Estuve hace 23 años. De paso hacia Albí. Pero recordaba poco. La recordaba más grande. La ciudadela amurallada, digo.




Estuve hace 23 años. De paso hacia Albí. Pero recordaba poco. La recordaba más grande. La ciudadela amurallada, digo.
El valle del Lot no es tan conocido y visitado como los de otros ríos franceses,… el Loira, el Dordoña, etc. Pero también está muy bien.
La capital occitana es también la capital de la aeronáutica europea. Y eso también había que conocerlo. Y otras cosas.
Segundo día en la capital occitana. Algún chubasco, pero un día más que aceptable.
Recién llegado esta tarde a la capital del Midi francés y la Occitania.
Three Thousand Years of Longing (2022; 46/20220917)
No sabíamos qué esperar de esta película de George Miller. Un director que no se ha prodigado mucho en sus más de cuatro décadas de carrera. Y que, aunque alabado por muchos, son poquitas las cosas que ha hecho que me interesen. Que no me interesen no quiere decir que esté mal o que sea mal director… es eso… que no me interesan. Las expectativas sobre esta película era altas antes del estreno, pero los críticas después del estreno eran mixtas, y la atracción del público… parece que escasa. Pero el elenco del filme nos decidió a acercarnos a las salas de cine un sábado por la tarde. Una hora poco propia para nosotros por que va mucha gente poco respetuosa con el cine. Se habla y se come, ruidosamente, demasiado en esta ciudad.
Miller nos cuenta un cuento moderno sobre los mitos de los cuentos tradicionales. Una profesora universitaria (Tilda Swinton) especializada en cuentos y sus mitos asociados viaja a Estambul para dar una conferencia. Y tras un desmayo, se relaja en el Gran Bazar, donde compra una botellita de la que aparece un genio (Idris Elba). Sí, como el de Aladino. Y como a Aladino, le concede tres deseos. Pero la universitaria duda, ante lo cual el genio le contará su historia, que nos llevará del mítico reino de Saba a la Estambul de Suleiman el Magnífico y a la de la decadencia del siglo XIX. Hasta que la profesora exprese su interesante pero problemático primer deseo.
Sinceramente, nos acercamos a ver esta película con cierta reticencia, por lo ya comentado en el primer párrafo de esta entrada. Pero salimos de buen humor. Miller tiene ciertamente mucho oficio a la hora de narrar con la cámara, a la hora de poner en escena y a la hora de dirigir unos intérpretes que necesitan poca dirección, porque también andan muy sobrados de oficio. Y el conjunto, muy bonito visualmente, te traslada a un mundo de fantasía, de romances malhadados y de esperanzas y desesperanzas, que nos enganchó, por lo menos a mí, mucho más de lo que esperaba.
La película no es una mera narración fantástica. Es también una reflexión sobre el significado del amor, muchas veces unido a la soledad, a lo largo de los tiempos. O tal vez una reflexión sobre la soledad, sólo aliviada, aquí o allá, por el amor… o simplemente la pasión y el deseo. Y la idea más rompedora… Que en su soledad, Alithea, la protagonista, no quiera desear nada… que pueda estar satisfecha con su soledad y sus libros. ¿Será convencida por el genio de la botella de que no está realmente satisfecha? Tendréis que ir a verla para saberlo. No es perfecta, pero está bastante bien.
Sobre este viaje a la comarca del Jiloca, en la provincia de Teruel, ya comenté hace unos días con las fotografías digitales en color. Hoy… esta tarde la cabeza me está matando. Y aunque parece que se va a pasando con un analgésico, no tengo muchas ganas de enrollarme. Así que os dejo unas fotos echas el mismo día con película tradicional para negativos en blanco y negro. Si queréis sabe más, visitad Caminando por la comarca del Jiloca – Canon EOS 650 con Lomography Potsdam Kino 100.
Esta semana, dos series surcoreanas que he ido viendo muy poco a poco durante el mes de agosto y principios de septiembre. Y las dos, a priori, en una está más claro que en la otra, intentan normalizar la diversidad de las personas desde el punto de vista del físico o de la psique. Si lo consiguen o no, es otra cosa. Si las series entretienen o no, también es otra cosa.
Oh, my Venus [오 마이 비너스, el título en coreano es la transcripción en su alfabeto del título en inglés] es una serie que tiene ya varios años. Su emisión en el invierno 2015 – 2016, y está disponible en Netflix. Aunque es de esas series que los abonados españoles no ven en su catálogo salvo que ajusten la interfaz de la aplicación al idioma inglés. Entonces, sí. Me puse a verla por estar protagonizada por Shin Min-a, una actriz muy guapa, elegante y simpática, que había visto ya en algunas series anteriores, aquí, aquí y aquí. La cosa va de una chica que era un bellezón en su ciudad de provincias cuando era adolescente y en los años de universidad, pero que al entrar en el mundo real, empieza a calmar la ansiedad comiendo y acaba obesa. La trama es una comedia romántica, con su punto de drama, en la que, por supuesto, la chica volverá a ser un bellezón. No normaliza la diversidad corporal; no denigra a las personas obesas, pero no deja de sentir lástima por ellas, y les plantea unos tratamientos, basados en el ejercicio, que probablemente no funcionen sin una dieta realmente ajustada. La trama es entretenida, sin más.
Mucho más interesante es un estreno en Netflix que parece que ha cosechado mucho éxito. Tanto en su programación original en Corea del Sur como en su emisión internacional en la plataforma en línea. El título es Isanghan byeonhosa U Yeong U [이상한 변호사 우영우, La extraña abogada Woo Young-woo], en castellano, Woo, una abogada extraordinaria. Si notáis diferencias en el nombre de la protagonista es por las diferencias en la romanización a partir de la escritura coreana. U Yeong U y Woo Young-woo se supone que suenan lo mismo. La primera es la romanización oficial de las autoridades coreanas y la segunda la adaptada a la escritura en inglés. Ninguna de las dos se adapta al castellano (que vendría a ser U Yongu); pero la primera de ellas se nos acerca más.
En esta serie tratan el autismo. La protagonista, protagonizada por otra habitual de las series que veo, Park Eun-bin, es una abogada, la primera de su promoción, pero cuya personalidad está dentro del espectro autista. Por supuesto, dentro de las tipologías de mayor desarrollo lingüístico y capacidades intelectuales, pero con los rasgos más típicos de dificultad en la relación social y de intereses monotemáticos. Los cetáceos en este caso. A parte del derecho. La chica es admitida como novata en un bufete prestigioso, y la serie nos va contando como participa en los casos, como se relaciona con sus compañeros, y como liga. Empieza como un procedimental, cada episodio o cada dos episodios es un caso, y termina desarrollando la trama de fondo que afecta a quién es la madre que la abandonó con su padre sin querer saber de ella. Es bien intencionada y buen rollista. Muy cuidada. Y muy entretenida. No ha recibido críticas por su forma de presentar el autismo… pero he visto mucho mejores representaciones del mismo en la ficción. Y los casos judiciales me resultan muy poco verosímiles.
Este es uno de esos clásicos de la ciencia ficción llamada «dura» que debería haber leído en su momento, cuando yo estaba en mi veintena, y no ahora. Un libro de uno de los autores del género con más prestigio, Poul Anderson, escrito en 1970, que en los años ochenta del siglo XX todavía hubiera estado de actualidad. Quizá llega un poco tarde, cuando los estilos en el género han evolucionado. Y cuando la astrofísica y las cosmología también han evolucionado y las perspectivas de cómo funciona el Universo también. Por ejemplo, el «Big bounce» o «Big crunch«, según el cual el Universo se expandiría hasta que la gravedad lo obligase a volver a comprimirse en un opuesto final al «Big bang«, hoy en día gozan de poco prestigio. Y sin embargo forman parte esencial de la trama de este libro.
«Tau Zero», en realidad en castellano es Tau Cero, he leído el libro en inglés, más barato y por eso los del «zero», hace referencia al valor del factor de contracción del tiempo, un fenómeno que se produce cuando un móvil se desplaza a una velocidad enorme, próxima a la velocidad de la luz, y por lo tanto el tiempo «a bordo» del móvil, supongamos una nave espacial interestelar, discurre mucho más despacio que en el espacio que le rodea, fijo o muchísimo más lento que el móvil. La nave que protagoniza esta novela, la Leonora Christine, y su internacional tripulación de científicos e ingenieros que van a probar suerte en la colonización de un planeta extrasolar, se moverán a velocidades relativistas. Y por lo tanto, lo que son meses para ellos son decenas de años en la Tierra. Es ciencia ficción dura porque no hay viaje a mayor velocidad de la luz, y los motores de la nave, aunque especulativos, se basan en la ciencia conocida en el momento. Así como las experiencias a bordo de la nave. Una nave que sufrirá un accidente y se verá incapacitada para frenar, por lo que irá aumentando su velocidad y adquiriendo una tau que tiende a cero, aunque es imposible que llegue a ese valor.
Desde el punto de lo que es especulación científica, la constante huída hacia adelante ante los desafíos que se presentan a los cincuenta tripulantes de la nave es muy divertida y entretenida. Es cierto que, no conociéndose en 1970 conceptos como la materia oscura o la energía oscura, aunque había quien los había intuido, la visión cosmológica del Universo es distinta de la actual. Pero no importa mucho. Está bien.
Otra cosa es la dinámica de la microsociedad de la nave. Como especulación sociológica, los planteamientos y los conflictos que surgen ante los problemas de la nave me parecen un poco ingenuos. O muy ingenuos. Pero reconozco que este tipo de escritura, en mi adolescencia tardía y en mi juventud temprana me hubiera encantado. Luego… bueno,… me volví más escéptico y un poco más conocedor de la sociedad humana. Un poco. Pero bueno, consideremos que se escribió cuando se escribió, y la obra de arte hay que valorarla teniendo en cuenta el dónde y cuándo se crea. Merece la pena si te gusta el género. Yo me lo pasé bien.
El viernes pasado me cogí un día de fiesta. Me quedan bastantes todavía de este año, y hemos entrado ya en el último tercio del año. No teniendo urgencias laborales para ese día… decidí prolongar el fin de semana. Y tras hablarlo con un viejo amigo con el que he reconectado recientemente, le propuse ir de exploración. Los campos de cultivo, la vega del río Jiloca a su paso por la comarca del Jiloca en la provincia de Teruel, hace tiempo que despierta mi curiosidad de cara a posibles fotografías de paisaje, especialmente de cara al otoño, cuando los colores sean más agradables. Pero una cosa es lo que ves al pasar con un coche o desde un punto determinado, y otra cosa es el continuo a lo largo de la comarca.
La idea me viene rondando de los dos años consecutivos que en el mes de octubre acudimos a fotografiar la flor del azafrán (y aquí, y aquí). Entonces me di cuenta que a lo largo de la cuenca del Jiloca, en las inmediaciones del curso del río, existían estas posibilidades paisajísticas. Pero antes de ir con todo el equipo, opté por explorar. Investigando rutas, encontré lo que es la Etapa 5 de la GR 160 Camino del Cid, entre Calamocha y Monreal del Campo. Esta denominación es confusa, porque también se denomina quinta etapa de la GR 160 a un tramo del sendero que discurre por la provincia de Burgos. O eso me encuentro al buscar en Google. En cualquier caso, si buscáis en Wikiloc encontraréis descripciones de la ruta que hicimos nosotros. Está razonablemente señalizada. Otra cosa es que sea el recorrido más interesante que se pueda hacer entre el punto inicial y el punto final.
Nos desplazamos hasta Calamocha en tren. Es la primera vez, que yo recuerde, que cojo el tren en la línea Zaragoza – Teruel – Valencia, cuya fama no es muy buena. Salida de Miraflores a las ocho de la mañana, con llegada a Calamocha a las diez,… más el retraso de un cuarto de hora. Lo cierto es que, en el recorrido que hicimos, el estado de la línea es correcto o bueno, y el único problema que tiene es que entre Cariñena y Calamocha, la línea es muy sinuosa y el tren no puede avanzar a gran velocidad. También que, desde que sale de su estación de partida en Miraflores hasta que enfila el valle del río Hueva en dirección sur se da una vuelta alrededor de la ciudad que le lleva un tiempo. Recorrimos caminando 22 kilómetros pasando por los núcleos de población de Calamocha, inicio del recorrido, El Poyo del Cid, Fuentes Claras, Caminreal, Torrijo del Campo y llegada a Monreal del Campo. Tan apenas nos detuvimos en los núcleos de población, salvo para comer alguna pieza de fruta y beber algo fresco, porque teníamos pensado regresar en el tren que para en Monreal del Campo cerca de las tres y media de la tarde. Nos sobraron 25 minutos,… más el retraso de un cuarto de hora.
El comienzo de la ruta, entre Calamocha y El Poyo del Cid, discurre paralelo o aprovechando una vía verde del antiguo Ferrocarril Central de Aragón en su recorrido entre Calatayud y Caminreal, donde confluía con la línea que venía de Zaragoza y seguir a Teruel y Valencia. Se supone que esta línea formaba parte de lo que luego se llamó el Santander – Mediterráneo, que nunca llegó a tener una continuidad total. Se aprecian los edificios de la estación de Calamocha y algunos taludes, trincheras y puentecillos. Después del Poyo, sigue por caminos rurales que comunican los núcleos de población mencionados con los campos de cultivo en la vega del Jiloca. Todo muy bien hasta que después de salir de Torrijo del Campo, en un bifurcación donde encontramos uno de los típicos peirones de la provincia de Teruel, el camino nos dirige a cruzar las vías del ferrocarril en activo, recorriendo el lado sur de la vía hasta Monreal, en un tramo de unos cuatro kilómetros de escaso o nulo interés. Deberíamos haber seguido por el camino asfaltado que une Torrijo con Monreal. Pero supongo que la GR 160 lo evita por el paso de vehículos motorizados. Pero paisajísticamente es más interesante que el secarral por el que transcurre oficialmente la GR.
Algo después de las tres y media de la tarde montamos en el tren de regreso, que sólo tardó una hora y tres cuartos, por ser un semidirecto que hace menos paradas. Y que procedía, para nuestra sorpresa, de Cartagena. Desconocíamos que hubiera una conexión directa en tren desde Zaragoza a Murcia y Cartagena. Quizá la aprovechemos algún día. Aunque el recorrido dura muchas horas. El tren venía lleno. Sin problemas porque habíamos sacado billete con reserva con antelación. Supongo que al ser viernes, había mucha gente regresando a pasar el fin de semana a sus hogares o los de sus familias.
En conjunto, el recorrido realmente tiene algunas buenas oportunidades, especialmente para atardeceres de otoño en los cuales se podrá hacer la misma combinación ferroviaria, pero regresando en el tren que pasa por Monreal del Campo cerca de las siete y media de la tarde, con paradas intermedias, suponemos que alguna de ellas facultativa, en Torrijo del Campo y Caminreal-Fuentes Claras, además de Calamocha, claro está. Fue una jornada agradable en la que afortunadamente no hizo mucho calor. Fotos realizadas con la Fujifilm GFX 50R y el GF 50 mm. Debería haberme llevado la Olympus OM-D E-M5 Mark III con un objetivo zoom o varios objetivos sencillos. Más ligera, e igualmente eficaz para documentar lo que me interesaba. Con película fotográfica tradicional, ya os contaré otro día.
En los últimos tiempo, parece que está de moda morirse. Bueno, en realidad, es una actividad humana que no ha perdido vigencia nunca. Y que cuando se moda a lo bruto, ya saben,… guerras, epidemias, hambrunas,… pues es especialmente desagradable. Pero claro, en una sociedad humana en la que las desigualdades son una constante, también a la hora de morirse hay diferencias. Fíjense ustedes la que se monta si se muere una reina de Inglaterra y demás territorios del Reino Unido y la Mancomunidad de Naciones (la famosa Commonwealth). Quien dijo que estábamos en crisis. Si se nos muere la momia multimillonaria y coronada, el estado tira la casa por la ventana, mientras que otros mueren en la indigencia y el olvido. El caso es que la semana pasada estuvo también nutrido de otros obituarios, de gentes que, en mi humilde parecer, son más respetables que la momia de los Windsor, previamente Sajonia-Coburgo-Gotha hasta que el abuelo Jorge de la momia, cambió de apellido por haber entrado en guerra con su primo Guillermo, el de Berlín, y quedaba mal tener un apellido tan rebuscado y alemán.
Uno de los finados reciente fue el fotógrafo William Klein (1926 – 2022), nacido en Nueva York y fallecido en París. Nacido el mismo año que la momia de los Windsor, mira tú qué casualidad. En un momento dado de su vida adquirió la nacionalidad francesa, tras quedarse a vivir en el país vecino tras ser licenciado del ejército yanqui tras la Segunda Guerra Mundial. Conozco la magnífica y poderosa obra de Klein desde hace muchos años, prácticamente desde que comencé a interesarme por la fotografía en todos sus aspectos. Pero no hay nada como una buena exposición para que te enganches definitivamente a la obra de un artista. Y esa exposición, en el caso de Klein, la visité en el año 2012, un diálogo fotográfico con el japonés Daidō Moriyama en la Tate Modern Gallery, una de las mejores exposiciones sobre fotografía que he visitado en mi vida. También fue director de cine, aunque poco comercial, y con muchos cortos y documentales en su haber. Como curiosidad, tiene una aparición en el corto La jetée de Chris Marker, como «un hombre que viene del futuro».
Y también se nos ha ido, muy mayor también, el director de cine francés Jean Luc Godard (1930 – 2022) [en IMDb]. Fue uno de los exponentes más importantes de la Nouvelle vague del cine francés, muy influyente a nivel internacional. Y he de decir que de aquella generación de cineastas galos, probablemente sea mi favorito junto con Éric Rohmer y, quizá, Alain Resnais. Sí, por encima de Truffaut, que también goza de mis simpatías. No me considero especialista en el cine de Godard. Su filmografía es tremendamente extensa, ya que abarca seis décadas largas, entre 1955 y 2018, siendo bastane prolífico. En IMDb le acreditan 131 títulos entre largometrajes, cortometrajes, anuncios, televisión, etcétera. Pero sí que le he visto sus títulos más emblemáticos, sirviéndome para enamorarme de Jean Seberg, o de Anna Karina en más de una ocasión. Tengo serias dudas que los mejores directores de cine actuales dejen en mí el poso que dejaron estos directores franceses, a los que anómalamente en un momento dado de mi vida, temprano, y que para siempre estorbaron mis gustos cinematográficos, alejándome del común de los mortales y convirtiéndome en «un raro». Cosas que pasan.
El paradigma por excelencia de las series con episodios cortitos son las comedias de situación. Que en general, son puramente comedias. Incluso de ciento a viento incluyen algún tema serio más dramático. Y que si descontamos los títulos de crédito, apenas sobrepasan los 20 minutos de acción real. Para contar algo digno de ser contado en tan corto espacio de tiempo se hace preciso un guion muy ágil y dinámico, con unos diálogos muy medidos y afilados. Pero con el tiempo ha surgido otro tipo de serie con episodios que no suelen sobrepasar los 30 minutos de duración, algo más largos que las anteriores. Y que incorporan elementos de comedia, pero también de drama; incluso este puede ser predominante en ocasiones, aunque no falte los momentos de relax cómico. Las tres series que traigo hoy, y que he ido viendo en la segunda mitad de este verano que astronómica se nos acaba.
Boo, bitch es el único estreno de este trío. Y la más floja con ventaja. Pero con 8 episodios sólo, decidí terminarla, aunque no terminó de engancharme en ningún momento. Es la típica serie de institutos en las que las dos protagonistas son unas pringadas, con pocos amigos, poco populares y que no se comen un rosco en tema de ligues. Y en estas estamos, haciéndose propósitos para cambiar esto antes del final del curso y del instituto, cuando un accidente hace que una de ellas muera, pero su fantasma siga en el mundo terrestre. Se supone que hasta que satisfaga sus propósitos. No digo más para no correr el riesgo de desvelar el recurso argumental que mueve la acción y… que uno puede imaginarse en un momento dado. Es muy poco original, no excesivamente bien interpretada, llena de situaciones tópicas y previsibles. Los puntos dramáticos casi ni se notan, aunque se supone que están. No especialmente recomendable.
Never have I ever estrenó este verano su tercera temporada. Es una serie, con algunas premisas similares a la anterior, salvo que no hay fantasmas. Los que mueren, muertos están. Y tiene mucho más fondo. Quizá empalaga mucho, como muchas series actuales, las enormes dosis de diálogos con mensaje políticamente correcto. Pero en estos momentos,… es lo que hay. Si no quieres ver documentales de animales, donde los leones no se han hecho veganos y no binarios… es lo que hay. La serie ha mejorado en interpretación, y se ha asentado como una buena comedia dramática de institutos, con situaciones graciosas y con personajes con los que empatizas o simpatizas. Aunque con más frecuencia entre los secundarios que entre los protagonistas. Creo que sólo le queda una última temporada. Una por año de instituto, supongo. Se deja ver sin problemas.
Y la mejor de las tres de hoy es Only murders in the building, donde, además de unos buenos guiones en lo que es la investigación de los crímenes reales que se producen en el Arconia, el edificio del título. La sintonía entre Steve Martin, Martin Short y Selena Gomez es absoluta. Me ha sorprendido mucho y gratamente el buen trabajo interpretativo que hace esta chica, que ya no es tan joven como parece. Pero ya mostró buen hacer en un papel secundario de una de las últimas películas de Woody Allen. Y además hay que sumar el excelente trabajo de los diversos secundarios de la serie, entre los que destacaremos en esta ocasión a Tina Fey. Y sólo levantaríamos las cejas un poco por lo poco convencidos nos deja el trabajo de Cara Delevingne. Que yo pensaba que podía dar más de sí. También es cierto que su papel es muy circunstancial. Es una serie de crímenes desde el punto de vista de la comedia, y con unos protagonistas que arrastran problemas serios que resuelven relacionándose con los vecinos más insospechados. Me lo paso muy bien, me parece muy recomendable, y estoy deseando que llegue una tercera temporada.
Por cierto… no habrá segunda temporada de Paper Girls, al menos en Prime Video. La serie ha recibido buenas críticas de los especialistas y del público que la ha visto. Pero este último no ha llegado a los niveles previstos. Aunque parece que hay posibles de que la salven en otras cadenas. Lo cierto es que aunque los derroteros que ha cogido son distintos de los del cómic original, me gustaría saber dónde van a parar. Quizá reflexione en algún momento porque «bueno» no es siempre sinónimo de «duradero» en televisión. ¿Recordáis Firefly?