Las series de fotografías que ilustran esta entradas de este Cuaderno de ruta pueden verse, desprovistas de texto, en fotos en serie. La película empieza en algún lugar de California… así que a algún lugar de California nos vamos fotográficamente hablando. A San Francisco en concreto.
Años atrás hubiera empezado este comentario cinematográfico manifestando mi extrañeza por el hecho de que no se hable más de esta película. Sinceramente, hasta unas horas antes de ir a verla, en vísperas de salir de viaje a Málaga, poco sabía de ella. Su director, Mike Flanagan, no me llamaba especialmente la atención. Su carrera se ha dedicado principalmente al terror y misterio, géneros que pocas veces me llaman la atención, aunque no niego que existan buenas películas encuadradas en ellos. Pero… poco interés habían despertado sus películas. Y que esta película esté basada en un relato de Stephen King. Mucho se ha adaptado de este autor. Pero por cada película sobre sus novelas que me ha llamado la atención, hay varias que me han resultado absolutamente indiferentes. Así que…
La estructura de la película no es lineal. Bueno,… sí es lineal, pero con la línea del tiempo a la inversa. En tres actos, empezando por el tercer acto y terminando el primer acto. No me apetece mucho especificar el contenido de los tres actos, porque… bueno, no se trata tanto de destripar la película sino de respetar la forma en que se presenta la vida de Chuck (Tom Hiddleston/Jacob Tremblay/Benjamin Pajak/Cody Flanagan). Desde ese episodio extraño y apocalíptico protagonizado por Chiwetel Ejiofor y Karen Gillan, hasta el amplio episodio que nos permite saber de dónde viene Chuck y cómo eligió su camino en la vida, pasando por ese interludio musical simpático que nos permite entender quien es.
Una película muy bien planteada y presentada, bien rodada y con buen ritmo, que disfruta de unas interpretaciones con oficio y calidad. En los intérpretes veteranos, no extrañan, porque sabemos que son intérpretes con mucho oficio. Pero una sorpresa muy agradable en los más jóvenes, que llevan el peso del primer acto, último episodio de la película. Pero sobretodo una película con corazón, optimista, pero nada empalagosa, en la que entendemos las alegrías de la vida, pero también las tristezas, cómo todas ellas son parte de esa vida, cómo son complementarias, cómo son necesarias las tristezas, inevitables por otra parte, para disfrutar más y mejor de las alegrías.
Esta película ha pasado relativamente desapercibida por la cartelera. Todavía está hoy domingo en Zaragoza. Dejará de estarlo a la hora de comer. Y nada de versión original, ya. Y sin embargo es de lo que mas me ha gustado en lo que llevamos de año. Quizá no como para premios y esas cosas. Pero sí para pasar un buen rato de cine, salir con el alma un poquito más ligera, y quedarte con la solfa que a pesar de las enésimas partes, de los nuevas versiones, de contar la misma película de acción una y otra vez con los mismos o distintos superhéroes, todavía queda margen en el mundo del cine para contar nuevas historias que nos digan algo.
Las series de fotografías que ilustran esta entradas de este Cuaderno de ruta pueden verse, desprovistas de texto, en fotos en serie. No he visitado Teherán y no es algo probable para los próximos lustros. Pero la protagonista de la historia, en la vida real, está afincada en EE. UU. así que nos daremos un paseo en el ferry de Staten Island.
He de confesar que me resulta difícil comentar esta película «no iraní» del director israelí Eran Riklis. He de decir que cuando decidimos ir a ver la película fue bajo la información, suministrada por alguien del grupo, sin contrastar, de que se trataba de un director iraní. Pero no es así, la película es una coproducción italo-israelí… y si lo hubiéramos sabido antes, es muy probable que no hubiésemos ido. En estos momentos, no siento ningún afecto por el Estado de Israel por motivos que muchos imaginaran. Todos aquellos que tengan un mínimo de sensibilidad humana. En cualquier caso, adapta las memorias de la autora norteamericana de origen iraní Azar Nafisi, correspondiente a los años que vivió en su país de origen desde el final de la revolución islámica y hasta muy avanzada la década de los noventa.
Nafisi (Golshifteh Farahani) se mudó con su marido a Teherán en 1979. Da la impresión en la película que confiando en que el nuevo régimen surgido tras la revolución islámica derrocando a la monarquía iraní, traería algún tipo de bonanza para el pueblo iraní. Lo cual, incluso desde mi adolescencia que fue el momento en qué viví aquellas noticias, siendo una teocracia, me resulta difícil de digerir. El caso es que es contratada por una universidad de Teherán como profesora de literatura inglesa. Su método de trabajo es comentando lecturas propuestas a sus alumnos para que reflexionen sobre su contenido. Pero poco a poco irá sufriendo la situación a la que el régimen teocrático someterá a las mujeres. Por lo que al final, se limitará a reunir a un grupo de mujeres en su casa para seguir leyendo y comentando. Siempre libros en habla inglesa. Entre ellos Lolita, de Nabokov, y de ahí el título.
La película se deja ver con facilidad, las interpretaciones son razonablemente competentes, un reparto de intérpretes iraníes que viven en el extranjero, y la realización es funcional. Y por eso, de entrada, le di un aprobado, que mantengo. Pero he de reconocer que pronto empezaron a surgir las dudas sobre lo que había visto. El mensaje es muy fácil. Los teócratas, los fanáticos, son machistas y perversos. Como cualquier dictadura, no importa a qué dios adore. Eso ya lo intuía yo en mi adolescencia, cuando se produjo la revolución islámica en Irán, y no he cambiado de opinión. Mira tú lo que está pasando en lo que está pasando en Israel, un país que se pretende homogéneo étnica y religiosamente, para mayor ironía del asunto teniendo en cuenta lo que les pasó a los judíos en Europa entre 1933 y 1945, frente a un país que también se pretendía homogéneo étnica e ideológicamente. Da igual el dios… el resultado es similar. Así que… ¿por qué estaba allí esta mujer? ¿qué esperaba? Nada de eso se explica.
Las diversas injusticias que desfilan ante la pantalla, como las detenciones y ejecuciones arbitrarias, las torturas, el maltrato doméstico, todas ellas tratadas sin demasiada profundidad, como tópicos que toca mencionar en una película de este tipo, se presentan de forma superficial. Sin que conozcamos qué es lo que realmente lo que piensan las mujeres que las sufren. Que son personajes secundarios al servicio del principal, Nafisi, que al fin y al cabo escribió la autobiografía en la que se basa el libro. ¿Y por qué plantear la reflexión a través de libros anglosajones y no a partir de una historia más enraizada en la cultura iraní, que es rica y antigua? En algún sitio he leído que se ha acusado a Nafisi de actitudes neocolonialistas, y entiendo, después de ver la película, por qué esto puede ser una opinión que esté ahí.
A esta película le falta profundidad. Y tiene defectos profundos de planteamiento. Especialmente al convertir en protagonista absoluta a una mujer que no es la que mayor sufrimiento padece de las que desfilan ante la pantalla, y que son las que realmente tienen historias más interesantes que deberían ser contadas. Por ello, me ha costado mantener ese aprobado. Conforma ha ido pasando el tiempo, esta película ha ido decayendo en mi apreciación. Quizá demasiado deprisa. Su mensaje es facilón. Pero superficial. Y la historia, en episodios separados por elipses temporales de varios años, carece de continuidad y ligazón. Incluso llama la atención que la protagonista, que se supone tiene 31 años en 1979, cuando empieza la acción, tiene el mismo aspecto que cuando se cierra en 1997 con casi 50 años. Ufff… si paso unos días más sin comentarla, igual la suspendo.
Las series de fotografías que ilustran esta entradas de este Cuaderno de ruta pueden verse, desprovistas de texto, en fotos en serie. La carrera inicial de Bob Dylan se desarrollo principalmente en Nueva York. Pero la única música que he escuchado yo en directo en la Gran Manzana fue el jazz del Village Vanguard.
Tremendo despiste el lunes pasado a la hora de comentar el estreno de turno. Me salté uno. Aquella película y esta que comento hoy las vi en días consecutivos. Y por esas causas y azares, me olvidé de esta. Y esto ya va a dar una pista del impacto que me dejó. Escaso. Y sin embargo, es una película bien hecha. Muy cuidada en su atención al detalle. Candidata a 8 premios Oscar, incluidos los más prestigiosos, de los que ganó… ninguno. Estamos hablando de la película biográfica dirigida por James Mangold, sobre los primeros años de la carrera musical de Bob Dylan. El único cantautor que ha ganado el Premio Nobel de literatura. Y que conste que no me parece mal. Un buen cantautor, de los buenos de verdad, no deja de ser un poeta que le pone música a sus poemas. Y si estos son significativos…
Mi falta de sintonía con esta película me lleva incluso a opinar que si alguien hubiese merecido un premio, a la mejor actriz de reparto, tendría que haber sido Elle Fanning por interpretar a una ficticia alter ego de Suze Rotolo. Sin embargo, la que era candidata a esa categoría de los Oscar era Monica Barbaro por interpretar a una real Joan Baez. Qué cosas. Que conste que la que nos regala auténticas escenas de cierto nivel es Fanning. Sin duda. Pero la presunta alma de la fiesta es la alabada interpretación de Timothée Chalamet encarnando a Dylan. Muy alabada sí… pero que a mí no me acabó de convencer. Una repetitiva sucesión de poses similares, en el que me parece uno de los menos inspirados trabajos del francoestadounidense actor.
El largometraje, realmente largo con dos horas y veinte minutos de duración, nos guía por los años iniciales de la carrera de Dylan, desde su encuentro con Pete Seeger (Edward Norton) y un enfermo Woody Guthrie (Scoot McNairy), hasta que escandalizó al relativamente mohoso ambiente de la música folk conectando su guitarra y el resto de los instrumentos de su grupo a unos amplificadores. En medio, contado con trazos rápidos y poco detallados, sus relaciones con Rotolo y Baez, y detalles por aquí y por allí de algunos hechos destacados de esa etapa de su biografía.
Me pasó con esta película biografíca un poco lo mismo que con la dedicada a Lee Miller. Quiere abarcar mucho, pero concreta poco. Es un ejercicio formal de ambientación y caracterización de actores, pero con poca chicha por detrás. Algunos mensajes progresistas en lo político muy estereotipados, pero poca profundidad en el análisis de quien nos importa realmente en la historia. Ese joven músico y poeta que se quiere comer el mundo, que quiere encontrar su camino, pero cuyas reales motivaciones y pensamientos, al final de la película siguen siendo tan desconocidos como al principio.
Se deja ver. Pero me resultó francamente decepcionante. Y al final, pasa con esta película, lo mismo que le pasa al personaje principal en la película. Parece que lo único que interesa del músico, poeta y persona son aquellos primeros éxitos de sus primeros años, y poco más.
Las series de fotografías que ilustran esta entradas de este Cuaderno de ruta pueden verse, desprovistas de texto, en fotos en serie. El momento más notable de la película sucede en Múnich, y un paseo vespertino por la capital bávara haremos, fotográficamente hablando.
Esta es una de esas películas que, cuando las oyes anunciadas, cuando las ves venir, no sabes si ilusionarte o aterrarte. Las películas biográficas de personas históricas son complicadas. Especialmente si estás familiarizado con la biografía de esa persona y con su obra. Y esto es lo que me ha pasado con este largometraje dirigido por la británica Ellen Kuras.
Conocí la vida y la obra de la fotógrafa norteamericana Lee Miller allá por el año 2008, cuando en una estancia de unos días en París a principios de diciembre fui a visitar una exposición retrospectiva de su obra en el Jeu du Paume. Hasta ese momento, poco se hablaba de la obra de Miller. Nacida en una clase media relativamente acomodada del estado de Nueva York, si no recuerdo mal, empezó su carrera como modelo, hasta que se desplazó a París en los años 20 del siglo pasado. Siguió modelando hasta que conoció a Man Ray, de quien se convirtió en musa, amante y aprendiz. Integrándose de paso en los círculos intelectuales del París de entre guerras. Hasta que se independizó del maestro, trabajó por su cuenta, en la fotografía de modas, también la fotografía de viajes, y finalmente, durante el segundo conflicto mundial, como reportera de guerra para la revista Vogue de Londres. Tras la guerra fue dejando la actividad fotográfica, a pesar de ser relativamente joven todavía, estaba todavía en la treintena cuando terminó el conflicto, y cayó en un olvido relativo. A partir de aquella exposición en el Jeu de Paume se produjo un interés por la fotógrafa y por la mujer, y una recuperación de su obra.
En la película, en la que Kate Winslet interpreta a Lee Miller, se nos cuenta los años que pasaron entre el momento en que conoce al que será su marido, en el verano de 1938, hasta el final de la guerra. La película empieza muy acelerada, dando sólo pinceladas de los primeros de esos siete años, para detenerse un poco más en algunos de los episodios que vivió desde el momento en que desembarca en Normandía hasta que se rinde Alemania, lo cual le pilla en Alemania. La película se narra en flashback, en la que una septuagenaria Miller es entrevistada por un hombre joven, interpretado por Josh O’Connor. Aunque es una entrevista que tiene truco, como descubriremos al final.
Siendo una película británica fundamentalmente, y dado el oficio de los británicos para el cine de época, la película esta correctamente realizada, técnicamente impecable. Pero yo salí insatisfecho de la misma. No es mala. Se deja ver sin problemas. Pero el caso es que es una película que «no sabe qué quiere ser de mayor». No se centra en un tema, y toca muchos. Que si la discriminación de la fotógrafa por ser mujer, que si lo malos que son los nazis y sus campos de concentración, que si mira lo que les pasa a las mujeres francesas que tuvieron amantes alemanes, que si mira las violaciones en tiempos de guerra. O de no guerra. Todo para desembocar en el famoso autorretrato dándose un baño en la bañera del apartamento de Hitler en Múnich. Sin embargo, para quien no conozca al personaje histórico, no se le desvelan las claves para entender por qué hizo determinadas fotografías y su significado. No queda claro que se trataba una fotógrafa muy influida por el surrealismo. Donde la imagen está llena de metáforas y símbolos de otras ideas o conceptos. «Ceci n’est pas une pipe», como declaró Magritte. «La traición de las imágenes».
Y luego está la elección de Winslet como protagonista. Entendámonos, catástrofes náuticas aparte, siempre he admirado y respetado a Kate Winslet como actriz, como mujer y como persona. A lo largo de su carrera ha hecho papeles muy interesantes y de calado. Y siempre es un tirón para mí, para ir a las salas de cine. Pero Miller, en aquella época, era una mujer joven, de treinta y tantos, veinte años más joven que lo que es Winslet. Y yo no me la imagino así. No me cuadra. Es buena, lo hace bien… pero me convence poco. Muchas veces nos quejamos que faltan papeles para las buenas actrices que han cumplido cierta edad. Y es cierto. Y es una pena. Pero la cosa no se solventa ofreciéndoles papeles de mujeres veinte años más jóvenes. Al cabo, lo que interesa es que se escriba de personajes de ficción, mujeres de esa edad, sobre las que hay cosas interesantes que contar. Supongo que se contó con ella por el posible tirón para la taquilla. No sé.
Una película que me ha dejado un sabor agridulce. Me hubiera gustado más profundidad en el desarrollo del carácter del personaje histórico. No una sucesión de situaciones tópicas. Y sobre todo, no se ajusta a lo que he leído sobre Lee Miller. De la que tengo varios libros, y algún ensayo sobre su vida y obra. El caso es que es difícil que vuelva a haber otra oportunidad semejante para hacerlo mejor.
Tenía curiosidad sobre esta película británica estrenada directamente en plataforma de contenidos en líneas, Netflix para más detalle. Conocía la historia porque ya hace un tiempo la leí. Aunque el éxito de la primera reproducción asistida fue celebrada por todo el mundo, lo cierto es que hubo muchos que se opusieron a la misma. Y además, tardó mucho en reconocerse el papel de la enfermera que participó más activamente en el proyecto. Así que decidí que, en cuanto tuviese la oportunidad, vería esta película que adapta la historia, dirigida por Ben Taylor.
En realidad, lo esencial del argumento ya lo he dicho. Es la historia de cómo se llegó al nacimiento de la primera niña que fue concebida mediante reproducción asistida; la bebé probeta, como se popularizó entonces. Creo que ahora ya no se estila esta denominación. Afortunadamente. La película se centra en la figura de Jean Purdy (Thomasin McKenzie), una enfermera que trabajó mas bien en el proyecto como técnico de laboratorio, y que sufrió una serie de vaivenes en los aproximadamente diez años que les costó llegar, con algún parón incluido. Por ejemplo, el que dedicó Purdy al cuidado de su madre enferma. También incide mucho la película en la compleja relacional de Purdy con su madre, persona extremadamente religiosa, que rechaza el proyecto. Marginalmente se habla de las ambiciones políticas, fracasadas, de Robert Edwards (James Norton), el biólogo que fue realmente el padre de la cuestión, y que recibió el premio Nobel en 2010. Sus colaboradores, el ginecólogo Patrick Steptoe (Bill Nighy) y Purdy no lo recibieron. Se dice que porque habían fallecido. Steptoe ya era mayor cuando participó en el proyecto. Y Purdy murió muy joven, antes de cumplir los 40 años, pocos años después del éxito en el proyecto, por un melanoma.
Básicamente, la película es una reivindicación de la figura de Purdy. Durante muchos años, en la placa que conmemora el evento en el hospital donde se realizó, sólo se rememoraba a Edwards y Steptoe. Y durante años, Edwards peleó para incluir a Purdy. Tal y como se presenta en la película, sería lógico tal homenaje. Pero hay que considerar que todos los proyectos de investigación diferencian entre el personal investigador y el personal técnico que colabora con el proyecto. Desde el punto de vista científico, el personal investigador, quienes formulan la hipótesis, la desarrollan y la prueban, son quienes realmente detentan la autoría. No es difícil ver que muchos podrían ver a Purdy como parte del personal técnico del proyecto. Eso habría afectado también a las posibilidades de que Purdy fuera reconocida con el Nobel en el caso de que hubiera estado viva. Pero ya digo, tal y como se presenta en la película, con las aportaciones que hace, sí que debería considerarse como personal investigador. En el Nobel por el aislamiento de la insulina con fines terapéuticos también hubo alguna polémica por el reconocimiento o no de alguien que parece que tuvo una simple labor de ejecución técnica. En los de la insulina no hubo mujeres. Que se sepa. Porque ese es un elemento de confusión añadido en el reconocimiento de los méritos científicos.
En cualquier caso, la película es correcta en su factura y su presentación. Más bien clásica y sin especiales riesgos. Desarrollo lineal de la historia, técnicamente correcta, típica realización de artesano más que de autor. Eficaz, sin más. El principal atractivo de la película, aparte de lo que pueda interesar la historia, es la interpretación de sus protagonistas. McKenzie lleva el peso de la película, y lo hace muy bien. Resulta convincente, como una mujer en la fase de transición social de finales de los años 60 y los 70 en la que el feminismo, aunque no se hable de ello, surge en la conciencia de muchas mujeres. Son muy interesantes las interacciones con Joanna Scanlan, que interpreta a la madre de Purdy. Norton tiene que apechugar con un personaje que permite poco brillo, pero de forma correcta, y Bill Nighy siempre se convierte de una forma un otra en el alma de la fiesta.
En su conjunto, una película correcta sin más, pero que tiene alicientes suficientes para que los suscriptores de la plataforma le dediquen un par de horas durante estos días festivos del fin de año. Al fin y al cabo, esta gente inició un camino que ha permitido a muchas muchas muchas mujeres acceder a una maternidad que les hubiera estado vedada de otra forma.
Virginia Woolf es una de las escritoras británicas más conocidas y más influyentes del siglo XX. Existen referencias a su legado literario en muchas obras posteriores, no sólo escritas, sino también en el mundo del cine, de la televisión y del teatro. Y por ello, hace mucho que se despertó en mí el interés por leer algunas de sus obras, al menos las más significativas. Sin embargo, ese interés no se ha reflejado en la realidad. Que yo recuerdo, sólo había leído hasta el momento un de sus obras, La señora Dalloway, hace algo más de 20 años, y por lo tanto no está reflejada en estas páginas, poco después de ver una película con un notable elenco inspirada por esta novela. Tampoco la película, de 2002, aparece en estas páginas. Este Cuaderno de ruta cumplirá 20 años el próximo 8 de febrero, por lo que vi la película y leí el libro antes de comenzar a redactar entradas en el blog.
La cuestión es que hace unos meses se me cruzó una oferta por la peculiar novela que traigo hoy a comentario, y la adquirí. Aunque tardé un tiempo en encontrar un hueco para leerla. También fue objeto de una adaptación cinematográfica, en 1992, con la siempre interesante Tilda Swinton en el papel principal, que vi en su momento, pero de la que no guardo mucho recuerdo, porque fueron tiempos convulsos para mí y mi nivel de atención era muy bajo en aquellos momentos para lo que veía en el cine. Me hubiera volver a ver la película antes de hacer este comentario, pero no la he encontrado en mis plataformas habituales, y no he tenido ocasión de buscarla más allá. Creo que uno de los canales de pago complementario de Amazon Prime Video está… pero no sé si estoy por la labor de pagar una suscripción más por este motivo.
El caso que la he denominado peculiar novela, porque Woolf la tituló en su idioma original el inglés como Orlando: A Biography, y en todo momento se dirige al lector bajo el supuesto de que está escribiendo una biografía. Una biografía que se extiende durante casi cuatro siglos. Pero que según se nos cuenta en los textos, fue inspirada por la vida de una de las amantes de Woolf, Vita Sackville-West, que no vivió tanto tiempo, pero cuyos acontecimientos vitales se incluyen de una forma u otra en la obra. Era poetisa, vivió en Estambul, amó a hombres y mujeres, vistió de mujer y vistió de hombre… Por Orlando, noble inglés nacido en tiempos de la reina Isabel I, de la que fue favorito y que le ordenó no envejecer, nació como hombre, pero a lo largo de su vida mutó su sexo a mujer. Y la novela nos va contando su vida, con sus acontecimientos más importantes, pero también otros que lo son menos, sus amores, sus aventuras, su pasión por la poesía, su empeños durante siglos de escribir y publicar su propio libro de poemas, y sus reflexiones sobre lo que significa ser hombre y, especialmente, lo que significa ser mujer a lo largo de los siglos. Dicen algunos que esta novela/»biografía» es una de las más hermosas cartas de amor que se han escrito, de Virginia hacia Vita.
La novela se lee bien. Alterna la reflexión con la aventura. Aventura amorosa, pero también aventura vital. Y no carece de humor. Al contrario, destila, incluso en los momentos más dramáticos de la vida de Orlando, cierto humor amable, algunas veces con un punto de ironía, pero sin hacer sangre. Hay momentos muy inspirados desde este punto de vista, como las descripciones de carácter que hace de algunos de los poetas y escritores, personajes históricos, reales, con los que se cruza el/la protagonista, y a los que desmitifica sin dejar de admirar su obra. Para los románticos, quedará la desesperación por la pérdida de la hermosa princesa rusa, cuando Orlando todavía es un hombre. Pero en general, como ya he dicho, tiene su punto de historia de aventuras, y se lee a gusto.
No obstante, su principal virtud es la reflexión continua sobre lo que se espera de la persona de acuerdo con su condición. Condición social, situación económica, el sexo con el que le ha tocado nacer, las convenciones de la época,… El largo recorrido por la historia y la sociedad inglesa permiten a Woolf poner en solfa estas convenciones, siempre cambiantes, sujetas a corrientes de pensamiento, al devenir de la política y de la economía, a las modas, y que, mientras permiten al hombre libertad para emprender aventuras y empresas, condena a la mujer a vivir la vida buscando alicientes más próximos a lo doméstico, a lo particular y lo interior. Me gustó cuando leí esta obra, pero la misma ha ido creciendo en mi recuerdo y en mi imaginación, ha ido dejando más poso con el paso de las semanas. Al cabo, hace ya dos semanas que culminé su lectura, y he tenido tiempo para que su recuerdo dé alguna vuelta por mi pensamiento. Muy recomendable.
Como llevo acumulados muchos libros sin comentar, voy a meter en una misma entrada los últimos libros de historietas, cómics, relatos gráficos o como queráis llamarlos. Son diversos, pero bueno. Ya va bien.
En primer lugar, el volumen 11 de Saga. Mi aventura espacial favorita de estos momentos, y una de mis favoritas de todos los tiempos. Las aventuras de Hazel y su familia por sobrevivir en una galaxia estúpidamente en guerra entre las gentes de su madre y las de su padre. Como siempre, sigue manteniendo su tono entre la aventura con humor y la amargura. Con una Hazel que va creciendo, pero todavía apenas una niña, y un complejo familiar y amistades muy desestructurado, pero más sólido de lo que parece. Las aventuras que nos traen Brian K. Vaughan a la escritura y Fiona Staples a la ilustración me siguen pareciendo un enorme monumento a la imaginación, a la aventura, y una precisa denuncia a la guerra y a todas esas gentes con el poder de hacer más felices a las gentes, pero que lo que hacen es arruinarlas y hacer la vida más mísera. Lo que otras grandes «sagas» como Star Wars, Star Trek y otras podrían haber sido si hubiesen sabido evolucionar y profundizar en los mensajes implícitos inicialmente en sus producciones destinadas al entretenimiento. Pero que nadie, ni siquiera su fans, han permitido nunca que crezcan, progresen y sirvan a causas más interesantes. Y ya sólo quedan siete volúmenes para terminar. Lo cual será en algún momento entre 2030 y 2031, salvo algún retraso, como el de este último volumen. Normalmente las traducciones en castellano salían en otoño, pero la traducción de este último salió en abril de este año. Con retraso de varios meses, no con adelanto.
Dado el antibelicismo de algunas de las obras que comento hoy, un paseo por el Parque de la Paz de Hiroshima no estará de más.
Otra serie que sigo desde el año pasado es Dandadan, que ha llegado a su volumen 10. Este manga de Yukinobu Tatsu lo empecé a leer cuando al hijo de unos amigos le regalamos los primeros números, que me leí en su momento. Desde entonces, sigue la serie, y cuando se los lee me los presta para que los lea también. Las aventuras de Momo Ayase y su amigos en un mundo en el que cuando no te aparece un fantasma te aparece un extraterrestre, y la mayor parte de ellos con aviesas intenciones he de reconocer que son muy divertidas. Pero no puedo negar que es un guilty pleasure, porque evidentemente no pertenezco al público diana de estas historietas. Por cierto, que nos cuentan los medios que en otoño se viene una serie de anime adaptando el manga. Y que se podrá ver en Netflix… creo. Por supuesto que le daré un vistazo.
Finalmente, en otro tono, el día que compré el volumen 11 de Saga me llamó la atención la recopilación de relatos gráficos de Osamu Tezuka, La fortaleza de papel. No había leído ninguna obra original de Tezuka todavía, pero había oído hablar de ellas, y he visto alguna serie de animación basada en su obra, como Dororo, que me gustó mucho. Tezuka falleció hace ya bastante tiempo, en 1989. Pero queda obra suya sin publicar en español. Y con este volumen se han recopilado una serie de relatos y obras inacabadas del autor en el que con mucho humor, y no poca amargura en ocasiones, nos habla de su vida. Con especial hincapié en los años de su adolescencia, que le pillaron durante la Guerra del Pacífico, y en la que sufrió el hambre, los bombardeos, las consecuencias del régimen militar autoritario y cualquier otra catástrofe propia de unos tiempos así. También nos habla de sus primeros amores, de sus primeros éxitos, de algunos de sus fracasos, y del hambre… sobretodo del hambre. Habiendo oído hablar en casa, sobretodo a mi madre, del hambre de la posguerra española, no he podido que engancharme genuinamente a las aventuras del joven Tezuka. Muy recomendable.
Como es tradicional, el primer día del año lo dedico al comentario de la última o últimas películas vistas en 2023, para hacer al día siguiente el balance cinematográfico del año. Y este año se me han acumulado nada más y nada menos que tres, por lo que serán comentarios breves para no cansar. Aunque alguna de ellas merecería un comentario más pausado y dedicado. Pero bueno… hay que saber cerrar ciclos.
No es infrecuente que los tranvías de Helsinki sean protagonistas, de algún modo, en las películas de Kaurismaki, y la que comento en estas líneas no es una excepción.
En el día siguiente a Navidad, con una antipática niebla sobre Zaragoza que no invitaba a actividades en exteriores, dediqué una buen rato a uno de los estrenos estrella de Netflix en el 2023. Bradley Cooper, con el apoyo como productores de Scorsese y Spielberg, protagoniza en compañía de la siempre estupenda Carey Mulligan, a quien cede el puesto de honor en los títulos de crédito, la biografía del matrimonio formado por el compositor y director de orquesta Leonard Bernstein y la actriz Felicia Montealegre.
La película abarca tres épocas. Cuando se conocieron y se casaron, en los años 40 y principios de los 50 del siglo XX, rodada en blanco y negro y formato académico. La más larga, en los años 70, cuando el matrimonio entra en crisis por las ausencias de Bernstein, homosexual, conocido por su mujer, y la enfermedad de Felicia, rodada en color y formato académico. La más cortita, una entrevista final a Bernstein, que nos habla de su momento en los años 80 y que es el arranque suponiendo que las anteriores se cuentan como un flashback, en color y en formato panorámico americano. Y la película se centra en las complejidades de una relación en la que, aun existiendo el amor entre ambos, las preferencias afectivas homosexuales del músico, aunque conocidas y toleradas por la esposa, acaban pasando factura. Lo que no impide que el músico la cuide y acompañe en sus últimos momentos y la recuerde siempre.
La película es correcta en su factura. Cooper tiene buena mano al rodar. Pero sin más. Sus recursos visuales son más formales que revolucionarios. Es más bien clásico en sus modos. En la interpretación, Mulligan está estupenda, como habitualmente, y Cooper está un poco excesivo, sobreactuado, muy caracterizado, supongo que buscando una candidatura a los Oscar, donde este tipo de interpretaciones masculinas suelen conseguir réditos. Aconsejable… sin más.
Aunque he visto varias de las películas del finlandés Aki Kaurismaki en vídeo o en televisión, es la primera vez que veo una de ellas en la sala de cine. De lo que hace tiempo que tenia muchas ganas. Y ha llegado el momento con estas «hojas caídas», que nos cuenta una peculiar historia moderna de amor, en una Finlandia menos ideal de lo que muchas veces imaginamos de los países nórdicos, como no podía ser menos de la mano de Kaurismaki.
Ansa (Alma Pöysti) y Holappa (Jussi Vatanen) son lo que muchos llamarían restos de un naufragio. Viven en soledad, con sus trabajos de bajo nivel y sus escasos salarios. Alma apenas tiene alicientes, y vive en un pequeño apartamento heredado, con la mera compañía de la radio. Holappa se refugia en el alcohol con demasiada frecuencia, en compañía de un amigo de más edad. Están en sus cuarenta años. Se conocen en un karaoke. Se gustan. Pero su relación no será fácil. Especialmente por los problemas que el alcohol causa en Holappa.
Entre la comedia y el drama, con la estética minimalista pero tremendamente cuidada de Kaurismaki, con escasos diálogos, con poca acción o movimiento de cámaras, en un mundo de frecuentes clarooscuros, en una sociedad fría y alienante, donde hasta la radio nos machaca constantemente con la guerra rusoucraniana, surge el amor entre estos dos seres sin rumbo, metidos en una rutina potencialmente destructora. Pero Kaurismaki no se deja caer en el pesimismo y encontrará formas de aportar un poco de luz a estos personajes, que pueden ser muy reales.
Interpretaciones sobrias, de muy buen nivel, lucidez visual, con fotografía sobre película fotoquímica tradicional a cargo de Timo Salminen, y una banda sonora con canciones populares y música clásica de todo tipo, conforman una película que es altamente recomendable. Un soplo de aire fresco de parte de un director que lleva toda una vida de coherencia y de ser fiel a sí mismo y a lo que quiere contar, frente al artificio absurdo de Hollywood y el cine más comercial. 80 minutos de cine de alto nivel, realizado con muy pocos recursos. Fundamental en este recién inagurado 2024.
Última película del año, vista ayer mismo en Nochevieja mientras cenaba, antes de salir a comer las uvas, beber el champaña y charrar un rato a casa de unos amigos. Una de esas películas con las que las plataformas digitales pretenden conseguir el último pelotazo con una nueva franquicia de ciencia ficción. En esta ocasión, Netflix ficha a Zack Snyder para intentarlo. Su estilo visual me parece más efectista que efectivo, y su tendencia a gustar de las estéticas fascistas, y en algún caso me temo que de las ideologías fascistas, me desagrada. Incluso si quienes lucen las estéticas fascistas son «los malos». Porque vamos… ¡Qué «original» poner a los malos con uniformes que recuerdan a los ejércitos alemanes de la época del nazismo! Como si nunca se hubiese hecho.
Nos cuentan que Snyder presentó la idea de esta película o algo parecido a Lucasfilms hace 10 años por lo menos con la intención de integrarla en el universo Star Wars, pero no se la compraron. A todos los efectos, debemos considerar esta aventura espacial como un mal remedo de la saga galáctica más conocida. Con un gran abuso de efectos visuales, pero con una historia elemental y muy poco cuidada, y con unos personajes absolutamente tópicos y sin la más mínima delineación del carácter y de sus motivos. Una excusa para una serie de escenas de acción donde se supone que tenemos que admirar la «genialidad» del director con lo visual. Apenas me molestaré en mencionar que la cosa está protagonizada por Sofia Boutella, que en el resto del reparto hay algún nombre interesante, pero que dado lo inane del producto, es indiferente su presencia en la película.
Bajo la amenaza de una segunda parte para esta primavera, tras un horrible deus ex machina que permitirá que se conserve el mismo «malo» en la misma, si eres suscriptor de Netflix allá tú si la ves. Si no eres suscriptor de Netflix, definitivamente esta película no es un buen motivo para darte de alta en la plataforma. Quizá sea un buen motivo para plantearse si seguir suscrito a la plataforma. Las aventuras espaciales, sí, pero no así.
Por «culpa» de un «error», hemos tenido un fin de semana intenso. Hemos podido abarcar, cinematográficamente hablando, el conjunto de la propuesta Barbenheimer. La idea original era que el domingo, tras ir a votar, quedábamos para un almuerzo de media mañana de algo apetitosos, y luego nos íbamos a meter, sin apetitos materiales, durante tres horas en una sala de cine para ver la película que hoy nos ocupa. Pero la persona encargada de las entradas se equivocó y las sacó para la matinal del sábado en lugar de la del domingo. Como todos, los siete, pudimos asistir, algunos, al día siguiente, retomamos el plan original, pero con la muñeca de Mattel. En cualquier caso, la película que más nos interesaba era la de Christopher Nolan, un director que en estos momentos consideramos imprescindible.
Dado que Oppenheimer fue profesor en Berkeley, en la bahía de San Francisco, ilustraremos la entrada con fotografías de la ciudad recientemente visitada. Y, por qué no, realizadas con película fotográfica en blanco y negro, como algunos segmentos de la película que hoy nos ocupa, para la que Kodak desarrolló una variante de película de 65 mm biperforada de su emulsión cinematográfica Kodak Eastman Double-X 5222.
En esta película, Nolan, que también es en gran medida responsable del guion, nos ayuda a reflexionar sobre los dilemas políticos y éticos a los que se enfrentó J. Robert Oppenheimer (Cillian Murphy), físico teórico que trabajo en el ámbito de la mecánica cuántica y la física nuclear, aunque con extrapolaciones a la astrofísica y otros ámbitos de la física. Tras estudiar en Europa, desarrolló su actividad investigadora y docente en Berkeley, centro de la Universidad de California en la bahía de San Francisco. Tuvo inquietudes sociales y políticas que lo llevaron a relacionarse con miembros del Partido Comunista de los Estados Unidos de América y a apoyar la causa de los leales a la República Española. La película pone el foco en su relación como amante de la doctora Jean Tatlock (Florence Pugh), miembro de ese partido. Tras casarse con Katherine Puening (Emily Blunt), una bióloga alemana naturalizada estadounidense, que apenas ejerció su actividad científica y también tuvo cierto grado de militancia política, el general Leslie Groves (Matt Damon) le propuso la dirección científica y organizativa del Proyecto Manhattan que desarrolló las primeras bombas atómicas, dos de los cuales se usaron sobre Hiroshima y Nagasaki, aunque el origen del proyecto fuera contrarrestar la posibilidad de que la Alemania nazi se adelantara en la consecución de esta arma. Tras la guerra, con mucho prestigio, ocupó puestos de influencia, pero desarrolló una sensibilidad pacifista y contraria a la proliferación nuclear que le generó enemigos, como el banquero y político Lewis Strauss (Robert Downey Jr.) o el físico Edward Teller (Benny Safdie), impulsor de la bomba termonuclear basada en la fusión del hidrógeno, que aprovecharon la época de la caza de brujas y la guerra fría para acabar con la influencia de Oppenheimer.
El párrafo anterior vale como resumen de la vida de Oppenheimer y como resumen de la película de Nolan. Más o menos. Cuando uno excesivamente sintético se fija en ciertos hechos por encima de otros, y siempre habrá quien considere que se podría contar de otra forma. Y tendría razón. Pero he querido destacar aquellas cuestiones y aquellos personajes/personas históricas con relevancia en la película y en el mensaje que quiere trasladar Nolan. En una película con un reparto coral, ¿por qué destacar a Teller interpretado por Safdie frente a otros nombres históricos con mucha más relevancia? Pues porque es desde mi punto de vista el más importante para contar lo que quiere contar Nolan. Que no es la vida de Oppenheimer, aunque haya que hacerlo. Ni la historia de la bomba atómica, aunque haya que esbozarla con cierto detalle y precisión. O la historia de los romances significativos de «Oppi», aunque sea necesario detallar uno, con (discutidos) desnudos o sin ellos. La película es un drama ético y político basado en hechos muy reales. El conflicto ético del científico, cuya contribución a la creación del arma de destrucción masiva nuclear despierta una reflexión profunda que choca con los intereses políticos de los años de posguerra, o con las ambiciones de determinados científicos o políticos, para quienes la posibilidad de destruir el mundo es secundaria a su medro personal. También es una reflexión sobre la libertad de pensamiento, especialmente sobre la libertad de la persona por encima de las organizaciones políticas; la visión política de personas comprometidas es siempre más rica y llena de matices que el simplismo ideológico que muestran los partidos políticos. es complejo. Y esa es a su vez la complejidad y la riqueza de la película.
La precisión técnica de la película, el oficio superlativo del director y de los principales responsables de la película (Ludwig Göransson en la música original, Hoyte Van Hoytema en la fotografía, Ruth De Jong en el diseño de producción, entre otros) se da por hecho cuando uno va a ver una película con estas características. Son propuestas que sólo pueden partir de la excelencia a priori, y no decepciona. Lo mismo puede decirse con respecto al trabajo actoral. El reparto es enorme y, obviamente, difícil de destacar a unos sobre otros más allá de total protagonismo de Murphy, y las importantes aportaciones de Damon, Downey y Blunt. El trabajo de Florence Pugh es muy importante para matizar y orientar el conocimiento del carácter del protagonista, pero su presencia en pantalla es puntual. Significativa… pero muy pequeña. Pero este reparto funciona como un reloj en los pocos minutos de trascendencia de los personajes fundamentales. Que muchas veces destacan, no tanto por su trabajo interpretativo, como por su presentación. La actitud de Teller en el test de Trinity comparado con el de otros compañeros del proyecto habla mucho del personaje. Por lo tanto, dada la excelencia técnica y artística, ¿la propuesta convence?
A mí sí. Le compro la tesis a Nolan y en cierta medida la hago mía y reflexiono sobre ella. Nolan emite una crítica potente a la ética de las decisiones políticas, basadas en eso que llaman el «pragmatismo», la «necesidad» u otras excusas para realizar acciones totalmente rechazables. El uso de la bomba atómica forma parte de ellas. Como lo fue también el bombardeo de los barrios populares de Tokio, habitados por trabajadores, con viviendas de madera y papel, en la proximidad del día de la fiesta de los niños, con bombas incendiarias, y que causó más de 100.000 muertos, sin que se vieran afectadas las estructuras gubernamentales ni la industria de la ciudad. Quién sabe que razones de «pragmatismo» o «necesidad» en tiempos de guerra se pondrían encima de la mesa para semejante barbaridad sobre la población civil más indefensa. Este bombardeo, el más criminal de la Segunda Guerra Mundial, se menciona en la película. Oppenheimer desarrolló reparos éticos, que según la tesis de la película tenían una base ideológica previa, frente a un régimen político y unas acciones militares que ya carecían de escrúpulos, que ya habían desarrollado inmunidad ante lo que podría ser justificable o no en una guerra. Los países del Eje fueron decididamente criminales en la guerra, y a ellos hay que atribuir la mayores responsabilidades. Pero los países aliados les siguieron mucho más de cerca de lo que la narrativa y la historiografía oficial nos cuenta. En una guerra no hay «buenos» y «malos». Hay «malos» y «peores». Todo ejército que entre en guerra se convierte, en mayor o menor medida, en asesino y violador, no importa cuan nobles sean sus justificaciones para entrar en guerra. Si ha eso añadimos el claro en la libertad de pensamiento y asociación que se produjo en los Estados Unidos como consecuencia de la Guerra Fría… tenemos el cuadro completo del que de una forma u otra Nolan nos ha querido hablar alrededor de la figura de Oppenheimer. La forma en que lo cuenta ¿se puede considerar perfecta también? No tanto. Hay algunas irregularidades en el peso de los distintos actos en los que se desarrolla la película, alguna inconsistencia, así como la dispersión derivada de un reparto excesivamente numeroso. Por ejemplo, hay poca información sobre David Hill (Rami Malek), colaborador de Enrico Fermi (Danny Deferrari) durante el Proyecto Manhattan, para entender la importancia de su testimonio en los compases finales de la película. Un científico honesto que firmo también la petición de Szilárd (apellido de otro científico destacado del proyecto interpretado por Máté Haumann) para que Truman advirtiese a los japoneses de las consecuencias de la bomba antes de utilizarla, dando una oportunidad a evitar la devastación y las muertes. La cadena de mando nunca trasladó la petición… que dado el carácter de Truman tampoco parece probable que hubiese tenido efecto. Otro ejemplo de la degradación ética del mando norteamericano en la guerra.
La película es compleja, como se ve. E importan tanto el análisis de la persona, de Oppenheimer, como la reflexión sobre ética y política, perfectamente válida hoy en día en que contemplamos cómo una potencia nuclear gobernada por un ególatra ha ido a la guerra contra un vecino con sus «justificaciones», «pragmatismos» y «necesidades». Por lo tanto, película recomendable y muy bien venida. Y para el amante del cine considerado como una de las bellas artes, imprescindible.
Negar que Steven Spielberg es una gran cineasta, uno de los grandes de la historia del séptimo arte, sería una soberana tontería. Sabe hacer cine muy bien. Excelente. Pero lo mismo que digo esto, también he de decir que su forma de hacerlo, por buena que sea, ha habido ocasiones en las que me ha repelido. Una película debe generar emociones. Potentes emociones. Pero no debe manipular las emociones. Deben ser emociones genuinas. Y creo que en muchas ocasiones Spielberg ha sido un manipulador, y no siempre en lo que yo considero la buena dirección. Algunas escenas de Saving Private Ryan todavía me molestan mucho en la memoria, y no son necesariamente las que imagináis. Por otro lado no faltan películas en su filmografía excelentemente rodadas… que son un pestiño. Y la aparente incapacidad para terminar a tiempo la película, sin añadidos estúpidos que estropean tus sensaciones a la salida del cine.
Por todo ello, cuando decidimos ir a ver esta película inspirada por su propia biografía, por su propia infancia y adolescencia, cuando el futuro director de cine se bregaba con las Bolex Super 8 en sus películas familiares, escolares y en sus proyectos personales. Encarnado su alter ego por Gabriel LaBelle, si importante es en la película el nacimiento de su amor al cine y a la narración de historias visuales, importante también es su relación con los padres, con el padre (Paul Dano), pero especialmente con la madre (absolutamente magnífica Michelle Williams), y la compleja relación entre ellos y con un tercer cateto (Seth Rogen) en un peculiar triangulo de familia y amistad disfuncional. Más diluida queda la relación con las hermanas, especialmente la mayor (Julia Butters), que podría haber dado más de sí.
He de decir que Spielberg se gana mi simpatía cuasiincondicional hacia la película en sus primeros minutos. En ellos, contemplamos cómo el joven Sammy va por primera vez al cine acompañado de sus padres, a ver The Greatest Show on Earth de Cecil B. DeMille, y queda fascinado por la escena del choque de trenes. Como quedé yo siendo un niño muy jovencito viendo esta misma película y esta misma escena con mis padres en una matinal de domingo en el Gran Teatro Fleta de Zaragoza, en un reestreno de la película, en algún momento al final de los años 60. Uno de mis recuerdos más vivos de mis primeras películas en el cine y en mi infancia. Reconozco que con una secuencia que tan fuertemente resuena en mi memoria y emociones, probablemente ya tengo un fuerte sesgo positivo hacia la película.
Pero creo que no soy injusto al decir que es una muy buen película altamente recomendable. Con unas excelentes interpretaciones, lideradas por Williams a quien el mundo le debe un gran premio cinematográfico desde hace años, y con una manufactura espléndida, nos cuenta una historia con mucho corazón. Que quizá no trascienda más allá de lo que es una reflexión personal autobiográfica, pero que es realmente valiosa y muy recomendable. Como guinda al pastel, en esta ocasión Spielberg sabe terminar la película de la forma adecuada, con un pequeño chiste a costa de John Huston y su lección de cómo encuadrar la imagen… una lección que establece una regla que, como todas las reglas, está pensada para ser rota por los mejores.
Recientemente, en Pen ペン Magazine publicaron un artículo en el que recomendaban una pequeña obra de Haruki Murakami de carácter biográfico/autobiográfico. Me pareció interesante y la busqué, y sólo encontré la versión en francés como la más comprensible para mí. El francés, aunque soy chapucero hablándolo, lo leo con facilidad. Así que ya me venía bien. La adquirí en versión electrónica, que es lo más sencillo, y me puse a ello de forma casi inmediata.
Fotográficamente recorremos el Kioto natal de padre e hijo.
Hemos de entender que la obra no es ficción, sino que se refiere a hechos reales de la vida del padre del autor, o de la vida del propio autor en relación con su padre. Comienza el libro con el hecho aislado que da título a este reflexión sobre su padre y sobre la relación que el autor mantuvo con él. Un día se dirigieron a una playa para abandonar a una gata, por motivos diversos, cuando el escritor era niño, con su padre, y cuando volvieron a su casa, la gata había regresado por su cuenta y allí estaba. Y yo no pensaron más en deshacerse de ella. Y enlazando con este hecho empieza a narrarnos los hechos de la biografía de su padre que cree marcaron la vida de este y la relación paternofilial. Principalmente, los tiempos de guerra que marcaron el destino de un joven destinado a ser sacerdote budista como el abuelo del escritor, en Kioto, pero que le llevaron a ejercer de profesor de lengua y literatura japonesa en un instituto de una ciudad próxima a Kobe.
Murakami escribe con una prosa clara y directa, muy suelta y ágil, para referirse a los difíciles tiempo de la guerra, primero la llamada Segunda Guerra Chinojaponesa, que comenzó en 1937, y en cuya dura y cruel campaña participó el padre, así como la llamada a filas de nuevo al principio de la Segunda Guerra Mundial de la que en pocas semanas quedó dispensado, evitando el destino la mayor parte de los soldados de su regimiento, que murieron entre Birmania y Filipinas. El relato, en no pocas ocasiones, estremece. Especialmente si conoces algo de los hechos y el contexto históricos que rodearon aquellas campanas militares, y pensando en que estamos hablando de un hombre con inquietudes intelectuales y piadoso.
Murakami ajusta cuentas con el padre del que estuvo relativamente extrañado durante la mayor parte de su vida adulta; no se entendían. Y tras la muerte del anciano, entra en reflexión y realiza el mejor homenaje que puede dada su condición de escritor. Reflexionar en «voz alta», y trasladar sus reflexiones y su homenaje a la tinta sobre el papel. Es breve, pero conviene leer esta obra pausadamente, con reflexión. Y situarla en su contexto histórico. Hecho así, me parece una de las mejores obras que he leído del autor nipón. 80 páginas de alto valor literario y humano.
No sabía muy bien sobré qué hablar en este domingo en este Cuaderno de ruta. Me he levantado muy tarde para lo que es habitual en mí, lo habitual en domingo es que hable de fotógrafos y sus fotografías, pero me he encontrado también conque tengo acumuladas dos películas, dos adaptaciones literarias a la gran pantalla, y que durante los próximos días este Cuaderno de ruta estará en modo «sólo fotos». Al final me he decidido por el cine. Entre otras cosas por las vueltas a la cabeza que le he dado a la adaptación de la novela del mismo título de Joyce Carol Oates, que reconstruyen en forma de ficción la vida de Marilyn Monroe, y que me ha despertado sensaciones muy contradictorias. Vamos a ella.
Aunque tenga que compartir la condición de icono con personajes mucho menos glamurosos, no hace falta irse muy lejos para comprobar que la figura de Marily Monroe todavía goza de ese nivel. Si bien, para ilustrar esta entrada sí que nos hemos ido lejos, hasta Nueva York.
Leí la novela de Oates entre diciembre de 2019 y enero de 2020. En un momento en el que no tenía problemas para engancharme a la lectura en cualquier lugar y en cualquier momento. Semanas después comenzó el desbarajuste pandémico, y mi capacidad de concentración ante un libro descendieron a niveles alarmantes. En 2019 leí un total de 53 libros, mientras que en 2021 sólo leí 23, siendo muchos de ellos de muy corta extensión. En este 2022, con un canto en los dientes me daré si sobrepaso los 30. El caso es que aquella novela dedicada a Marilyn, o más bien a Norma Jeane, me impresionó. Basada en la vida de la persona real, Oates creo un personaje de ficción a través del cual denuncia la explotación de una mujer y de su sexualidad por la sociedad patriarcal. Nos cuenta una biografía ficticia que puede no ser verdadera, pero es plausible. Desgraciadamente.
En esta película de 2022, el director Andrew Dominik confía en tres elementos para salir airoso de la difícil adaptación de una novela compleja, árida en ocasiones, es muy poco complaciente con nadie ni con nada, y larga, con más de 900 páginas de texto. El primero es ser razonablemente fiel al texto, aunque no pueda detenerse en todos los detalles del mismo, lo que haría la película interminable. El segundo es una realización que mimetiza algunas de las imágenes procedentes de las películas de la época, con una relación de aspecto 4:3, más o menos, aunque existan escenas en otros formatos, tanto en blanco y negro como en color, siempre con una gradación tonal o del color que recuerda a la época de los años 40, 50 y principios de los 60. Y el tercero y más importante, confía en la presencia física y el buen hacer de la protagonista absoluta del filme, Ana de Armas. Por lo demás… el argumento es el mismo de la novela, la vida de Norma Jeane a través de sus más o menos tóxicas relaciones, tanto profesionales como personales, con los hombres. Aclarar que la relación a tres de Norma Jean con Cass Chaplin y Eddy G Robinson Jr no está constatada en la historia real. De hecho Cass Chaplin no murió antes que Norma Jean sino
En general, la película tiene todos los ingrediente para ser una gran película, candidata a premios y recordada en el tiempo. Y sin embargo, desde mi punto de vista no transmite las mismas sensaciones que la novela en que se basa, a la que sin embargo, en los argumental, es muy fiel. Pero es un tema de enfoque y de visión. Inmediatamente tras visionarla no sabía muy bien cómo explicarlo. Pero tras leer otras revisiones y reseñas del filme fui haciéndome a la idea de los motivos de mi alejamiento subjetivo de la película. Si Oates utiliza la figura de Norma Jeane para cuestionar la mirada masculina hacia la mujer, convirtiéndola en un objeto del deseo, en un ente sexual sin personalidad propia, mi sensación final es que el enfoque de Dominik no sólo no consigue cuestionar la explotación sistemática de la mujer sino que cae en la trampa y nos ofrece también un mirada explotadora de la sexualidad tanto de la actriz protagonista como de la mujer a la que representa. Y esto me generó incomodidad. Por otro lado, de Armas es una actriz muy solvente, pero en contra de los mucho que se ha alabado su interpretación, no acabo de ver a la persona real en su ella. No me parece que haga mal trabajo ni mucho menos, pero no la acabo de ver como Marilyn ni como Norma Jean.
La película no es una mala película ni mucho menos, pero no la veo al nivel de los catorce minutos de aplausos en la bienal de Venecia. Tampoco la veo en la bajísima puntuación del público votante en IMDb, plataforma en la que no llega al seis sobre diez. En algún lugar en el medio de estas dos visiones, de cierta crítica y de la mayor parte del título, está la valoración en la que yo situaría esta película. Como curiosidad, decir que esta novela ya tuvo una adaptación temprana en forma de miniserie de dos episodios poco después de su publicación en 2000, que se emitió en 2001. Pasó sin pena ni gloria.