De un año a esta parte, pero con especial intensidad desde el otoño pasado, fui acumulando para su lectura una serie de novelas del género de la ciencia ficción, y de una variedad que siempre ha sido especialmente querida para mí; la space opera. Aquellas obras de ficción en la que la historia se desarrolla en la profundidad del espacio exterior o en viajes interplanetarios o interestelares. No los he leído de tirón. He ido alternándolos con diversas lecturas que han ido surgiendo, para dar un poco de variedad a esta parte de mi vida. Uno de los primeros que selección es este que os comento hoy. Pero decidí dejarlo para el final, porque de alguna forma es una relectura. Es una versión actualizada de un libro que leí en mi juventud, pero con material añadido. Y es un libro del que guardé siempre un excelente recuerdo; muy buenas sensaciones. Han pasado de veinte a treinta años desde que leí la primera versión, Viaje interminable. No recuerdo la fecha exacta. Y tenía curiosidad de cómo me caería ahora esta historia, leída en esta ocasión en versión original en inglés, pero siendo yo una persona distinta, por mis experiencias, mis conocimientos y mi visión del mundo. Os cuento ahora lo que me ha parecido.
The Endless Universe
Marion Zimmer Bradley
Gateway, 2013
Edición electrónica
La autora, Marion Zimmer Bradley, es una reconocida escritora de obras de fantasía y ciencia ficción. En este caso, construye una historia a base de relatos cortos relacionados entre sí, en el que los protagonistas son los exploradores de la Gipsy Moth, una nave interestelar que navega por el espacio profundo buscando y encontrando nuevos planetas para su colonización por la especie humana. Esta ha encontrado un sistema para viajar de un punto a otro del cosmos de forma casi instantánea. Pero para expandirse necesita que las naves de los exploradores encuentren nuevos planetas habitables o explotables, que instalen el dispositivo, el transmisor, que permita al resto de la galaxia colonizada acceder al nuevo planeta con facilidad. Pero los exploradores están sometidos al viaje espacial a velocidades relativísticas. Son casi como una especie aparte. Sus miembros son adquiridos en sus contactos con los planetas normales entre bebés de menos de un mes, que son sometidos a cirugía genética, modificaciones en su genoma, en su ADN, que les permiten sobrevivir durante una larga, larga vida, de varios cientos de años en una nave en las profundidades del espacio, sometidos a una baja gravedad y a altos niveles de radiación. Por sí mismos, son estériles, ya que su descendencia estaría constantemente en riesgo de padecer graves mutaciones. Y también sufren el aislamiento del resto de la humanidad derivado de los efectos temporales de las velocidades relativísticas. Siete años de tiempo nave pueden equivaler a más de cien años en tiempo planetario. No pueden crear relaciones estables con los gusanos de tierra, porque cuando vuelven a un planeta ellos apenas han envejecido, mientras que sus habitantes pueden haber muerto todos y haber habido un total recambio generalcional.
Estas fotografías de hace casi 20 años, de una caminata por el valle de Aísa, me han parecido curiosamente apropiadas para esta entrada, dedicada a la exploración y a abrir nuevos mundos para la humanidad.
Dentro de la nave, se crea un universo específico en el que la necesidad de colaboración y de formación personal y profesional es esencial para sobrevivir, pero también son muy importantes las relaciones interpersonales, los profundos lazos que se generan cuando los más veteranos crían y educan a los más niños, generar un fuerte sentido de pertenencia a la comunidad de la nave y al proyecto, para que este pueda salir adelante en tan duras situaciones. No obstante, de vez en cuando, algún explorador abandona la nave. Algún planeta «tiene escrito su nombre».
La única diferencia notable entre The Endless Voyage (Viaje interminable) y The Endless Universe (Universo interminable) es que hay un relato corto más, el que hace el segundo lugar en esta última. El tiempo que abarca la acción entre todos los relatos, que es el que pasa entre su despegue de un planeta plenamente colonizado y su regreso a otro, con tres intentos fallidos de abrir nuevos mundos, es de unos siete u ocho años. El protagonista principal, desde cuyos ojos presenciamos los acontecimientos, aunque no está escrito en primera persona, es poco más que un adolescente cuando despegan del mundo en el que transcurre el primer relato. Y ya es un curtido explorador, aunque joven todavía, cuando vuelven a un mundo habitado en el quinto. Pero los protagonistas reales es la comunidad. Es una historia de dificultades, de superación de las mismas, de lucha por la supervivencia.
Los temas que trata la novela son principalmente las relaciones humanas y la sensación de pertenencia a los grupos por un lado, y uno muy típico en los autores de ciencia ficción y muy difundido entre los amantes de la ciencia, la necesidad del ser humano de abrir constantemente nuevas fronteras para evitar la decadencia. La necesidad de explorar. Y el universo, el cosmos como es preferentemente llamado en el libro, es virtualmente un mundo con fronteras infinitas, que nunca podrán ser abarcadas. Y por lo tanto, la opción para la supervivencia eterna de la especie humana.
Aquel año, el invierno comenzó anómalamente seco. Estas fotografías están tomadas en diciembre, y prácticamente no hay nieve en los picos de más de dos mil metros de altitud.
A mi este libro siempre me ha gustado y me sigue gustando. Es cierto que he perdido buena parte de la ingenuidad de la juventud, y hoy en día el personaje principal me parece lo más flojo de la novela. Más que sentir sus cambios, su progresión como ser humano, me da la impresión de encontrarme simplemente ante un individuo un poquito flojito. O simplemente es que la escritora no destaca especialmente en el desarrollo de personajes y caracteres y sin embargo es capaz de construir un universo a su alrededor que me resulta apasionante. Que me transmite verosimilitud.
En este sentido, hay que pensar que estos relatos se escribieron en la década de los años setenta del siglo XX, y que por lo tanto ha habido importantes avances en estas décadas sobre nuestra visión del cosmos. Universo lo denominamos actualmente casi por sistema, aunque recientemente se haya rescatado la marca Cosmos para una serie de televisión de divulgación científica. Pero en general no resulta desfasada. Y hay cuestiones que se han convertido recientemente en temas de mucha actualidad. Por ejemplo, lo de la cirugía genética para aumentar la resistencia a las radiaciones. El ser humano es muy sensible a la radiación ionizante. Pero se han encontrado organismos mucho más resistentes capaces de seguir vivos con dosis de radiación 50.000 veces superiores a las que bastarían para matar a un ser humano. Recientemente se ha informado que en laboratorio se ha provocado la evolución de cepas de una bacteria tan corriente como Escherichia Coli (artículo en Neofronteras), para aumentar notablemente su resistencia a las radiaciones casi hasta esos niveles. No es tan difícil imaginar un futuro en el que se pueda intervenir en el genoma humano para favorecer su supervivencia en ambientes más hostiles.
Como veis, este libro tiene una de las características más importantes de la ciencia ficción. Te hace soñar. En futuros que no sabremos nunca como serán, que desconocemos cual es su probabilidad de que sucedan, pero de los que tenemos la sensación de que hay un cierto grado de verosimilitud de que puedan suceder. Y eso es lo que te hace soñar. Imaginar que algo maravilloso no sólo es fantasía, sino que también, con la ciencia y el esfuerzo humano puede llegar a pasar. El principal enemigo de los sueños son los propios seres humanos, su codicia, su cortedad de miras, y su actitud depredadora con los recursos que la naturaleza ha puesto a su alcance y que pueden limitar su capacidad de conquistar algo más que este planeta.
Soñamos con ir a las estrellas, con habitar nuevos planetas, y no sabemos todavía si podremos conservar este en «buen estado» durante mucho tiempo. Me da que reflexionar.