Nunca había usado la Zeiss Ikon Ikonta 521/16, un recuerdo que me traje de Londres en 2012, con película negativa en color. No está muy recomendado. Pero hay que «transgredir» los «dogmas» fotográficos de vez en cuando y ver a ver que pasa. Pero es divertido pasear con estas cámaras. Es entretenido, la gente se te queda mirando, alguno te pregunta… Está bien.
El viernes pasado recibí una curiosa propuesta para ir al cine. Uno de los «estrenos» de la semana es la versión digitalizada en 4K de un clásico de la animación japonesa, basado en una historieta de éxito, Akira, también un clásico de ese medio. Acepté… por dos motivos. Me gusta la animación, aunque el cyberpunk no sea mi género preferido (habitualmente), y era una oportunidad de reencontrarme con alguna persona de la que la epidemia en curso me ha mantenido alejado. Así que allí nos presentamos en la sala, con el fin de visualizar la versión original de la película dirigida hace 30 años largos por Katsuhiro Ōtomo.
Tokio… claro
La historia transcurre en un futuro distópico postapocalíptico, en el año 2019 (futuro respecto a su época… es curioso, el mismo año en el que transcurre la acción de la Blade Runner original). Tokio fue destruido en una catástrofe, por una «singularidad». Sobre sus ruinas se reconstruyó Neo-Tokio, donde reina la corrupción política, las mafias, las bandas callejeras,… y donde encontramos a dos pandilleros moteros, Kaneda y Tetsuo, en rivalidad con otras bandas. En una confrontación con una de ellas Tetsuo sufre un «accidente» que hace que se convierta en objeto de interés para el gobierno. Y empiece una transformación en algo que recuerda al origen de la catástrofe que destruyó la ciudad en el pasado.
Con estas películas japonesas de cierta época, en los años 80 y en los 90 del siglo XX, me pasa una cosa. Los temas que tratan no siempre me atraen. No por los temas en sí mismos, sino por los caldos mentales que se montan los japoneses, arrastrando siempre sus complejos derivados de los bombardeos nucleares de 1945 y otras catástrofes, que los llevan a un tratamiento que no siempre me apetece seguir. Pero indudablemente son películas de animación de alto nivel conceptual en lo que se refiere al diseño de producción, a la presentación visual, al notable expresionismo de sus propuestas. Y eso me gusta mucho.
La película se me hace un poco larga. En un momento dado, tengo la sensación de que da vueltas sobre sí misma, sin más fin que reiterar secuencias más o menos espectaculares, en un adelanto de lo que se ha convertido el cine de acción en la actualidad. Pero no se puede negar que está bien dirigida y que tiene calidad. Cualquier aficionado al género disfrutará con ella sin duda.
Sigo llevando un cierto retraso en mi comentario de series televisivas. Hoy voy con una serie de producciones, vistas más por curiosidad que por genuino interés. Con consecuencias diversas. Alguna de estas series hace prácticamente dos semanas que las vi.
Paseo por Londres, dedicado a todas las variantes del monstruo de Frankenstein que los dos últimos siglos se han dado.
Dash & Lily es una comedia de situación de ambiente navideño, producción de Netflix. Para nada me había planteado verla, porque estos productos me empalagan sobremanera, pero algunas recomendaciones procedentes de gente que considero bien informada me animaron. No me arrepentí. Un romance adolescente con Nueva York como fondo, en el que dos jóvenes de 17 años, con actitudes distintas ante la vida y la Navidad, ella (Midori Francis), muy naíf, él (Austin Abrams), muy escéptico, entran en un juego a través de un cuaderno en el que se van dejando notas sin llegar a conocerse realmente en persona hasta muy avanzada la serie. Unos diálogos ágiles, unos personajes simpáticos y una gestión de los tiempos internos de la historia muy dinámica llevan a un producto amable, simpático, fácil de ver y de digerir y que no molesta a nadie. Aunque la joven protagonista roza, sin alcanzarla, la categoría de «cargante».
Lo que se llama habitualmente el terror gótico no es lo mío. Por lo que la aparición hace un tiempo en Netflix de una serie procedente de alguna cadena de televisión británica dándole vueltas al monstruo creado por Mary Shelley, paradigma del romanticismo anticientífico por excelencia, no me atrajo de inmediato. La serie, The Frankenstein chronicles, son dos temporadas de seis episodios cada una emitidas originalmente en 2015 y 2017. El protagonista es de postín, Sean Bean, y la cadena de vídeo bajo demanda utilizan mucho la imagen de Vanessa Kirby como reclamo. Pero esto es engañoso. En la primera temporada, realizada antes de que Kirby subiera su cotización por su trabajo como princesa Margarita, tiene un papel secundario, aunque razonablemente importante. En la segunda… apenas la vemos en un episodio. Pero como digo, en estos momentos esta chica igual es un reclamo más importante que su protagonista. Lo cierto es que la serie no está mal. Aunque tengo la sensación de que la segunda temporada sobra. Que lo que había que contar se cuenta en la primera y ya está. Una reimaginación de la historia del monstruo de Frankenstein, curiosamente en un universo en el que dicho libro ha sido escrito por la propia Shelley que es un personaje más de la ficción. Las ficciones de época británicas suelen estar bien hechas y bien interpretadas. Luego ya es cuestión de que la historia, con más semejanzas con Jack el Destripador que otra cosa, funcione o no. Y en esta ocasión lo hace. Aunque esta versión sean tan anticientífica como el texto de Shelley. Como curiosidad, en 2015 no me animé a ver la serie.
Finalmente un corto de animación visto en Netflix. If anything happens I love you dura 12 minutos. Y teniendo en cuenta la duración de los créditos finales, en realidad apenas dura 10 minutos. Es una pequeña pieza muy bien hecha, con una animación muy elegante, sobre un matrimonio que pierde a su hija de nueve o diez años en un tiroteo en su centro escolar. Un alegato antiviolencia y antiarmas directo, claro y si necesidad de grandes discursos. Si tenéis diez minutos, dadle una oportunidad. Se lo debemos a Michael Govier y Will McCormack.
Aunque la mayor parte de los libros que comento en estas páginas, que no sean de fotógrafos o fotografía, vengan ya en formato electrónico, por conveniencia, comodidad,… de vez en cuando cae en mis manos un libro en formato de árboles muertos. Papel. Hace unas semanas, mientras deambulaba entre las secciones de arte y fotografía de una librería, vi este librito de Nathalie Léger, me llamó la atención y lo compré.
Unas cuantas fotografías parisinas nos vendrán bien para ilustrar un libro sobre un personaje, internacional y cosmopolita, pero intrínsecamente asociada a la capital francesa.
Léger es mujer de letras, escritora, pero también trabaja en el ámbito del comisariado de exposiciones, de la conservación de colecciones de obras artísticas, principalmente literarias, y preside una institución para el estudio y conservación de archivos del mundo editorial francés. Y según varias referencias que he podido ver por ahí, Wikipedia incluida, califican este libro como su primera «novela». Me cuesta verla como tal… hasta que profundizo en el concepto de autoficción, género al que asignan esta obra.
Como autoficción, estaríamos con un relato en el que se mezclan hechos reales de la vida de la autora o de la realidad en general, con elementos ficticios de los que sería narradora en primera persona y protagonista. Y así, en esta autoficción, nos encontramos a la autora preparando una exposición con las muchas fotografías, y otros documentos, que la condesa de Castiglione, Virginia Oldoini, se hizo en el estudio de Pierre-Louis Pierson a lo largo de su vida. Una costumbre, la de fotografiarse en multitud de situaciones, poses y atuendos, que la hace de alguna forma precursora de las (y los) influencers de las redes sociales actuales. Y mientras la autora nos habla del personaje histórico, de sus vaivenes, reflexiona también sobre aspectos de su vida, en especialmente sobre su madre y su relación con ella, a la que compara con determinados aspectos del personalidad del personaje histórico.
Así pues, el libro funciona a dos niveles. Por un lado, parecería un ensayo sobre una mujer del siglo XIX, que tuvo gran influencia en asuntos políticos y sociales. Considerada la mujer más bellas de su época, a mí no me parece para tanto vistos los retratos que se conservan, pero el concepto de belleza es relativo a la época, definió modas, fue amantes de políticos y algún emperador que otro, influyó en acontecimientos históricos… y conoció épocas de declive y olvido. Por otro lado, funciona como reflexión personal sobre las relaciones maternofiliales de la escritora.
Me costó entrar en la dinámica del libro. No tenía yo mucha experiencia en este tipo de forma literaria. Y de hecho, hasta casi la mitad del libro, avancé muy despacio, siendo un volumen ligero de pocas páginas. Luego, en un momento dado, las piezas del puzzle hiciero click, encajaron, y empecé a cogerle el gusto… y se me terminó. No me arrepiento. Esta bien. Pero para quienes buscan mero entretenimiento y estructuras narrativas convencionales… casi mejor no.
Mientras estoy a punto de acabar estas minivacaciones de principios de diciembre que he disfrutado, a dos semanas de la semana de minivacaciones de Navidad, más dedicado a los asuntos domésticos que al ocio, sorprendido por el hecho de que desde hace un mes y medio la afluencia de visitantes a este Cuaderno de ruta se multiplicado por más de dos, sin saber muy bien porqué, y con ganas de salir a dar un amplio paseo, quizá haciendo algunas fotos, para esta tarde terminar de maquetar mi libro de fotos de Andalucía, os voy a dejar algunas recomendaciones fotográficas, por si en vuestra ciudad o pueblo no hace un día agradable para salir al aire libre. Cosa que de momento, aquí en Zaragoza, si sucede.
Hablando de fotógrafos portugueses, justo es que desempolve algunas de mis más recientes fotografías en el país luso. Algunas de las que quedaron… claro,… tras extraviar una de mis cámaras.
Desde hace un tiempo, Lenscratch dedica sus páginas cada semana a un tema. Y esta semana han sido los fotógrafos contemporáneos, especialmente los emergente, de nuestro país vecino, Portugal. Quien siga estas páginas sabrá que este año, en septiembre, disfruté de unos días de vacaciones en Oporto y alrededores. Llevaba 11 años sin visitar el país luso, desde septiembre 2009 en Lisboa (y alrededores, también). El caso es que a mí… Portugal me gusta mucho. Y una cosa que cada vez me sorprende más es que, a pesar de esa mala costumbre de muchos de mis compatriotas de mirar un poco por debajo del hombro a nuestros vecinos, tengo la sensación de que conviven mejor entre sí, con menos acritud, y que poco a poco van adquiriendo niveles culturales muy interesantes. A veces más interesantes que en España.
Con estos datos, no voy a comentar cada fotógrafo o fotógrafa por separado porque no ando bien de tiempo, os voy a sugerir que visitéis las páginas de Lenscratch de esta semana que está terminando. No sé si hoy domingo habrá también un fotógrafo portugués más en la lista, pero de momento son…
Creo que comparandolos entre sí encontraréis comunalidades claras dentro de las diferencias y las distintas personalidades de cada uno.
Henri-Cartier no es un reloj tiene un canal de Youtube además de su interesantísimo blog fotográfico. Un canal que se central especialmente en el comentario de libros de fotografía. Y uno de los presentados más recientemente es Stranger de Olivia Arthur, actual presidenta de Magnum Photos, y una de las más interesantes fotógrafas documentales británicas del momento. Quizá uno de sus trabajos más personales. A mí me gustó mucho cuando participó en PHotoEspaña en un trabajo colectivo siguiendo las rutas de Inge Morath por el Danubio. Os dejo el vídeo.
Hace unos días se conmemoró, no se «celebró», el 40º aniversario de la muerte asesinado de John Lennon. 40 años ya… Tenía 40 años cuando murió… hoy tendría 80 años. Se han publicado muchas fotos en estos días recordándolo. Pero a mí me ha gustado la que publicaron en The Online Photographer, realizada por Lilo Raymond. Un retrato íntimo de Lennon y su esposa, Yoko Ono, compartiendo una comida. Sencillo. Pero convincente. Muchos fans de The Beatles odian a Ono. Lo que demuestra que son una panda de garrulos ignorantes, puesto que esta artista tenía una trayectoria y un nombre propio en el arte contemporáneo cuando se junto con el músico. Pero ya sabemos lo del sexismo… por muy «progre» que uno se crea.
Por cierto, ¿alguien recuerda como yo a Tierno Galván, alcalde de Madrid, inaugurando un paso dedicado al cantante, al que denominaba constantemente John Lennox? El profesor no estaba muy al tanto de la música popular…
Finalmente, un artículo que me ha hecho gracia. Cuando Fujifilm lanzó al mercado su X100V, hace unos meses, uno de los «embajadores» de la marca con los que grabaron un video usando la cámara fue el japonés Tatsuo Suzuki. Pero lo retiraron por las protestas de los youtubevidentes, que no les gustó el estilo de Suzuki de hacer fotografía documental en las calles de Tokio. No es que fuera una novedad. Y hasta prestigiosos fotógrafos de Magnum Photos son más agresivos con estilos similares. A Suzuki todo el trajo al pairo, siguió a lo suyo, y ahora podemos ver cómo tranquilamente sus nuevos libros son presentados, comentados y, frecuentemente, alabados en páginas especializadas. Pasado el barullo, la vida sigue. Realmente, las redes sociales en internet son mucho menos importantes de lo que creemos. Deberíamos resituarnos en nuestra forma de relacionarnos con nuestro semejantes, por difícil que sea en tiempo de pandemia.
Los detalles de estas fotos están en Iluminando sencillas naturalezas muertas con paneles LED – Hasselblad 500CM + Fomapan 200 Creative. Porque esta es una serie de fotos de prueba. El sábado pasado por la tarde, estuve comprobando las capacidades de los paneles con diodos LED para iluminar bodegones y naturalezas muertas. Nada especial, pero os dejo algunas fotos, muy sencillas, que de ahí salieron.
El cine dentro del cine. Un tema que siempre ha dejado películas interesantes. Esta película del interesante David Fincher venía además con una campaña promocional curiosa. Todo el mundo hablaba de que se nos iba a desvelar cómo había sido realmente la concepción y realización de una de las grandes películas de todos los tiempos. Y además, en estos tiempos de pandemia, donde unos apuestan por las salas, mientras que otros lo hacen por las plataformas en internet,… en esta ocasión se apuesta por las dos de forma casi simultánea. Bueno… olvidémonos de la forma de exhibición y vamos al tema… que no es lo que nos habían vendido. Quizá,… paradójicamente,… más interesante.
Este año que termina tendría que haber sido el de mi segunda visita a los Estados Unidos, específicamente a California. San Francisco, seguro; Los Ángeles, con Hollywood, quizá. Pero no ha podido ser. Así que nos tendremos que contentar con Nueva York para ilustrar esta entrada.
De lo que va la película realmente es de las vivencias de Mankiewicz (Gary Oldman) en el Hollywood de los años 30. De su matrimonio con su fiel Sara (Tuppence Middleton), de su amistad con la actriz Marion Davis (Amanda Seyfried), su relación con el amante de esta William Randolph Hearst (Charles Dance, ¿elegido por las similitudes entre Hearst y Tywin Lannister?), y con muchos otros importantes personajes de la meca del cine en aquellos años. Todo ello, recordado en flashbacks mientras Mankiewicz escribe la primera versión de la película que inspiró Hearst y dirigió Orson Welles (Tom Burke), ayudado por su secretaria Rita Alexander (Lily Collins).
Filmada en blanco y negro (digital), cono sonido monoaural, para mayor acercamiento al ambiente y a las películas de la época, con un elegante y preciso diseño de producción, la película se basa en gran medida en las excelentes interpretaciones de su extenso reparto, con el mayor peso, por supuesto, para Oldman. Quizá demasiado mayor para interpretar a un hombre que en aquellos momentos rondaba los 42 años. Tal vez hayan querido reflejar de esa forma los estragos del alcohol en el Mankiewicz original… pero aun así.
Pero lo más interesante es la crítica sociopolítica que la película lleva consigo. Muchos críticos y prensa especializada se han centrado alrededor de la película en la polémica sobre si el guion fue obra exclusiva de Manckiewicz, si Welles intervino significativamente o, incluso, como muchos proponen, el guion final fue una adaptación de Welles al extenso escrito de Manckiewicz. Pero la película hay que leerla, y de ahí le viene buena parte de su interés, en función de los tiempos que corren, ya que expone las manipulaciones de los magnates de la industria del cine para influir en la política, manipulando la opinión pública y recurriendo a la mentira. O como dicen algunos ahora, con un estúpido oxímoron, a las falsas verdades.
He de confesar que me costó un poquito entrar en la película. Un poco confusa al principio. O quizá fuera mi estado de ánimo. Pero finalmente, la disfruté, y evidentemente es una de las propuestas más interesantes de este anómalo año cinematográfico. Totalmente recomendable.
Esta semana no tengo que ir a trabajar. Fiesta hasta el lunes que viene, día que sufriré como una pesadilla, porque cada vez me acostumbro más rápidamente a todas las cosas que puedes hacer en tu vida si no tienes que dedicar ocho horas a trabajar. Y eso que mi trabajo me gusta. Mi empresa no tanto… o nada. Es una administración pública… pero da igual, una empresa en la que sus provisionales consejos de administración (los gobiernos) y sus accionistas (los ciudadanos que pagan impuestos) odian a sus trabajadores. Incluso a los que trabajamos en sanidad, aunque aplaudan cuando los encierran en casa por un virus que se desmadra. Si existen las «lágrimas» del cocodrilo, esos aplausos ahora se sienten parecidos… Curiosamente, los accionistas (los ciudadanos que pagan impuestos) nos envidian,… por lo del trabajo fijo de por vida. Pero bueno… no es de eso de lo que quería hablar.
Estoy de fiesta. Y aunque dedico mucho tiempo a temas pendientes, más que al disfrute del ocio, también a este le dedico un tiempo. Como cuando escribo estas líneas. El domingo 6 fue día de celebraciones sociopolíticas, ignoradas por los accionistas de mi empresa (los ciudadanos), básicamente porque los únicos que se apuntan a ellas son los consejos de administración (los gobiernos), a los que los accionistas también odian, a pesar de que son ellos los que los eligen cada 4 años. O menos. Pero también fue primer domingo de mes, y eso significa que los museos municipales de Zaragoza son gratis ese día. Y aunque he ido muchas veces con mis cámaras, no me canso. Así que, sacudiéndonos la pereza, fuimos prontito al Museo Pablo Gargallo y luego al del Fuego y los Bomberos. Os dejo unas cuantas fotos de ambos.
Vamos esta semana con dos series de poca repercusión mediática, pero que puede tener su interés.
Sanditon fue la novela inacabada de la célebre escritora inglesa Jane Austen. Después de haberme informado un poco sobre esta obra, lo de «novela inacabada» puede parecer casi un humorismo. Porque no es que el relato estuviera muy avanzado cuando la enfermedad de Austen la hizo detenerse y no volver nunca a retomarla. Es que prácticamente sólo había esbozado un escenario. Cuyo desarrollo sería más o menos previsible, de acuerdo a las obras anteriores de la escritora. Una joven impulsiva, bien intencionada y simpática, la heroína de la novela, y un hombre apuesto, austero, casi antipático… y a partir de ahí. Lo que supongan. Ha habido muchos intentos de dar continuidad a la obra. Y en Filmin podemos ver el último intento en forma de serie televisiva, Sanditon.
Fotográficamente, hoy pasearemos por Estocolmo,… como los protagonistas de los anárquicos romances de hoy.
Lo que sorprende es el tono. No es que la serie se desmadre. Pero que a las primeras de cambio un personaje femenino de la serie sorprenda mientras pasea por un bosque a otro personaje femenino haciéndole unos «trabajos manuales» a su hermanastro… eso seguro que no lo pensó escribir Austen. Me jugaría algo y no lo perdería. Y así, con Rose Williams y Kris Marshall al frente, nos encontramos ante un culebrón de época, bastante entretenido, que recoge que el ambiente y las formas de los tiempos de las novelas de Austen, aunque le sube el tono en ciertos momentos. Y juega con el espectador al dejar un final sorprendente. Que para algunos podría ser un final abierto, quizá de cara a una segunda temporada. Las declaraciones formales de sus responsables es que no la habrá. Pero suena más a que no tuvo la acogida prevista que a que no lo tuvieran en mente. Digan lo que digan. No es la mejor de las adaptaciones de la obra de Austen. Ni siquiera sé si se le puede incluir entre estas. Pero es entretenida.
En otro orden de cosas, tenemos una comedia de situación sueca, con más fondo del que habitualmente tienen las comedias de situación. Se trata de Kärlek & Anarki [Amor y anarquía], y ya adelanto que me ha resultado una agradable sorpresa en el catálogo de Netflix. Una consultora autónoma, Sofie (Ida Engvoll), en el filo de sus cuarenta, casada y con dos retoños, entra a trabajar en una pequeña editorial para impulsarla, y al poco entra en un juego de desafíos con el joven informático de la empresa, Max (Björn Mosten), veinteañero, con contrato temporal, y que comparte piso con otros jóvenes de su edad. Y por supuesto, se van a complicar la vida… de la forma que os podéis imaginar por el título. Mientras, les rodea un peculiar universo laboral, en el que se parodia el mundo de la cultura y la actividad editorial, y un universo familiar, bastante menos paródico y más serio. Comedia, muy divertida, con un fondo de denuncia social, con momentos muy inspirados y un tono general bueno. Recomendable.
No me voy a extender mucho con el libro de esta semana. Sólo diré que, sin ser tremendamente extenso, me casi tres semanas leerlo. Y es que una vez que empecé, pronto me desanimé. Y me obligué a terminarlo, aunque estuve a punto de dejarlo en varias ocasiones. Hacía mucho tiempo, un año como mínimo, que lo había adquirido en una oferta de mi tienda de libros electrónicos habitual, y no en estos momentos no recuerdo muy bien qué me indujo a comprarlo. No conocía nada de su autor, Armando Rodera. En ese momento no me di cuenta, pero parece de estos autores que publican por sí mismos a partir de las facilidades que otorgan ciertas plataformas en internet. Hoy en día estoy algo escamado con la calidad de estas vías de publicación, y sería bastante difícil que lo comprase. Muchos de estos libros se anuncian con grandes cifras de ventas en ejemplares… probablemente derivado del hecho de que están siendo vendidos a precios muy bajos comparados con los libros que siguen un proceso editorial tradicional.
Hace mucho tiempo que visité y recorrí Cantabria. No tengo fotos muy actuales. Sólo diapositivas que pueden tener 25 años o más.
El libro nos transporta en el tiempo a la provincia de Santander, en la segunda mitad del siglo XIX. En aquellos momentos no había comunidades autónomas, nada de Cantabria; si no recuerdo mal, la provincia de Santander pertenecía a la región de Castilla la Vieja. Un joven irlandés es recogido del camino mal herido tras haber sido agredido por maleantes y es llevado a una posada en Suances, regentada por una viuda con dos hijas, una de veinte años y otra de trece, y con el abuelo paterno de las chicas. La acción es narrada por la chica de veinte. En paralelo, se nos narra la peripecia del irlandés en Cuba, antes del momento «actual» en Suances. Y ambas líneas convergerán para una intriga política mezclada con el romance de turno entre el irlandés y la veinteañera.
Sinceramente, no me ha gustado. El libro es una mezcla de géneros entre el romance más típico y tópico, sólo le falta que en vez de irlandés hubiese sido un highlander para haber generado fuertes carcajadas, y una intriga política con algún malo malísimo malo, donde se mezclan los intereses de los venidos a menos carlistas con las intrigas de un desalmado hijo mestizo de un indiano de la región. Extraordinariamente poco verosímil. Pero la suspensión voluntaria de la incredulidad del lector podría haber funcionado a favor del libro si hubiera estado correctamente planteado y, ante todo, escrito con un mínimo de coherencia. Porque de verdad, por poner un ejemplo, una joven de 20 años, de la España rural de 1880, con una instrucción básica, hablando en primera persona no habla de que las hormonas de su hermana,… especialmente porque el término hormona no se acuñó hasta 1905, y no se popularizó hasta bastante más tarde. ¿Qué tontada es esta de hacer hablar a personajes de novelas de época como si fueran adolescentes de hoy en día? Pues esto es un ejemplo. No voy a perder el tiempo con más. Simplemente, evitad este tipo de lecturas. Yo prometo hace examen de conciencia, propósito de enmienda,… y la penitencia ya la he cumplido leyendo hasta el final esta novela.
Seguramente, estoy convencido, el proceso editorial tradicional está lleno de problemas y los intereses económicos y de otro tipo lo envenenarán de muchas maneras. Pero un proceso editorial con un mínimo rigor, que cribe lo que se publica, debe existir.
Hoy estaba convencido de que tendría tiempo de sobra para subir esta entrada de recomendaciones fotográficas y muchas otras cosas más. Pero he empezado un curso sobre un asunto de interés en mi trabajo y de poco interés aquí, que me ha tenido entretenido más tiempo del que pensaba. En fin… iré un poco rápido.
Primer domingo de mes, museos municipales gratuitos en Zaragoza, nos hemos paseado por un par de ellos. Aquí, fotos del Museo Pablo Gargallo. Blanco y negro directo de cámara digital, sin tratamiento posterior.
Hace unos días se conmemoró el día internacional contra la violencia de género (por favor, no digáis «se celebró el día» porque hay poco que celebrar en estos temas). Y en Cartier-Bresson no es un reloj lo hicieron trayéndonos a la memoria una de las más célebres fotografías de Nan Goldin, en la que la propia fotógrafa es víctima del maltrato. Corresponde al seminal trabajo The Ballad of Sexual Dependency.
En The Picture Show de la NPR nos hablaron de las fotografías de Mary Ellen Mark. Siempre una de mis favoritas. Y no sólo porque frecuentemente nos llevase y acompañándose al mundo del cine y a sus figuras más notables. No sólo por eso. Una de las fotógrafas imprescindibles del siglo XX.
Siempre se discute cuáles son los límites de lo que debe mostrar la fotografía documental, la fotografía de reportaje. En Albedo Media lo discuten sobre la base de una fotografía estéticamente bella en el horror que transmite. El fotógrafo Enrique Metinides retrato a la periodista Adela Legarreta después de haber fallecido atropellada en Ciudad de Méjico. Es una fotografía impresionante, casi irreal.
Los movimientos culturales o subculturales de la juventud siempre han atraído a muchos fotógrafos. Véase por ejemplo la obra de Miguel Trillo en España, que ya he comentado en estas páginas. En AnOther Magazine mostraron recientemente un trabajo similar de los años 50 del siglo XX, del fotógrafo Ken Russell (aunque es más conocido como cineasta), que enfocó su objetivo sobre las Teddy Girls londinenses de aquella época de la posguerra británica. Lo original es que se fijó en las «girls» y no en los «boys» como el resto del personal.
Me han parecido de lo más interesantes las fotografías del intercambio entre la fotógrafa Carissa Dorson (otra artista que le da más al vídeo/cine que a la foto fija) y su padre. Dorson siempre sintió que no había tenido mucha comunicación con su padre. Y viviendo alejados, uno en cada costa de los Estados Unidos, parecía difícil de remediar. Así que le propuso un intercambio fotográfico. Uno hacía una foto, y el otro le contestaba con otra relacionada… y así siguiendo la cadena. La cuestión es que le ha dado para un libro y, sobre todo, para experiencia creativa y comunicativa. Lo han contado en Lenscratch.
La semana pasada, después de ver Undine, entré en crisis cinematográfica. Quienes sigan este Cuaderno de ruta sabrán que me he quejado a lo largo del año de sufrir diversas crisis lectoras. Momentos que han durado entre días y semanas en los que no encontraba las ganas de abrir el libro y leer un rato. Pues cuando llegó el fin de semana pasado, daba igual que me fijase en la cartelera de estrenos de la pantalla grande como en la de las novedades de las plataformas de cine bajo demanda, no encontraba motivación para elegir una. Y no es que no haya algún título que pueda interesar. Es que no encuentro las ganas para verlas. Llevado por cierta desidia, repasé novedades en general sobre todo tipo de cosas, y me encontré esta película surcoreana, dirigida por un novato, Lee Chung-hyun. Un novato en la gran pantalla. Previamente había dirigido un perturbador corto que tuve ocasión de ver en Youtube, o quizá en alguna otra plataforma, hace ya un tiempo,… curioso.
Pero lo que me atrajo de la película fue la pareja de mujeres jóvenes protagonistas. A Park Shin-Hye me la encontré en una teleserie de Netflix, uno de esos guilty pleasures que veo de vez en cuando, con una trama demencial. Pero la chica tenía dos cosas; es muy guapa, y daba la impresión de que con un mejor material podría tener madera de buena actriz. La otra protagonista, Jun Jong-seo fue la protagonista femenina, una desconocida en ese momento, de una de las películas más interesantes que he visto en los últimos años, hace dos, adaptación de un relato corto de Murakami (comentado en el mismo enlace que acabo de poner). El caso es que lo hacía muy bien, a pesar de su bisoñez, con alguna película en aquella película que se me ha quedado grabada en la memoria y que tal cosa se debe en gran medida a su trabajo.
La película es una de miedo al estilo asiático, aunque está basada en una película de terror británica que realmente pasó por su vida útil con más pena que gloria. No la vi. La premisa es curiosa y da mucho juego. Una joven (Park) se muda a una casa en la que vivió en su infancia cuando rebuscando entre las cosas que hay en ella, encuentra un viejo teléfono doméstico inalámbrico. Al conectarlo, recibe una llamada de otra joven de su edad (Jun). Y empiezan a contarse sus cosas. Hasta que descubren que no viven en la misma época, aunque sí en la misma casa, sino que están separadas por 20 años en el tiempo. Y a partir de ahí entran en una dinámica en la que las acciones de una afectan a la otra, que acaba por desquiciar todo el asunto.
La premisa de la película es interesante, ya que permite jugar con las paradojas de los viajes en el tiempo, pero sin viajar físicamente en el tiempo. Ya sabéis,… la paradoja del abuelo y otras similares… A esto hay que unir que las dos jóvenes, así como algún que otro secundario lo hacen bien. Y la producción y la ambientación, salvo algún que otro efecto generado por computadora, están bien presentadas. La película tiene un ritmo razonable. Y la historia combina situaciones relativamente previsibles con giros argumentales que sorprenden hasta cierto punto. Las paradojas temporales no siempre están resueltas de forma redonda, es muy difícil, pero tampoco chirrían demasiado. No atentan demasiado contra la suspensión temporal de la incredulidad del espectador.
No es la octava maravilla del cine, ni de lejos. Pero resulta un entretenimiento aceptable. Y en medio de esa apatía cinematográfica de la que os hablaba, me sirve para que esta semana también haya entrada sobre cine en este Cuaderno de ruta. Y confirma una cosa, un fenómeno que ya había observado. Al igual que sucede en España, en Corea del Sur, intérpretes mediocres en televisión, con buenos guiones y bien dirigidos resultan estupendos actores y actrices en películas pensadas para la pantalla grande.