Es el 17º día de Nochevieja en el que presento mis 12 fotos para los 12 meses del año que se va. Más mi saludo personal en el encabezado.
Como de costumbre, no he buscado fotos representativas. Aunque alguna hay. Ni que fuesen las “mejores” fotos de cada mes, signifique lo que signifique eso. Simplemente, pequeños momentos, emociones, cosas que pasaron, o simplemente una foto que me había pasado desapercibida en su momento… Este año, son todas digitales. Porque he vuelto a usar más este medio fotográfico cuando no estoy de viaje. Pero realmente, eso es algo que importa poco. Y en la entrada de ayer se pudo ver el equivalente a esta entrada, pero basada en la fotografía con película tradicional.
Y aquí van. Sin pies de foto explicativos. Simplemente, el mes en que fueron hechas las fotos. En esta ocasión, sólo una por mes.
Como viene sucediendo en los últimos años, la fotografía con película fotográfica tradicional es un componente importante, esencial diría yo, en la práctica de mi afición a la fotografía. Recientemente he procedido a renovar, dentro de mis ciclos de aproximadamente seis años de duración, una parte de mi equipo fotográfico digital, y ponerse con las pejigueras de las n-cientas opciones de los menús de configuración de la máquina es una pesadez. Hasta que dejas a punto la cámara… es desesperante. Y eso que son cámaras excelentes. Con una cámara para película tradicional, especialmente las de cierta época y ergonomía, el ponerse a hacer fotos como si la hubieras tenido es inmediato. E inmediatamente te centras en la foto, y no en el chisme. Por mucho que pueda ser un placer utilizarlo. Estos días he estado haciendo algunas fotos con la veterana Leica CL y su Summicron-C 40 mm f2 y, aunque no he revelado todavía el rollo, la concentración que aplicas a la foto es mucho mayor, porque la cámara no se interpone en el proceso. ¡Qué pocas cosas necesitamos para ser felices al hacer una foto!
Dentro de unos días me contradeciré, cuando comente mi emergente afición a la fotografía de aves… pero bueno. El año fotográfico en lo que se refiere a la película tradicional se caracteriza, por lo menos para mí, en que han aparecido en que como respuesta a la reducción de oferta disponible de película para negativos en color, y su monopolio casi absoluto por Kodak, cuyas películas se venden bajo su marca y bajo muchas otras, han aparecido iniciativas para aumentar la diversidad. En Alemania, en el Reino Unido, con esfuerzos para desarrollar nuevas emulsiones, o para fabricar algunas viejunas. Y también la iniciativa de diversas gentes por el mundo para reenvasar en carretes estándar de 35 mm las largas bobinas de película cinematográfica o técnica, más o menos modificadas, más o menos intacta. Y yo he probado en diversas ocasiones estas iniciativas, con distinto grado de éxito.
Y por supuesto, como podéis ver entre los párrafos anteriores, no he descuidado la fotografía instantánea, tanto en su versión Polaroid como en su versión Fujifilm Instax. Con un veredicto claro. La Instax es una película muy superior, pero sus cámaras son una porquería, mientras que Polaroid tiene una pelicula que es una mierda, pero que luce mucho mejor porque tiene mayores dimensiones. Ya lo dice el saber popular, «ande o no ande que sea burra grande».
Antes de hacer un rapaso mes a mes del año os recordaré que mi actividad en fotografía instantánea la podéis encontrar en @carlos.carreter.instant, y que el resto de actividad fotográfica con película tradicional está en @carlosenplata. Y que suelo comentar mis experiencias fotográficas, tanto las exitosas como los fracasos en El viaje fotográfico de Carlos.
Enero – La película Lomography Potsdam Kino 100 es una de las películas en blanco y negro que más uso. Esta película, que en realidad es una Orwo UN54, película cinematográfica ISO 100, reenvasada por Lomography, no es la mejor del mercado, pero tiene un rendimiento tonal con el que me siento muy cómodo. Cámara, Leica M6 con Summicron-C 40 mm f2.Febrero – A finales de 2022 me hice con un par de rollos de Cinestill 50D, otra película reenvasada, procedente de las películas cinematográficas de Eastman Kodak. Me apetecía una película negativa en color de grano muy fino; pero los halos rojizos como consecuencia de la falta de capa antihalo me molestan con cierta frecuencia. Cámara, Leica M6 con Elmar-C 90 mm f2.8.Marzo – Una de las grandes alegrías del año fue recuperar la Plaubel Makina 67, la bonita cámara japonesa con óptica Nikon para formato medio de 6×7. Película, Lomography Color Negative 800.Abril – A finales de abril suelo celebrar el Día Mundial de la Fotografía Estenopeica (Woldwide Pinhole Photography Day). Este años con una Holga PWC 120 y un rollo de Ilford Delta 400.Mayo – Otro rollo de Ilford Delta 400 para paisaje del entorno suburbano de Zaragoza, con la Plaubel Makina 67.Junio – La Orwo Wolfen NC500 es una de las alternativas al imperio de Kodak en la película negativa en color. Mucho grano, baja saturación y colores fríos. Poca nitidez, a pesar de usar el muy nítido Canon EF 40 mm f2.8 STM con aperturas medias sobre la Canon EOS 650. También se vende como Lomochrome Color ’92, que probé en el mes de julio con la Canon EOS 650 calzada con el EF 85 mm f1.8 USM, como podéis ver en el encabezado.Julio – Intento de recuperar una Canon Autoboy TELE QD que me remitieron desde Francia por no usar. Abandonada durante más de 20 años. Tenía la esperanza de que fuera bien, por aprovechar un decente objetivo 40 mm f2.8, transformable en 70 mm f4.9, aunque esto me interesase menos, por la avería de mi Leica Minilux. Pero la cámara está tocada y funciona de forma irregular. Al menos, a final de año recuperé la Mininlux. Película, Kodak Ektar 100.Agosto – La Adox Color Mission es una de las películas en desarrollo, y cuyas versiones «beta» son comercializadas para financiar el desarrollo de una versión definitiva de emulsión para negativos en color. He usado ya varios rollos en los dos últimos años, y en determinadas circunstancias lo paso bien con ella. Pero muy inmadura todavía. Cámara, Minox 35 GT-E.Septiembre – Algo que generó ilusión entre los aficionados a la película fotográfica fue que Kodak decidió comercializar la Kodak Gold 200 en formato 120. Lo cual me parece muy bien, aunque hubiese preferido, por mayor polivalencia, la Ultra Max 400. El grano se nota menos en formato medio. Cámara, Fujifilm GS645S Wide 60.Octubre – Unos tipos de Valencia empezaron a comercializar hacia el mes de septiembre la Kodak Aerocolor IV, película técnica para fotografía aérea con sensibilidad nominal ISO 125, que se fabrica en bobinas o rollos por metros, reenvasada bajo la marca 1Hundred Film. Me lo pasé bien con ella en un paseo fotográfico usando la Leica M6 calzada con el Zeiss Planar 50 mm f2 ZMNoviembre – Había usado previamente las películas Lomography para negativos en color, pero nunca la Lomography Color Negative 100. Así que le di una oportunidad. Y la saqué a pasear montada en la Olympus mju-II. Dicen que es una Kodak Color Plus 200. No sé… dicen. No va mal para un uso general con buena luz.Diciembre – Uno de los acontecimientos del año fue el anuncio de Harman de una película negativa en color. Son los fabricantes de las prestigiadas películas Ilford en blanco y negro. Pero por temas de derechos de marca, no pueden llamar a sus productos en color «Ilford» y por ello la venderán como «Harman». La Harman Phoenix 200 es una versión «beta», en desarrollo, comercializada para financiar ulteriores desarrollos, como la Color Mission. Muy contrastada, con poca latitud, con grano como pelotas de nivea, y no demasiado nítida. Les queda mucho por hacer. En Barcelona, con Canon EOS 650 y Tamron 35 mm f1.8.
Llegamos al final de 2023. Un año… que no ha estado mal. Y comienza el repaso de fin de año, fundamentalmente un repaso fotográfico, que es lo que me apetece, como de costumbre desde hace ya un buen montón de años en este Cuaderno de ruta. En mi carpeta con fotografías de viaje he registrado quince subcarpetas, es decir, quince viajes de mayor o menor duración. Van desde la excursión en el día a algún pueblo aragonés, incluso de la propia provincia de Zaragoza, en cuya capital vivo, hasta algún viaje intercontinental saltando el Atlántico durante unos cuantos días. Así que mi concepto de lo que es viajar con la cámara al hombro es muy amplio. Así que sin más, vamos con el repaso. Con fotos.
31 de enero – Una revisión de la actividad cultural en Madrid y una visita a los amigos desde hace 25 años
6 de marzo – En Barcelona, reparando cámaras fotográficas y una visita a los amigos desde hace 40 años.
Viaje de Semana Santa – Basilea, Friburgo, Colmar, el Jura… en una pequeña reunión con aficionados a la fotografía con película tradicional de Suiza y Alemania.
26 y 27 de abril – Reuniones de trabajo en Madrid.
16 de mayo – Excursión con AFZ Asociación de fotógrafos de Zaragoza a Torrellas y Tarazona.
Vacaciones de primavera – San Francisco y escapada a Yosemite Valley.
Puente de agosto – Reunión familiar en Estocolmo.
15 de septiembre – Nueva visita al Museo Würth La Rioja en Agoncillo y a Logroño.
Vacaciones de principios de otoño – Turín, Piamonte y Milán.
Escapada del Pilar – San Sebastián y otras localidades del País Vasco.
28 de octubre – Excursión a los hayedos de Sansanet y Le Somport en el Pirineo francés con ASAFONA Asociación aragonesa de fotógrafos de naturaleza.
25 de noviembre – Excursión al Parque Geológico de Aliaga con ASAFONA Asociación aragonesa de fotógrafos de naturaleza.
1 de diciembre – Una mañana de lluvia en Calatayud.
4 de diciembre – Segunda visita del año a Barcelona por similares motivos a la de marzo.
Como en los días de final de año, con los días de fiesta y la abundancia de estrenos y tal, siempre se acumulan las películas para comentar, pensaba hacer una entrada doble. Pero tras ver esta película de Takashi Yamazaki, algo que no estaba en mis planes ni de lejos, he considerado que se merece una entrada en solitario para destacar… sus virtudes… y los defectos de la industria del cine norteamericana. No soy nada original. Mucha gente lo está haciendo en estos momentos. Especialmente cuando se hacen cuentas. Esta película ha costado, según nos dicen, algo menos de 15 millones de dólares. Desconozco lo que habrá costado su promoción… pero teniendo en cuenta que no ha habido anuncios en las marquesinas, que ha llegado sin versiones dobladas al castellano o a otros idiomas, y que su éxito está dependiendo del boca-oído en redes sociales más que otras cosas, no mucho. Las superproducciones de Hollywood… El Godzilla de 2014, hace diez años, habría que corregir por la inflación, costó 160 millones de dólares, más de diez veces más, con unos costes de promoción y distribución de 100 millones de dólares… La vi en vídeo, en televisión, apenas la recuerdo… y tal. En los agregadores de crítica cinematográfica, la película actual, japonesa, entre 10 y 15 veces más barata, concita un 98 % de acuerdo críticas muy positivas (8,4/10 de puntuación). La producción norteamericana alcanza un 76 % de críticas positivas (6,7/10 de puntuación). Entendéis por donde quiero ir, ¿verdad?
Mis fotografía realizadas con película en blanco y negro en Tokio me vienen muy bien para ilustrar esta entrada que transcurre en gran medida en la capital nipona.
La historia es la clásica del kaijū es la clásica. Como consecuencia de los ensayos atómicos norteamericanos en el atolón de Bikini en 1946, aparece un enorme monstruo indestructible y radioactivo que siembra la destrucción por donde pasa, y llega hasta Tokio donde se arma la de San Quintín. Nada parece pararlo, ante la pasividad y la ineptitud de los victoriosos en la guerra, los Estados Unidos, más preocupados, y de un gobierno japonés… que no merece la confianza de sus ciudadanos, tremendamente decepcionados tras la derrota en una guerra sin sentido, donde realizaron numerosos sacrificios. Pero una iniciativa ciudadana, desesperada, imperfecta, pero entusiasta… ¿conseguirá parar al kaijū?
Eso sí… el minus one del título, el -1.0 en el original viene de que hay un prólogo en la historia, que guía la peripecia de los personajes humanos protagonistas. La primera aparición del muestro es durante la guerra, poco antes de terminar, cuando aparece, más pequeño, en una isla donde existe un aeródromo militar japonés, y donde aterriza Shikishima (Ryunosuke Kamiki) un piloto kamikaze que ha fingido una avería en su avión para no cumplir su misión suicida. El, y el jefe de mecánicos, Tachibana (Munetaka Aoki), sobreviven al ataque del monstruo. Pero quedan traumatizados por el evento, y no consiguen superar sus miedos y sus traumas. Shikishima vuelve a Tokio, donde encuentra su casa destruida y sus padres muertos, y en la chabola que monta se refugia con una joven que ha quedado huérfana, Noriko (Minami Hamabe), y que ha recogido a una bebé, Akiko (Sae Nagatani), también huérfana, formando una curiosa familia informal. Shikishima encontrará un trabajo en los dragaminas que limpian las costas japonesas,… donde se encontrará de nuevo a Gojira, nombre original del monstruo que en los países occidentales llaman Godzilla. Un portmanteau de las palabras gorira [ゴリラ, gorila] y kujira [鯨, ballena], una nombre destinado a denominar a una monstruo muy grande y muy fuerte.
Vayamos por partes, como dijo Jack el destripador. La realización de Yamazaki es absolutamente superlativa. De su magro presupuesto, dado que es una película con un monstruo espectacular, saca oro. Visualmente es perfecta. Basándose en un uso magistral de la cámara y de las lentes, y con la fenomenal fotografía de Kōzō Sibasaki, consigue generar un realismo, una verosimilitud de sus imágenes, que contrasta enormemente con el aspecto irreal, con colores muy alterados, del cine norteamericano, que muchas veces resalta el hecho de que son imágenes generadas por computadora, en lugar de dar de impresión de autenticidad. El rodaje es en digital, pero consigue que la textura de la imagen semeje en gran medida la de la película cinematográfica, con su grano y sus imperfecciones que dan vida a la imagen. La ficción de acción fantástica, superheroica, monstruosa y demás en los EE.UU. acaba pareciendo que actores de carne y hueso se mueven en un escenario de animación más o menos realista, pero de animación. Entre Yamazaki y Sibasaki nos transportan al ambiente del Japón de posguerra. De ruina y decadencia. La película podría estar rodada en blanco y negro y ser también perfecta. De hecho, parece que van a estrenar una versión en blanco y negro, Godzilla Minus One/Minus Color. Creo que me apetecería verla.
Yamazaki se inspira también en la tradición del cine japonés, especialmente los excelentes directores de la posguerra que conseguían hacer películas estupendas con presupuestos ridículos. Los encuadres, los interiores, las vistas de las ciudades destruidas… todo ello tiene sabor a aquel cine. El hecho de que la protagonista femenina se llame Noriko no deja de transportarnos al cine de Yasujirō Ozu y su Trilogía de Noriko, las tres películas en las que Setsuko Hara hizo papeles protagonistas en los que se llamaba Noriko. Personajes distintos, con el mismo nombre, independientes entre sí, que representaban una mujer japonesa en la posguerra mundial que debía rehacerse a sí misma. Compasiva, amable, dedicada, pero buscando un nuevo papel en la sociedad, intentando superar los lastres de las tradiciones del país, pero sin romper con los valores positivos. La Noriko de Yamazaki, con pocos trazos, pero con decisión, marca su voluntad y su decisión, bondadosa, adopta a una huérfana, cuando ella misma es una joven apenas salida de la adolescencia, también huérfana, dispuesta a robar y lo que haga falta para sobrevivir, pero trazando una línea clara en lo que se refiere a venderse a sí misma, y dispuesta a sobrevivir.
Como contrapartida el héroe es una antihéroe. Caído en el deshonor por no haber cumplido con su deber de kamikaze, sumado al terror que lo invadió y lo paralizó en la primera aparición del monstruo, es un joven para quien la guerra no ha concluido. Es el paradigma del ciudadano utilizado por el estado totalitario en una guerra absurda, un estado que no valora la vida de sus ciudadanos, ni los protege, como establece con claridad otro personaje de la película. Porque la película es claramente antibelicista, pero salvando la dignidad del sufrido pueblo japonés, víctima de su propia cultura y tradiciones. En la película original, el monstruo era metáfora de dos elementos que marcaron la posguerra; el terror radioactivo, el terror a la bomba atómica, a la destrucción última y perversa, y el despertar de ese monstruo que les ha vencido y les ha invadido, los Estados Unidos, un monstruo que ha despertado y que amenaza el mundo. En la película actual, las metáforas se han modificado, pero su significado profundo es muy potente y actual. Y en esto se diferencia también enormemente de las películas norteamericanas del mismo género. Aquí, Godzilla es una macguffin para el avance y el crecimiento de los seres humanos y su comunidad, que son los que realmente importan, frente a la indiferencia de los propios gobiernos que debieran protegerlos. Todo ello impulsado también por unas interpretaciones sentidas y bien adaptadas a lo que se les pide. Sentimos la empatía, y la simpatía, hacia estos personajes que están dispuestos al sacrificio pero que, frente a la viciosa retórica del Japón de la guerra, quieren vivir, tienen que vivir, como una obligación autoimpuesta y delegada por los que murieron en la guerra.
Esta es una de las mejores películas de este 2023 que se termina. Para mi sorpresa y la de muchos. Y no debiera serlo. Porque hace tiempo que algunos sabemos que, entre la mucha morralla que realizan para consumo propio y que de vez en cuando nos llega, en Japón se siguen haciendo verdaderas obras maestras como hemos podido comprobar en los últimos años. Arriesgaos e id a verla. Sin prejuicios, sin apriorismos. Igual quedáis igual de gratamente sorprendidos como he quedado yo. Y los que me acompañaban. Y las personas que había en la sala, en una tarde-noche gélida, en la que sólo apetecía quedarse en casa, y allí estábamos.
En junio de 2021 me di una vuelta para visitar el show que monta el Ayuntamiento de Zaragoza en los últimos años, Zaragoza Florece, en el Parque Grande de la ciudad. Una cosa de poner muchas macetas y muchas flores. Por aquello de que a primeros de junio es primavera, aunque últimamente parece que es más bien verano. No en 2021, que además de un pandemia, aquel día teníamos un nublado. Pero la cámara, la bonita Leica Minilux, que llevaba se estropeó. Aunque dos años y medio después… volvió a funcionar. Simplemente con cambiarle la pila. Que en aquel momento no estaba agotada. ¡Sorpresa! Las fotos que hice las he podido revelar. Tienen cosas raras. Lo comento en La “últimas fotos” de la cámara que “se estropeó” – Leica Minilux con Kodak Ultra Max 400. Aquí os dejo algunas fotos de aquel carrete.
Lo más curioso es que esta «epidemia» de recuperaciones espontáneas puede que se esté extendiendo en casa. La también bonita, y chiquita, Olympus mju-II, que en sus buenos tiempos, en los años 90 del siglo XX, me acompañaba con frecuencia a esquiar, por estar protegida contra polvo y salpicaduras, hace fotos, pero al llegar al final de carrete, no rebobina. Y lo que pasa con la electrónica, no tiene manivela para rebobinado automático. Por lo que sólo puedo hacer un rollo y, luego, en casa, sacarlo y rebobinarlo a oscuras antes de revelarlo. Así que no me la puedo llevar de viaje, como hice en ocasiones, porque si se me termina el rollo durante el día, no puedo poner otro hasta llegar al hotel y quedarme a oscuras. Un rollo. Pero el lunes, la estaba usando mientras paseaba por la ribera del Ebro en Zaragoza, y se acabó. La recogí. Pero al llegar a casa, me encontré con que al parece se había rebobinado sola.
¿Otra recuperación espontánea? Los que somos de ciencias sabemos que «a propósito de un caso» no se demuestra nada. La cosa se tiene que confirmar. Tiene que seguir pasando en un futuro, antes de que podamos certificar la recuperación de la cámara. Y os contaré. De momento, el lunes mandaré a revelar los últimos rollos de negativos en color que he hecho con ambas cámaras, para confirmar que todo va bien. Esperemos.
Comenté ya hace un tiempo que por una de esas causas y azares fui un adolescente español que conoció las aventuras de Valerian y Laureline en cómic mucho antes que cualquier otro, cuando sólo se podían leer en francés. También creo que comenté en su momento que, a mí, quien realmente me gustaba era Laureline. Que Valerian, las más de las veces me parecía un memo. Los 23 álbumes firmados por Pierre Christin, guionista, y Jean-Claude Mézières, dibujante, aparecieron entre 1970 y 2010. Yo leería algunos de los que aparecieran antes de 1980… después ya… ninguno. Pero recientemente descubrí, durante un viaje a Toulouse, una nueva serie, Valerian, vu par…, en la que escritores y dibujantes actuales reinterpretan las aventuras de Valerian y Laureline, adaptándolas a su propio estilo, y a los tiempos actuales. Es decir, no es como las aventuras de Astérix actuales, con autores distintos de Goscinny y Uderzo, pero que siguen el estilo de las aventuras de estos. En las nuevas aventuras de Valerian y Laureline, cada autor es libre de expresarse libremente, con su estilo y sus ideas. Y la solución me parece más rica y creativa.
La periferia parisina, donde puede que empiecen las aventuras de Valerian y Laureline que os traigo hoy a comentario.
La aventura que traigo hoy es la primera de las tres que componen la serie Valerian, vu par…. Publicado el original francés en 2011, paradójicamente es la última de las tres que he leído. Curiosamente, es la que más me ha gustado, ya adelanto. En ella, nos encontramos un día cualquiera del siglo XXI, en un bar cualquier de una ciudad cualquiera de Francia, quizá de la periferia parisina, con un grupo de parroquianos dedicándose a especular sobre cuestiones diversas mientras beben y haraganean. Cuando llega una nave espacial, con Laureline a bordo, y secuestra a uno de ellos de apariencia especialmente anodina asegurando que, aunque no lo recuerde, es Valerian, a quien un malvado jackolass ha transferido a ese cuerpo. Y que van a mandarlo de alguna forma al planeta prisión donde el malvado jackolass cumple pena de prisión duran «miles de años-luz» para que puedan revertirlo a su natural ser.
La aventura escrita y dibujada por Manu Larcenet tiene un carácter claramente paródico de las aventuras originales. Pero respetando el espíritu de las mismas. Sus diálogos tienden al absurdo, sus dibujos tienen una estética que tiende al punk, a lo marginal, o lo underground. Y globalmente considerada es una aventura realmente divertida, la más divertida de las tres que componen esta serie, la más libre y menos acomplejada. La aventuras originales ya tendían en muchas ocasiones al absurdo. Recordemos que Valerian era en ocasiones un antihéroe, ya que la que en realidad resolvía las situaciones y salvaba la situación era Laureline. Y hasta cierto punto, volvemos a esa cuestión… la aventura de Valerian que nos propone Larcenet… tal vez no sea una aventura de Valerian. Pero para comprobarlos tendréis que leerla vosotros mismos. A mí me parece muy recomendable. Yo la he leído en el original en lengua francesa, pero podéis encontrarla traducida al castellano.
Es la última entrada de viajes en el día de los que he realizado últimamente. Y probablemente del año, aunque vete tú a saber si me escapo a algún sitio estos días que tengo fiesta. Ya veremos, que dijo un ciego a otro ciego. En cualquier caso, en Calatayud, a principio de mes, como ya os conté, pero esta vez con película fotográfica. Las cuestiones de técnica fotográfica de las fotos las tenéis en En Calatayud con un película de siempre – Leica M6 con Kodak Ultra Max 400. Aquí os dejo algunas fotos.
En los últimos domingos, el espacio dedicado a las recomendaciones fotográficas se lo han llevado los libros y algunas exposiciones. Así que se me han acumulado un buen número de las que encuentro por internet. He reducido a poco más de media docena, que comentaré de forma muy ligera. Será las últimas de este año, porque probablemente la entrada del próximo domingo tendrá otro tono, como corresponde tradicionalmente en este Cuaderno de ruta a los 31 de diciembre. En cuanto a las fotos acompañantes, hace poquito hablé del rollo de película que hice en varios viajes con una cámara Olympus Pen EE3, de medio formato (17 x 24 mm). Pues bien, también había algunas fotos realizadas en Zaragoza.
Joel Meyerowitz es uno de mis fotógrafos favoritos. Y uno de los defensores del color como medio de expresión fotográfico, frente a quienes defienden el blanco y negro como más propio de la fotografía artística, o incluso como de la documental más pura. Yo estoy con Meyerowitz. En Blind Magazine nos hablan de esto, y confrontan una serie de fotografías de Meyerowitz sobre un mismo lugar y motivo, unas tomadas en blanco y negro, otras en color. Interesante.
Parece muy lejano el tiempo en que había dos Alemanias. Mucho sea escrito y mostrado sobre la desaparecida Alemania Oriental, que cada vez es más difícil de reconocer en las ciudades que lo fueron. Por eso quizá me ha parecido interesante el artículo en Another Magazine que nos muestra las fotografías de la fotógrafa Evelyn Richter mostrándonos lo cotidiano de aquel país que no debería haber sido y ya no es, pero fue.
No conocía, o no recordaba, al fotógrafo documentalista Frank Stewart. Pero en Blind Magazine nos lo han recordado recientemente. Fotógrafo afroamericano, dirigió su mirada hacia la cultura y el mundo de los negros en Estados Unidos, con especial dedicación al mundo del jazz. Me ha parecido interesante.
Está de moda en España y sus comunidades autónomas rescatar del olvido a las fotoreporteras de hace unas década, y que aparentemente habían quedado olvidadas, y ahora de nuevo se las reconoce y homenajea. En Clavoardiendo nos han hablado de Isabel Azkarate que cubre el cupo vasco de este fenómeno. Aunque creo que Azkarate podría ser poco conocida, pero no olvidada.
No sé dónde encontré la recomendación para este fotógrafo, pero me gustan mucho las fotografías de plantas de Ichigo Sugawara. Y también el resto de las fotografías con otros temas. Japonés, de Sapporo, ya veterano, no lo conocía. y en la medida en que ha fotografía en su Hokkaido natal… eso siempre supone un plus.
Ya son diversos los fotógrafos que apuntan sus objetivos hacia las consecuencias de la crisis climática global. En Lens Culture nos han mostrado las fotografías de otro fotógrafo japonés, Shunta Kimura, esta vez en los paisajes de la ya de por sí empobrecida Bangladesh. Me han gustado mucho. Usa una Mamiya RZ67 con películas Kodak Portra, probablemente sobreexpuestas. Bonita estética.
La serie más destacada de hoy nos llega en Netflix desde Taiwán. Pero antes comentaré cosas de otras dos que he visto o voy viendo recientemente.
Recorriendo el estanque del Loto de Zuoying en Kaohsiung, Taiwán.
Me llamó la atención una serie documental en Netflix sobre la Segunda Guerra Mundial, realizada a partir de material audiovisual restaurado o inédito de la época. Se titula World War II: From the frontlines (La II Guerra Mundial: desde el frente). Narrada por John Boyega, actor que saltó a la fama por su aparición en la tercera trilogía de la franquicia Star Wars, vi que estaba muy bien valorada en diversos ámbitos y parecía prometer. No negaré que visualmente es muy atractiva. Básicamente han restaurado mucho metraje de filmaciones del conflicto, recuperando también metraje inédito, y lo han sometido a un proceso de coloreado que… funciona la mayor parte de las veces. Cuando funciona, impresiona. De repente las personas que tenemos en pantalla no parecen antiguas… irreales. Es más eficaz. Es de las pocas veces en que me ha parecido justificable el proceso de coloreado, al que soy contrario cuando se trata de obras no documentales, por su falta de respeto a la creación original. Pero sin duda, quienes realizaron estas filmaciones en los años 40 del siglo XX, si lo hubieran podido hacer en color, lo hubieran hecho. Por ello no me parece mal. El problema de esta serie es que se apoya tanto en el aspecto visual,… que se olvida narrar con cierta profundidad el conflicto. Es una narración histórica de trazo rápido y grueso. Se detiene un poco en eventos puntuales del conflicto, aquellos que consideran más importantes, pero pasa por alto o resume de forma excesivamente somera otros que hubieran dado fondo y consistencia a la narración. Y además, resulta obvio que las imágenes que cuentan no siempre proceden de los hechos que se están narrando en esos momentos. Creo que el momento más claro es cuando aparecen imágenes de un B-29 cuando hablan del comienzo de los bombardeos sobre las ciudades alemanas. Los B-29 aparecieron con la guerra muy avanzada y actuaron en el Pacífico. Hay otros ejemplos. Es obvio que para una buena narración de la historia hubieran hecho falta por lo menos 12 o 13 episodios. Pero eso sería caro. El proceso de restauración y coloreado consumirá muchos recursos. Por lo tanto es una serie más orientada al «espectáculo», de ahí su buena valoración entre muchos espectadores, que al comentario histórico y social en profundidad, de ahí mi cierta decepción.
Netflix ha incorporado a su catálogo algunas prestigiosas series procedentes del catálogo de HBO. Y muchas de ellas son de gran calidad. Y me he puesto con una de ellas que me durará… no sé hasta cuando, porque son cinco temporadas de 12 o 13 temporadas. Se trata de Six feet under, una de las mejores series de ficción de la historia de la televisión, siempre oscilando entre la comedia y el drama. En su momento vi algunos episodios, hace mucho tiempo. Pero entonces no era tan cómodo como ahora. Y ya llevo vista la primera temporada. Impresionante. Buenísima. Con el aspecto 4:3 en la televisión, y una realización clásica de este formato, con reglas muy distintas en la colocación en escena de los personajes y el escenario, es una maravilla. Recuerdo que las dinámicas de los personajes, tan intensas y conseguidas me recuerdan a otra maravilla, I, Claudius. En fin… que a lo largo de los próximos meses iré viendo toda la serie. Ahora estoy descansando tras la primera temporada. La retomaré después de Año Nuevo.
Finalmente, me llamó la atención otro estreno reciente en Netflix. Cǐ shí cǐkè [此時此刻, en este momento], titulada en inglés como At the moment, y en castellano como Amor, aquí y ahora, es una serie taiwanesa que responde a lo que he puesto en el título de la entrada; amor (y desamor) en tiempo de pandemia. Con diez episodios, en los que se narran historias de romances durante los años en los la pandemia de covid estuvo más en auge, es colección de historias protagonizadas por personas con vidas cruzadas. Es decir, quienes son protagonistas en un episodio son secundarios en otro. Hay correlaciones y correspondencias entre todos. Pero cada episodio se centra en una historia distinta. Amores fingidos en un reality show, amores homosexuales, amores perdidos y recuperados, matrimonios que se rompen, matrimonios con los roles cambiados,… Una variedad. Taiwán, que oficialmente no es un país, con toda seguridad es la democracia más avanzada de Asia, la que tiene un mayor nivel de derechos reconocidos, con mayor nivel de libertad de expresión, con mayores niveles de tolerancia, al mismo nivel que las democracias liberales más avanzadas del mundo occidental. Y no es un país… que oficialmente es una provincia rebelde de China… una dictadura totalitaria sin paliativos. Ironías. Y este talante tolerante y de libertades, sobre el fondo de una sociedad que conserva todavía muchas tradiciones de antaño, es lo que domina los relatos. Nadie es perfecto, pero todos tienen una oportunidad. De salir adelante… o de redimirse. Algunos no la aprovechan. A mí me ha gustado. Y voy confirmando algo. De los países asiáticos, no tiene tanta productividad como Corea o Japón,… pero quizá de promedio pueda tener más interés real que los anteriores. Más allá de los guilty pleasures a los que me he vuelto adicto.
La pena es que fuimos al Salón del Cómic demasiado pronto, y sólo encontramos una cosplayer para pedirle que posara. Los que se disfrazan en estas cosas no madrugan. Y suelen estar por la tarde. Pero por la tarde teníamos otros compromisos. Y además es un agobio de gente. Así que esto es lo que hay. Por lo demás, lo pasamos bien.
Estos últimos días no hemos podido desplazarnos a las salas de cine. O estábamos ocupados con otras historias, o los horarios de las versiones originales eran impertinentes para quien tiene que madrugar, en el caso de que sólo se pueda ir a las salas de cine entre semana. Pero he suplido la carencia acudiendo a Netflix, donde se ha estrenado la secuela de una de nuestras más queridas películas de animación. Que no de dibujos animados. Es animación en volumen, aunque normalmente se conoce por el anglicismo stop motion. Vamos, muñecos de plastilina que se van moviendo y fotografiando plano a plano.
Chicken Run fue una sorpresa, muy agradable, un acontecimiento, allá por el año 2000. No porque la técnica fuese novedosa. Si no porque se combinaba con un guion impecable, una aventura de acción inspirada por los clásicos de evasión de campos de prisioneros nazi, especialmente The Great Scape (La gran evasión), pero ambientada en una granja de gallinas para carne. Elementos conocidos, vistos en otras películas, pero en su conjunto muy original y muy divertido. Una joya de la animación. Ahora nos llega su secuela, 23 años más tarde. Las gallinas escapadas de la granja se han establecido en una isla en medio de un lago, en la campiña inglesa, alejados de los seres humanos, y viven felices. Ginger (Thandiwe Newton, voz) y Rocky (Zachary Levi, voz), los protagonistas, han tenido una hija, Molly (Bella Ramsey, voz), muy querida por todos. Pero muy movida y curiosa. Quiere conocer el mundo. La cosa es que, no lejos del lago, se ha instalado una granja para «gallinas felices», muy sospechosa. Y allí, aunque ellos no lo saben hay una vieja conocida (repite Miranda Richardson, voz). Y Molly acabará allí, metida en problemas.
Esto se resume con pocas palabras. La película está muy bien hecha, los actores y actrices que ponen las voces lo hacen muy bien, con una variedad de acentos que lo hace muy divertido, siempre que lo veas en versión original, claro, y la trama es muy amena y divertida. Inspirada en esta ocasión por las películas de distopías, con inspiración de diversas películas más recientes en el ámbito de la ciencia ficción sobre todo. Muy divertida. Pero ha perdido por completo el factor novedad y originalidad. No puede generar el mismo nivel de sorpresa y satisfacción que su predecesora, porque ha pasado mucho tiempo y los espectadores han vivido otras experiencias en el ámbito de la animación. Y el tono es más familiar. El hecho que la protagonista sea la gallinita adolescente la hace un producto más familiar, mientras que aquella de hace 23 años tenía un punto que atraía al público adulto. ¿Es recomendable? Si estás suscrito a Netflix, sin duda. Pero siempre que ajustes tus expectativas.