Hace tiempo que quería leer algo de David Foenkinos, escritor francés relativamente popular en los últimos tiempos. Algún corresponsal mío desde el país vecino me había hablado de él en buenos términos. O por lo menos de algunas de sus novelas. Cierto es que ese entusiasmo se apagaba en mí por el hecho de que la adaptación cinematográfica de su novela más alabada… no me gustó gran cosa. Pero claro, eso puede ser culpa de la adaptación, no del material original. ¡Como si no hubiera abundancia de películas mediocres a partir de excelentes relatos literarios! El caso es que hace unos meses apareció esta novela de Foenkinos de oferta, con un precio muy muy rebajado durante 24 horas en versión electrónica, y la compré para cuando le encontrara un hueco.

La comencé a leer durante el viaje en el día que hice a Barcelona a principios de diciembre. En el viaje de vuelta. Y le di un buen empujón. El misterio del prestigioso profesor de historia del arte en la escuela de bellas artes de Lyon que abandona su trabajo para acomodarse como vigilante de sala en el Museo de Orsay de París mientras se celebra una exposición dedicada a Amedeo Modigliani, y que parece salir de su evidente estado depresivo en contacto con las bellas obras del pintor italiano, y también con la atractiva directora de recursos humanos del museo, me pareció muy interesante. Pero tras esta primera parte introductoria, cuando vuelve a Lyon y en flashback se nos empiezan a desvelar las circunstancias que le llevaron a pedir la excedencia de su puesto como profesor, se me atascó. Durante las vacaciones de Navidad, estando relajado y centrado, volví a ella, y no me costó cogerle el ritmo y terminarla.
No quiero desvelar la trama de la novela. El evento que desencadena todo y que nos es desvelado hacia la tercera de las cuatro partes en que se divide el relato. Pero es que ahí está el motivo por el que esta novela, pareciéndome interesante y bien escrita, me haya causado cierto rechazo. Y es que hay un malo en esta novela. Y Foenkinos cae en todos los tópicos absurdos de la ficción comercial occidental, y probablemente de todo el mundo. Los buenos son guapos y bien vestidos. Los malos tienden a la obesidad, comen de forma compulsiva, van desaliñados y son físicamente anodinos o incluso desagradables. Una suma de estereotipos en los que incide el autor y de los que estoy hasta los mismísimos. Especialmente, porque en el tema que estamos, genera que en la vida cotidiana, las víctimas se fíen de determinados individuos que son potencialmente peligrosos, y rechacen o se burlen de gente normal y honesta, siempre por su apariencia física.

Llevado a otro orden de cosas, es la misma situación que cuando tanta gente identifica al negro como delincuente, mientras que el señor trajeado con corbata es respetable. Aunque el inmigrante africano sea un honrado trabajador que busca una oportunidad para salir adelante, y el señor trajeado sea un defraudador, un miserable acumulador de riqueza a costa de los otros, o simplemente… ¡un banquero! ¿Qué opinan los banqueros de los tópicos populares sobre su profesión? Pero bueno, tienen un «aspecto respetable». Creo que el tema que toca es serio. Importante. La reflexión es necesaria. Existen víctimas a nuestro alrededor que son silentes, que no cuentan su drama o nos hablan de sus secuelas. Y no las detectamos. Muchas veces incluso las ignoramos, porque en realidad somos egoístas y no queremos llevar a cuestas el sufrimiento de los demás. Bastante tenemos con nuestros problemas. Por eso todo el mundo dice que hay que sonreír siempre, que no hay que mostrar tristeza o enfado, aunque esté justificados. No es porque eso sea mejor para el que sufre. Es porque la apariencia de que todo va bien tranquiliza al personal. Si encima reducimos las agresiones a un tópico, a un lugar común injustificado… pues no. Una pena, porque el planteamiento general, el tema, y la forma de escribir de Foenkinos me han gustado. Y lo que más lamento es no haberme estirado en el gasto y haber cogido el original en francés.





























