Dicen que las formas de ver televisión y cine, ficción audiovisual en general, están cambiando. Son muchas las cosas que están cambiando. Este fin de semana, por poner un ejemplo, Sebastiao Salgado anunciaba la desaparición de la fotografía en 20 años. Pero declaraciones como la suya, especialmente si averiguas el contexto en el que se dijo, cómo lo dijo y qué otras cosas dijo, plantean también cuestiones sobre definiciones y conceptos. ¿Qué es fotografía? ¿Qué es imagen? ¿Qué es cine? ¿Qué es ficción televisiva? ¿Dónde están los límites entre unos conceptos y otros? Si es que existen.
Una empresa como Netflix que se creó para proveer servicios de cine y televisión en línea, comenzó hace sólo tres años ha emitir producciones propias, tanto en formato de series, como de documentales, como de películas. Cine o no cine. ¿Las películas rodadas para televisión se consideran cine? ¿Es el mismo planteamiento rodar para un formato o para otro? Sabiendo en unos casos que se proyectará en una gran pantalla blanca a la que podrán mirar simultáneamente decenas o centenas de personas, mientras que en otros se limitará a aparecer en una pantalla de televisión de algo más de 1 metro de diagonal ante la cual encontraremos una o dos personas, o una familia o grupo de amigos reducido. O cuando sabemos que las primeras, concebidas de la primera forma, acabarán viéndose con el tiempo de forma mayoritaria en la segunda modalidad.

No se me ocurría con qué ilustrar esta entrada… así que he rescatado para mostrar algunas fotografías en blanco y negro, captura digital, realizadas hace unas semanas en los suburbios industriales de Zaragoza.
Durante décadas, los formatos de ficción audiovisual han estado claramente diferenciados. Estaba claro cuando veíamos algo producido para televisión y cuando para el cine. Había una serie de diferencias que notábamos. No digamos ya cuando las técnicas de rodaje eran muy distintas. Grabación en video frente a rodaje con película, técnicas de filmación con una cámara frente a las cámaras múltiples, el rodaje con público o sin público,… Pero hoy en día todas esas se han difuminado. De hecho, más de una vez tengo la sensación de que hay ficción televisiva, series, que manejan mejor y de formas más atrevidas u originales el lenguaje cinematográfico que muchos largometrajes realizados para la gran pantalla.
Consideremos por lo tanto a los largometrajes producidos para estos servicios de emisión en línea y bajo demanda como cine. Y analicemos un hito en nuestro país. El primer «largometraje» rodado en España para uno de estos servicios. Ha sido en Netflix, y el director responsable de la película es Roger Gual.
He entrecomillado «largometraje» por la duración del mismo, bastante por debajo de los 90 minutos, que casi lo sitúa en la clase de los «mediometrajes». 77 minutos en concreto, según nos informa la cadena. Pero bueno. Parece que los límites oficiales para las denominaciones son: hasta 30 minutos, cortometrajes; entre 30 y 60 minutos, mediometrajes; más de 60 minutos, largometrajes. Claro que entre estos 77 minutos de la película que nos ocupa y otras producciones actuales que fácilmente le doblan en duración… pues hay muchas diferencias.
Parece que una constante en estas producciones cinematográficas iniciales en estos medios es que los presupuestos son ajustados. Esto puede explicar su duración tan contenida. También el tono de «teatro adaptado al cine» que tiene la película. Un único escenario, cinco personajes, alrededor de los cuales se mueve la cámara durante el tiempo que dura la acción. Que no es en tiempo real, pero casi. Cuatro socios de una empresa (Juana Acosta, Alex Brendemühl, Paco León y Juan Pablo Raba) que, ante la disyuntiva de que sus fiascos fiscales les lleven a la carcel a todos, optan porque uno sólo de ellos cargue con las culpas. El dilema es quién y bajo que razonamiento. Y un mediador (Manuel Morón) para ayudarles a tomar la decisión. Película por lo tanto que aborda cuestiones fundamentalmente relacionadas con la ética y las relaciones interpersonales.
No hay muchas complejidades de producción, no hay un gasto muy grande. Aunque es difícil medir los beneficios que produce la misma. No hay una taquilla… ¿Se podrá medir el impacto en suscripciones? ¿O está descontado porque era un incentivo para suscriptores que ya existen? Por otro lado, una plataforma de exposición mucho más amplia que la gran pantalla. El único comentario que existe en la página de IMDb sobre la película en el momento de escribir esto es de un espectador norteamericano que estudia español, motivo por el que le ha convenido ver el filme. Netflix pone a disposición de todo el mundo, no sólo del mercado español, sus producciones.
¿Y el resultado? Me refiero a cómo queda en términos artísticos y cinematográficos. Pues no vamos a negarlo, no es la octava maravilla del séptimo arte. No me ha generado grandes entusiasmos. Pero también he de reconocer que tampoco me ha desagradado. Alguna de las interpretaciones es manifiestamente mejorable, mientras que otras son bastante dignas. Y la realización, quitado alguna inconsistencia en algún movimiento de cámara, es también digna en su conjunto. Desde luego no es peor que lo que vemos en la pantalla grande con nacionalidad español. Tampoco está al nivel de lo mejor, pero se deja ver. Tendremos que esperar a nuevas experiencias para ver cómo evoluciona el fenómeno. Y estar atentos a lo que se produce en otros países, y que quedará a disposición de los suscriptores españoles también. Esta noche, la Noche de las Ánimas (en realidad en España la Noche de las Ánimas es la del 1 al 2 de noviembre, y no la del 31 de octubre al 1 de noviembre como el «halloween» norteamericano), habrá estreno «fantasmal»… que igual hay que ver. Sale Ruth Wilson.
Valoración
- Dirección: ***
- Interpretación: ***
- Valoración subjetiva: ***