En su momento ya os hice el resumen fotográfico de mi escapada vizcaína. Unos días pernoctando en Bilbao. Y, además de visitar la capital de Vizcaya, hacer un par de excursiones a algunas localizaciones de la Reserva Mundial de la Biosfera de Urdaibai, reconocimiento otorgado por la Unesco.
Unas semanas más tarde, ya tengo revelados los tres rollos de película que me llevé para usar con mi Minox compacta, combinación que últimamente me suele acompañar a todos los viajes. Aquí os dejo unas cuantas fotos.
No he recopilado muchas cosas esta semana. Fundamentalmente por falta de tiempo. O porque he dedicado mucho de mi tiempo a otras cosas. Buena parte de las tardes se me han quedado reducidas a la nada en lo que se refiere a sentarme un poquito, aunque solo fueran 20 minutos, delante de la pantalla del ordenador a navegar por internet. Ni siquiera he podido avanzar mucho con mis fotos del libro de fotos del sur de Francia, ahora que ya me ha llegado impreso el de Múnich y otras ciudades bávaras. Así que, más por necesidad que por virtud, seré breve.
Las hojas de los ginkgos en Zaragoza se están poniendo feas directamente desde el color verde, sin transición por el bonito e intenso color amarillo que adquieren en otoño. Será porque con las temperaturas que tenemos, no se puede llamar otoño a lo que tenemos encima. No sé. Ayer estuve caminando un rato por la luz del atardecer.
En Lenscratch han estado de Polaroid Week. Semana dedicada a la fotografía sobre polaroids. Es curioso. Aunque el sistema que ha dado continuidad a la fotografía instantánea, el que no dejó de fabricarse en los últimos 20 años, es el Instax de Fujifilm, nunca me he encontrado con artistas que lo usen. Los habrá, sin duda. Pero no me constan. Algunos podrán decir que es por el tamaño. Pero… la Instax Wide tiene la misma superficie útil que una polaroid tradicional. Pero no es cuadrada… claro. O quizá sea las diferencias del soporte. O tal vez porque no está insertada en la cultura popular de la misma forma que las polaroids, que ya atrajeron a artistas del popart y del posmodernismo hace tres o cuatro décadas. Lo que sea.
En cualquier caso… lo publicado… es suficientemente diverso como para que algunas cosas me atraigan y otras no. Por ejemplo, me ha gustado la entrada de ayer sábado dedicada a Selwhyn Sthaddeus “Polo Silk” Terrell, que lleve fotografiando la cultura y la sociedad negra de Nueva Orleans desde hace más de tres décadas. Me ha llamado la atención especialmente que algunas de las fotos que se muestran son en formato Spectra, no son cuadradas, que lamentablemente ya no está disponible. Tengo una cámara para este formato polaroid, llamado Image System en Europa, y daba una calidad muy superior a las infinitas variantes de las Polaroid 600.
También me han gustado los dípticos, trípticos y polípticos de Rachel Portesi, utilizando diversos formatos de fotografía instantánea. desde el típico formato cuadrado de las Polaroid 600/SX-70 hasta las grandes copias de las Polaorid 8×10 (pulgadas; o sea 20×25 cm). Viendo algunas de las fotografías, especialmente las más antiguas, lamentas la desaparición de algunos de los formatos y sistemas que ya no están entre nosotros y que daban unas estéticas estupendas, y una calidad muy superior a lo que nos ha quedado.
Las polaroids en blanco y negro de Nathan Pearce son curiosas, pero no tienen el nivel de los dos anteriores. Aunque tienen una virtud innegable; son una fuente de inspiración para cualquiera que tenga una cámara básica instantánea de las que puedan funcionar todavía por disponer de película compatible o por ser nuevas, y quiera sacarle un poco de rendimiento. El resto de los días son artistas que utilizan las pequeñas copias fotográficas para intervenir sobre ellas con técnicas mixtas o alteraciones físicas o químicas, a veces con más sentido, otras con menos.
Por último, el lugar al que les gustaría ir buena parte de los fotógrafos documentales que en el mundo existen, si no todos, es Corea del Norte. Precisamente por que es difícil ir y conseguir permiso para hacer fotos. Lo que pasa es que los que van… todos trae fotos parecidas o de las mismas cosas, y acabas no distinguiendo a unos de otros. En Feature Shoot han recopilado la obra de cinco de los fotógrafos que han tenido la oportunidad de visitar el autárquico país oriental, la única monarquía inspirada por Marx y Lenin que se conoce abiertamente… aunque no me atrevo a decir que haya sido estrictamente la única. La de China no es hereditaria… pero no me atrevo a decir que las intrigas del régimen, por lo que hemos visto en los últimos días, fueran muy distintas de las de los palacios de las antiguas dinastías imperiales. ¿Cuáles me han llamado la atención?
Quizá las de Dieter Leistner, ya fallecido comparando escenas «similares» de las dos Coreas. Si es más o menos tendenciosos, vete tú a saber. Pero en algunos de los pares es ingenioso. Siempre hay que considerar las de Carl de Keyzer, que siempre incluyen no poca ironía y sátira del régimen, aunque él diga que no es su intención. Y también, por su atención al pequeño, pero importante, detalle, especialmente cuando ese detalle da humanidad a la foto, las de Tariq Zaidi, que creo que es el que mejor se acerca a la humanidad de este triste país.
En los últimos años ha aumentado la oferta de cine de animación japonés en las salas de cine. Pero también es cierto que, más recientemente todavía, están llegando muchos largometrajes que son extensiones de series o mangas de éxito. Si estás en el ajo de ese mundo te interesa, pero si no… no tienen mucho sentido. También se ha dado que, por culpa o gracias a la pandemia, las plataformas de contenidos en línea han adquirido muchas películas que no encontraban su camino hacia el público por las disrupciones en el sistema de exhibición. La consecuencia es que cuesta saber qué películas de animación nipona de las que se van estrenando aquí o allá van a tener interés o no. En cualquier caso, esta que nos ocupa, dirigida por Hiroyasu Ishida, ha llegado a Netflix… así que estando suscrito a la plataforma parecía obvio darle una oportunidad.
Titulada en castellano Hogar a la deriva, el título original viene a significar algo así como Edificio de apartamentos a la deriva con pronóstico de lluvia. Sí… los títulos de las película japonesas a veces son peculiares. En cualquier caso, una pareja, chico y chica, de unos 11 o 12 años, todavía van a la escuela primaria, que vivieron juntos, aun no siendo familia, bajo la tutela del abuelo de él, en un apartamento en un edificio que va a ser demolido, se encuentran en este, ya abandonado, con algunos otros críos de clase, para una última y clandestina visita antes de la demolición. Ambos se trataron durante un tiempo como hermanos, pero ahora viven extrañados uno de otro a pesar de compartir clase. Durante el encuentro en el edificio, una fuerte lluvia se levanta, y de repente se encontrarán todos en medio del océano, a la deriva, y sin saber cómo volver a sus vidas.
La película tiene un tono familiar y está dirigida a los más jóvenes de la familia. Reflexiona sobre las relaciones de familia, o sobre lo que significa ser familia, independientemente de que a las personas les unan o no lazos de sangre. No está mal, pero la historia se hace larga, innecesariamente larga. Hay momentos en que da la sensación de que se repite o no avanza, aunque es evidente que lo hará tarde o temprano hacia un final razonablemente feliz. Está bien hecha en lo técnico, pero sin nada que la haga realmente especial. No me dejará mucha huella, realmente. Pero ya digo que para un público infantil, en una tarde tonta de fin de semana, puede estar bien.
Dejémoslo claro. Si he dividido la entrada televisiva en dos partes, dedicadas a las dos nuevas series del género épico fantástico estrenadas casi simultáneamente a finales de agosto o principios de septiembre, es porque una de ellas, la de ayer, merecía un comentario amplio. La adaptación de un episodio significativo del legendarium de Tolkien implicaba riesgos y dificultades. Y ayer di mi opinión sobre la cuestión. La adaptación de una de las obras del universo medieval con dragones de George R. R. Martin… no tanto. Por lo tanto, independientemente de lo que opine sobre la nueva serie, mi curiosidad a priori era mucho más limitada.
Mi reciente visita a la ciudadela medieval de Carcassonne me viene al pelo para ilustrar el mundo medieval fantástico de la serie que comento hoy.
House of the dragon adapta parte de unos libros que Martin ha escrito como secuelas/precuelas a su inacabada saga principal. Lo que adapta es la segunda parte del primero de los libros, Fire and blood, que dedica a narrar la historia de la Casa Targaryen. El segundo no ha sido escrito todavía. No lo he leído. Ni tengo la intención de hacerlo. Entendámonos… a mí Martin, como escritor, no me entusiasma. Aunque tiene cosas que me han gustado. Hay una historieta, con guion suyo, cuyo material original es un piloto para televisión de los años 90 que no se llegó a producir, que me divirtió mucho. Francamente, me gustó. Aunque no tiene nada que ver con el universo de Westeros y continentes adyacentes. Ni en los temas ni en el tono. Y las novelas cortas de Dunk y Egg, que sí están inmersas en el universo de Westeros, también me gustaron. Pero su saga principal me resulta una pesadez. Es excesivamente prolijo en su escritura, lo cual para un lector como yo, firme creyente de la economía de medios a la hora de relatar… pues no funciona. Si algo es largo y voluminoso, tiene que estar muy justificado. Así que lo de leer un pesada historia sobre la dinastía ficticia de rubios platino… pues no. Pero durante el pico de la fiebre de Game of Thrones, en uno de mis grupos de amigos consultábamos cosas sobre lo que se narraba en otras fuentes bibliográficas de Martin y, como consecuencia… tachán… ya sabemos lo que va a pasar en la serie de la que hemos visto la primera temporada. De hecho, pronto pronosticamos en qué punto iba a terminar la primera temporada. Acertamos.
Y por otra parte, la historia que nos presentan tampoco es especialmente original. Vamos con una posible sinopsis breve. A la muerte de un rey, en circunstancias realmente sospechosas, los posibles candidatos al trono se enfrentan en un duro conflicto bélico que causará mucha destrucción y muertes. Ya está. Una sinopsis que vale tanto para esta nueva serie como para la original. Luego lo adornas con lo que quieras,… pero es lo mismo. Es decir… los responsables de la serie juegan sobre seguro. Dan más de lo mismo a los fans de la franquicia. Con las mismas fórmulas que proporcionaron el éxito a la anterior; una cuidada producción y ambientación, buenos intérpretes, magníficos diálogos que constituyen el fuerte de la serie, y eventuales momentos de acción, espectaculares, que sorprenden y animan el conjunto. Por supuesto, esta es la receta de las seis primeras temporadas de Game of Thrones. Lo que sucedió en las finales… el apresuramiento, el desconcierto, la mala medición de tiempos y formas, que llevaron a que la nota final de la serie bajara un par de puntos… es otra cosa. De momento, la nueva serie sigue las mismas fórmulas que los mejores momentos de su predecesora, aunque con más sencillez. Hay menor dispersión, de momento, en las líneas argumentales. Y el número de personajes principales es mucho menor. Por lo que todo es más sencillo. Desconcertó a algunos el cambio de protagonistas, por cuestiones de edad de los personajes, en un momento dado. Pero creo que todo el mundo se ha acostumbrado.
Y ya está… copiando lo mejor de su predecesora, con la misma receta,… la serie está muy muy bien. Es muy divertida, los diálogos son magníficos, la secuencias de acción estupendas, y hay suficientes personajes con los que empatizar para que el espectador se anime a seguir sus peripecias. Ciertamente, los guionistas han decidido con claridad cual de los bandos en conflicto es el «bueno» y cual es el «malo». Y es lo que menos me ha gustado. Porque la serie, a priori, se prestaba a todo menos a un maniqueísmo que no le sienta bien en mi opinión. Pero tampoco es grave. Muy muy muy bien Paddy Considine, Eve Best, Milly Alcock y Olivia Cooke en sus respectivos papeles. Pero sin desmerecer al resto. Entre las dos antagonistas principales, en sus personajes adolescentes destaca más Alcock, la interprete de Rhaenyra, que Emily Carey, la intérprete de Alicent. Sin embargo, en los personajes adultos, creo que lo hace mejor Cooke como Alicent que Emma D’Arcy como Rhaenyra. Sin que eso suponga que no lo hagan también bastante bien. Pues eso… a esperar la siguiente entrega de sangrientas barbaridades. No voy a desvelar el resultado final,… pero como ya podréis suponer, esto va a quedar como el rosario de la aurora.
Tengo bastante asunto televisivo retrasado por comentar. Pero me voy a saltar algunas cosas que llevan esperando ya un tiempo, para centrarme esta semana, en dos partes, en lo que haya sido probablemente los más interesante en el medio en las últimas semanas. De forma casi simultánea, en HBO y en Amazon Prime Video, comenzaron las primeras temporadas de sus series estrella del género épico fantástico. No pocos han intentado establecer una competición entre ambas producciones. Pero, incluso a priori, sobre su material literario original, son dos historias, planteamientos y temas bastante más distintos de lo que parece, que sólo tienen en común que transcurren en un mundo que vive un medioevo ficticio y fantástico en el que suceden cosas espectaculares. Dado que las veo como dos cuestiones distintas y no incompatibles entre sí en el corazoncito del teleadicto, he decidido comentarlas por separado en días consecutivos.
Por cierto, ilustro la entrada con fotos de los montes Huangshan en China. El nombre de China en sus idiomas propios, con los caracteres 中国 (Zhōngguó en mandarín) viene a significar Tierra Media o quizá mejor el País Medio. Esto se replica en otros idiomas de países próximos, como por ejemplo en japonés, en el que los dos caracteres se leen Chūgoku, también con el mismo significado. Los propios japoneses tienen una región con este nombre y esos dos caracteres. Así que… fotos de la Tierra Media para ilustrar una serie sobre la Tierra Media.
Las dos series comenzaron en una misma semana de este año, una un lunes, la otra un viernes, entre los últimos días de agosto y los primeros de septiembre. Pero la que hoy traigo aquí, basada en el legendarium de J. R. R. Tolkien sólo tiene ocho episodios, dos menos que la otra, y terminó antes. Así que empiezo por ella.
The Lord of the Rings: The Rings of Power no adapta un libro u obra en concreto de Tolkien. Trata de un determinado periodo de tiempo, lo que en la cronología interna del universo de Tolkien se ha dado en llamar el final de la Segunda Edad de la Tierra Media, ese continente ficticio, anterior al mundo que conocemos, origen de lo que sería Eurasia. De los libros que han pasado por mis manos, se puede leer sobre ello en el Akallabêth, la cuarta parte del Silmarillion, que resume la historia del reino de los hombres en la isla de Númenor hasta que esta quedó sepultada en los mares cuando el mundo cambió. Y tambien en Of the Rings of Power and the Third Age, la quinta parte del Silmarillion, que cuenta lo que aconteció con los refugiados de la isla en la Tierra Media en sus cuitas con Sauron, lugarteniente de Melkor/Morgoth, que también es el principal antagonista de The Lord of the Rings. Y también hay que acudir, aunque de forma más resumida, a alguno de los apéndices de este último libro. Existe alguna otra obra editada por los herederos de Tolkien que recoge escritos del escritor sobre esta parte de su legendarium, pero yo no los he leído. Por lo tanto, Tolkien no detalló los acontecimientos que en la serie se cuentan; trazó las grandes líneas. Por lo tanto, la libertad creativa de los creadores y guionistas de la serie ha sido amplia.
Le tenía miedo a esta serie, por los antecedentes. De la trilogía cinematográfica original de Peter Jackson hay cosas que me gustan, pero otras no. Siempre he aborrecido profundamente la batalla del abismo de Helm. La trilogía dedicada a The Hobbit la he aborrecido todavía más y más profundamente, especialmente por el cariño que le tengo al material literario original que me parece absolutamente fenomenal, y cuyo espíritu es traicionado constantemente y a conciencia, al convertir un simpático conjunto de cuentos con no poco humor y desparpajo, que conforman una historia única y coherente en un espectáculo épico excesivo y prepotente sin ningún sentido, una operación de sacaperras que siempre he despreciado. Así que… la primera buena noticia sobre la nueva serie es que Jackson no tendría nada que ver con ella.
No obstante, la serie no se despega del universo creado en la trilogía cinematográfica inicial. Con los límites de una producción televisiva, por bien dotada que esté presupuestariamente, hay una coherencia visual y creativa que me parece bien. Pero hay una diferencia de tono y de ritmo. Sabiendo que es la temporada de presentación de una serie cuyos platos fuertes han de llegar en un futuro, se toma su tiempo desarrollando los personajes, dándoles una personalidad, unas motivaciones y un crecimiento en la historia. Siempre ha habido mucho maniqueísmo en la historia de Tolkien. Como buen católico, siempre trasladó las visiones doctrinales sobre el bien y el mal a sus obras. Melkor/Morgoth siempre fue la versión fantástica de Lucifer, el ángel caído de las religiones abrahámicas. Y Saurón, una de las figuras angélicas que cayeron con él. Pero la serie genera conflictos en los personajes, dotándoles de una gama tonal más allá de ser los buenos y los males. En El Silmarillion, ya estaban presentes los conflictos internos de los noldor, de los que Galadriel es una princesa de la casa real, entre su necesidad de saber y construir y los límites impuestos por los poderes divinos/angélicos. Por lo tanto, la serie permite un desarrollo más profundo de los personajes que lo que permiten las películas que ya conocemos. Lo cual no ha impedido que haya algunos momentos de acción emocionantes y bien desarrollados.
La serie ha recibido críticas ásperas de algunos sectores, que sinceramente no entiendo. La distribución de votos en IMDb es absurda y denota una campaña más o menos organizada contra la serie que no se corresponde con la realidad. El 61 % de los votos están comprendido entre el 7 y el 10. Entre el 3 y el 6 sólo suman el 16 % de los votos. Y de repente entre el 1 y el 2 se agrupan el 23 % de los votos… un sinsentido. Una distribución de frecuencias bimodal donde las categorías más votadas son los dos extremos es un sinsentido. Así que no hagáis ni caso. No es perfecta, pero está muy bien. Realmente, muy bien. Es cierto que se desvía en algunas cosas del material original. Y que se ofrecen arcos argumentales secundarios totalmente inventados, aunque plausibles. La única cuestión que me ha chirriado es la aparición de un personaje, cuyo nombre no se ha mencionado todavía, aunque se ve venir, que no debería aparecer sobre la faz de la Tierra Media hasta la Tercera Edad de acuerdo a los escritos de Tolkien. Pero bueno… tampoco me parece grave. Y si sirve para generar un línea argumental interesante…
En resumen, una aventura que no ha hecho más que empezar. Que creo que lo ha hecho con buen tino. Que me ha interesado más que las adaptaciones cinematográficas. Y que tiene alguna desviación respecto a los escritos de Tolkien, pero que me dan igual.
Compré este libro en formato electrónico por un precio absolutamente ridículo, 99 céntimos de euro, en una promoción de libros en inglés. De la escritora japonesa Shion Miura, no está traducido al castellano. Sólo he encontrado un libro de esta escritora, muy apreciada en su país, traducido a nuestro idioma. Curiosamente, ese libro dio lugar a una adaptación a serie de animación que vi hace un tiempo en Amazon Prime Video, sobre un grupo de trabajadores de una editorial que elaboran un diccionario, al mismo tiempo que viven sus vidas. Un homenaje al lenguaje y a trabajadores poco conocidos pero que hacen un gran trabajo al servicio de la sociedad. Aunque los diccionarios que usamos hoy en día ya no tengan el aspecto de los de antaño… ¿realmente todavía se usan diccionarios en forma de libro en lugar de diccionarios en línea, actualizables sobre la marcha?
En 2019 visité la región en la que transcurre la acción. Los montes de la península de Katsura en la región de Kansai con enormes cedros de gran altura como los que se describen en el libro. Las fotos que traigo aquí son de esa región, de los bosques en torno al templo de Nachi en las rutas de peregrinación de Kumano, próximos a la famosa cascada de Nachi. Aunque no están en la prefectura de Mie, sino en la vecina de Wakayama, más al sur.
El caso es que pocas semanas después de comprarlo, llegadas mis vacaciones de final de septiembre y principios de octubre me puse a leerlo mientras viajaba en solitario por el sur de Francia. Nos habla de un joven que acaba de terminar su época de estudiante de bachillerato, pero vive su vida sin planes de futuro, y sin especial interés por entrar en la universidad. Con esta perspectiva, sus padres, sin consultarle ni pedirle permiso los inscriben en un programa de promoción de empleo. Y así, el joven urbanita de Yokohama acabará trabajando en los cultivos forestales de las zonas montañosas de la península de Katsura, en la prefectura de Mie. Y durante un año seguiremos sus andanzas en un lugar remoto, de trabajo duro, relacionándose (casi) exclusivamente con los lugareños con su particular dialecto y sus costumbres y creencias, muchas de origen ancestral.
De entrada, dos cuestiones. La primera es que la lectura es muy entretenida y fluida. Como ya he dicho, adquirí la traducción al inglés, que no tuve dificultad alguna en leer. Y el estilo de la escritora es ágil y directo, incluso en sus descripciones del paisaje y entorno. La segunda es que estos textos en los que se idealiza un entorno rural, de contacto con la naturaleza, y a sus habitantes… nunca me han convencido demasiado. Nunca me los he creído mucho. Si tan estupendo es… ¿por qué son comunidades que envejecen, en la que los jóvenes emigran buscando otras oportunidades y otras formas de crecimiento personal? Es la gran pregunta que nunca responden con franqueza quienes escriben estas historias. Y por otro lado, plantea un acuerdo entre el hombre y la naturaleza que también me plantea mis dudas. Si entrar a hablar en la supersticiones y en las burradas machorras que se describen en algún momento, por entretenida que sea su lectura.
Dicho lo cual, es fácil empatizar con los personajes de esta historia. Y te quedas con las ganas de conocer «en persona» a las guapas mujeres que parecen habitar en estos lugares y que encandilan al chaval. Especialmente la joven maestra que se convierte en su interés amoroso. Que por cierto, también es una joven urbanita trasplantada, con éxito, al entorno rural. Por lo tanto, con las reservas sobre el tema, el mensaje y algunos aspectos del contenido que ya he expuesto, es una novela que está razonablemente bien. Quien quiera conocer algo más de determinados aspectos de la cultura japonesa, puede agradecer su lectura.
Para terminar, no he encontrado ningún Kamusari en la región de Kansai, ni en la provincia de Mie ni en ninguna otra que se pueda corresponder a los lugares descritos en el libro, por lo que asumo que son ficticios. Y hay una película japonesa que adapta la historia y que parece bien valorada… pero no sé nada más.
Ahora no se lee tanto el concepto en los medios fotográficos. Probablemente por la omnipresencia de los teléfonos móviles «inteligentes», provistos de cámara fotográficas y de vídeo razonablemente competentes. Aunque no sea cierto que su calidad sea similar a la de las cámaras fotográficas o de vídeo dedicadas exclusivamente a esa tarea. Pero da igual… para la mayor parte de las personas es suficiente. Y son muchos los que aprovechan la cámara de su teléfono móvil para tomar notas. Sin escribir nada, simplemente hacen la foto o toman un pequeño clip de vídeo y les sirve como recordatorio, como idea a guardar o con el fin que consideren oportuno.
Pero hace 30 años, momento en el que las cámaras compactas, hoy prácticamente desaparecidas, se habían popularizado mucho, para los fotógrafos profesionales o aficionados avanzados tenían un interés distinto que para la mayor parte de la gente. La gente compraba sus cámaras compactas para sus fotos de recuerdo. Y las quería sin complicaciones. «Cámara para tontos decían», aunque yo nunca he visto una cámara para tontos. Pero sí algunos tontos con cámara. Por compleja que esta sea. Quienes se dedicaban a la fotografía por necesidad o por gusto, usaban las pequeñas cámaras para tomar notas fotográficas. Para recoger ideas sobre la luz, las texturas, los temas, la composición… que luego pudieran servir cuando utilizaban el equipo «de reglamento».
Desde 1992 o así, yo también he usado las cámaras compactas con ese fin. Y hoy en día, he hecho evolucionar el concepto. Siempre llevo una cámara en la mochila urbanita. Compacta o no. Da igual. Cuando me surge algo, le hago una foto. A veces digital, pero muchas veces con película tradicional. En el artículo Los 40 mm y nueva opción para revelados – Canon EOS 650 con Kodak Ektar 100, del cual he extraído las fotos que aquí veis, hablo un poco de la óptica que me gusta usar para ese fin. Y lo recomiendo a todos los amantes de la fotografía. Tomad notas fotográficas. Aunque sea con el teléfono móvil. Pero con una cámara dedicada es más divertido.
En 2006 vi en mi aparato de televisión la película de 1930, dirigida por Lewis Milestone, All quiet on the Western Front. No suelo hacer reseñas en este Cuaderno de ruta de películas que no sean de estreno. Pero tanto me impresionó, que hice un breve comentario. No era la primera vez que la veía, de eso estoy seguro. Pero sí que había pasado mucho tiempo desde la vez o veces anteriores, quizá un par de décadas. Y la visión del mundo que te da la edad, mi mayor experiencia y conocimiento sobre el medio cinematográfico, y algunos elementos relacionados con ese momento de mi vida, hicieron que la apreciase de otro modo. La apreciase más y mejor. También había leído el libro de Erich Maria Remarque en el que se basa muchos años antes. Y lo volvía a leer en agosto de 2008, también con otros ojos y otra mentalidad, pasando a formar parte desde ese momento de mis imprescindibles en la biblioteca.
Así que, cuando me enteré que desde Alemania volvían a revisitar el texto de Remarque en una nueva adaptación al cine, me entró mucho interés. Es cierto que cuando supe que venía impulsada por Netflix se me enfriaron los ánimos, porque en materia de largometrajes, la plataforma en línea da muchas de arena por cada una de cal. En cualquier caso, dado que ha tenido un estreno limitado en cines para poder optar a determinados premios, decidimos que era película para verla en pantalla grande, y la vimos la semana pasada, antes de que este próximo viernes esté a disposición de todos los abonados a la plataforma. Veamos pues qué tal la nueva versión de esta historia, ya universal, dirigida en esta ocasión por Edward Berger.
Originalmente, Remarque nos contó la historia del soldado alemán de la Primera Guerra Mundial Paul Bäumer (Felix Kammerer), homenaje al as de la aviación del mismo nombre en el mismo conflicto, que se presenta voluntario para el frente al principio de la guerra, siendo partícipe de la misma durante toda su extensión. La película de Berger presenta algunas diferencias, algunas de ellas notables. La primera es que Bäumer se alista a principios de 1917, con la guerra muy avanzada. Se nos presentan algunas acciones tras llegar al frente occidental, y luego hay una elipsis que nos traslada a finales de octubre de 2018, a muy pocas semanas del alto el fuego y el armisticio. La segunda es que, en paralelo a la peripecia de Bäumer, se nos cuenta la de Matthias Erzberger (Daniel Brühl), representante del reich alemán que firmó el armisticio en Compiegne que dio lugar al final de las hostilidades. Este episodio no aparece en la novela de Remarque.
Dos cosas tenía claras cuando salimos de la sala de cine, en la que sólo estuvimos cuatro personas, nosotros dos y dos personas aisladas más. La primera es que la realización del película y las interpretaciones son de primer orden, pudiendo equipararse a las superproducciones norteamericanas bélicas de las últimas décadas, aunque probablemente con bastante menos presupuesto, aunque no falta esfuerzo de producción en el filme. Además la película avanza con ritmo manteniendo el interés del espectador, el guion es bueno. La segunda es que no tenía nada claro si la película era realmente fiel a la obra de Remarque o no. Y ahora no me refiero a la cuestión argumental, ya he señalado las principales diferencias, sino a su espíritu.
Tras casi una semana de reflexión, he llegado a la conclusión de que esta última cuestión me da igual. Remarque, en su novela, insistía en que no quería hacer una obra política, que lo único que buscaba era que el lector alcanzase la comprensión sobre la vivencia del soldado en el frente. Claro… esto en sí mismo es un acto político. Si alcanzamos la comprensión de lo que es la vivencia de los soldados en el frente, el terror, la lucha por la supervivencia, la perversa «lógica» de las decisiones militares, el absoluto desafuero que supuso la guerra de trincheras en aquellos miserables años, necesariamente estamos adoptando una postura antibélica. Quizá Remarque no quería hacer política, o quizá no quería cabrear (demasiado) a los sectores conservadores de la sociedad alemana (su novela fue denostada y condenada por Hitler, y su lectura fue prohibida en mucho ejércitos de distintos países). No es esa la intención de Berger, que si toma una postura clara desde el principio contraria no sólo a la guerra y los ejércitos, sino también a la actitud del militarismo prusiano (y también francés, el revanchismo gabacho por la derrota de 1871 fue una de las causas subyacentes a la guerra), especialmente puesto de manifiesto en la figura de los militares de alta graduación que desfilan en la pantalla.
La película me parece altamente recomendable. Es más cruda y directa a las vísceras que la novela de Remarque, que también destila a veces cierta poesía melancólica. Berger no nos hace perder la humanidad. Al fin y al cabo Bäumer y, especialmente, su compañero de fatigas el veterano Katz (Albrecht Schuch, auténtico robaescenas de la película) no dejan de mantener restos de humanidad en sus acciones, incluso en los momentos más difíciles de esos últimos días de la guerra, y a pesar del desencanto en el que se ven inmersos. Si no queréis ir al cine… donde os recomiendo que la veáis (aunque creo que en Zaragoza la han retirado tras una única semana), vedla en Netflix. Y vedla en versión original, por favor. La única que se ha estrenado en salas. Es la única forma de apreciar las sutilezas del diálogo y de los personajes, incluso si no sabes nada de alemán (o francés).
Llevo varias semanas en las que no redacto una entrada con recomendaciones fotográficas cuando llega el domingo. Por las vacaciones recientes, principalmente, que me rompieron un poco los ritmos y rutinas semanales. Pero eso no quiere decir que no haya marcado artículos interesantes en la red de redes, de los cuales, algunos, los traigo hoy aquí.
Bonsais en el Museo de Zaragoza
Recientemente, esta misma semana, me entero por Exit-express de la concesión del Premio Nacional de Fotografía 2022 a Cristóbal Hara. La trayectoria de estos premios es caótica, desde mi punto de vista. No se aprecian criterios claros en su concesión. A veces da la impresión de que se conceden a una trayectoria profesional, cuando el fotógrafo ya tiene años… y para algunos es desconocido, ha caído en el olvido salvo de los poco entendidos que se mantienen al día. Hasta cierto punto, me parece el caso de Hara, que recuerdo de tiempo atrás, pero que hacía tiempo que no me venía a la memoria. Fotógrafo documentalista, con afición al pequeño detalle, al acento particular dentro del evento general. No voy a entrar en quien se merece o no estos premios… pero sí tengo claro que sí que merece la pena recordar a este fotógrafo. No parece tener presencia en redes sociales o página propia en internet. Ni siquiera se habla de él en Wikipedia. El enlace que le he puesto es a la obra que tiene entre sus fondos el Reina Sofía.
Bonsais en el Museo de Zaragoza
En Blind-Magazine encontré hace unos días un artículo dedicado a otra veterana fotógrafa documental, Jane Evelyn Atwood. Con frecuencia a dirigido su mirada hacia la marginalidad; prostitución, niños ciegos, el corredor de la muerte… Una buena parte de su trabajo más significativo, o que le dio proyección, fue realizado en Francia en los años 70 del siglo XX, en blanco y negro, muy clásico. Pero su estilo no se ha mantenido inmutable, aunque sí su espíritu, y usó el color para documentar las duras consecuencias del sida en la década de los 80. Otra fotógrafa que hay que conocer.
Ya he hablado en ocasiones del matrimonio de artistas, Alex Webb y Rebecca Norris-Web, de estilos muy distintos, él es más documental, ella es poeta en origen. En Lenscratch nos hablan de su último trabajo conjunto, realizado en tiempos de pandemia, en una zona residencial y vacacional costera de Nueva Inglaterra. Fotografías llenas de simbolismo sobre lo paisajes externos e internos que nos rodean, y cómo cambian de significado en tiempos difíciles.
Bonsais en el Museo de Zaragoza
También he hablado en ocasiones de la fotografía de la japonesa Chieko Shiraishi, cuya obra por medios fotoquímicos sobre los que interviene profundamente, de forma muy plástica, en blanco y negro, otorga a sus fotografías una aspecto pictorialista muy personal, cargado de expresión. En su último trabajo Shimakage 島影, sombras de islas, adopta un estilo oscuro, en el que cuesta diferenciar los detalles, cuando va recorriendo las costas de su país buscando esas pequeñas islas que las salpican, muchas de ellas habitadas, entre lo natural y lo urbanizado. Lo hemos visto en Pen-online.
Además, un par de fotógrafas cuyas fotografía simplemente me han gustado, incluso si no siempre he sido capaz de captar el mensaje o el tema que las reúne. Quizá no sea necesario. En Booooooom, me gustaron las fotografías de Alana Celii. Y no recuerdo exactamente donde, creo que fue en alguna entrada de Instagram que no recordé marcar, me gustó el trabajo de la rumana Mari Calai. Creo que son dos autoras que reservo para conocer más despacio más adelante, y encontrar el hilo conductor que mueve sus obras.
Ya hace unas semanas que os presenté el resumen del viaje a Toulouse y otros lugares del sur de Francia, en esa ocasión con fotografías en color procedentes de mi equipo fotográfico digital. Pero como suelo tener por costumbre, también me llevé una pequeña cámara compacta, muy eficaz, con película fotográfica tradicional en blanco y negro. Y aquí os traigo algunos resultados.
En esta ocasión, gracias al tiempo otoñal que tuve, estoy especialmente satisfecho con las fotografías que realicé. Espero que esta pequeña muestra que os presento os guste a vosotros también.
El mes de septiembre y los principios de octubre han sido muy entretenidos en lo que se refiere a las comedias/dramas románticas coreanas que he podido ver en Netflix. Ese vicio que me consume desde que me suscribí a la plataforma, y al que me entrego en las sobremesas y tiempos muertos de los fines de semana.
Nuestra reciente visita a un museo de arte moderno y contemporáneo, el Guggenheim de Bilbao, nos servirá para ilustrar la entrada de hoy, en la que también hay un museo de arte moderno, aunque sea de ficción.
Dalliwa Gamjatang [달리와 감자탕, Dali y estofado de cerdo con patatas], en inglés, Dali and Cocky prince (Dali y el príncipe chulito). Dali es un chica muy mona (Park Gyuyoung) y muy maja y educada, hija (adoptada) de un millonario que posee un museo de arte moderno, y que a la muerte de su padre se encuentra con un montón de problemas para mantener el museo, y con una conspiración para un pelotazo inmobiliario a costa del museo. Y en un momento dado se cruza con un empresario de éxito (Min-Jae Kim), cuya familia se ha hecho rica a base de ofrecer en sus restaurantes platos de gamjatang, que es una especie de estofado de carne de cerdo con patatas y verduras. Y el mozo es una patán poco educado y chulito, preocupado por el dinero… aunque buena persona. Obviamente, tras numerosos equívocos y chascarrillos, habrá romance, y lucharán contra la conspiración. La virtud de la serie, que tiene los elementos tópicos de estas series surcoreanas, es que los personajes generan una razonable dosis de empatía y simpatía, y acabas pasándolo bien. Sin más. Es una de esas series que están en Netflix, pero que no las encuentras si dejas la aplicación en castellano. Si la configuras en inglés, entonces sí que aparece.
Lo mismo pasa con Hotel del Luna [호텔 델루나, tal cual en castellano en el original con una contracción que no toca, porque debería ser Hotel de Luna u Hotel de la Luna], sólo la encontraréis con la aplicación configurada en inglés por defecto. A pesar de que es una serie que parece ser consiguió un gran éxito en su país. Y no es de extrañar, porque al igual que la anterior, y en mayor medida, los protagonistas generan grandes dosis de empatía/simpatía en el espectador. La chica protagonista (Lee Ji-eun, también conocida como IU en su faceta de cantante), muy mona y con un enooooorme vestuario a lo largo de la serie, es un alma en pena «condenada» por sus «pecados» a regentar la posada/hostal/hotel (según los tiempos) donde permanecen los fantasmas de los fallecidos con temas pendientes antes de trascender al más allá. Y siempre tiene un gerente o encargado humano para las cosas terrenales del sobrenatural establecimiento hotelero. Y el nuevo (Yeo Jin-gu), va a dar nuevas esperanzas de redención a esta alma en pena. Que por otra parte tiene una colección de coches de lujo y se pone ciega de caviar y champaña. Así también me gustaría ser un alma en pena. En paralelo se nos van contando las peripecias de la chica 1000 años atrás, en vida. Muy divertida. Buena parte del mérito es de la chica protagonista.
Y luego, disponible para todos, esta Minamdang [미남당, hombre guapo], Café Minamdang internacionalmente. Un expolicía exconvicto (Seo In-Guk), injustamente condenado por un crimen que no cometió, busca desenmascarar al asesino de su amigo fiscal. Y para ello se hace pasar por un chamán con poderes videntes, junto con sus hermanos y un amigo. Pero se cruzarán con una policía (Oh Yeon-Seo), la hermana pequeña del fiscal asesinado, a quien inspiró de adolescente para seguir su carrera. Por supuesto, habrá romance, con bastantes dosis de comedia, y su punto de drama. Volvemos a las mismas virtudes de las anteriores; el buen trabajo de sus intérpretes y unos personajes muy querible. Así pues, un conjunto de series entretenidas. Y ya está.
Poco antes de comenzar mis vacaciones recientes, por recomendación de una compañera de trabajo que lo había leído recientemente, comencé a leer esta novela detectivesca del británico Richard Osman. Aunque soy muy rarito a la hora de acomodarme con este género, decidí darle una oportunidad, en la medida en que parecía que podía venir acompañada la historia de eso que llaman el «humor británico», que mezcla las «buenas formas» con abundantes dosis de «mala baba». Previamente, a lo largo de mi vida como lector, he leído otras novelas con estos ingredientes y he disfrutado muchas de ellas, así que me pareció oportuno darle una oportunidad.
La ciudad más famosa del condado de Kent es Canterbury, aunque no sea ni la más populosa ni la capital. Pero bueno, valdrá para ilustrar la entrada de hoy.
La acción transcurre en el entorno de una comunidad de personas mayores con servicios compartidos en el condado de Kent, en el sudeste de Inglaterra. Allí por iniciativa de una antigua policía junto con una antigua agente de los servicios secretos, se ha constituido un club en el que un grupo de estas personas ancianas tratan de resolver, al menos intelectualmente, antiguos casos criminales que quedaron en el limbo, con el criminal o criminales campando a sus anchas. En el momento en que conocemos a sus miembros, llega a la comunidad una antigua enfermera que se une al club, y la antigua policía ya no participa porque la demencia a hecho estragos en sus capacidades intelectuales y físicas. Y en un momento de revuelo porque se ponen en marcha proyectos urbanísticos con puntos oscuros, se produce un asesinato que hará que el club dirija sus esfuerzos hacia un caso actual y no hacia los viejos casos olvidados.
El relato se lee bien, con agrado. Y comodidad. Es un libro pensado para el disfrute de la mayor cantidad posible de personas de distintos niveles socioculturales, evidentemente. Tiene un razonable nivel de humor, aunque no tiene ni la mitad de ironía y «mala baba» que le suponía. Su trama juega al despiste en varias ocasiones, desviando constantemente de los verdaderos asesinos, y mezcla casos actuales con antiguos. Al fin y al cabo, varios de los miembros del club tienen más relación con los crímenes de lo que parecía.
Como entretenimiento está bien. Típica lectura relajada, de periodo vacacional. Yo me la acabé en el viaje entre Zaragoza y Toulouse, después de haberla empezado unos días antes. No exige demasiado esfuerzo intelectual para seguirla, y es un poco tramposilla a la hora de presentar los hechos al lector, pero no demasiado y no se lo tengo demasiado en cuenta. Genera empatía con los personajes, es su principal virtud, pero dudo que permanezca en la memoria mucho tiempo. No tiene mayor trascendencia. Esperaba algo más de esta opera prima de su autor en el ámbito de la ficción. Dicen que se nos viene encima una adaptación cinematográfica, pero salvo que venga con alicientes añadidos, en principio no la espero con especial ganas.