Ya hace más de un mes que os hablé, en un par de ocasiones, de la escapada a Barcelona que hicimos en un día con el que alargamos el puente de la «Inmaculada Constitución». Pero en ese viaje también aprovechamos para probar y familiarizarnos con la cámara compacta para película fotográfica, de medio fotograma, que adquirimos en grupo con el fin de usarla en nuestro viajes conjuntos. Con un rollo de película para negativos en color.
La verdad es que, aunque Barcelona es fuente de frecuentes oportunidades fotográficas, las más de 72 fotos que se pueden obtener con estas cámaras a partir de un rollo convencional de 36 exposiciones, pueden hacerse eternas. Salvo que dispares sin ton ni son, para mayor alegría de los escasos fabricantes de película quienes, a pesar de decirnos que cada vez fabrican más, y que ya no vamos a tener las deficiencias de suministro de los últimos años, siguen ofreciendo un producto muy encarecido. Y en el caso de la película en color, en la práctica, monopolizado por Kodak.
Pero bueno… ese es tema para Carlos en plata, mis publicaciones sobre técnica fotográfica, y en las que comento las características técnicas de las fotografías que os muestro aquí. La cámara está muy lejos de ser perfecta. Y es demasiado cara en su precio de venta oficial al público. Pero, en buenas manos, puede ser muy divertida de usar y fuente de imágenes majas, interesantes, y potencial generadora de recuerdos estupendos.
Cuarta y última obra de Inio Asano de las que me prestaron hace unos meses, cuando decidí leer el manga original en el que se basaba una de mis series de animación japonesa favoritas del 2024. Y hablo de obras y no de libros, porque de las que he leído, una tenía doce volúmenes, otra uno, la tercera dos, y esta última otros dos. En esta ocasión cambiamos de tercio, porque se eleva el tono de la obra, por el contenido erótico de la misma. Un contenido erótico que, a mí, que no soy especialmente mojigato, a ratos de me ha incomodado un tanto. Ya me explicaré.
La acción transcurre en una población a la orilla del mar… así que las fotos… pues eso.
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En las obras anteriores nos hemos movido oscilando con protagonistas en distintas etapas de la vida, aunque no muy distantes. Siempre joven. Las chicas adolescentes que comienzan la universidad en Dededede…, los desorientados jóvenes en la mitad de su veintena de Solanin, una diversidad de situaciones en la Antología, y ahora nos vamos a los primeros años de la adolescencia. Como protagonistas una chica y un chico que van al equivalente de lo que en España sería la ESO. Con la advertencia que la chūgakō japonesa dura tres años, empezando a la misma edad que la ESO española, y por lo tanto termina un año antes. Así que estamos hablando de unos protagonistas de unos catorce años. Desencantados. Ella, porque colada por un compañero, se sintió engañada cuando prometiendo una relación más seria que no se dio, la hizo realizar sexo oral. Él, porque vive sólo, sus padres se ocupan poco, y su hermano al que idolatraba murió. Y así comienzan una relación en la que se comprometen a no dejarse llevarse por sentimentalismos, meramente física. Pero claro… sólo tienen catorce años, y las cosas se complicarán de una forma u otra.
La descripción que hace Asano de las relaciones entre estos jóvenes adolescentes, es muy realista. Lejos quedan las representaciones esquemáticas, idealizadas y aniñadas de los adolescentes de tantos animes y mangas. Así como lejos quedan los caracteres estereotipados, tópicos, de tantas de esas obras. Los personajes de esta obra resuenan con autenticidad. Con las características propias de inseguridad a veces, arrogancia otras, hedonismo cuando se tercia, de la edad. Por lo tanto, hay un comentario en profundidad de los problemas de estos jóvenes. Donde la cosa se pone incómoda es en las representaciones explícitas de las relaciones sexuales de los jóvenes, especialmente de los dos jóvenes, que, no olvidemos, son chiquetes de unos catorce años. De segundo de la ESO o equivalente, si no recuerdo mal. Y aunque el dibujo de Asano es elegante y veraz, y respetuoso con sus propios personajes, no deja de producir ese grado de incomodidad. Estamos sensibilizados contra los abusos sexuales hacia los menores, y lo que hace unas décadas hubiéramos asumido con más naturalidad, ahora nos genera esa incomodidad que he comentado. La obra se publicó entre 2009 y 2013, no hace tanto… pero bueno… los valores de la sociedad evolucionan como evolucionan.
Dicho lo cual, una vez que centras tu lectura en lo que es, en las profundidades de los sentimientos de estos adolescentes, que como sucede en la vida real tienen su reflejo también en su sexualidad y es algo que hay que asumir, realmente estamos ante un relato intenso que cuesta dejar. Un relato en el que en todo momento temes por que llegue la tragedia. Y no contaré si llega o no. Pero nos ofrece una visión distinta de la que podemos tener sobre esa edad. De la que se suele presentar siempre una visión amable y edulcorada. Quizá olvidándonos de quienes éramos cuando estábamos en ella.
Esta película se estrenó en España el 11 de octubre del año pasado. Pero no me atrajo ni poco ni mucho ni nada. Para empezar, porque desde hace muchos años Demi Moore es veneno para mis ojos. Hay muchos motivos por los que esta actriz me desagrada, en los que no voy a entrar en estos momentos. Incluso en sus momentos de mayor gloria mediática protagonizó o participó en películas que me desagradaron mucho, por su mensaje rancio, quizá propio de la época, pero que asocio a su figura entre otras. Por otro lado, las sinopsis y reseñas iniciales tampoco invitaban a verla. Pero la película dirigida por la francesa Coralie Fargeat ha ido manteniéndose arriba desde que comenzó la temporada de premios. Lo cual le ha servido para llegar a principios de enero presente en la cartelera zaragozana. Finalmente, con estos antecedentes, decidimos acercarnos a verla.
Es curioso que aunque la película se ambiente en California, Los Ángeles probablemente, en las fotografías que ilustran la entrada es San Francisco, la película ha sido rodada en estudios y localizaciones francesas, en la costa Azul. De ambiente tan americano, la película es eminentemente europea.
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La película nos habla de una actriz (Moore), que dio un pelotazo en su juventud, con un Oscar y otros reconocimientos como actriz, pero que en se madurez se ha mantenido presentando programas de aerobic en la televisión, de esos que se pusieron de moda en los años 80 del siglo pasado. Pero se ha hecho mayor y la cadena, con un directivo que da mucho asco (casi irreconocible Dennis Quaid), la quieren sustituir y desechar. En ese momento alguien le da a conocer «la Sustancia», un producto farmacológico que le puede devolver la gloria. Y se apunta. Gracias a ella, surgirá un versión diferente de sí misma, joven y gloriosa (Margaret Qualley). Pero ambas versiones deben coexistir en el mundo. Sólo una puede estar consciente en un momento dado, debiéndose alternar cada siete días, permitiendo la regeneración de la que está durmiente. Pero las cosas no van a funcionar como la protagonista piensa.
La película es, obviamente, un alegato contra la comercialización de la figura y la imagen femenina, siempre ajustada a unos requisitos y cánones de juventud, belleza y atracción sexual. Cuando estos desaparecen, la mujer deja de interesar, es un recurso a desechar. Algo sobre los que se ha hablado de una forma u otra, en la ficción o en la no ficción, un montón de veces. La sustitución de la vieja estrella por la nueva estrella es un tema recurrente en el cine. Fargeat despliega una realización agresiva visualmente, con el uso de ópticas angulares muy extremas, con colores llamativos, con planos cortos muy dinámicos y agresivos. Y lo combina con una serie de transformaciones corporales sumamente desagradables. Hay quien llama al género «terror corporal». En mi opinión, aparte del comentario crítico social, no puedo dejar de pensar que hay una intención clara de epatar al espectador, de provocarle expresamente una sensación de disgusto y asco. Que en mi opinión acaba por apoderarse de la película, arrinconando lo que se supone es el discurso principal de la misma. Al final no la recuerdas por su pretendido mensaje feminista, sino por el desagrado. Estamos, hasta cierto punto, porque son películas distintas, aunque no tan distantes como parece, en una situación parecida a la que comentaba en otra película reciente. Las formas se apoderan de la película. Y en mi caso, me expulsan de ella.
La interpretación es correcta. No tan maravillosa como algunos consideran en el caso de Moore. Pero no está nada mal. Aunque no me siento atraído por las interpretaciones que se basa en el exceso y en el histrionismo. Y la interpretación de Qualley tampoco está mal, aunque se centra más en exhibir palmito. Y hay que reconocer que, técnicamente, en lo que es su puesta en escena, sus decisiones relacionadas con la fotografía, el sonido, y el diseño de producción, la película tiene un alto nivel. Pero, en un momento dado, la película me expulsó, y la empecé a ver con distancia y con desapego emocional. Las escenas destinadas a dar asco… pues dan asco. O «terror corporal» como parece que hay que llamarlo. Pero en mi caso no suelo dejarme llevar por estas sensaciones, las controlo bien, por lo que se convierten en mero desagrado, y las valoro como excesivamente gratuitas. Me permito comentar que si hablamos de «terror corporal», en algún momento se me fue la cabeza a Freaks de Tod Browning, una película que va a cumplir 93 años, en blanco y negro, que hacía un potente comentario sobre la vanidad corporal, al mismo tiempo que era una metáfora política de la situación social y política del mundo de la Gran Depresión, y los riesgos que conllevaba. Con muchos más medios y poderío visual, Fargeat se queda muy corta en comparación, mucho más superficial.
La película… no me ha llegado. Como suponía que sucedería desde que se estrenó hace tres meses. Y es que ya me voy conociendo a mi mismo. Ya tocaba.
En los días navideños, en el final de año, con más días de fiesta, y al mismo tiempo con más tiempo en casa, estuve más intensivo en la visualización de series surcoreanas. Sin pasarme tampoco. Pero hoy comentaré una de las series que en modo semimaratoniano cayó en esos días, al mismo tiempo que terminaba un estreno reciente en Netflix. Dejo para más adelante el comentario de un drama histórico de mucho éxito en su momento en su país que también vi en esos días.
Yeokdoyojeong Gimbokju [역도요정 김복주, el hada del levantamiento de pesas Kim Bok-ju], en inglés Weightlifting fairy Kim Bok-joo, es un romance juvenil, universitario, entre deportistas, con buen rollo y pocas pretensiones, pero que es simpático de ver. La protagonista (Lee Sung-kyung) está en el equipo de halterofilia de su facultad de deportes, y aspira a entrar en el equipo nacional. Mantiene encontronazos con el protagonista masculino (Nam Joo-hyuk), un estudiante del equipo de natación, muy brillante, pero con malos resultados en competiciones, mientras se enamora del hermano de este (Lee Jae-yoon), mayor, médico, que no le corresponde pero la trata con amabilidad. Y por otro lado, reaparece la antigua novia del protagonista masculino (Kyung Soo-jin), una gimnasta muy sometida a presión, que por un traspiés ha salido del equipo nacional al que había logrado llegar. A partir de aquí, enredos, amoríos, equívocos, comedia y algo de drama. No tiene mucho misterio. Dicen que está basada en una atleta de halterofilia real del país asiático, que alcanzó grandes metas a nivel mundial. Pero aquí han bajado mucho de peso la categoría en que compite la protagonista. Y es que hay unos límites sobre el físico que pueden tener las chicas en las series de coreanas difíciles de romper. Las chicas de estas series son todas muy monas, pero es muy irritante la ausencia de diversidad, y la fobia hacia las personas que no responden a los estándares establecidos.
La siguiente es una producción propia de Netflix, de doce episodios, que se ha emitido en las últimas semanas del año, y que me genera sensaciones contrapuestas. Jigeum geosin jeonhwaneun [지금 거신 전화는, algo así como la llamada que acabas de hacer o el número que has marcado], titulada en inglés/castellano When the phone rings/Cuando el teléfono suena. La serie empezó muy bien. Prometía mucho. Una intriga en la que se mezclaban conspiraciones políticas, misterios criminales, y una fuerte tensión en un matrimonio de conveniencia formado por el portavoz presidencial del país (Yoo Yeon-seok) y su esposa (Chae Soo-bin), desconocida para todo el mundo, moneda de intercambio en los tejemanejes entre dos poderosas familias políticoempresariales. Una esposa que no habla, y que un día es secuestrada, amenazando al protagonista con destapar la conspiración. Que irá mucho más allá de los que todos esperan. La serie prometía mucho. Los primeros episodios fueron muy interesantes. Los protagonistas, guapos, buenos intérpretes, con buena química… para mí ya conocidos y apreciados. Pero la historia en un momento se descabala. La tensión entre ambos se termina demasiado pronto, y se pasa a un drama de otro tipo, y que se prolonga demasiado. Los votantes de IMDb no la han apreciado. Yo creo que tiene momentos muy buenos, y otros muy malos. El último episodio sobra, cosa que pasa mucho en las series surcoreanas. Como ya he dicho, prometía mucho más.
Llevamos varios años en los que el tiempo de otoño es sorprendentemente benigno. Temperaturas agradables, días soleados. Adiós a las nieblas persistentes que antaño duraban semanas en Zaragoza. Sin embargo, este año dio la sensación de que sí que era más otoño que otros. No lo sé. Con la crisis climática global ya es difícil saber si tus sensaciones se corresponden con los datos registrados por los meteorólogos.
La cuestión es que a finales de noviembre sí que tuvimos algunos días con nieblas. Las fotografías de hoy, y cuyas características técnicas podéis leer en Carlos en plata, son de esas semanas. En la que la luz de sol estaba matizada por un cierto grado de bruma, o simplemente desaparecida, por nieblas más o menos persistentes.
Llevo unos cuantos domingos sin recomendaciones fotográficas. Cosas que pasan en las fiestas navideñas. Unas fiestas que cada vez me apetecen menos. No las llevo bien. Me descolocan. Y lejos de imbuirme de ese espíritu de amor y solidaridad que proclaman los anuncios publicitarios y las películas de Hollywood, no veo más que hipocresía de la mala. En fin. Pero vamos con algunas recomendaciones de estas semanas atrás, con algunas instantáneas realizadas durante los días navideños.
Magnum Photos nos avisa del fallecimiento de Constantine Manos (1934-2025), fotógrafo de la casa, del que no recordaba haber oído hablar, aunque reconozco haber contemplado y apreciado algunas de sus fotografías en alguna que otra ocasión. Un fotógrafo muy típico dentro de la agencia, y no es nada malo. Diverso. Blanco y negro y color. Reportaje clásico y otros más íntimos. Es una buena ocasión para revisar su obra. Especialmente, para mí, por mis gustos, la de color.
Nobuyoshi Araki aparece en dos ocasiones en las últimas semanas. En Another Magazine se centran en explorar las fotografías del kinbaku o shibari, la restricción con cuerdas de los movimientos de una persona, muchas veces con una intención erótica. A Araki se le ha acusado en ocasiones de misógino por algunas de sus fotografías eróticas más explícitas. Pero por otro lado, Leire Etxazarra, en alguna publicación en redes sociales que ahora no encuentro, creía que era su cuenta de Instagram, nos hablaba del Sentimental Journey, las fotografías de la luna de miel con su mujer. Igual ha sido en otro sitio donde lo han recomendado. Da igual. Un trabajo maravilloso, que contradice esa imagen de misoginia. Y tuvo una triste continuación, el Winter Journey, el libro sobre el duelo por la muerte de su esposa. Como digo, con estos libros sobre una mujer que obviamente lo marcó, me resulta difícil verlo como un misógino. Más como yokai travieso.
Hay lugares y épocas que generan fascinación. A veces por los valores que representan, otros por las contradicciones y los peligros. El Berlín dividido de la guerra fría es uno de esos lugares. Entre los gritos de libertad del lado occidental y la oscura represión del lado oriental. Por eso, cuando llegan documentos fotográficos de esa época, no puedo evitar fijarme en ellos. Como la propuesta que nos llega desde American Suburb X, de repasar el trabajo de Gundula Schulze Eldowy, fotografías realizadas en el lado oriental de Berlín entre 1977 y 1990. Por lo tanto, una época en la que ya se infiltraban los vientos del cambio que parecía que nunca llegaría.
Los preppers son un movimiento curioso. La gente que se prepara para un cataclismo global, que no dudan en pensar que va a llegar, con el fin de sobrevivir al apocalipsis. Cualquier análisis racional del asunto, y no pongo en duda en que una catástrofe podría llegar, aunque creo que los problemas, graves, irán por otro lado, nos hace ver que los preparativos que hacen probablemente serán de poca ayuda. Que la supervivencia sería más un poco cuestión del azar junto con habilidades concretas, o estar en un grupo con gente con esas habilidades, que permita ir tirando. La cuestión es que segúnda el tipo de catástrofe, igual no merece la pena sobrevivir. Pero el fotógrafo Charles Négre afronta el fenómeno, el de los preppers, no el de las catástrofes, con una mezcla de ingenio y humor, a través de naturalezas muertas y de fotografías de maquetas. Me ha parecido muy curioso. Lo hemos visto en LensCulture.
Ursula K. Le Guin es una de la autoras más destacadas de la ciencia ficción y la fantasía del siglo XX. Y sin embargo, no le he dedicado el tiempo necesario teniendo en cuenta ese estatus. Por ejemplo, en el ámbito de la fantasía, no le he dedicado tiempo a su Terramar, aunque tengo un libro de esa serie en lista de espera. Sólo me hace falta encontrar la motivación del momento. He leído algún otro relato corto además de este de 1973 que traigo aquí. Y además… su bibliografía es tan extensa. Necesito encontrar alguna guía de recomendaciones para iniciarse en la lectura de la autora.
Con frecuencia, los totalitarismos de cualquier signo justifican sus desmanes en el bien común o en el bien de la patria, aun perjudicando a la mayoría y, especialmente, al «chivo expiatorio» de turno. Extranjeros, otras religiones… cualquier diferencia cultural o social es válida. En las fotos, los edificios del EUR en Roma, que iba a ser una celebración del fascismo italiano, arruinada por la guerra mundial.
Pero en un momento dado, tras volver de un viaje de vacaciones, cayó en mis manos este relato corto de Le Guin, uno de los más celebrados de la californiana, que nos dejó no hace tanto, en 2018. En él, Le Guin nos transporta a Omelas, una ciudad en un lugar indeterminado, en el momento en que se celebra el solsticio de verano. Un lugar ideal, en el que, aunque no hay grandes avances tecnológicos, hay una sociedad igualitaria, sin desequilibrios en el reparto de la riqueza. Un lugar de ciudadanos cultivados, inteligentes. Es la utopía. Hasta que el narrador nos traslada a un rincón de la ciudad, donde se mantiene preso, a oscuras, en la miseria y en la inmundicia a un niño. Es el sacrificio que hay que hacer para mantener la felicidad de los ciudadanos de Omelas. Algunos de ellos se acercan a visitar al niño. No está prohibido, cualquiera lo puede hacer. Y muchos de ellos, al verlo, deciden abandonar la ciudad. Son quienes se marcha de Omelas.
El relato corto lo he leído en una edición de Nórdica, reciente, pero existen otras más antiguas, con otros traductores, en los que se titula en castlellano Los que abandonan Omelas. Y dicen que hay también versiones que se titulan Los que se alejan de Omelas. Con frecuencia se ha publicado en colecciones o antologías de relatos cortos de la autora. En cualquier caso, con economía de medios y conceptos, Le Guin lanza un reflexión ética de enorme calado y profundidad. No existen las utopías. Toda utopía es una distopía en el fondo. No puede haber felicidad para unos sin la desgracia de otros. Es el concepto del chivo expiatorio. Para que la mayoría disfrute, algunos han de ser sacrificados. ¿Es esto ético? ¿Es esta una felicidad real, la construida sobre el sufrimiento de los demás?
Le Guin no da soluciones al dilema. No es infrecuente en las sociedades y las organizaciones humanas que se sacrifique el bienestar o los intereses de algunos en beneficio de la mayoría. Tampoco es infrecuente que se aduzca el bien de la mayoría por parte de los gobernantes para introducir normas o acciones dañinas para algunos, y al final son unos pocos los que se benefician, mientras que el número de perjudicados real es mayor. La reflexión ética, y política, que provoca el relato es clara. Y a pesar de lo devastador que resulta, hay un punto de esperanza. Al menos algunos reconocen la injusticia. Y si bien no se rebelan y la eliminan, al menos abandonan la ciudad, quizá para dirigirse a lugar más difíciles… pero quizá ¿menos injustos? En cualquier caso, una lectura muy recomendable.
En estas navidades me he hecho con un nuevo flash fotográfico. Un capricho más que una necesidad. Pero muy divertido de usar. Y con un aspecto muy retro. Si queréis conocer los detalles, podéis visitar la publicación que lo explica en Carlos en plata.
La mayor parte de las fotografías corresponden a un paseo fotográfico realizado con compañeros de AFZ Asociación de Fotógrafos de Zaragoza, para fotografiar la iluminación navideña en Zaragoza durante las horas crepusculares. Y me lo llevé para usarlo de relleno e iluminar los primeros planos. También tengo una foto realizada en el entorno familiar durante la Nochevieja. Así que… feliz año (5*3^2)^2, si no os lo había deseado con antelación.
El segundo día del año nos dirigimos a las salas de cine por primera vez en este 2025. Un principio de año en el que nos cuesta mucho encontrar películas que nos motiven. El género de terror, además, y especialmente la historia de Drácula, tampoco han sido nunca de mis favoritas. Quizá la versión más interesante de todas fue una bastante irreverente con la propia mítica del personaje. Bueno… no. La versión más interesante es el nosferatu original de Murnau. Y quizá debamos empezar por entender ese nosferatu original, para entender el actual. Y escribo nosferatu con minúscula y en cursivo, porque sería una palabra de un idioma extranjero, rumano, que significa no muerto. Aunque no está claro que en rumano exista tal palabra y no sea una mera invención literaria, que aparecía ya en la novela de Bram Stoker. Dicen. No la he leído.
Supongamos que Hamburgo, u alguna de las otras ciudades hanseáticas del mar del Norte o el Báltico en Alemania, sea una inspiración para la ficticia Wismar de «Nosferatu»…
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Pero vamos con Murnau. Y su época. Y su país. Porque no nos olvidemos que para valorar la obra de arte, la obra creativa, nos tenemos que situar en el hic et nunc, literalmente el aquí y ahora, es decir, el tiempo y el lugar en el que surge y es creada. Alemania. 1922. Poco más de tres años tras el final de la guerra mundial que arruinó al país. Con el expresionismo en su apogeo. Murnau quiere utilizar a Drácula para hablar de cosas. Cosas que importan. Pero no quiere negociar derechos y no quiere ser fiel a algunas cosas del original literario. No hay conde Drácula, hay conde Orlok. No viaja a Londres, sino a la ficticia y portuaria ciudad alemana de Wismar. No acaba con la tripulación de la goleta, son las ratas que le acompañan con la peste en su sangre. El mundo acaba de pasar, no solo una cruenta guerra, sino una costosa (en vidas) pandemia de gripe, que todavía está dando sus últimos coletazos, sus últimas ondas epidémicas, en 1920. Y Alemania, la República de Weimar, se encuentra convulsa, con tensiones políticas, al mismo tiempo que una ola de liberación cultural y de costumbres sacude el país, con cambios en los roles de las clases, de los sexos, de las instituciones, de los artistas,… Y además tenía poco dinero. Y haciendo de la necesidad virtud, surge una obra de arte de ese expresionismo cinematográfico alemán, donde los cambios en la historia, por sutiles que parezcan, por el argumentos es «casi» clavado al del original de Stoker, son fundamentales para reinterpretar las metáforas que acompañan a la película.
De la misma forma que el Drácula original ha sido reinterpretado o vuelto a adaptar en numerosas ocasiones, con mayor o menor éxito, también el nosferatu de Murnau ha sufrido este proceso. Quizá no en la misma medida, pero sí apreciablemente. Sin contar los híbridos de ambas versiones, como considero yo la versión de Herzog, que vi en su momento, en la que se conservan los nombres de los personajes de la novela de Stoker, mientras que se ambienta en la ficticia Wismar de Murnau. Y en esta ocasión ha sido el turno para Robert Eggers, un director que se ha puesto de moda con sus inquietantes historias que atraen a tanta gente, y a quien le reconozco una gran habilidad para la puesta en escena, pero menos habilidad a la hora de conseguir que me interesen sus historias. Eggers se mantiene fiel al guion de Henrik Galeen, que firmó el de la película de Murnau, pero altera los aspectos visuales y trabaja a fondo con los personajes para darles su propia visión.
Y aquí es donde empiezan, para mí, los problemas, aunque me ponga a la contra del éxito de crítica y público que parece estar teniendo la película. Su alto nivel de diseño de producción y sus aspectos visuales, son indudablemente de primer nivel. Una de las representaciones más auténticas de lo que imagino yo de la historia, situada en la primera mitad del siglo XIX, y con la asociación con la muerte, la enfermedad y la putrefacción que tiene el personaje principal (Bill Skarsgård), el nosferatu. Hasta ahí, es decir, el primer acto de la película, el viaje de Hutter (Nicholas Hoult) a los Cárpatos, sin problemas. Aunque empiezan a chirriarme algunas cosas, como esos gitanos tan tópicos, o como esa lady godiva transilvana, y absolutamente gratuita, sin mucho sentido. Pero cuando toca regresar a la ficticia Wismar… las cosas empiezan a no convencerme. Para empezar, por las interpretaciones excesivas, histriónicas en ocasiones, de Ellen Hutter (Lily-Rose Depp) y, especialmente, del trasunto de Van Helsing, el doctor von Franz (Willem Dafoe), cuya verborrea sin sentido me saca por completo de la película. Comienzan a producirse numerosos diálogos que me resultan absolutamente ridículos. ¡Bendita sea la versión muda de Murnau! Llega un momento en que, lejos de generarme terror o inquietud, empieza a producirme cierto grado de (involuntaria) hilaridad. De la mala. De la que no toca. A lo que llegamos al último acto y desenlace de la película,… estoy totalmente fuera de ella.
Algo necesario cuando afrontamos un relato de ficción, es que el espectador o lector entre en un estado de renuncia voluntaria a su incredulidad. Especialmente fundamental en un relato mucha dosis de fantasía. Pero para que esta renuncia se mantenga, la obra debe mantener una cierta coherencia interna. No incluir elementos o recursos argumentales que chirríen, para impedir que el lector/espectador abandone ese estado de incredulidad. Desgraciadamente, el cine actual acusa una exagerada verborrea. Entra en explicaciones sin sentido, generalmente acompañadas de interpretaciones vacuas. A mí me expulsa con facilidad de la ficción que se desarrolla ante mis ojos. Es uno de los elementos principales de mi aversión a los superhéroes.
La falta de economía de medios, no conceder al espectador un razonable nivel de inteligencia, por lo que parece necesario explicarle todo, nos lleva a película demasiado largas, prolijas y que a mí no me convencen. Indudablemente, a los fanes de este tipo de historias, es muy probable que les entusiasme. Pero a mí,… el enfoque de Eggers no me funciona. Y de repente, por mucho esfuerzo de producción y puesta en escena que haya, unas interpretaciones más normalitas de lo que nos están vendiendo, y además exageradas, y una forma de contar de la historia con muchos elementos que me sobran… pues no. Salí molesto del cine. La verdad.
Generalmente, las series de nacionalidad japonesa no las separo de las del resto del mundo como hago con las surcoreanas. Estas últimas presentan características tan propias y tan peculiares, y constituyen un rito particular en mi condición de telespectador, las series de los fines de semana, que las comento aparte. Pero con las japonesas… no. Unas más. No obstante, en esta ocasión voy con dos estrenos recientes del País del Sol Naciente agrupados. Estrenos recientes en Netflix en algo parecido al simulcast o transmisión simultánea. Es decir se emiten al mismo tiempo en cadenas de su país de origen y en Netflix. O si no es al mismo tiempo, es con muy poco retraso. Es lo que sucede con muchas series surcoreanas de Netflix, que aparecen como «originales» de la cadena, pero no son de producción propia. Estas japonesas no aparecen como «originales».
Como sucede con frecuencia en las series japonesas, las localizaciones pueden ser ficticias. En cualquier caso, en la segunda de las de hoy, es una ciudad costera. Como Katsuura, en la península de Kii, donde pernoctamos en 2019 cuando visitamos la ruta de peregrinación de Kumano Kodo.
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La segunda que empecé a ver, aunque la terminé antes puesto que ya estaba disponible de forma completa en Neflix fue Eye love you (アイラブユー), con título original en inglés, que es un juego de palabras, es homófono con I love you (te quiero). Y la cosa va del romance entre una mujer japonesa (Fumi Nikaidō), de 30 años, ejecutiva en una empresa chocolatera con sensibilidad medioambiental, que pasa de ligar porque tiene propiedades telepáticas, y escucha los pensamientos de los demás cuando los mira a los ojos (de ahí el título). Y en un momento dado liga con un estudiante de doctorado surcoreano (Chae Jong-hyeop), que trabaja de repartidor de comida a domicilio, y que como piensa en coreano, no lo entiende. A partir de ahí, todo tipo de enredos, a los que hay que añadir los de los personajes secundarios. Me llamó la atención por su protagonista femenina. He visto a Nikaidō en alguna película, principalmente de corte dramático, e hizo un papel que me gustó mucho, a pesar de que salía poco, en la serie más exitosa del año pasado. Pero siempre papeles dramáticos. Pero aquí aparece en un papel de comedia romántica, y me entró la curiosidad. Una serie que pretende asumir algunos de los recursos de las comedias románticas surcoreanas. Pero con la ventaja de ser 10 episodios en lugar de 16, y de 45 minutos de duración en lugar de 70. Me lo pasé bien. Aunque sea tirando a intrascendente. Es simpática.
La primera que empecé a ver, pero que terminé más tarde, por ser emitida capítulo a capítulo cada semana, es Raion no kakurega [ライオンの隠れ家, la guarida del león], conocida en inglés/castellano como Light of my lion/La guarida del león (esta última la traducción literal del título original). Es un drama familiar. El protagonista es Hiroto, un hombre joven (Yūya Yagira), que lleva una vida tranquila trabajando como empleado municipal, y cuidando de su hermano (Ryōta Bandō) que padece un trastorno del espectro autista. Cuando aparece en la puerta de su casa un niño, que dice llamarse León (Raion ライオン, adaptación al japonés del inglés lion). Hiroto sospecha que es el hijo de su hermana (Machiko Ono), que desapareció de sus vida cuando era una adolescente, casada con un empresario, y que se sospecha se ha podido suicidar. Aunque de fondo está la peripecia sobre la hermana y el niño con el padre del crío, la serie va del buen rollo de los valores familiares. Tiene momentos inspirados y momentos menos inspirados. Pero está muy bien valorada por el público en su país. El argumento tiene alguna inconsistencia, hay tramas secundarias con poco sentido. Por ejemplo, la relación con su compañera de trabajo, parece destinada al romance, pero no se resuelve de ninguna forma precisa y resulta superflua. La actriz es muy mona pero muy floja. Y otras que están poco explotadas a pesar de ser interesantes, como la relación entre la periodista y el policía. Es una de esas series que te dejan con la sensación de que había material para ser mucho mejor.
Como ya explico en Carlos en plata, de vez en cuando me salen fotos anodinas, sin mucho interés. Incluso me había planteado ignorar supinamente la fotografías de este rollo de película. Pero al final… pues aquí hay algunas. Sin más. Y es que hoy es el día adecuado,… porque hoy es un día sin más… espero,… que simplemente tiene que pasar. Dicen que estos días de enero son los más tristes del año. Nunca había pensado mucho en esas cosas, pero este año va a ser verdad. O algo.
Desde que abrí mi cuenta en Goodreads, a final de año realizo un resumen de mis lecturas durante la ronda solar que termina. Y lo suelo hacer el día de Reyes,… porque es un día tranquilo para escribir este tipo de entradas. Para el año 2023, me dicen en GoodReads que son 70 los libros que he leído. Nada más y nada menos que 19 más que el año pasado. Y 39 más que en el 2023. Pero… como decía el año pasado, todo es matizable. Pero sí que he mejorado con respecto a estos últimos años en los que me ha costado concentrarme mucho en la lectura. Las fotos proceden de las primeras que he hecho este año… al menos con cámara digital.
En 2023, 51 libros frente a los 70 de este 2023 que acaba de terminar. Muy similar. Pero si este año han supuesto un total de 17 063 páginas, 243 páginas por libro de promedio, en 2023 fueron un total de 9 562 páginas, con un promedio de 187 páginas por libro. Está clara la diferencia, no. Cuantitativa y aparentemente he leído apreciablemente más. Eso es así. Luego veremos algunos matices, en los apartados cualitativos.
Veinticinco de los libros que he leído son cómics, frente a quince en 2023. Por lo tanto, de esos 19 libros más que he leído, una proporción superior al 50 % son cómics. Todos los años leo varios relatos gráficos. Pero este año, esa cifra viene aumentada por varios factores. He seguido leyendo los volúmenes de Dandadan de Yukinobo Tatsu, que me los han ido prestando, conforme han ido saliendo. Pero han sido menos que el año pasado, cinco volúmenes. Pero he seguido muy apegado a estas simpáticas aventuras, especialmente con el aliciente del estreno de su adaptación en serie de animación. Pero otra serie de animación, me llevó a acercarme a la obra de Inio Asano. Me leí el completo de Dead Dead Demon’s DeDeDeDe Destruction, que son 12 volúmenes del mismo tipo que los anteriores. Pero además, una colección de relatos, todos los volúmenes de Solanin, agrupados en solo libro, y La chica a la orilla del mar agrupados en dos volúmenes. Esta última todavía no la he comentado. Más un libro de relatos cortos. La cosa es que es difícil comparar unos libros con otros. Solanin equivale a dos volúmenes del tipo de los doce de DeDeDeDe. La chica… también son dos volúmenes, y se venden por separado… Así que, cuenta como dos libros, aunque tiene una extensión similar a Solanin, que cuenta como uno. Mientras que DeDeDeDe sería como seis veces la extensión de este último, pero son doce libros. Por eso,… lo del número de libros leídos… es muy relativo.
A lo anterior hay que añadir otros extremos. Tengo pendiente de comentar un relato corto de sólo 40 páginas, y no es el libro más corto del año. Este es otro relato corto con sólo 24 páginas, en un único volumen. Menudean en mi listado de libros leídos durante el año las que pueden ser consideradas como novelas cortas. Por ejemplo, todo un quinteto de Aki Shimazaki. Aunque es un concepto cuya definición es algo imprecisa. El libro más largo que he leído en 2024 tiene 1128 páginas, y también fue una lectura inducida por una serie de televisión.
Mis puntuaciones con cinco estrellas se han ido a un relato corto de Ursula K. Le Guin que todavía no he comentado, a varios volúmenes de los manga de Inio Asano, a una dura novela de Coetzee, que se inspiró en otra de Buzzati que también entra en esta puntuación, a otra dura novela de Kenzaburo Oe, a Kawabata, otro autor nipón, y a mi despedida a Paul Auster. Mi promedio anual ha sido de 3.9 estrellas, en línea con otros años. Creo que no selecciono mal lo que leo, y hay muchos con cuatro estrellas.
Curiosamente, al igual que el año pasado, el libro más valorado en Goodreads es un cómic, la 13 entrega de Dandadan. Creo que hay otros muchos mejores, de sobras, aunque sea muy divertido ese libro.
En cualquier caso, he conseguido sobrepasar el reto de 35 libros que me había propuesto de forma muy sobrada. Como el año pasado los periodos vacacionales han sido fundamentales para dar un empuje a mi actividad lectora, ya que son momentos en los que me relajo y me animo con las lecturas. Que además me cunden mucho en los desplazamientos viajeros, si no me enredo a hablar demasiado con mis compañeros de viaje.. Para 2024… me he propuesto una meta un poco más ambiciosa. 40 libros. Parece que he terminado el año más animado en la lectura. Pero quien sabe lo que puede pasar a lo largo del año. No pongo más. No vaya a ser que caigan menos aventuras cortas y cómics en mis manos este año que viene. En cualquier caso, en estos momentos estoy en los percentiles más elevado en Goodreads en cuanto a libros leídos al año. Y es que la gente lee poco…