Esta serie de fotografías que ilustran esta entrada de este Cuaderno de ruta puede verse, comentada desde un punto de vista de la técnica fotográfica, en Carlos en plata.
Viajemos (fotográficamente) al pasado. Hace un par de fines de semana empecé a digitalizar antiguas copias fotográficas de antaño. Todo lo que tenía digitalizado hasta ese momento de la época en la que, comercialmente, sólo existía la fotografía sobre película tradicional basada en los haluros de plata, era desde 1989 hasta la fecha. Pero decidí recuperar algunos viajes que tenía por ahí, con mayor o, más bien, menor calidad. Sobre la cámara usada, seguid el enlace anterior. Algunas fotografías, en color, corresponden al viaje de final de carrera, a Rumanía, en la primera quincena del mes de julio de 1987.
La siguiente tanda, en blanco y negro, son del mes de agosto de ese mismo año. Yo ya me había recluido a estudiar el MIR, pero aun hice una escapada en el puente de agosto con unos amigos de la época, a los Pirineos. La intención era subir a Monte Perdido. Accedimos a la base de la ascensión desde el cañón de Añisclo, lo cual está muy bien, paisajísticamente hablando. Aunque acarrear todo lo necesario para acampar por las sendas que salvaban las paredes del cañón fue realmente cansado. Al final no subimos la montaña. Salió mal día. Y sólo disponíamos de ese día. Mala suerte. A la vuelta, paramos a visitar Aínsa y regresamos por la carretera de la Guarguera, poco transitada, y bonita de paisaje.
Las series de fotografías que ilustran esta entradas de este Cuaderno de ruta pueden verse, desprovistas de texto, en fotos en serie. En el valle medio del Rin, entre Colonia y el puente de Remagen, famoso por una película bélica que recrea su toma por el ejército americano en 1945, antes de que el ejército alemán lo volase. Aunque se hundió poco después.
No recuerdo muy bien dónde encontré recomendada esta novela corta del francés Hubert Mingarelli. En los últimos tiempos había oído hablar en varias ocasiones de este autor, que falleció relativamente joven, 64 años, en 2020. Por lo que cuando surgió esta novela corta me pareció una ocasión para introducirme en su literatura. Si la cosa iba bien, ocasión tendría más adelante de leer otras cosas. O eso pensaba hasta que me di cuenta que ya había leído una de sus obras.
Colonia
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Mingarelli nos traslada a la Alemania de 1945, pocos días o semanas tras el final de la guerra. Un reportero gráfico, fotógrafo de guerra, británico se encuentra en una ciudad a orillas del Rin acompañando al ejército de su país en la que ser la zona de ocupación del Reino Unido en la Alemania de la posguerra inmediata, hasta la creación de la República Federal de Alemania. En los últimos días de la guerra iba acompañando a las unidades militares que descubrieron un campo de concentración y exterminio del régimen nazi, lo que le ha dejado muy marcado. En un momento dado, pide al coronel al mando que le ceda un vehículo y un conductor. Quiere recorrer el campo, los pueblos y ciudades pequeñas de la región del Bajo Rin, para fotografiar a las gentes del país en las puertas de sus casas. Y así comienza un peculiar periplo con un joven recluta, originario de un pueblo de costa a orillas del mar del Norte, que ha llegado tarde a la guerra. A pesar de su preparación, no ha tenido ocasión de disparar ni una sola bala. Y se establecerá una peculiar relación entre ambos y con las personas a las que van encontrando en su recorrido.
Mingarelli tiene una visión relativamente pesimista del mundo. La búsqueda del fotógrafo es una búsqueda compleja y difícil de ejecutar. Difícil de ejecutar porque intentar ver y comprender a ese pueblo que ha permitido, ha sido cómplice por acción, por consentimiento o por omisión, con las barbaridades del régimen nazi. Gentes que en su apariencia externa no son distintos de las gentes de otros países o regiones. Campesinos. Mujeres. Ancianos. Niños. Constantemente se nos recuerda colateralmente el entorno. La mujer bien arreglada que quiere suplicar por la vida de su marido, alto funcionario de la población, que va a ser ahorcado por los horrores cometidos. Pero también por la actitud de los habitantes a los que va a fotografiar. A veces distantes. A veces tratando de congraciarse. Pero con cordialidades faltas de sinceridad. Y como contrapunto, el joven recluta, lleno de entusiasmo. Pero que lamenta haber llegado tarde. Lamenta no haber contribuido. Lamenta no haber disparado. En el fondo, lamenta no haber matado.
Bonn
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Mingarelli no es complaciente. Es pesimista. Y la acción. Por breve que sea la extensión en que se desarrolle, alrededor de 100 páginas en las ediciones impresas en árboles muertos, viene condicionada por esos tres factores; el pesimismo y el fatalismo del fotógrafo, el entusiasmo del soldado y la distancia y desconfianza de esas gentes que saben que han participado, pero que tienen que sobrevivir, y se ponen de lado respecto al pasado, sin asumir responsabilidades. Por lo que, incluso cuando ya no hay guerra, la tragedia es un final posible a este peculiar periplo por el noroeste de Alemania.
Es un excelente relato. Cuyo valor y cuyo interés ha ido incrementándose en mi memoria conforme ha ido pasando el tiempo y he puesto distancia con su lectura inmediata. A pesar de su pequeña extensión, y su interés que permitiría leerlo en una tarde, tuve que interrumpir en más de una ocasión su lectura para asimilar la situación y los hechos. En general, es ampliamente recomendable. Quizá en los tiempos que corren, estos relatos que nos recuerdan lo mucho que pueden descender a los infiernos el espíritu humano en vida, sean más necesarios que nunca. Muy recomendable.
Las series de fotografías que ilustran esta entradas de este Cuaderno de ruta pueden verse, desprovistas de texto, en fotos en serie. Bryggen, el barrio de los muelles, en Bergen, Noruega.
La semana pasada no sabíamos muy bien que ir a ver en el cine. Teníamos un par de posibilidades, una que nos llegaba desde Noruega y la otra desde Italia. Cada una nos atraía por algún motivo, y al mismo tiempo nos repelía por algún otro. Al final nos decidimos por esta película noruega dirigida por Halfdan Ullmann Tøndel, nieto de Ingmar Bergman y Liv Ullmann, que venía con muy buenas críticas, aunque probablemente sin mucho atractivo para el público. Lo que temíamos es fuese uno de estos docudramas sobre los problemas del mundo educativo. Eso es muy frecuente en el cine francés, pero tal vez con los noruegos fuera distinto. Y nos arriesgamos. En las carteleras españolas se encuentra con un título «traducido», La tutoría.
En un colegio de educación primaria, la dirección del centro cita a una reunión a los padres de dos niños de seis años. La dirección encarga a una joven profesora (Thea Lambrechts Vaulen), la más nueva e inexperta del centro, para que lleve la reunión en la que asistirá la madre del niño (Renate Reinsve) que da título a la película en su idioma original, Armand, y los padres de otro niño (Ellen Dorrit Petersen y Endre Hellestveit) compañero y amigo. Los progenitores no son extraños. El matrimonio a veces cuida de Armand ya que su madre lo cría en solitario, ya que el padre murió. Pero también esta recibe en su casa de vez en cuando al otro niño. Pero las acusaciones son graves. Se dice que Armand agredió al otro niño, incluyendo acciones de carácter sexual.
La puesta en escena sugiere muchas veces una adaptación de una obra teatral al cine. Que yo sepa no lo es. El guion es original del propio director. Con un iluminación sombría, de profundos claro oscuros, y la cámara enfocando las más de las veces los rostros, las expresiones de los intérpretes. Apenas hay acción propiamente dicha durante la mayor parte del metraje. Diálogos. Diálogos en los que se pretende decir cosas, pero nunca de forma abierta o clara. Una mezcla de tabús y lenguaje políticamente correcto que traba constantemente la comunicación y el entendimiento. Un entendimiento difícil puesto que ningún padre/madre está dispuesto a reconocer lo que está implícito en el diálogo. Al mismo tiempo que al propio espectador, como en algún momento se dice en la propia película, le cuesta entender la malicia en algunas de las cuestiones puestas encima de la mesa sobre las presuntas conductas de carácter sexual… porque son niños de seis años. Reconozco que esa primera mitad aproximadamente del metraje es densa y cuesta. Pero…
La película da un giro. Los personajes pasan de cuestionar al niño, es difícil sostener la malicia de un niño de seis años en estas cuestiones, para cuestionar a la madre. Una madre sola, cuya pareja, el padre del niño, murió. Joven en circunstancias que parecía claras, un accidente, pero que tal vez, se plantea la duda, la sospecha, no lo fue. ¿Un suicidio? Pero la madre no es una mujer desconsolada. Es una mujer que vive la vida. Cuida de su hijo, es solidario con otros padres, trabaja, y también se divierte cuando encuentra la ocasión. Busca la compañía y el afecto, psicológico o físico, da igual, de otras personas, de otros hombre. Y el conservadurismo del entorno aflora. La responsabilidad del posible comportamiento «aberrante» del niño de seis años es el comportamiento de la madre. Y se produce la ruptura de la dinámica, mezclada con una disrupción de determinado tipo en el colegio.
Con unas interpretaciones tremendamente meritorias, la película va de menos a más. Es un constante in crescendo conforme lo que nadie quiere o se atreve a decir, o se oculta en el eufemismo y en los políticamente correcto, surge. De plantear preguntas sobre el comportamiento y la sexualidad de los niños, que contra a lo que muchos creen no es nula, se plantean preguntas sobre los prejuicios y los valores morales potencialmente tóxicos que rodean las comunidades humanas en general y las educativas en particular. En un entorno egoísta, en el que los padres buscan lo mejor para sus hijos, incluso haciéndoles competir en lugar de colaborar con otros niños, y que niega las debilidades de sus retoños, se ataca al otro. Al diferente. Al que lleva un estilo de vida menos convencional. O alternativo. Quizá no sea una película perfecta. Ni fácil de digerir en ocasiones. Exige un esfuerzo por parte del espectador. Pero resultó por encima de nuestras expectativas, y nos pareció bastante recomendable. Eso sí, aficionados al cine palomitero… quizá estos no… pues eso.
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Comenté hace casi cuatro semanas mi escapada en el día a Madrid. Una de esas escapadas frecuentes sin un propósito específico de ver algo, visitar algo, ni nada de esto. Hacer algunas compras, ver a la gente que quiero y que, por algún motivo que nunca entenderé, vive en semejante lugar… airearme en general. Viví un año en la capital, estudiando mi especialidad y haciendo estudios de posgrado, y luego la he visitado en numerosas ocasiones.
Por supuesto, siempre hago fotos. Incluso cuando paso por enésima vez por paisaje muy conocidos y muy trillados. Siempre hay alguna cosa que me llama la atención. O nuevas condiciones de luz. O algo que ha cambiado. Ningún paisaje, y menos los urbanos, son inmutables. Y como de costumbre en los últimos tiempos, dedico especialmente mi afición fotográfica a la película sensible tradicional.
Lo más destacado de ese día es que estuvimos caminando un rato, mientras mirábamos algunas tiendas y nos desplazábamos a otra zona de la ciudad, por Malasaña. Un entorno habitualmente animado, aunque no entre las tres y las cuatro de la tarde. Pero siempre surgen oportunidades. Y luego, conforme volvíamos por la tarde en dirección a tomar alguna cerveza y volver a la estación, por esa colección de reyes medievales de los reinos hispánicos, anacrónicos en sus atuendos y modales, que ornamentan la plaza de Oriente, frente al lateral del Palacio Real. Siempre nos generan alguna risa por su absurdo y falta de rigor histórico.
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Hace casi un mes que no publico una entrada de recomendaciones fotográficas. Ya dije que por diversos motivos últimamente no me centro en estas cosas. Principalmente porque estoy cansado del trabajo y no me apetece ponerme ratos y ratos delante del ordenador explorando páginas webs. Prefiero hacer otras cosas. Entre ellas, salir a la calle o al campo con una cámara fotográfica. En estos momentos, eso me aporta mucho más. Pero en cuatro semanas, tiempo he tenido de seleccionar algunas páginas que me han llamado la atención.
Weegee. Reportero gráfico estadounidense que, en los años 40 y 50 del siglo XX, dejó un impresionante archivo de la crónica de sucesos y la vida nocturna neoyorquina. Yo lo descubrí a partir de una película que se inspiraba en su vida, aunque no era biográfica. No está muy valorada en IMDb,… pero a mí me gustó mucho. En fin. Weegee, que en realidad se llamaba Arthur Fellig, nació en un lugar que hoy en día es Ucrania, pero entonces era el Imperio Austro-Húngaro. Pero, como tantos, emigró a EE. UU. buscando la prosperidad… y se encontró con una cámara de fotos, un flash, y una furgoneta con un laboratorio fotográfico incorporado. Se le atribuye la famosa receta para una buena fotografía, «f8 and be there» (f8 y estar allí). Pero no todo el mundo la entiende bien. Supongo que porque es un dicho propio de un lugar y una época. Aunque para mí sigue siendo válido. Hay que conocerlo porque es una figura de referencia en la historia de la fotografía. Me lo sugirió Aesthetica Magazine.
En el vídeo, Harris comenta en diálogo con Tomasz Trzebiatowski cinco de sus fotografías; dos realizadas en Corea del Norte, una realizada en un onsen japonés, un retrato de un orangután en una reserva natural y un paisaje de los Juegos Olímpicos de París. Es interesante conocer el proceso creativo de primera mano. Las más llamativas, por la aventura que supone obtenerlas, especialmente la de la guardia de tráfico, son las de Corea de Norte. Pero la más hermosa con diferencia es la fotografía de la que se convertiría en su esposa en el onsen. Muy hermosa; un verdadero compendio de estética fotográfica, femineidad y cultura japonesa.
Me sigo quedando en Japón. Y en una figura femenina japonesa. En el Tumblr de Photopraxis vuelvo a ver una fotografía que siempre me pone de buen huphilmor. Del japonés Kōji Takashima, nos muestra a una mujer joven, en Kobe, 1951, esparciendo el agua de un cubo ante la mirada del fotógrafo, con una cara de felicidad, por la parte de juego que hay en el acto. Al mismo tiempo, la composición es prácticamente perfecta. No he podido averiguar mucho más del autor de la fotografía. Pero todo indica que era un aficionado cuyas fotografías se reprodujeron en varias revistas de la época. Debió trabajar en las oficinas de una constructora de material rodante ferroviario.
Hace unos años las adolescentes y, en menor grado, los adolescentes como sujeto de interés fotográfico. Casi siempre con similares narrativas y formas fotográficas. Hasta tal punto se hizo frecuente que fue un tema que acabó por cansarme un poco… bastante. Lamentablemente, sepultando aquellos trabajos que realmente fueron originales y significativo, como el de la neerlandesa Rineke Dijstra. De todos modos, hace unos días, en Lens Culture, me llamó el trabajo de la británica Philippa James. Y creo que tenía su cosa, tanto formal como conceptualmente. Por eso… me llamó la atención y lo rescaté.
Y termino con algo que no es fotografía. La presencia de un ave, la garza, en el arte oriental. Viene de parte de Historia del arte con Kenza, un podcast que escucho de vez en cuando. Me gustan mucho determinadas formas de arte del Asia oriental. Y me gustan las garzas. Aunque algunas veces, lo que aparecen en esas obras son grullas. No confundirlas. Si las garzas, especialmente las especies de color blanco, representan la pureza, las grullas, representan la longevidad. En las pinturas asiáticas, la garza suele tener la coronilla de la cabeza de color rojo como es propio de Grus japonensis, una grulla muy bella.
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Desconozco exactamente cuál fue la ocasión, pero hace unos días se estrenó en salas de cine el primer largometraje que realizó Christopher Nolan, hoy en día, director tan celebrado. Incluso por mí. Un largometraje que casi parece un mediometraje, 70 minutos, estrenado en 1998, y realizado con cuatro perras. Rodado en blanco y negro con una cámara de 16 mm, y con un reparto que más parece el grupo de amigos de Nolan que otra cosa. De hecho, algunos de ellos, incluido el protagonista, se dedican a otras cosas y sólo han participado en las películas del director inglés. En cualquier caso, nos entró la curiosidad y fuimos a verla. No nos arrepentimos. No será un obra maestra, pero realmente tiene chicha y es interesante. Unos 27 o 28 años tenía Nola cuando la rodó. Los ha habido más jóvenes a la hora de realizar su ópera prima.
La cosa va de un tipo (Jeremy Theobald), un escritor que no ha publicado y sin inspiración, que se entretiene siguiendo a la gente por la calle. Un día sigue a una guapa mujer (Lucy Russell). Y del lugar donde entró, salió un tipo (Alex Haw) al que siguió. Más de una vez. Y fue descubierto. En ese momento entra en una extraña dinámica de entrar en casas ajenas sin interior necesariamente de robar, aunque puedan llevarse algún objeto. Al mismo tiempo que descubre que la mujer es amenazada por un mafioso que fue su amante. Su vida se va a complicar notablemente.
Película de suspense, casi de inspiración hitchcockiana, en la que las cosas nunca son lo que parecen. Además, Nolan no cuenta la historia de forma lineal. Siempre le ha gustado jugar con el tiempo, tanto de la cronología del universo de sus películas, como de la cronología interna de la propia película. Rodar la película en blanco y negro, y con una medio, el 16 mm, en el que debe renunciar a la nitidez de otros formatos, le permite, y le obliga, a jugar con el expresionismo de luces y sombras. Así como el encuadre, más agobiante, del formato 4:3 usado en la película. Los intérpretes, para ser medio profesionales medio aficionados, cumplen con su cometido. Lo fuerte de la película es el guion, bastante bueno, y la realización de autor.
No es un gran peliculón como ya he dicho. No es esa ópera prima que consiguen otros directores y que supone ya el patrón por el que se juzga el resto de su obra. Pero es sin duda una película que empieza a marcar las ideas con las que Nolan se va a mover a lo largo de su carrera. Y la historia tiene su interés. Se deja ver sin ningún problema, incluso como mero entretenimiento. No sé si durará mucho en cartelera… un momento que lo consulto,… sip, en Zaragoza continúa por tercera semana. Por si os interesa. De todos modos, que en el mes de febrero, cuando se suelen exhibir películas de las que optan a premios, estemos hablando de una película de estas características resulta raro, ¿no?
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Creo que con esta entrada termino de repasar las series que más me llamaron la atención en la temporada de animación japonesa entre octubre y diciembre del año pasado. Y un par de cosas más. Empezaremos por ellas.
Inuyasha 犬夜叉 es una serie de hace 25 años que se puede ver en Netflix, muy bien valorada y muy vista desde su emisión original. Un isekai en el que una estudiante de instituto, Kagome, se traslada a una versión alternativa del Japón del periodo Sengoku, en el que hay magia y personajes fantásticos. Allí se encuentra con Inuyasha, el protagonista de la historia, que es un semidemonio-semihumano, con atributos perrunos [inu 犬 es perro en japonés], pero benévolo aunque con mal carácter. Pero la chica parece la reencarnación de una miko 巫女 con poderes para luchar contra los demonios malignos que, aparentemente, fue asesinada por Inuyasha, al mismo tiempo que lo inmovilizaba en un árbol hasta que Kagome lo libera. A partir de ahí aventuras sin fin contra demonios para conseguir recuperar un artefacto mágico. Es muy entretenida. Pero es repetitiva en los argumentos de sus episodios. Vi, a lo largo de meses, los episodios de la primera temporada, 27 episodios, y alguno de la segunda. Pero acabé aburriéndome. Una curiosidad más que nada. Adaptación de una serie manga.
Homanajeemos a Yoshino, la atractiva protagonista de la serie que más me ha gustado, dando un paseo nocturno por Dotonbori en Osaka.
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Sasayaku You ni Koi wo Utau [ささやくように恋を唄う, cantando el amor como un susurro] es una serie del verano pasado, pero que quedó interrumpida, faltando tres episodios para el final. Problemas de producción, creo. A finales de diciembre se emitieron los tres últimos episodios. La vi como curiosidad. Es género romántico, con la peculiaridad de que las protagonistas, alumnas de un instituto femenino, son todo chicas. En el ámbito de unos grupos musicales de pop-rock formados por las estudiantes. No es algo que me apetezca ver habitualmente, es muy cursi a ratos, claramente destinado al público femenino. Pero está bien hecha. Los amoríos están muy idealizados, y sin roce. Todo muy casto, en realidad. Una curiosidad, también, sin más, para conocer todos los géneros de la animación japonesa. Si hubiera una segunda parte pasaría. Me acabaría resultando estomagante. Quizá por uno de los personajes protagonistas, la chica más jovencita, me chirría un montón. Adaptación de una serie manga.
Raise wa tanin ga ii [来世は他人がいい, mejor con otro en la próxima vida] es una historia distinta, conocida en inglés como Yakuza fiancé. En primer lugar porque, a pesar de que teóricamente los personajes principales tienen 17 años, los temas son bastante adultos. Aquí hay sexo. Y organizaciones criminales. Dos clanes yakuza que deciden aliarse con políticas matrimoniales. Un clan de Tokio propone que en un futuro no muy lejano su joven heredero se case con la nieta del jefe de un clan de Osaka. Con esta serie me lo he pasado bastante bien. Se nota que sus temas y argumentos, como he dicho, son adultos. Hay intriga, seducción, romance, trampeo entre aliados y rivales, y los personajes están creados con mucha química, siendo especialmente atractiva la chica protagonista. Una chica con carácter que no se deja amedrentar por un mundo muy masculino, con exceso de testosterona. No me importaría ver nuevas temporadas. También adaptación de una serie manga.
Y finalmente Ranma 1/2 [らんま½], una nueva adaptación de un manga de éxito de finales de los 80 y primera mitad de los 90 del siglo XX, distribuida fuera de Japón por Netflix. En sí, esta serie es un disparate de acción sin fin a base de bofetadas a diestro y siniestro. Sinceramente, no tiene más valores que la espectacularidad y las risas que te provocan las situaciones. Llenas de equívoco por lo que ahora comentaré. Ranma es un adolescente educado en las artes marciales, que ha sido educado en china durante un largo tiempo. Y Akane es una alumna de instituto procedente de una familia dedicada también a la educación de las artes marciales. Y ambas familias deciden emparejarlos para que se casen en un futuro y sea mutuos herederos de las tradiciones de ambas familias. Pero… como consecuencia de un accidente al caer en un pozo mágico en China, Ranma, cuando se moja con agua fría, se convierte en chica. Con todas las habilidades para las artes marciales que su versión masculina. Puede retornar a esta al mojarse con agua caliente. Pero claro, mientras tanto, surgen todo tipo de equívocos y malos entendidos. Al principio, ambos se caerán de pena y no querrá saber nada el uno del otro. Pero ya se sabe, el roce hace el cariño. Pero más que roce lo que hay son bofetadas a diestro y siniestro. Entre ellos, y con los diversos rivales que van surgiendo, las unas queriendo emparejarse con él, los otros queriendo ennoviarse con ella. Arcos argumentales de dos o tres episodios contra una sucesión de rivales a cuales más demenciales. Lo cierto es que te lo pasas muy bien de puro básico en su planteamiento. Pero la acción es trepidante, y los episodios de 23 minutos se pasan en un vuelo. Puedo entender perfectamente el éxito de las diversas variantes de esta historia.
Esta serie de fotografías que ilustran esta entrada de este Cuaderno de ruta pueden verse, comentadas desde un punto de vista de la técnica fotográfica, en Carlos en plata.
No mucho que contar, aparte de mostrar las fotografías. El primer sábado del año me encontré bastante libre de obligaciones e incordios. Y como salió una buena mañana, aunque con niebla al principio, decidí salir a explorar. Cogí un tren de cercanías a Casetas. Mi intención era explorar algunos paisajes rurales entre este barrio rural de Zaragoza y Utebo, un municipio que, paradójicamente esta más cerca del núcleo urbano de la ciudad que el propio barrio. Cosas raras de las lindes municipales.
Había hecho revisión de rollos de película en el frigorífico en los días de Navidad. Y comprobé que tenía varios rollos de película para negativos en color de formato 120 caducadas o a punto de caducar. No es que me preocupase mucho su estado. Habían estado guardadas en el frigorífico a 4 ºC en todo momento. No obstante, decidí que era el momento de usarlas. Y aquí están las fotografías.
Más de la mitad de las 10 fotografías que se obtienen en un rollo de tipo 120 fueron tomadas en los viejos y oxidados vehículos ferroviarios que AZAFT, Asociación zaragozana de amigos del ferrocarril y del tranvía, tienen en la estación de Casetas. Apenas tomé fotografías en la caminata por los campos y la ribera del Ebro, e hice un par de fotos en el casco viejo de Utebo. No dio para más.
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James S. A. Corey es el seudónimo bajo el cual publican sus novelas conjuntos los escritores Daniel Abraham y Ty Franck. Y estos son los autores de la serie de ciencia ficción The Expanse, que se adaptó en una de las más interesantes series de aventuras espaciales de las últimas décadas. De las novelas en las que se basaba la serie, sólo leí una, que no estaba mal. Pero como ya me sabía la historia… pues no encontré mucho aliciente a seguir leyendo un montón de continuaciones posteriores. El libro era un producto digno, con razonable rigor… pero inferior a la serie de televisión. A pesar de ello, me he puesto con este primer libro de una saga… que igual sí que sigo… no sé si hasta el final, pero al menos mientras mantenga el interés.
No sé muy bien por qué diablos estas fotografías del entorno del puerto de Malmoe en Suecia me han parecido adecuadas para ilustrar la entrada. En cualquier caso, no he tenido ocasión de visitar y tomar fotografías en los planetas en los que transcurre la acción del libro.
He leído la versión original en inglés. La saga se denomina, traducida al castellano, La guerra de los cautivos, pero de momento sólo hay un libro publicado, que nos habla de esa piedad de algún tipo de dioses galácticos. Esencialmente, en la galaxia en la que viven los humanos, y a los que encontramos en un planeta que no es la Tierra, hay una guerra de dimensiones descomunales entre dos especies inteligentes. Una de ellas se dedica a conquistar los planetas en los que viven otras especies inteligentes y, si les son útiles, los aprovecha para sus fines bélicos. El planeta humano en el que viven nuestros protagonistas es conquistado. Y seguiremos las andanzas de un equipo de investigadores en biología molecular, que son llevados en cautividad a otro planeta. Si son útiles sobrevivirán, así como el resto de la especie, si no… no. Pero entre ellos, hay un «infiltrado» del otro bando.
He de reconocer que en los primeros episodios estuve a punto de dejarlo. Las cosas que me estaba contando sobre el equipo de científicos no me interesaban lo más mínimo ni veía una evolución clara. La cuestión es que como es una historia planteada con muy largo recorrido, los autores se han tomado el desarrollo de la historia con calma. Pero ya sabéis lo que decía Billy Wilder, de entrada hay que dejar al espectador sorprendido y sujeto a la butaca, y luego le cuentas tu historia. Aquí… esos primeros capítulos, no me dejaron sorprendido y sujeto al libro. Pero aguanté. Y la cosa va mejorando. Al final se nos dibuja un universo que no es carente de interés, con un problema a resolver que parece imposible para los protagonistas, pero que por algún sitio saldrá. Tiene cosas en común en su desarrollo con The Expanse… aunque no sé hasta que punto «copiará» el esquema en los siguientes libros. Pero al final esta primera historia dentro de la historia general me ha dejado buen sabor de boca.
Probablemente, cuando llegue el momento, me anime con la continuación. Luego… ya veremos.
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Esta es la segunda parte de mi experiencia fotográfica con película tradicional en Gerona el pasado 29 de enero. Ya comenté hace unos días el viaje ilustrándolo con las fotografías digitales realizadas para un uso más o menos inmediato, con una compacta digital. Más recientemente, la primera parte de las que realicé con una cámara para película fotográfica de medio fotograma, en las que se obtiene el doble de fotografías por rollo que en las que tienen unas dimensiones del fotograma más estandarizadas, de 24 x 36 mm.
Hoy cierro el ciclo de fotografías de ese viaje con las que realicé al caer la tarde, agotado el rollo que he mencionado de medio fotograma, con una cámara de fotograma completo. Y película con una sensibilidad superior, ya que fue utilizada cuando la tarde empezaba a estar algo más avanzada, algunas nubes amenazaban en el cielo de Gerona, y la luz era algo más escasa. Especialmente entre las estrechas calles del centro histórico de la ciudad, de carácter tan típicamente mediterráneo. Espero que os gusten.
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No tenía muy claro si iba a incluir o no esta película, que vi la semana pasada en Netflix, entre mis reseñas cinematográficas. Me explicaré. En contra de incluirla estaban dos hechos. Mi motivación para verla es que me he planteado ver la serie que da continuación a la historia. Y por otra parte, hace ya bastante que se estrenó en la plataforma de contenidos en línea. Si no recuerdo mal, creo haber leído que se estrenó en mayo del año pasado. A favor de incluirla, es una película hecha para el cine, en su país de origen y en algún otro del Asia oriental se estrenó en la gran pantalla, y los precedentes. En algún momento escribí por estas páginas que si veía la película antes de un año desde la fecha de su estreno,… entonces la consideraba estreno. Un criterio tan racional o tan arbitrario como cualquier otro. Al final, comento en estas páginas esta película de aventuras dirigida por Shigeaki Kubo en los fríos paisajes de Hokkaido.
La película comienza con escenas de una de las batallas más sangrientas de la Guerra Ruso-japonesa en 1904, en el sitio de Port Arthur. Una carnicería que se adelantaba y profetizaba las que se iban a producir a partir de 10 años en los campos de batalla de Europa. Saichi (Kento Yamazaki) es un soldado japonés que sobrevive milagrosamente a la batalla y se gana el sobrenombre de inmortal. Poco tiempo después, recuperado de sus heridas y terminada la guerra, lo encontramos en el invierno de la isla más norteña del archipiélago japonés, a la búsqueda del tesoro robado a los ainu. La clave para encontrarlo está en los tatuajes de algo más de una veintena de presos que se fugaron de una cárcel. Tiene sus motivos para lanzarse a esta búsqueda. Recibirá la ayuda de una joven aina, Asirpa (Anna Yamada). Y tendrán que ingeniárselas para sobrevivir a la búsqueda. Otros buscan también el tesoro; facinerosos, aventureros y el ambicioso general de la división del ejército estacionada en Hokkaido.
Empiezo el comentario por la conclusión; a mí me entretuvo lo suficiente como para darle el aprobado en todas sus dimensiones. El esquema de la película, cuya aventura queda inconclusa y de ahí la serie que la sigue, al fin y al cabo es una adaptación de una serie de manga, es el típico de la caza del tesoro. No son pocas las historias que se han escrito o filmado basadas en este arquetipo. Empezando por la maravillosa novela de Stevenson, La isla del tesoro. No voy a desglosar ahora los numerosos antecedentes de este tema, aunque sí recordaré la primera película que vi de niño sobre este tema que se me quedó grabada. La vi con mis padres en el desaparecido cine París de Zaragoza, El oro de MacKenna (MacKenna’s Gold), con Gregory Peck y Omar Sharif al frente del reparto. Un western tardío, y no muy brillante, realizado cuando ya el género había caído en su popularidad. Pero a mí se me quedó grabado. Pues esta película es heredera de ese arquetipo. Eso sí, con el punto añadido de los bellos paisajes invernales de la isla, y con un intento de reivindicar la cultura ancestral de los ainu, tradicionalmente maltratada por el gobierno japonés.
Sin embargo, te quedas con la rabia de que claramente había materia para algo mejor. Estamos ante una situación que he visto en diversas ocasiones. Es muy difícil trasladar las extravagancias y los enfrentamientos inverosímiles del manga a la acción real. Aunque el conjunto del reparto, sin hacer maravillas, sostiene con razonable firmeza el entramado, hay buena química entre los intérpretes, las escenas de acción, aunque divertidas, ponen en exceso a prueba la suspensión temporal de la incredulidad del espectador. Creo que podría haber salido una película estupenda adaptando la historia, pero no el manga. Es decir, coger la historia, y filmarla con verosimilitud y dando algún mensaje de mayor calado. Más claramente antibélico, más claramente defensor de las minorías étnicas más allá de cuatro pinceladas folclóricas, y dando algo más de profundidad a las motivaciones de los personajes.
Pero es lo que hay. Este tipo de adaptaciones se dan con frecuencia en el cine y la televisión japoneses. Se busca satisfacer las expectativas de los fans del manga, que además previamente a visto una adaptación en serie de animación, que también se puede permitir extravagancias que chirrían en la acción real. Y por ello, al final, desde mi punto de vista, es, simplemente, una película entretenida.
Esta serie de fotografías que ilustran esta entrada de este Cuaderno de ruta pueden verse, comentadas desde un punto de vista de la técnica fotográfica, en Carlos en plata. Aquí se reproduce parcialmente el texto de esa publicación.
Ayer hubo excursión en el día de ASAFONA Asociación aragonesa de fotógrafos de naturaleza, con destino a Daroca y la laguna de Gallocanta. Guiados por una socia de la asociación darocense, durante la mañana realizamos un recorrido por algunas de la zonas menos conocidas de esta localidad aragonesa, al sur de la provincia de Zaragoza, prácticamente lindando con la de Teruel.
Daroca es una población que tuvo su importancia en la edad media. Muchas de las leyendas que se cuentan de la ciudad tienen que ver con su posición dentro de la Hispania musulmana. Y aunque se habla mucho su condición de población fronteriza entre el reino cristiano de Aragón y los reinos musulmanes, lo cierto es que cayó en poder de Alfonso I sólo dos años después de la caída de Saraqusta.
Lo que recorrimos fueron algunos de los restos arqueológicos de las fortalezas que protegían la ciudad durante el siglo XI, con las murallas correspondientes, así como la Mina, un diversión de las aguas torrenciales que eventualmente asolaban la ciudad, a través de un túnel de más de medio kilómetro de longitud excavado bajo el cerro de San Jorge, realizado a mediados del siglo XVI, una impresionante obra de ingeniería para la época. Canaliza las aguas torrenciales hacia el río Jiloca, evitando el centro de la ciudad.
Tras comer en el albergue Allucant en Gallocanta, recorrimos diversos observatorio alrededor de la laguna con la esperanza de observar, y en el mejor de los casos fotografiar, las grullas y otras aves de esta cuenca endorreica que constituye una lugar de máximo interés ecológico. En estos momentos, con la mejoría del tiempo, las grullas están en plena migración hacia el norte, haciendo escala en su viaje en la laguna de Gallocanta. Estos días se pueden oir cuando sobrevuelan Zaragoza en grandes bandadas en dirección norte.