Alguna vez he comentado lo que me gustan los relatos ilustrados de los Libros del Zorro Rojo, de los que tengo los que publicaron de Haruki Murakami, ilustrados por Ket Menschik. Aunque luego, los relatos ilustrado de Murakami cambiaron de editorial al menos en una ocasión. Relatos interesantes, ilustraciones de muy buen nivel, presentación del libro cuidada, moderna. El caso es que hace unas semanas leí que esta interesante editorial había publicado una versión de la famosa Guerra de los mundos de H. G. Wells, con las ilustraciones del brasileño Alvim Corrêa, de la edición en francés publicada en Bélgica en 1906, que probablemente fueron un hito de los más importantes en la ilustración de la ciencia ficción. El libro incluye enlaces en forma de códigos QR para las grabaciones originales de la adaptación radiofónica de Orson Welles, así como las transcripciones de esta. Vamos… todo un pequeño conjunto de pequeñas (o grandes maravillas) en torno a a la obra de Wells. Un autor mucho más importante de lo que a veces se piensa.
Pero vamos con la obra literaria. La novela de Wells fue publicada por primera vez en forma de serial de revista en Pearson’s Magazine en el Reino unido entre abril y diciembre de 1897. Y ese mismo año, se publicó también serializado, en Estados Unidos en Cosmopolitan. Sí… esa revista orientada a las mujeres, que he visto criticar tanto por las derechas cristianas, que consideran sus contenidos pecaminosos, como por feministas de izquierdas que consideran que «enseña» a las mujeres su lugar en la sociedad capitalista bajo un disfraz de liberal, en el sentido norteamericano de la palabra.

Mi primer contacto con la obra fue en mi adolescencia. En 1978 apareció el albúm Jeff Wayne’s Musical Version of the War of the Worlds, una ópera rock a base de rock progresivo y rock sinfónico, que se hizo relativamente célebre en aquel momento y algunas de cuyas piezas sonaban en forma de sencillos en las radiofórmulas musicales. Supongo que para aprovechar esa celebridad, algún avispado distribuidor cinematográfico colocó en los cines la versión cinematográfica de 1953, donde los marcianos aterrizan en California, y que se aparta de diversas formas del original, convirtiéndose en una alegoría de una invasión soviética en la época de la guerra fría, con uso de bombas atómicas incluidas. Aunque creo que nunca se ha reconocido oficialmente este hecho. En cualquier caso, aprovechó en su estreno esa psicosis de invasión y guerra atómica de los años 50 en Estados Unidos. La película no se había estrenado previamente en España, según creo, y lo hizo en 1979 a rebufo del éxito discográfico. Fui con unos amigos a verla pensando que la banda sonora sería la música a la que nos habíamos acostumbrado… pero nos llevamos un chasco. Así que fui el único que salí relativamente satisfecho. Era el único realmente aficionado al cine y a la ciencia ficción, los otros dos compañeros de clase lo eran al rock.
Desde hace mucho tiempo estaba autoconvencido de que a final de mi adolescencia o en mis veintipocos leí la novela original de Wells. Que me dejaron el libro o lo saqué en préstamo de alguna biblioteca. Tenerlo, no lo tenía en casa con antelación a comprar la edición de los Libros del Zorro Rojo. Pero después de la lectura de esta, ya no lo tengo tan claro. Tengo la sensación ahora de que mis recuerdos de la obra proceden de sus adaptaciones cinematográficas y de alguna posible adaptación a historieta. Nada puedo asegurar. Me baila la memoria. Malditos falsos recuerdos, que todos sufrimos de una otra forma. En cualquier caso, adaptaciones cinematográficas sólo había visto una, hasta la de Spielberg de 2005. Que no me gustó gran cosa. En gran medida por uno de sus mayores defectos… su protagonista, Thomas C. Maphoter IV. Eso sí, tengo un recuerdo agradable de haber visto en televisión la película The night that panicked America, que ficcionaliza los terrores causados por la emisión radiofónica de Orson Welles. Fue una película realizada para su emisión directa en televisión, y ganó un Emmy de tres candidaturas que tenía.

Para quien no se haya enterado aún, la novela narra una invasión marciana. Marte se está convirtiendo en inhabitable, bajo la suposición de que Sol es cada vez más frío (es justo lo contrario), y sus habitantes deciden venirse a nuestro planeta, más cálido por estar más cerca de nuestra estrella. Y por ello lanzan, aparentemente a cañonazos, unos cilindros que contienen los pulposos marcianos y materiales para construir sus gigantescas y trípodes máquinas de guerra. Los primeros cilindros, que llegan a un ritmo de uno por día, caen en los alrededores de Londres, que al fin y al cabo, para la Inglaterra victoriana era la capital de la principal potencia y el principal imperio mundial. La novela está contada parcialmente en primera persona, por un innominado narrador, escritor interesado en diversos temas de actualidad tecnológica y científica, que nos cuenta su peripecia bajo la invasión, así como en tercera persona la de su hermano. Puesto que la narra desde un futuro tranquilo, desde el principio sabemos que la invasión marciana, de alguna forma, fracasará.
La novela es de una oportunidad tremenda, y demuestra que Wells tenía los pies bien puestos en la tierra y que era un observador de la actualidad. Muchas de las observaciones que realiza sobre los marcianos muestran que era un firme adepto de la teoría de la evolución. Obviamente, era uno de los que se había atraído por las especulaciones realizadas por Percival Lowell a partir de las observaciones realizadas en 1894, que a su ver fueron impulsadas por la descripción de los «canales» de Marte por Schiaparelli en 1877. También adelanta las consecuencias de las guerra que están por llegar. Y que en aquellos momentos, en plena Belle époque, parecen lejanas para tantos, aunque tras la muerte de la reina Victoria, escalarán rápidamente las tensiones de la Paz armada, periodo que ya había comenzado tras la derrota de Francia a manos de los prusianos en 1871, y que culminarán con la Primera guerra mundial en 1914. Las guerras previas, desde Crimea en los 1850 y tantos, pasando por las batallas de la unificación italiana o la Guerra civil americana, habían mostrado la cada vez más destructiva capacidad de las armas fruto de la revolución industrial y de que el paradigma de guerra llevado a su mayor exponente en las guerras napoleónicas estaba periclitado. Elementos como el atrincheramiento de tropas, las máquinas de guerra móviles con gran capacidad destructiva o la guerra química son adelantados en este libro. Y lanza previsiones sobre el uso futuro de máquinas voladoras. El fenómeno de los desplazados y los refugiados, el comportamiento rapaz de las poblaciones receptoras de los mismos, también está anticipado.

También lleva la historia implícito el mensaje de que las civilizaciones no son eternas. Y que los imperios se derrumban. Y hay quienes han señalado que Wells, que era un socialista no revolucionario, no marxista, critica a los imperios occidentales, superiores tecnológicamente, por usar esta mayor potencia tecnológica para subyugar a otras culturas del mundo. Si uno repasa bien, salvo las acciones del acorazado de guerra (ignorado en la mayor parte de las adaptaciones de la novela), no hay acciones heroicas. Hay acciones imprudentes de diversos personajes civiles y militares. Y el tono general de los personajes con los que se cruzan el protagonista y su hermano, es de egoísmo, cobardía y sálvese quien pueda. Por otro lado, hay que señalar que si la novela se publica en 1897, la acción se sitúa de forma imprecisa en los primeros años del siglo XX. En un futuro no muy lejano respecto al lector del momento.
Y además de todo lo anterior… es muy entretenida. La peripecia, no por conocida en sus diversas versiones, deja de ser adictiva, lo que hace que el libro se lee en un plis-plas. Lo que más chirría, no sé si para bien, para mal o para todo lo contrario, es la traducción del libro. La obra de Wells ha tenido distintas ediciones en español con diversos traductores. Pero el primer traductor de la obra fue Ramiro de Maeztu en 1902. No sé si este autor varió o realizó nuevas traducciones, o si sólo realizó aquella primera que ha sido utilizada en ediciones posteriores hasta la actualidad. El caso es que el castellano de 1902 es perfectamente comprensible por los lectores de 120 años más tarde, pero a veces es «raro». Lo cual es interesante o curioso en algunas ocasiones, pero resulta rancio o casposo en otras. No todas las «rarezas» suenan o se valoran igual. Hay diversas teorías sobre la cuestión de las traducciones. Pero yo soy de la opinión de que las traducciones hay que actualizarlas periódicamente, porque el idioma evoluciona, aunque deben ser fieles al sentido de la obra original en su idioma original. No se debe perder la ingenuidad del autor inglés sobre determinados conocimientos científicos, sociales o políticos de su época, pero debe hacerse con un lenguaje apropiado al lector al que se le ofrece la traducción, sin caer en la vulgarización que he observado en alguna ocasión en el ámbito de la ciencia ficción. Pero no me considero, ni de lejos lejísimos, alguien con autoridad en este tema. Simplemente un lector habitual que ha generado una opinión con el tiempo. En cualquier caso, supongo que la traducción de de Maeztu habrá pasado al dominio público puesto que el fallecimiento de este autor se produjo, en las tristes circunstancias de tantas muertes violentas de aquellos tiempos, en las primeras semanas de la guerra civil española en 1936. Y creo que en 2021 pasan a dominio público las obras de los autores fallecidos en 1941. Así que si está en dominio público, es la más barata de usar. Estoy suponiendo; no tengo certeza. Porque si buscas en Proyecto Gutenberg… no hay versiones de La guerra de los mundos en español.
En cualquier caso, la lectura de esta obra de ciencia ficción es altamente recomendable. Y yo me lo he pasado muy bien.
