros de andanzas. Mientras ellos cogían un Cisalpino con destino al otro lado de los Alpes, yo pillaba un tren hacía Friburgo. Una mona ciudad situada a media hora de Berna, y donde para variar, se habla mayoritariamente francés. Mucho más cómodo para mí, la verdad, el hablar a la gente en su idioma natal, y no depender los dos de un tercer idioma, aunque sea uno tan extendido como el del imperio, el inglés. La ciudad vieja, situada en un recodo del río Sarine, es realmente bonita y muy agradable para pasear.

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Una estatua llorosa me recibe nada más bajar del tren en Frinburgo.

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En la catedral de Friburgo encontramos en las cristaleras las escenas de sado-maso que tanto gustan a los católicos.

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La calle de las esposas fieles y los maridos modélicos... dime de lo que presumes y te diré de qué careces.

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Como algunos ya sabíamos, aunque en España se ignora bastante, el Camino de Santiago es algo que se extiende por todo el continente y no sólo entre Roncesvalles y Santiago.

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Recoleta la ciudad antigua de Friburgo, ¿verdad?

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Y para finalizar la visita a Friburgo, un funicular que nos sube hasta la estación.

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Una como ésta está en el museo del transporte de Lucerna; aquí están en exposición en la estación de Friburgo, pero pintadas de rojo en vez de verde.

Tras pasar la mañana en Friburgo, cogí un tren hacia Neuchâtel, también perteneciente a la Suiza francófona. También una ciudad muy mona, situada junto a un gran lago, aunque el paseo por su orilla me tocó bajo un nublado y un vientecillo fresco. Pero previamente había paseado por su bonito y colorido casco antiguo, y había subido al conjunto formado por el castillo, actualmente sede del gobierno cantonal, y una colegiata aneja.

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Unos pasean, otros leen, en las tranquilas calles de Neuchâtel.

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El castillo de Neuchâtel, sede del gobierno cantonal.

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Altar mayor de la colegiata de Neuchâtel.

Hacia las cinco de la tarde cogí un tren de vuelta a Berna, había que hacer alguna compra de última hora, y si el tiempo no lo impedía dar una última vuelta por Berna, por algunos de los lugares que en la primera visita nos pillaron con lluvia y que ahora podían estar soleado.

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El oso, emblema de la ciudad de Berna, lo podemos encontrar hasta en el azud del río Aare.

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En el mismo lugar donde en ese momento tomaban el sol los adolescentes, días atrás caía el diluvio.

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Y antes de irme, un paseo entre las policromadas fuentes bernesas.

Y ya, a las nueve de la noche, tren de vuelta. Pero eso ya es otra historia… y será contada en otra ocasión.

Top of Europe llaman estos suizos al tinglado que tienen montado en la Jungfrau

Viajes

Por fin, tras varios retrasos por miedo al mal tiempo. Nos encaminamos hacia el Jungfraujoch. Es un complejo turístico científico situado a unos 3500 metros de altitud en la cresta que une dos de los picos del macizo de la Jungfrau, el Jungfrau propiamente dicho y el Mönch. El tercer pico en discordia del macizo es el famosísimo Eiger y su terrible cara norte que tantos alpinistas se ha llevado por delante. Uno de los motivos también para intentar garantizar un poco de buen tiempo es que los sucesivos trenes, entre normales y de cremallera, que hay que coger hasta semejante altitud, cuestan en su conjunto un huevo y parte del otro. Pero bueno, el viaje es entretenido.

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Foto a través de la ventanilla del tren; calidad floja, pero de las pocas ocasiones que han surgido de fotografiar la cara norte del Eiger.

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Trenes de cremallera de la Jungfraubahn, dispuestos a subir a lo alto.

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Una de la estaciones del tren de cremallera es Eigergletscher, el glaciar del Eiger; y aquí vemos cómo termina.

Una vez allí, pues a fotografíar montes se ha dicho. Hacía relativamente bueno. -3ºC, pero con sol y sin viento. Así que no se notaban mucho. Pero algunas nubes ligeras pasaban de vez en cuando por las cumbres. Una incluso nos ha dejado cinco minutos de nevada. Ni un minuto más. El Jungfrau estaba tímido y apenas se ha dejado ver entre las nubes. El Mönch estaba mucho más aparente. El Eiger, tapado por el Mönch. Pero lo que más me ha impresionado ha sido el inmenso glaciar que fluía, muy lentamente, a nuestros pies. Como anécdota, hay un palacio de hielo, muy frío, con distintas esculturas. Una de ellas, con sorpresa… pues para mi gusto un poco cutre. Pero yo soy así.

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El Jungfrau se asoma tímidamente entre las nubes.

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La mole del Mönch se despeja ante nuestros ojos.

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La zona que vemos la llaman la plaza de la Concordia, pues recoge tranquilamente tres glaciares que se reunen en una única lengua al fondo.

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Sí, es cierto, la alineación de España en la final de la Eurocopa que ganaron embutida en el hielo... aggggg.

Hemos vuelto por Grindelwald con el fin de admirar la cara norte del Eiger, pero estaba cubierta por las nubes casi por completo. Mala suerte. Nos hemos tenido que conformar con lo vislumbrado por la mañana subiendo. Eso sí, en Grindelwald, una banda musical de niños animaba la tarde, y lo hacían muy bien.

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Horribles nubes nos impiden ver la impresionante cara norte del Eiger.

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Pues tocaban bien estos chavalillos en Grindenwald.

Finalmente, llegados a Interlaken, la tarde era muy bonita por lo que nos hemos dado un amplio paseo antes de cenar, observando la bonita ciudad turística entre dos lagos.

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No sabemos muy bien, pero a estos vistosos y cuidados edificios en Interlaken les llaman el castillo.

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Vuelos en parapente con instructor aterrizan en pleno centro de Interlaken.

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Veteranas locomotoras las que todavía usa el Bern-Loschberg-Simplon Bahn.

Para volver, un ICE alemán. Toma ya. No sé hasta donde iría. Estos suizos son muy suyos y ponía destino Basilea. Pero siendo ésta una ciudad fronteriza, seguro que seguiría hasta alguna ciudad importante alemana.

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ICE de la DB alemana que nos llevará de vuelta a Berna.

Lucerna: aviones, trenes, un barco de 1901,… y un paseo al atardecer

Viajes

Llevamos varios días demorando la vuelta a los Alpes por culpa del tiempo. Sigue con la tónica de intervalos de sol y lluvia. Mañana es nuestra última oportunidad. Haga bueno o malo. Pero hoy,… hoy nos hemos ido a Lucerna, que es un sitio de lo más entretenido.

La ciudad es mona. Especialmente el casco antiguo que está entorno al desagüe del Lago de los Cuatro Cantones. Esto es más o menos lo que significa su complicado nombre en alemán. Así que cuando hemos llegado nos hemos dado una vuelta de situación, y viendo que estaba más bien nublado nos hemos ido el muy recomendado Verkherhaus, o sea, el Museo del Transporte. Para que nos hemos de engañar, sólo dos tercios de la compañía estaba entusiasmado con el tema. Un tercio con los aviones y un tercio con los trenes. Así que eso es lo que hemos visitado.

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La pasarela de madera con su torre, el elemento más característico de la ciudad de Lucerna.

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A ver quién adivina la nacionalidad del avión.

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Normalmente, en los museos ferroviarios las estrellas son las antiguas locomotoras de vapor; en Suiza, no. En Suiza sólo pueden ser sus estupendas locomotoras electricas "cocodrilos".

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Cómo mola el quita nieves; es en sí misma una locomotora de vapor con estas cuchilas en aspa en su delantera.

Cuando hemos salido lucía el sol, así que nos hemos acercado otra vez al casco histórico. Pero simplemente con la duración del trayecto en trolebús, vuelta el nublado. Como hicimos en Zurich, viendo que en el lago, hacia el sur, hacía bueno, hemos vuelto a embarcar para dar una vuelta de un par de horas largas. El paisaje es más bonito y más agreste que el del Zurichsee. Y nos ha pillado una de las tormentas. En momentos hemos pasado de estar calentitos en cubierta a tener que recogernos en el interior por el viento y el frío. Lo que nos ha permitido percatarnos que el barco, un vapor de 1901 en perfecto estado de mantenimiento, tiene sus máquinas a la vista, y hemos estado disfrutando con sus evoluciones.

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Escarpadas las orillas del lago de Lucerna. Y bonitas.

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Uno de los marineros de agua dulce arría las banderas para evitar que se estropeen con la tormenta que vamos a atravesar, y que al fondo se ve.

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Impecables y relucientes lucen las viejas máquinas de vapor del barco que nos lleva de vuelta a Lucerna.

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Y también es bonito y estilizado por fuera.

Finalmente, una vez de regreso en Lucerna, esta vez sí que nos ha permitido recorrer la ciudad antigua con una agradable luz de sol de atardecer. Hemos hecho unas cuantas fotos, hemos cenado en un italiano, pero que muy bien, y nos hemos ido a coger el tren para volver a Berna.

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La pasarela de madera con su torre lucen impresionantes al sol de la tarde.

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Una nueva vista del centro de la ciudad de Lucerna.

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Características casas pintadas en una de las plazas de la ciudad antigua.

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El InterRegio que nos devolverá a Berna está dispuesto para salir.

Pues no ha estado mal cómo hemos conseguido torear el mal tiempo oye. Si hasta nos ha cundido.

Un poco de ruinas romanas, y mucho pasear por Basilea

Viajes

Hoy ha sido un día tranquilo. Nos esperábamos lo peor, ya que en Berna ha amanecido lloviendo, pero camino de Basilea ha parado y simplemente se ha quedado muy nuboso. El tema es que para matar el rato en la hora que cuesta ir entre las dos ciudades, nos hemos puesto a consultar la Guía Michelín, y me encuentro que a 11 kilómetros de Basilea están las ruinas romanas de Augusta Rurica, en la ciudad de Kaiseraugst… ¡Coño, si por aquí también hay una Caesaraugusta! Y yo que vengo de la española y sin enterarnos. Pues fuera de programa, nos cogemos la línea S1 de cercanías y nos plantamos.

No había mucha animación, no. Pero el tiempo ha ido mejorando e incluso a salido el sol. Como la actual Kaiseraugust es muy chiquitita comparada con la actual Zaragoza, las ruinas están desperdigadas por la campiña. Y también nos hemos acercado al Rin, que pasa por la población, para ver Alemania desde fuera.

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Por la estación de Kaiseraugst, a 11 kilómetros de Basilea, pasa raudo un tren de mercancías.

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Además de las ruinas de un templo en Augusta Raurica, al fondo se ven las defensas construidas en el 39 ante una hipotética invasión de los alemanes.

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En el museo romano tienen reconstruida una Villa con su "caganet" y todo.

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En un día gris, al otro lado del Rin, Alemania; vista desde fuera.

Después, hemos vuelto a Basilea para la hora de comer. Queríamos hacerlo sentadicos y tal. Nada de comida basura como la salchicha de ayer. Pues casi no lo conseguimos. A las dos, casi todos los restaurantes tenían ya la cocina cerrada. Nos hemos empezado a dar cuenta de que la ciudad es bonita pero no vive del y para el turismo.

En cualquier caso, la tarde se resume fácil. Ha estado nublado, ha llovido y ha hecho sol. Hemos visto el Rin, hemos cruzado sus puentes, hemos visitado alguna iglesia, hay un ayuntamiento muy colorado y llamativo, y el conjunto de las calles y casitas de la ciudad vieja está muy bien, con sus edificios monísimos y cuidadísimos de los siglos XIV y XV. Ale, os dejo unas fotos. Y hasta mañana.

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Qué habrá hecho el pobre tranvía que cruza el Rin en Basilea para merecer eso.

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Entre los varios puentes que cruzan el Rin en Basilea, hay barcas transbordadoras para peatones; muy vistosas, con sus banderitas y todo.

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Paseando por el claustro de la iglesia Münster.

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Llamativo el ayuntamiento de Basilea, ¿verdad?, todo rojo él.

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Son bonitas las casas que hay por el casco antiguo de la ciudad, y muy cuidadas.

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En muchas casas está inscrito el año en que fue construida o arreglada la casa y a quién perteneció.

Hoy era el día de «los maletines»; hemos ido a Zurich, la capital mundial de la banca

Viajes

Bueno, sí que hemos ido a un banco. Al cajero automático. Por lo demás, hemos llegado por la mañana con tiempo incierto. Y sensaciones encontradas. Nada más llegar, sales de la estación a la Bahnhofgasse, y te encuentras con una calle llena de tranvías y de tiendas en las que están encantados de servirte si tienes una Visa del tamaño de Siberia. Si vas con menos, no vayas. ¡Coño, qué precios! Pero es que cuando nos hemos salido, nos hemos encontrado con una ciudad muy mona, pero muy sosa. Calles recoletas, vacías. Alguna sosa iglesia protestante… Y encima, cada vez más gris y más cubierto hasta que se ha puesto a llover.

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La Bahnhofgasse repleta de gente, tranvías y tiendas detrás de los árboles.

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Por las mañanas, las callejuelas alrededor de Lindenhof estaba casi desiertas.

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Pintura exterior en la Fraumunster; en el interior había unas vidrieras de Marc Chagal, que no dejaban fotografíar.

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Conforme nos acercábamos al Zurichsee, la cosa se iba poniendo gris y "húmeda".

Visto lo cual, y percatándonos de que en el Zurichsee, o lago de Zurich, hacia el sur el tiempo era soleado. Hemos decidido embarcarnos en dirección a Rapperswil. Y qué a tiempo, porque al poco de salir de puerto, hemos visto como caía sobre Zurich un tromba de agua de mucho cuidado. Nosotros hemos ido tomando el sol, y admirando el paisaje. Nos ha recordado en cierta medida a los grandes lagos italianos, aunque no tan mono. Pero por razones que ahora no vienen a cuento, ese recuerdo nos ha parecido apropiado.

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Desde el barco hemos visto como descargaba una tromba de agua sobre la ciudad.

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Coquetos embarcaderos a orillas del Zurichsee.

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Algunas islas y penínsulas en el lago sirven de parque para los ciudadanos.

Una ver en Rapperswil, nos hemos dado una hora para ver sus calles y, en lo alto, alguna iglesia pequeñita y mona, y un castillo donde estaba Bambi y su mamá. Parece que todavía no se han encontrado con «el simpático» cazador.

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Pero que c.ñ.... ¿Marco's? ¿Flamenco? ¿Pasta-Bar?

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Una de las iglesias que hay junto al castillo de Rapperswil.

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El interior de la otra iglesia junto al castillo de Rapperswil.

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Bambi y su mamá... ¿huyendo del "simpático" cazador

Finalizada la visita, regreso a Zurich, donde también había salido el sol. Y también la gente. Todo estaba muy mono y muy animado, lo que ha mejorado nuestra impresión de la ciudad. Y a las nueve, el tren de vuelta a Berna. Otro día de vacaciones cumplido.

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De vuelta en el barco, a punto de llegar a Zurich aumenta la expectación de los viajeros.

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Los viejos rockeros nunca mueren, y estos, a orillas del Zurichsee, debían ser por lo menos de la quinta de los Rolling.

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El atardecer ha sido muy agradable en Zurich, lo que nos ha permitido dar una amplio paseo hasta la salida del tren.

Dejamos la montaña, y nos vamos a la capital, o así, a Berna quiero decir

Viajes

Ayer por la noche, aún hubo alguna cosa interesante antes de cenar, paseando por Zermatt. La primera es que, oh sorpresa, el Cervino mostró por un instante su cumbre soleada por el sol del atardecer. No me pillo con la mejor cámara para inmortalizar el suceso, pero algo es algo. Después  visité el cementerio de los alpinistas muertos en las montañas de los alrededores.  Jo, qué cantidad de ingleses la han palmado por aquí. Y finalmente, después de cenar, me encontré con un coro de estos que hacen gorgoritos tipo tirolés. Pero sin el gorro con la pluma.

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La cima soleada del Cervino asoma entre jirones de nubes.

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Tumbas de los alpinistas muertos subiendo o bajando las cimas de los Alpes en los alrededores de Zermatt.

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Pues cantaban bien los veteranos miembros de este coro.

Hoy ya he cogido el tren de vuelta a Berna, la presunta capital del país. Digo presunta porque aquí no se toman muy en serio estas cosas. Esque estan muy descentralizados, ellos. Y sin que pase nada, oiga. La principal atracción es el conjunto de calles formado por la Marktgasse y sus continuaciones por ambos extremos. Tiene un par de torres con sus relojes y esas cosas, y hay un montón de estatuas policromadas con diversos motivos que alegran el ambiente. Es peligrosa, te puede atropellar un autobús, o un trolebús, o el tranvía, o te puedes caer a una zanja con agua. ¡Y eso que son peatonales!

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Un amenazador tranvía enfila por la Marktgasse de Berna.

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Si no mueres atropellado, caes en alguna zanja.

También hemos visto que en las paredes de las casas hay todo tipo de cosas entretenidas. Desde marcianos de videojuegos a señoritas que leen atentamente en posiciones que a nosotros no nos han parecido del todo recomendables. ¡Y encima fumando!

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¡Un marcianito! ¡De los de antaño! Bip, bip, bip...

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No creáis, no, que no estaba a ras de suelo; igual era un tercero o un cuarto piso.

Después, hemos subido a la rosaleda, donde además de rosas, que no parecen rosas en ocasiones, hemos contemplado las vistas del casco antiguo de Berna que se encuentra en un meandro del río Aare. Mientras, se empezaba a organizar una buena tormenta. ¿Caería?

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Dicen que esta flor de la rosaleda de Berna es una rosa; pues bueno, es bonita.

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Un amor con vistas... a Berna; y con nubarrones en el horizonte.

Pues sí. Y de lo lindo. Esto nos ha tenido un rato entretenidos buscando donde guarecernos. Menos mal que Berna está lleno de calles porticadas. Estos suizos, que lo tienen todo previsto. Hasta las tormentas. En una de estas, hemos caído junto a un escaparate, donde había un objeto del deseo.

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Los porticos de la Jurgensgasse con sus cucas tiendas.

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Un grupo de turistas prepara sus paraguas para defenderse de la lluvia.

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La lluvia es demasiado fuerte, y las calles y plazas se quedan vacías.

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Una Olympus E-P1, recién salida; en España no se ven. Detrás una Leica... que en realidad es igual que la cámara que ha hecho la foto, pero en pijo.

Una vez finalizada, a salido un ratito el sol, por lo que hemos vuelto a dar otra vueltecica, antes de cenar algo e irnos al hotel. A descansar un rato. Por cierto, que estamos en la última planta… ¡y hace calor!

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Tras la tempestad viene la calma, y se aprecian mejor los policromados de las figuras en las calles de Berna.

Mucho sol, algo de lluvia y montones de montañas

Viajes

En primer lugar, ayer cerré el blog antes de cenar. Y resulta que pasaron cosas. Justo antes de cenar, presencie una especie de duelo entre bandas de música suizas. En realidad, estaban a caballo entre lo que es una banda y lo que es una charanga. Pero en algún que otro momento no les faltaba calidad. Sobre todo a los de atuendo de colorines. Y llevaban mucha marcha.

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Estos coloridos mozos y mozas se arrancaron con un swing de lo más marchoso.

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Estos, más discretos, vestidos de oscuro, además de los metales llevaban un par de vibrafonistas.

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Estos dos japoneses bailaban el vals exactamente igual que si fuera un rock de los años cincuenta.

Hoy, el objetivo era recorrer las montañas en los alrededores del Cervino. O Matterhorn, si prefieres la voz alemana. Pero se ha mostrado esquivo a lo largo del día, siempre coronado por más o menos nubes. Incluso a primera hora de la mañana, cuando el cielo estaba casi totalmente despejado.

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El día sale totalmente despejado; pero los dioses del Cervino no permiten que le veamos la cara.

Después de ser sableado abundantemente en la corriente taquilla, y ya provisto de mi forfait, he empezado a coger telecabinas y teleféricos, para llegar a lo más alto en el Kleine Matterhorn, a 3.883 metros de altitud. Allí se mezclaban los turistas con los esquiadores de verano, que los había. También había muchos montañeros en dirección al Breithorn, también de más de 4.000 metros. No faltaban los correspondientes chiringuitos para sacar la pasta al incauto turista, así como una atracción, el palacio de hielo, para permitir que cualquiera se diera una fría vuelta por las entrañas de un glaciar.

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Un sistema de telecabinas y teleféricos nos lleva hasta el Kleine Matterhorn; el pico oscuro que se ve al fondo, allá arriba.

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Los glaciares con sus traicioneras grietas rodean los cuatro miles en la frontera con Italia.

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En primer plano el Breithorn y, al fondo, los glaciares que bajan del Monte Rosa.

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Hay fila para subir al Breithorn,... y para bajar.

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¡Qué frío hace en las entrañas de un glaciar!

Ya comenzando el regreso, el Cervino se mostraba igualmente esquivo, mientras que mirando en sentido opuesto el Monte Rosa aparecía absolutamente deslumbrante, aun a través de los cristales del teleférico. Por cierto, en uno de los telecabinas he hecho amistad con un estudiante chino de “telecos” que está estudiando dos meses en Austria. Majo. Ahí lo veréis en el Schwarzsee.

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Apenas nos enseña una arista el Cervino, cada vez más rodeado de nubes.

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El Monte Rosa de color rosado por culpa de los cristales del teleférico que nos lleva.

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He hecho una amigo chino, de Shanghai; aquí posa en Schwarzsee.

La bajada a Zermatt ha sido caminando desde uno de los cruces de telecabinas. Y ha estado muy bien aunque se ha puesto a llover. La campiña de montaña suiza es realmente bonita. Incluso con tiempo gris.

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Paisaje bucólico bajando hacia Zermatt.

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Y dos de las muchas flores que flanquean la senda.

Bueno. Hoy también cierro el blog antes de cenar. Veremos si mañana tengo que añadir algo.

Zaragoza – Barcelona – Berna – Zermatt y al cielo, todo en tren

Trenes, Viajes

Dos días llevo danzando por el mundo. Ayer, de viaje. Primera a Barcelona, dónde cogí el Tren Hotel que me llevaría hasta Berna. Están bien estos trenes, pero tuve un percance con el aire acondicionado, aunque se resolvió, creo que con ventaja para mí. En cualquier caso, creo que es un viaje más largo de lo que debería. Es un tren al que paran mucho, de forma un tanto incomprensible.

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El Tren Hotel con destino Zurich, Suiza, situándose en la estación de Barcelona-França.

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Con un calor horrible, por el mal funcionamiento del aire acondicionado en el coche 32, abandonamos Barcelona.

Esta mañana, una vez en Berna, sin perder mucho tiempo había que hacerse con francos suizos y con el billete de tren a Zermatt. Primer un tren a Visp y luego un cremallera a la turística ciudad alpina. Todo ha ido muy bien.

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El tren que une Visp con Zermatt, a ratos de cremallera, se cruza con otra composición que hace el recorrido inverso.

Un paseo por la ciudad después de una ducha, y a comer con vistas al Cervino o Matterhorn, como prefiráis, que ha eso hemos venido.

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Vista del Cervino o Matterhorn desde Zermatt a la hora de comer.

Por la tarde, tren de cremallera a Gornegratt. Llega hasta más de 3000 metros de altura. Desde allí una vista magnífica del Monte Rosa y los glaciares que de él bajan. También se ve el Cervino muy bien, pero hoy estaba con bastante bruma atmosférica. A alguno hasta le da la vena poética musical, se saca un cuerno alpino plegable de la mochila…. y a soplar.

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Ferrocarril de cremallera de Gornegrat; sube a más de 3000 metros de altitud.

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Picos de más de 4000 metros y glaciares en torno al Monte Rosa, cubierto a medias por las nubes.

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Entre el contraluz y la bruma, el Cervino no se ve con gran nitidez.

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Un entusiasta despliega su cuerno telescópico, extasiado por la belleza de los montes.

De bajada, nada de hacerlo de tirón en tren. Bajándose en Riffelberg, uno se puede dar un paseo de una hora de lo más bucólico, con ovejitas, florecita azules diminutas, alguna cabra que no se estaba quieta, y un poco de bosque. En Riffelalp, uno puede ver el tranvía más alto de Europa y uno de los más pijos. Está allí para los clientes de un hotel de las cercanías con muchas estrellas

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Cordericos pastando y, al fondo, Zermatt.

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Diminutas y bonitas flores azules en los alrededores de Riffelberg.

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Los bosques se van haciendo más densos cuando llegamos a Riffelalp.

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A la izquierda, una moderna composición del Gornegrat Bahn; a la derecha, el tranvía privado de los pijos de un hotel de cinco estrellas.

Bueno, y por ahora ya vale, a cenar, un pis y a la cama.

Definitivamente, vacaciones; hoy salgo camino de Suiza

Viajes

Ayer ya no fui a currar. Estoy de vacaciones. Y como cada año por estas fechas, toca hacer las maletas y salir a ver un poco de mundo. Siempre busco lugares más fresquitos, que a mí el calor… pues no me va mucho. Hasta finales de la semana que viene se me podrá encontrar por la aséptica y neutral Suiza.

Vista del lago de Lugano hacia Gandria, Suiza - Canon EOS D60, EF 28-135/3,5-5,6 IS USM

No va a ser un viaje complicado. Que nos hemos vuelto comodones. El fin de semana en Zermatt, para ver montes. Si el tiempo nos respeta, espero volver con alguna bonita imagen del Cervino. Y a partir del domingo por la tarde, un hotelito en Berna que está en medio, y excursiones a distintos sitios gracias a la eficaz red de ferrocarriles suizos.

Espero ir encontrando como es habitual los últimos años lugares desde los que conectarme e ir informando de mis andanzas a través de este Cuaderno de Ruta. Y si no… pues a la vuelta, que tampoco pasa nada.

Hasta la vista.

Funicular al Monte Re en Lugano, Suiza - Canon EOS D60, EF 28-135/3,5-5,6 IS USM

El primer día del resto de tu vida (2008)

Cine

El primer día del resto de tu vida (Le premier jour du reste de ta vie, 2008), 1 de julio de 2009.

De forma un poco inopinada, en el primer día de mis vacaciones y cuando consecuentemente estoy en vísperas de salir de viaje, quedamos a ver una película y a despedirnos hasta la vuelta. Quedamos en los Renoir. Algo de lo que echen podrá merecer algo la pena, aunque dado el triste estado de la cartelera estival… Elegimos un drama familiar francés. Puede ser de lo mejor, o el ladrillo más absoluto. Y el resultado es…

Nos encontramos con un drama familiar, dirigido por Remi Bezançon. En algún lugar de la banlieue parisina, en una cuca casa unifamiliar vive un taxista (Jacques Gamblin) y su mujer (Zabou Breitman) junto con sus tres retoños. En el momento en el que los conocemos, el año 1989, los cónyuges están en sus cuarenta y tantos, y los hijos mayores, dos varones caminan por la adolescencia, el mayor ya casi un adulto joven que se independiza para seguir sus estudios de medicina (Pio Marmaï). La hija menor (Déborah François, cuando es mayor) prácticamente es todavía una niña. El del medio (Marc-André Grondin), el típico despistado. A partir de aquí, y durante poco más de una década seguimos el devenir de esta familia. La película está estructurada en cinco episodios, cada uno de ellos con un protagonista distinto, uno de los miembros de la familia, y con un enfoque y un punto de vista distinto. Pero aunque en cada uno de ellos haya un protagonista, en todos obtenemos detalles útiles sobre los demás.

Asistimos por lo tanto a un rosario de dramas, pequeños o grandes, probablemente ni mayores ni menores, ni mejores ni peores, que los de cualquier familia de clase media de cualquier punto de la geografía de la Europa Occidental. Las cosas que les pasan, lo mismo podrían suceder en el Actur de Zaragoza. Pero lo importante de la película, es que de pronto te sorprendes con el hecho de que te importa lo que les pase a los personajes. Que llegas a tener afinidad por ellos. Incluso cuando se comportan tontamente no les pierdes el respeto. Es una película sin pretensiones aparentes, pero honesta, clara, que te llega. Y esa es su inmensa virtud. No son marcianos. No son personajes estereotipados de la sempiterna sociedad norteamericana con sus clichés. Son… somos, quizá,… cualquiera de nosotros. Y está bien.

Una realización cuidada y práctica se ve complementada por unos actores poco conocidos por estos lares pero que resultan plenamente convincentes. Quizá lo menos cuidado es que resulta difícil imaginarse a la niña que representa a la hermana menor en el año 89, menuda y delgadita, convertida en la mujerzota que la representa sólo 4 años más tarde cuando cumple los 16 años. Pero todos ellos lo hacen bien.

En resumen, una película agradable, recomendable para quien quiera ver cine honesto y próximo; alejado de las grandes superproducciones, pero mucho más auténtico. Yo le pongo un siete, con la misma nota en dirección e interpretación.

En la foto de hoy,… gente corriente saliendo del metro de París. Que es lo que pega.

Metro Charles de Gaulle-Etoile

Salida de metro en Étoile-Champs Elysées, París (Francia) - Panasonic Lumix LX3