Las series de fotografías que ilustran esta entradas de este Cuaderno de ruta pueden verse, desprovistas de texto, en fotos en serie. La fotos, indefectiblemente, París. En primavera. Aunque en blanco y negro.
En su momento leí mucho de Amélie Nothomb. Autora belga, nacida en Kobe, Japón, muy querida también en Francia, escribe en francés, muy prolífica. Y he disfrutado mucho con sus libros. Aunque con tantos que ha escrito los hay mejores y peores. La constancia en la calidad y la mucha publicación no siempre van acompañadas. En cualquier caso, sus novelas, nunca muy extensas, tiene elementos característicos. A mí me suelen gustar, aunque hace unos años me cansé, y llevaba un tiempo sin leer nada nuevo de ella.
Un tema habitual en sus novelas es la familia. Y sobre ello va esta que comento hoy. Narrada en primera persona por una mujer que nació de un matrimonio que se amaban tanto que se bastaban a sí mismos. Tuvieron a sus hijas, porque es lo que tocaba, pero las descuidaron. Se cuidaron a sí mismas, puesto que de nada serviría llamar la atención de sus padres. A partir de ahí las hermanas se volvieron inseparables durante la infancia, y sólo al llegar a la edad adulta entraron en un eventual conflicto. Y también contó la protagonista con la caótica hermana de su madre y su prima.
Novela entre sarcástica y amarga. Centrada en el desencuentro con los progenitores. Cuando el interés de estos no coincide necesariamente con el interés de los hijos, o lo que realmente conviene de los hijos. Especialmente compleja, como se muestra hacia el final de la novela, la relación con la madre. Un libro que engaña, ya que bajo cierta apariencia de comedia, esconde un profundo drama.
No voy a decir que sea la obra que más me haya gustado o convencido de Nothomb. Pero es buena escritora, y siempre tiene interés. Lo he pasado bien, y me ha hecho pensar. Por lo tanto me parece razonablemente recomendable.
Las series de fotografías que ilustran esta entradas de este Cuaderno de ruta pueden verse, desprovistas de texto, en fotos en serie. En Fujiyoshida y Kawaguchiko, al pie del monte Fuji.
Aunque no sean cosa de todos los días, las series en las que el protagonista, o uno de los personajes principales, es un extraterrestre que convive cotidianamente con los seres humanos como si tal son un género en sí mismo. O un subgénero dentro del género de la comedia de situación con un personaje extraño o extravagante como eje central. Pueden ser brujas, extraterrestres, seres fantásticos, lo que sea, pero las situaciones de la serie tienden a ser los problemas más o menos banales o más o menos importantes de la vida cotidiana de un vecindario.
Cuando el ente extraño es un extraterrestre, recuerdo tres series, norteamericanas, en el ámbito de la comedia de situación principalmente. Una, de mi infancia, de la televisión en blanco y negro, de cuando sólo había un canal de televisión… o dos si contamos el UHF que no siempre se sintonizaba correctamente, es My favorite martian (Mi marciano favorito). Como yo era muy niño, se emitió en España a partir de 1968, cinco años de su primera emisión en EE. UU. tengo un recuerdo vago. Formaba parte de las comedias de situación de aquellas época, bastante naïfs, de la que la más representativa, y bastante más famosa, fue Bewitched (Embrujada), que en lugar de marciano conviviendo con ser humano era bruja conviviendo con pánfilo humano.
Dejando de lado algunas series más dramáticas, en la que los extraterrestres están entre nosotros, siguiendo con las comedias de situación, un referente imprescindible fue ALF. Siendo el nombre del alienígena un acrónimo de Alien Life Form, una forma de vida alienígena que acaba en la Tierra tras un cataclismo global en su planeta con un origen bastante chusco, este peculiar extraterrestre, que al contrario que en las otra series no tiene forma humana, fue un cachondeo bastante divertido. Por su amor (culinario) por los gatos, por sus constantes travesuras, y porque al final resultó ser bastante entrañable. Emitido en España a caballo entre finales de los 80 y principios de los 90, con múltiples reposiciones posteriores, no lo veía constantemente. Fue una época en la que veía poquísimo la televisión. Pero cuando aparecía en la pantalla del televisor me quedaba viendo siempre hasta el final del episodio. Siempre muy divertidos.
Recuerdos más vagos tengo de 3rd rock from the sun (Cosas de marcianos), una serie de finales de los años 90, muy bien valorada, pero que todavía me pilló en la década que menos televisión vi. Y además, en Antena 3 TV, una cadena por la que siempre sentí profunda antipatía. Pero algún episodio vi y no estaba mal. Una falsa familia formada por extraterrestres que están en una misión para estudiar la Tierra, pero que acaban viviendo en un vecindario e involucrándose en la vida cotidiana de los terrestres. Simpática, pero también con un vago recuerdo sobre ella, más allá de la presencia como protagonista de John Lithgow, pasándoselo muy bien, aparentemente.
Y recientemente, en Netflix, hemos podido ver una de las series japonesas más simpáticas y divertidas de Netflix, The hot spot (ホットスポット, Hotto supotto). La premisa es la siguiente. La protagonista (Mikako Ichikawa) es una madre que cría en solitario a su hija adolescente en una población ribereña de uno de los lagos que rodean al monte Fuji en Japón, y trabaja en la recepción de un hotel del lugar. Y un día es salvada, de una forma sorprendente, de ser atropellada por su un compañero suyo de trabajo (Akihiro Kakuta). Forzado por la situación, este confiesa que es un extraterrestre. El hijo de un extraterrestre que se quedó atrapado en la Tierra durante una misión y una humana. Y que tiene capacidades especiales. Aunque lo agotan. Y necesita tener a mano un onsen (baño termal típico japonés) para recuperarse, y por eso trabaja en el hotel. Aunque promete no contar nada a nadie, pronto se le escapa la cosa con sus dos amigas del colegio, con quienes sigue manteniendo una buena relación.
La serie tiene varias cosas estupendas. El extraterrestre tiene una apariencia convencional, de señor gruñón cincuentón, aunque buena persona. Siempre refunfuña, pero acaba haciendo favores a sus compañeros y vecinos. Las situaciones habituales son totalmente cotidianas. A pesar del secretismo, poco a poco se va sabiendo, pero la gente, en lugar de montar un potito, lo toma con naturalidad y lo integra en sus vidas cotidianas. Y poco a poco aparecen otras personas con peculiaridades; un viajero en el tiempo, una chica capaz de controlar la energía eléctrica. Que curiosamente causan la incredulidad del protagonista extraterrestre, mientras son aceptadas sin problemas por sus nuevas amigas que lo integran sin problema en su círculo. Y sobre todo, un humor fino, muy enraizado en las peculiaridades idiosincráticas de la cultura japonesa, que te mantiene en un estado de sonrisa permanente, con alguna carcajada tranquila de vez en cuando. Una serie sencilla en su realización, pero muy ingeniosa en sus guiones y en sus diálogos. Con el monte Fuji de fondo. De lo más recomendable. Me lo he pasado estupendamente. Si no sois de los que tienen prejuicios a toda serie que no sea española, americana o inglesa, o sea, de la minoría, dadle una oportunidad.
La ciudad que aparece en la serie es ficticia, pero sus localizaciones están rodadas en las ciudades que se encuentran en las proximidades del monte Fuji, por lo que alguna escena me resulta familiar, a pesar de que sólo estuvimos en aquellos lugares en una excursión en el día desde Tokio, hace ya casi 11 años. Tendría que volver algún día. ¡Tendría que hacer tantas cosas!
Esta serie de fotografías que ilustran esta entrada de este Cuaderno de ruta puede verse, comentada desde un punto de vista de la técnica fotográfica, en Carlos en plata. Paseo fotográfico por el casco antiguo de Utebo, ciudad emergente en el área metropolitana de Zaragoza.
Con esto del apagón eléctrico no pensaba que me diese para publicar nada hoy. Pero mira tú. Un tipo ha dicho que tardarían entre seis y diez horas en devolver la energía eléctrica. No sé si ha regresado en todo el país, pero en Zaragoza ha vuelto a las cinco horas y cincuenta y siete minutos aproximadamente. Así que a ese tipo habría que hacerle presidente del gobierno vitalicio o algo así. ¿No creéis?
En fin. Os dejo con unas fotografías realizadas en un sábado por la tarde de marzo con la Hasselblad en el casco histórico de Utebo. Lo que más me impresiona es que no me tuve que esforzar nada en absoluto en que las calles salieran vacías de gente. Prácticamente no me crucé con nadie entre las cinco y las seis y media de la tarde. Al otro lado de las vías del ferrocarril era otra cosa. Mucho más animado. Pero allí no hice fotos.
Las series de fotografías que ilustran esta entradas de este Cuaderno de ruta pueden verse, desprovistas de texto, en fotos en serie. Fotografías realizadas en las salas de exposiciones de Berlín mencionadas en el texto de la entrada.
Llevo un montón de domingos sin recomendaciones fotográficas, por una diversidad de motivos con los que no os voy a aburrir. Pero hoy voy a dedicar esta entrada de recomendaciones a las que me inspiran las exposiciones de fotografía que visité en Berlín durante la escapada de Semana Santa, y a un par de libros comprados en los puestos del paseo de la Independencia de Zaragoza durante la festividad de San Jorge, este miércoles pasado.
De los días que estuvimos por Alemania, con base en Berlín, el jueves por la mañana nos fuimos cada uno a nuestro aire por la capital alemana. Y yo dediqué la mañana al mundo de la fotografía. Una visita a un par de centros dedicados a las exposiciones fotográficas y audiovisuales, y otra a una tienda de la que soy cliente en línea pero que nunca había visitado en persona de presencia física.
He visitado en varias ocasiones Fotografiska, uno de mis museos dedicados a la fotografía favoritos, en Estocolmo. Abierto en 2010, si no recuerdo mal lo he visitado en tres ocasiones, en 2011, en 2016 y en 2023. Me encanta. Pero en este periodo de tiempo se ha extendido por el mundo, abriendo sucursales en Tallín, Nueva York, Berlín, Shanghái y Oslo. Bueno… creo que esta última está en proyecto. La sucursal de Berlín abrió en 2023, por lo tanto no había tenido ocasión de visitarla todavía, y aproveché el viaje. Había cuatro exposiciones.
Una retrospectiva dedicada a Frank Ockenfels 3, fotógrafo que destaca por sus retratos sumamente originales, muchas veces con técnicas mixtas, especialmente entre el famoseo de la música y de la interpretación. Me gustó mucho. Mucha fotografía con procesos fotoquímicos, con interesantes usos de la fotografía instantánea. Muy recomendable.
Una exposición de uno de los últimos trabajos de Rinko Kawauchi, fotógrafa japonesa que no me resulta extraña, tengo algún libro suyo, que combina fotografías realizadas en el entorno de su hogar, una casa en el campo en la que se refugió para criar a su hija, con las realizadas en Islandia, muchas veces combinadas en dípticos, muy significativos. También me gustó mucho.
Más fría me dejó la exposición dedicada a Viviane Sassen. Pero la neerlandesa nunca ha sido muy santo de mi devoción. Cosas que pasan.
Y la cuota local, dedicada al fotógrafo Jakob Tillmann, basado en Berlín, una serie de retratos que ponen de manifiesto los usos contemporáneos y muy diversos de la joyería, la bisutería y otros adornos y complementos personales. Curiosa. Técnicamente muy correcta. Forma parte de un programa interno de promoción de la fotografía y de fotógrafos, Emerging Berlin.
Situada en Berlin-Mitte, un desvío asequible desde algunos de las principales atracciones turísticas de la ciudad, Fotografiska Berlin debería ser visita obligada para los amantes de la fotografía.
Un lugar que ya conocía de viajes previos es C|O Berlin, un espacio de exposiciones fotográficas y audiovisuales que visité por primera vez después de su traslado en 2014 a la Amerika Haus, frente a la estación Berlin Zoologischer Garten. Al igual que la anterior, su prioridad es la fotografía y el audiovisual contemporáneos. Y lo que allí pude visitar fue:
Los audiovisuales realizados con el teléfono móvil, en formato vertical para acentuar ese origen, por el fotógrafo y cineasta Sam Youkilis. La exposición es curiosa. Pero el vídeo que te recibe a la entrada me chirrió mucho, porque pone de manifiesto, así de entrada, las limitaciones del teléfono móvil como cámara fotográfica o de vídeo. Altas luces bloqueadas, empastadas, en un atardecer o amanecer de colores anormalmente saturados, especialmente los rojos y naranjas. El contenido en el interior de la exposición era técnicamente mejor, especialmente por no haber escenas con grandes contrastes. Pero no pasó de eso, de ser una simpática curiosidad. Y creo que pretendían algo más con la exposición. Sin complicarse la vida, lo mismo se podría haber conseguido con mi pequeña y compacta Sony ZV-1, pero con mejor calidad intrínseca de la imagen.
La exposición individual de la italotogolesa Silvia Rosi, con imágenes muy coloridas en torno a una variante africana del juego del parchís, y en las que cuestiona las consecuencias de la colonización en las comunidades africanas.
Finalmente, A world in common, una amplia exposición colectiva de fotógrafos africanos contemporáneos, auténtico plato fuerte del lugar en estos momentos, con estilos y objetivos muy diversos. Y poco conocidos, porque son fotógrafos que difícilmente se abren paso en los medios occidentales. Como para pegarse un buen rato. Aunque no dispuse de tanto tiempo.
En otro orden de cosas, este miércoles pasado fue la festividad de San Jorge, fiesta autonómica en Aragón, y que coincide con ser el día mundial del libro, por efemérides relacionadas con las vidas (o muertes) de Cervantes y Shakespeare. Y que se suele celebrar con la instalación de puestos de venta y promoción de librerías y editoriales locales en el céntrico paseo de la Independencia de Zaragoza. No me paré mucho en los puestos, porque había muchísima gente, y me resultaba muy agobiante. Pero visité el puesto de Editorial Otro Matiz, de la compañera y socia de ASAFONA Asociación Aragonesa de Fotógrafos de NaturalezaLydia Grávalos. Es una pequeña editorial de nicho, dedicada a los libros de naturaleza y fotografía de naturaleza. Allí compré el libro Asia – Naturaleza y ser humano de Arturo de Frías. Que creo que no es un productor editorial de Otro Matiz, pero que se imprime en Grávalos Gráficas. El caso es que me dio para mantener una breve, pero interesante, conversación con el autor, allí presente, que me firmó y dedicó el libro. Inspirador.
Cuando ya me iba de la zona, había quedado a comer a las dos de la tarde, pasé por la plaza de Aragón, donde había algunos puestos sueltos. Uno de ellos de una librería de lance donde encontré un antiguo catálogo de una exposición fotográfica organizada por la Diputación Provincial de Zaragoza en torno a las fotografías que el francés Jean Dieuzaide realizó en sus viajes por Aragón en los años 50 y 60 del siglo XX. Y me pareció muy interesante. Y no muy caro. Así que me lo compré. Quizá no sean mis fotografías preferidas de Dieuzaide, que hizo cosas muy interesante, pero está bien.
Las series de fotografías que ilustran esta entradas de este Cuaderno de ruta pueden verse, desprovistas de texto, en fotos en serie. Hace casi 20 años en Londres.
Creo que hacía muchos muchos años que no pasaba tanto tiempo entre dos visitas a las salas de cine para ver una película de estreno. Casi un mes. Ni siquiera cuando cojo vacaciones largas hemos dejado pasar tanto tiempo desde hace mucho tiempo. Lo cual es sintomático de dos fenómenos; la oferta en la cartelera nos resulta poco atractiva, y el cine puede estar perdiendo una parte del atractivo que siempre ha ejercido sobre nuestro pequeño grupo cinéfilo. Y sobre mí mismo en particular. No me voy a poner a analizar aquí y ahora el porqué de este fenómeno. Quizá más adelante. Pero la cosa es que ni me preocupa, ni me deja de preocupar. Durante ese período de tiempo he estado entretenido, he hecho una variedad de cosas, y creo que tenían valor en la misma medida que el cine lo tenía tradicionalmente. Así que… es lo que hay.
Finalmente, y aunque no era nuestra primera opción, porque la que era está «difícil» de ver bajo nuestros criterios de conveniencia y calidad (una hora decente entre semana y versión original, subtitulada si no está hablada en castellano). Y la película que comento tenía a priori varios atractivos. Un buen reparto, un duración muy contenida, muy poco más de hora y media, y un dato común; aunque no está siendo muy apreciada por el público, y la distribuidora no está promocionándola demasiado, muchos críticos advierten que está mejor de lo que parece. El hecho de que esté dirigida por Steven Soderbergh, en mi caso, no es ni bueno ni malo. Dijéramos que, por mucha fama que tenga el director norteamericano, un tercio de las películas que he visto de él me han gustado mucho, otro tercio me han gustado más bien poco, y el tercio final, ni fu ni fa. Así que influencia neutra a la hora de atraernos o dejar de atraernos a la sala de cine.
La película es, hasta cierto punto, la típica película de espías británicos, con dos excelentes Michael Fassbender y Cate Blanchett a la cabeza. Ya he dicho que el reparto tenía mucho tirón. Como suele suceder, mientras que las películas de espías usamericanos suelen ser muy de acción, las de británicos suelen tirar a dramas psicológicos. En la sede de la inteligencia británica se ha filtrado un algo, típico macguffin, no merece la pena devanarse los sesos sobre lo que es, aunque en la película lo explican bien, y de formar pertinente. Por lo tanto, hay un traidor o topo. Y a uno de los agentes de nivel alto (Fassbender), le encargan descubrirlo, y rápidamente. Pero todo pinta que es un regalo envenenado, que va a poner en riesgo la carrera del agente. Más cuando en la lista de sospechosos esta su propia esposa (Blanchett), otra agente de alto nivel.
Estamos ante una película elegante. Combina la elegancia de cierto cine tradicional en los planteamientos, con una realización muy personal por parte de Soderbergh, y con unos temas y unos medios actualizados. Esto no es una de James Bond. Aunque el conocido agente de ficción sea británico, el planteamiento de sus películas tiende más a lo que he mencionado de las películas de espías americanos. Nop. Aquí estamos ante la típica situación de juegos a dobles y triples bandas. Pero con glamur. Nada similar al gris y taciturno Smiley de Le Carré, que también se las veía con situaciones similares. Aquel era un anti-Bond. Estos están en un punto intermedio, en el que no hay las fantasías de 007, pero son guapos, elegantes, todos ligan, quizá demasiado en el caso de los personajes secundarios, y son humanamente inteligentes. Es decir, meten la pata y lo tienen que arreglar… o palman.
Sinceramente, no esperaba mucho de la película, en realidad. Pero con una economía de medios narrativos, pero muy eficaces, tenemos una aventura que nos llevo a salir del cine con un optimismo cinematográfico que hace tiempo que no sentíamos. Sin que por ello vaya a ser una película especialmente trascendente en nuestra historia particular del séptimo arte. Soderbergh acierta en una cosa, con historia no especialmente original, pero que no trata como imbéciles a los espectadores, pone oficio en la realización, y deja que los protagonistas se las apañen, que tienen oficio de sobra, para sacar adelante una película con algo más que suficiencia. Yo la recomendaría como un buen entretenimiento.
Esta serie de fotografías que ilustran esta entrada de este Cuaderno de ruta puede verse, comentada desde un punto de vista de la técnica fotográfica, en Carlos en plata. Comentario sobre la fotografía con película para negativos en blanco y negro del viaje a Alemania en esta pasada Semana de Pascua.
Como en esta ocasión me he revelado yo mismo los negativos en blanco y negro, no he tenido que esperar tanto tiempo a ver los resultados de estas fotos y poder disponer de algunas de ellas para compartir. Así que allá van algunos ejemplos.
Las condiciones de luz han variado mucho a lo largo del viaje. El miércoles 16, el día en que llegamos, y el jueves 17 siguiente, en Berlín, tuvimos tiempo soleado y temperaturas de hasta 24 o 25 ºC de máxima. Mientras que en los dos días siguientes, las temperaturas se desplomaron hasta entre 7 y 11 ºC de máxima y cielo nublado la mayor parte del tiempo. Y además, nublado del peor, especialmente el viernes 18, de este gris uniforme, panza de burra, que no genera luz direccional en absoluto.
Afortunadamente, la película que me llevé, lidia bien con estas condiciones diversas. Es raro que con un revelado adecuado, y con un procesado posterior, químico o digital, adecuado, no se pueda sacar al menos una imagen con valor documental. Sobre calidades artísticas y tal, ya si eso… hablamos otro rato. En cualquier caso, aquí os dejo algunos ejemplos de lo visto y fotografiado por el camino.
Las series de fotografías que ilustran esta entradas de este Cuaderno de ruta pueden verse, desprovistas de texto, en fotos en serie. Siendo la autora alemana y acabando de regresar de un viaje a Berlín, ya podréis suponer de donde son las fotos. Incluida una foto tomada en el campus de la Charité, un hospital berlinés de gran tradición en la historia de la medicina… y ya que estamos en la situación en que estamos en la novela…
A pocas semanas del viaje a Alemania de esta Semana de Pascua pasada, en plena preparación de los aspectos prácticos y logísticos del viaje, me llegó la recomendación, no de este libro, sino de la autora, Katharina Volckmer, alemana afincada en Londres, y que escribe en idioma inglés. Leí varios artículos alabándola mucho por su osadía, y por su incisiva forma de abordar los temas. Así que busqué a ver cuál podía ser el libro adecuado para iniciarme en esta escritora, y me decidí por esta «cita». En versión original, en inglés.
La protagonista de esta novela corta se encuentra en la consulta de un médico, en plena exploración, que por las descripciones que nos ofrece suponemos que tiene un carácter ginecológico. Aunque tendremos que llegar hasta casi el final de la narración para conocer la naturaleza exacta de la misma. Aparentemente, la paciente está hablándole al médico. Sobre si realmente lo esta haciendo o si lo que leemos es lo que pasa por su mente durante el procedimiento, sin que necesariamente verbalice lo que piensa… podéis suponer lo que queráis. Tiendo a opinar que sucede lo segundo. Y las ideas surgen desbordadas en su discurso, sea verbal o mental. La mujer vive en conflicto. Con su nacionalidad de origen, con su familia, con sus relaciones con los hombres, con su cuerpo, con su sexualidad, con su identidad personal. Y durante toda la extensión de la obra, ese discurso va saltando de unas ideas a otras, a veces avanzando en las mismas, otras retrocediendo, dejando entrever el conflicto permanente y personal en el que la persona ha vivido a lo largo de su vida.
Muy mordaz en el contenido, no deja títere con cabeza. La protagonista del libro no es lo que se llama precisamente «políticamente correcta». Nacismo, racismo, sexualidad en conflicto, adulterios, fracaso laboral y personal, con profunda autoacusación, pero también con acusaciones ácidas hacia la sociedad que le rodea, que le ha negado siempre la posibilidad de ser quien realmente es.
Cuando terminé el libro, hace ya cuatro semanas, mis sensaciones eran contradictorias. Dijéramos que el interés que sentí por lo que estaba leyendo tuvo oscilaciones. Y de hecho, dado que es una novela corta, tardé más de lo que hubiera supuesto en leerlo, porque en algún momento estuve a punto de desengancharme. Empecé con mucho interés, los temas iniciales son muy provocadores, especialmente en sus irónicas críticas hacia su propio país y nacionalidad, pero luego llegan los altibajos. Hasta un tramo final en el que el interés aumenta, conforme desvela lo que realmente está sucediendo en esa consulta médica.
No obstante, le daría un aprobado. Y en el recuerdo, el libro ha mejorado apreciablemente en mi consideración. Por su estilo, invita a ser leído de forma rápida. Estamos ante una verborrea mental en la que no hay interrupciones. Pero quizá merezca la pena no apresurarse. Y pararse de vez en cuando a asimilar lo que se acaba de leer. Integrar las ideas, someterlas a un proceso crítico, e intentar empatizar con una protagonista que pocos enganches de simpatía nos ofrece. Como contexto, dado que todo sucede en una consulta médica, la escritora se muestra muy crítica hacía la misoginia médica que ha padecido, siendo paciente por una endometriosis grave. Uno de los procesos ginecológicos peor comprendidos y peor tratados probablemente.
Las series de fotografías que ilustran esta entradas de este Cuaderno de ruta pueden verse, desprovistas de texto, en fotos en serie. Un clásico en Star Trek es que el cuartel general de la Flota esta en San Francisco, y las correspondientes vistas del Golden Gate.
Desde hace unos días, está disponible en Netflix la séptima temporada de Black Mirror, una de las series de televisión de más éxito, y al mismo tiempo más valorada por la crítica, de los últimos quince años. Hasta la fecha, no me he perdido ningún episodio. Salvo por el hecho de que de esta séptima temporada sólo he visto dos de momento y me faltan cuatro. Es decir, voy a ponerme a comentar cosas sobre la misma sin haberla visto entera. Lo entenderéis, más adelante. No puedo negar que la serie tiene sus altibajos, dentro de su buena factura general. Y que suelo preferir cuando entra en modo comedia, parodia o exageración que cuando entra en modo terror. Pero es una serie imprescindible para ofrecer una mirada crítica a los adelantos que los avances en las tecnologías de la información nos han aportado a nuestras vidas en este primer cuarto del siglo XXI. Qué cosas… parece que hemos estrenado siglo hace nada, y ya nos hemos comido una cuarta parte. En fin.
El caso es que ayer mismo vi la primera continuación o segunda parte de un episodio dentro de la serie. Se sobrentiende que la mayor parte de los episodios transcurren en el mismo universo de ficción. Obsérvese la cantidad de San Juníperos (hospitales, escuelas, hoteles,…), que llevan este nombre dentro de la serie desde el exitoso episodio que llevaba ese título, uno de los mejores, que allá por la tercera temporada. Imprescindible y propio de una antología. Pero otro de los mejores, y que también puede entrar en una selección antológica, fue el dedicado a la nave espacial USS Callister. En esta séptima temporada podemos presenciar la continuación de aquella aventura protagonizada por Cristin Milioti, Jesse Plemons y Jimmi Simpson, entre otros. Como he dicho, la única clara continuación de la misma historia, aunque pueda haber guiños al hecho de que todo suceda en un mismo universo de ficción.
El hecho de que aquella historia haya merecido una segunda parte, no estrictamente necesaria en mi opinión, se puede deber a dos motivos. El primero es que es uno de los episodios más valorados de la serie, de más éxito. En lo que influye mucho el carisma de Milioti, una actriz que, en la práctica, no ha salido del ámbito televisivo, aunque cuando me la he encontrado por ahí me ha parecido siempre que tenía potencial para más cosas. O quizá simplemente hace papeles que le van a su forma de actuar y a su físico. A lo tonto modorro, cuando fui consciente de su existencia como la chica del paraguas amarillo en una divertida y entrañable serie, era todavía una veinteañera, cuando ahora ya se acerca ya a los cuarenta si no los tiene ya. Pero también influye, y es el segundo motivo, que además de los elementos de crítica que acarreaba aquel episodio, como todos los de la serie, era una parodia, al mismo tiempo que un homenaje, a una de las sagas/franquicias más celebradas de la ficción televisiva y cinematográfica, Star Trek.
A pesar de que siempre me han gustado las aventuras espaciales, literarias, televisivas o cinematográficas, que me han aportado muchos buenos momentos (y no pocas decepciones), Star Trek no ha formado pare de las que me hayan enganchado. Tengo recuerdos muy cariñosos de la serie original, que se emitió en España durante mi infancia bajo dos títulos diferentes, La conquista del espacio y Viaje a las estrellas. No creo que viese todos los episodios. Pero sí unos cuantos, que me gustaban bastante. Era antes de que llegase mi adolescencia en la que vi 2001: A Space Odissey, Star Wars y Solyaris, tres aventuras espaciales muy distintas, pero que definieron mi afinidad por el género. Las tres las vi en el cine entre los años 1977 y 1979. 2001 y Solyaris en el cine Rialto de Zaragoza, tradicionalmente cine de barrio en San José, en el breve periodo en que fue cine de arte y ensayo. Y la otra… como todo el mundo en algún popular cine de la ciudad. El Don Quijote creo que fue, uno de los más grandes y nuevos de aquella época. Ambos desaparecidos. Pero siguiendo con lo que estaba, siempre he tenido la consideración de que todo era muy cutre, desde el relanzamiento de la franquicia en cines en el año 79 con una película que me pareció horrenda, como todas las que siguieron en la década y media siguiente. El aumento del nivel en la producción que llegó con J. J. Abrams hizo que dejará de ser cutre, pero pasaron a ser películas efectistas, sin mucha sustancia real en sus historias. Hasta las narices de los flares originados en los objetivos anamórficos de los que abusa en sus producciones.
Con posterioridad, alguna serie me ha parecido interesante y menos cutre, y alguna serie de animación me ha divertido… pero sin más. Y lo más curioso es que siempre me lo he pasado bien con las parodias/homenajes. La primera que me viene a la memoria fue la infravalorada Galaxy Quest (Héroes fuera de órbita), en la que lo que se parodia no es a la propia serie, sino a los actores y productores de la misma, cuando se ven en la obligación de llevar su simulación en la pantalla a la vida real ante una amenaza alienígena. Un cachondeo en la que sus prestigiosos intérpretes se lo debieron pasar muy bien, a la que quizá le faltó un poquito más de mala baba. Yo la recuerdo con cariño. Creo que me lo pasé muy bien. Quizá porque me parecía bien parodiar una serie que yo asociaba con cierto grado de cutredad a pesar de su popularidad, como sucedía con los protagonistas de la ficción en la película. La disfruté infinitamente más que cualquier largometraje de la franquicia original hasta ese momento. Creo que con el tiempo se le ha valorado mejor que lo que fue en su estreno.
Y la serie que también disfruté un montón, un plagio en las formas, consentido, sin duda, de la franquicia original, fue The Orville. En las formas, que no en el fondo y contenido. Si la franquicia original iba de «vamos a llevar por toda la galaxia el buen rollito, la paz y la amistad», cosa que han valorado mucho los trekkies por los «valores» que representa la serie, la serie de Seth MacFarlane era una respuesta directa clara y concreta al trumpismo. MacFarlane vio venir el triunfo del populismo del aprendiz de dictador, y sacó, coincidiendo con el comienzo del mandato de ese personaje, una serie que detrás de su aspecto paródico estaba llena de críticas sociales y políticas a los nefastos valores del populismo de derechas. Y además los personajes eran simpáticos, tenían carisma, estaban bien interpretados, y si la serie no tenía un nivel de efectos especiales de primera, maravillosos y pirotécnicos, daba igual porque no iba de eso. Y además, a pesar de ello, como no se avergonzaba de lo que quería ser, no resultaba cutre. Cutre no quiere decir sin recursos. Quiere decir «quiero y no puedo», pretendo ser lo que no soy.
Y antes y después, llegó la USS Callister de Black Mirror, que con una visión distinta, un buen nivel de producción, y un buen trabajo interpretativo, nos trajo también unas historias interesantes, necesarias y encomiables. Ambas, especialmente la segunda, con 90 minutos de duración, son prácticamente largometrajes, que cuentan su historia con competencia. Y que marcan definitivamente el hecho que me ha hecho escribir esta entrada como lo he hecho. Las parodias de Star Trek me gustan y me interesan mucho más que la franquicia original. Es lo que hay.
Esta serie de fotografías que ilustran esta entrada de este Cuaderno de ruta puede verse, comentada desde un punto de vista de la técnica fotográfica, en Carlos en plata. Comentario sobre la fotografía digital del viaje a Alemania en esta pasada Semana de Pascua.
Acabo de regresar de una escapada a Berlín. Bueno, alojados en Berlín, hemos realizado excursiones en el día a otras ciudades alemanas, de lo que fue la antigua Alemania Oriental, como Naumburg, Erfurt, Lutherstadt Wittenberg y Dessau.
Berlín no era mi destino preferido para estos días de fiesta. Ya había estado en varias ocasiones con anterioridad. Creo que seis. Esta es la séptima. Y no había nada en concreto que me atrajese a una visita en este momento. Pero era el único plan disponible para viajar acompañado. Podía irme a otro sitio, pero solo. Las cosas viene así en ocasiones.
A cambio negocié la visita a otras ciudades, las que he nombrado más arriba. Lo de Naumburg era algo que teníamos entre ceja y ceja el grupito de tres personas que hemos viajado juntos. Y todo porque leímos hace unos meses cierta obra póstuma de Günter Grass, que tenía como protagonista una de las estatuas que aparecen en la catedral de la ciudad, patrimonio de la humanidad según la Unesco, Uta de Ballenstedt.
Aprovechamos para visitar la vecina ciudad de Erfurt, con un casco antiguo muy agradable y un tremendo catedralón católico en lo alto de un cerro, muy impresionante. La pena que este día salió frío y gris. En comparación con los buenos días que hizo en nuestra llegada, y en el día que pasamos en Berlín de forma integral. Y en la que aproveché a conocer la sede de Fotografiska en la capital alemana, y alguna otra exposición fotográfica.
También visitamos Lutherstadt Wallenberg, la ciudad en la que un cierto monje agustino, Martin Luther, decidió rebelarse, protestar sería la palabra adecuada, contra el Papa de Roma y sus enseñanzas. No el que acaba de palmar, sino contra cualquier Papa en general. También es patrimonio de la humanidad, y también tiene su interés, aunque menos.
Y de allí nos acercamos a Dessau, que dos de nosotros ya conocíamos, por haber visitado los lugares de la Bauhaus, otro patrimonio de la humanidad, en el año 2009, cuando se celebraba el 100º aniversario de aquella famosa escuela de arquitectura, diseño y artes decorativas. Y también nos acercamos al Georgium, uno de los lugares inscritos también como patrimonio de la humanidad en los Jardines de Dessau-Wörlitz. Pero algún día habremos de volver a ver el conjunto de estos jardines y palacios.