Como ya adelantaba ayer, este fin de semana he extendido las capacidades fotográficas de mi nueva cámara de formato medio digital, gracias a un adaptador que me permite usar ópticas de otros sistemas.
Los escenarios donde lo he utilizado han sido tan variados como los alrededores de la estación de ferrocarril de Casetas, el recinto de la Expo 2008 en Zaragoza y el Museo de Zaragoza en la exposición dedicada a la estancia de Francisco de Goya en Italia, en su juventud, con motivo del 275º aniversario de su nacimiento.
Voy a ir un poco rápido con las recomendaciones de este domingo. Tengo guardadas bastantes, de más de una semana, pero no tengo mucho tiempo para dedicarles. Así que vamos allá.
En Blind Magazine nos recuerdan el trabajo de Gaston Paris, un fotógrafo hoy en día poco conocido, que trabajó principalmente en la primera mitad del siglo XX, claramente influido por las vanguardias. Algunas de sus fotos me gustan mucho. Una mezcla de temas modernos y estética de su época.
Comentaré dentro de unos días la serie de fotografías de las que extraigo las de esta entrada. Pero ya va siendo hora que haga este recorrido con una luz de este tipo y con película Kodak Ektar 100. Sea en formato medio o pequeño. O los dos.
En AnOther Magazine nos hablan del nuevo trabajo publicado de la brasileña de origen alemán, afincada en Estado Unidos, Mona Kuhn. Tengo unos cuantos libros de esta fotógrafa. Parece que su estilo está cambiando. He pedido el libro; cuando llegue os cuento más.
Nos dicen en Lenscratch que las fotografías de Iris Wu reflejan su estado mental de sentirse perdida en el mundo cotidiano que la rodea. No sé… a mí me han llamado la atención poderosamente. Aunque todavía estoy descifrándolas.
Las personas con trastornos mentales graves generan fuertes disrupciones en su entorno familiar. En FK Magazine nos hablan de Glorija Lizde, fotógrafa croata que tuvo que lidiar en la infancia con un padre con uno de estos trastornos.
Siempre me fascinan los paisajes suburbanos de las grandes metrópolis chinas. Típica locura inmobiliaria de países en desarrollo con régimen autoritario donde el desorden en el crecimiento ansiosamente buscado, desmedido y desequilibrado genera absurdos y desarraigos. En Photography of China nos muestran el trabajo de Cyrus Cornut en Chongqing.
En Pen ペン Magazine nos hablan del trabajo de Atsushi Fujiwara, en el que el fotógrafo acompaña una mujer joven, madre soltera, de camino a su isla de nacimiento, donde murió su padre suicidándose, y donde viven sus hijos con la abuela. Una mujer atormentada, que trabaja en los límites de la sociedad como ama de kinbaku 緊縛, una forma de ataduras corporales propia de Japón. Trabajo muy intimista y complejo.
Comprendí a mediados de semana que iba a ser difícil escaparse a las salas de cine en cualquiera de los últimos siete días. Así que decidí dar una oportunidad a un largometraje de animación japonés, muy reciente estreno en Netflix, firmado por Takana Shirai. Es su primer trabajo como directora, pero ha participado en el departamento de animación de películas con prestigio como esta y esta.
La película nos habla de Kanna, una niña en su último curso de la escuela primaria, que perdió a su madre un año antes, y que de repente se entera de que su madre pertenecía a una especie de seres preternaturales que trabajaban con y para los dioses. Y que cuando llega el mes de octubre de suplir a su madre en sus tareas, llevándoles presentes a la reunión que hacen todos los años en ese mes en el santuario de Izumo, desde un santuario en Tokio, cerca de donde vive. Y lo hará acompañada de dos curiosos seres, un conejo que habla… y un demonio… bueno.
Película que dan una vuelta más, no se cansa de ello en Asia, al viaje al oeste, epopeya de inspiración budista muy popular en aquella región del mundo. Para los japoneses, Tokio es el este, y las regiones donde para Izumo es el oeste. En el original chino, es un monje quien viaja acompañado de un mono, un cerdo y un duende… Y aquí… pues lo dicho. Y la niña es la enésima versión de la niña en duelo por algo o alguien que ha perdido, y que emprende una aventura para superar ese duelo y seguir adelante más madura. Lo que pasa es que una vez que has conocido a Chihiro… todas las demás parecen de segunda división.
Película familiar digna, a la que no puedes encontrar graves defectos, pero tampoco excesivas virtudes. Se puede ver bien, especialmente acompañando a los más pequeños de la casa, y ya es mejor que la mayor parte de las tonterías de animación occidental que se estrenan a bombo y platillo. Pero sin más.
De vez en cuando me gusta recuperar los objetivos de mis primeros años en la fotografía. Cuando todavía estaba definiendo mis necesidades. Pero desde muy al principio, ha habido dos tipos de objetivo que siempre me ha gustado tener, un objetivo estándar, fijo, razonablemente luminoso, y un gran angular, que no tiene que ser extremo pero tampoco muy largo, también luminoso. O no. Suelen ser ópticas cómodas de transportar y mucho más capaces de lo que los fans de los objetivos zoom creen.
Comentaba hace unos días la sorpresa que me di al ver una película coreana en Netflix que había desechado hasta el momento, porque tenía una confusión sobre el género al que pertenecía, e incluso, correctamente encuadrada, no era un tipo de película que habitualmente disfruto. Sin embargo, la película, sin ser una gran maravilla, funcionaba muy bien como entretenimiento. Y buena parte de su mérito radicaba en la idoneidad de su protagonista principal, una joven actriz surcoreana de nombre Kim Da-mi o Kim Dami. Yo creo que habría que escribirlo de la segunda manera, pero se suele ver de la primera. En cualquier caso, recordar que en Corea, como en otros muchos países asiáticos, el apellido, Kim, va delante del nombre propio, Dami. La cuestión es que esta actriz ha trabajado muy poquito todavía, pero siempre con éxito. Y tiene dos series en Netflix que paso a comentar, porque las he visto en las últimas semanas.
El barrio por donde se mueven los protagonistas de la segunda de las series que comento hoy recuerda al Bukchon Hanok, donde abundan las casas de estilo tradicional coreano. Por ello traigo algunas fotografías de ese barrio de Seúl para ilustrar esta entrada.
Itaewon Class 이태원 클라쓰 es una serie distribuida por Netflix fuera de Corea de Sur, lleva el apelativo de «una serie de Netflix», que lleva ya un tiempo en programación, a muchos les alivió el confinamiento por la pandemia de la primavera de 2020. Cuando se estrenó, vi el primer episodio, en el que no aparecía Kim Dami, y no me enganchó. Me parecía la típica serie de tipo pobre y desgraciado (Park Seo Jun) que se enfrenta al ricachón poderoso y sumamente malvado (Yoo Jae-myung)… todo lleno de tópicos… y, no sé… en aquellos tiempos me apetecía algo más ligero. De hecho, parecía que la chica protagonista e interés romántico del chico era otra (Kwon Nara, nombres cogidos de IMDb, obsérvese la falta de homogeneidad en como transcribir el nombre de pila, casi siempre bisílabo; a esta actriz volveré cuando termine una serie que tengo ahora en marcha). Lo dejé… y se me olvidó. Pero con el tiempo me sorprendió la cantidad de buenas referencias que había a la serie, y los premios y reconocimientos que había recibido en su momento. Tras ver la película mencionada de Kim Dami, le di una segunda oportunidad y…
… la serie gana muchísimos enteros cuando entra en escena nuestra protagonista de hoy. Que incluso al principio parece ser un personaje secundario que funciona como una auténtica robaescenas, en las que siempre destaca sobre sus interlocutores, sea el protagonista de la película, sea su rival femenina, la ya mencionada Kwon Nara. Su papel es la de una jovencita influencer en las redes sociales, de buena familia, que asume el papel de gerente en la empresa de ocio y restauración que ponen en marcha el protagonista junto con un par de marginados sociales, para pelear y desbancar al malvado ricachón. Su presencia en pantalla hace que la serie funcione a un nivel superior que cuando no está. La serie, en su conjunto, resulta bastante entretenida. Como casi todas las series coreanas, dieciséis episodios de 70 minutos son excesivos para lo que ha de contar… pero se sostiene bastante bien. Y se nota el interés de tentar a otros mercados, planteando temas de mayor diversidad e integración, con un personaje transexual, interpretado por una mujer, eso sí, y un coreano de piel negra, que nadie reconoce como tal coreano. Sin provocar demasiado al conservador público de su país eso sí. Hay una tensión sexual no resuelta entre el personaje transexual y un compañero de trabajo masculino, no formalmente declarada, y que mantienen dentro de los límites de la amistad… sin atreverse a dar el paso siguiente. Nunca sabré si realmente estaba planteado que Kim Dami fuese la coprotagonista femenina de la serie, o que fuese Kwon Nara, como parecía al principio. Quizá fuese este segundo caso, pero los responsables de la serie, viendo como funcionaban, la adaptaron para dar el protagonismo a la primera. Esa es la sensación que me da en ocasiones. El caso es que funciona. Y la serie es perfectamente visible, sin necesidad de incluirla en el cajón de los placeres inconfesables.
Geu hae urineun 그 해 우리는 (Aquel año, nosotros…), titulada en inglés y castellano respectivamente Our beloved summer o Aquel verano inolvidable es una serie muy reciente también en Netflix. Comedia romántica en la que los protagonistas son dos personas de 28, 29 años, que fueron pareja durante cinco años, desde que terminaron el instituto y hasta que ella cortó cinco años antes de la época actual. Se conocieron en el instituto cuando protagonizaron un documental debido a sus caracteres opuestos, siempre discutiendo. Ambos arrastraban complejos desde la infancia, por pérdidas importantes en su vida. Él, poco ambicioso, tranquilón (Choi Woo-sik), mal estudiante, ha acabado por tener éxito y dinero como dibujante e ilustrador. Ella, muy ambiciosa, nerviosa (Kim Dami), con calificaciones altas, trabaja con intensidad por su salario en un empresa de relaciones públicas. Diez años más tarde, por el éxito del antiguo documental en las redes sociales, un amigo y compañero común, les propone rodar un nuevo documental.
De Kim Dami ya he hablado. Su coprotagonista fue conocido por ser uno de los personajes de la afamada película coreana que triunfó en los Oscar. Y ambos coincidieron en la película a la que me he referido al principio de esta entrada,… donde se hicieron novios. Son pareja en la vida real. Y eso se nota. La serie es una comedia romántica amable, sobre personas que arrastran sus lastres emocionales y tienen que encontrar su rumbo. Todos los personajes, principales o secundarios, arrastran consigo la tristeza de la pérdida o el abandono. Con dificultades. Pero también con buen rollo, en realidad. Son buena gente. Todo el reparto cumple muy bien con su tarea, aunque sea con personajes más o menos estereotipados. Pero que despiertan la empatía del espectador. La gran baza de la serie es la enorme química que hay entre los dos protagonistas. Supongo que el ser pareja en la vida real hace que se sientan cómodos interactuando, y eso se nota. Todavía faltan de emitir dos episodios, para el 14 de febrero, casualmente, pero yo he tenido la oportunidad de verlos ya. Tiene un final muy típico de las comedias románticas coreanas. Muchos piden una segunda temporada. Pero yo lo dejaría como está. Aunque la vería.
Ayer fue un día muy atareado. Salí por la mañana a las siete menos cuarto de la mañana y no llegué de nuevo hasta casi las siete y media de la tarde, siendo responsable de esto el trabajo. Como lo sabía de antemano, programé el día anterior la entrada cinematográfica de este Cuaderno de ruta. Por cierto, parece que a los responsables de los Oscar les gusta más la película que a mí. Sin acordarme de que ayer es el aniversario de este Cuaderno de ruta.
Lo comencé a redactar en 2005, un 8 de febrero, claro, en la plataforma Blogger, que hoy en día forma parte del entramado de servicios de la empresa de publicidad Google. En realidad, ya entonces pertenecía a Google, pero yo había abierto mi cuenta un tiempo antes, cuando no era así, en unos primeros escarceos fallidos. Porque no tenía claro de qué iba a ir la cosa. El 24 de enero de 2008 abrí cuenta en WordPress, y el 8 de febrero de ese año, coincidiendo con el tercer aniversario del Cuaderno de ruta, la convertí en la cuenta principal del mismo. Con el tiempo, importé todas las entradas de la plataforma Blogger a la de WordPress.
Una de las cuestiones que me propuse cuando comencé hace 17 años, una vez que me había ya adaptado a la fotografía digital, fácilmente explotable para su uso en redes sociales, fue que en todas las entradas habría al menos una fotografía realizada por mí. Y fue algo que vino bien para impulsar mi afición fotográfica. Me motivaba a hacer fotografías y a hacerlas bien, para presentarlas públicamente. Durante muchos años, alojé las fotos en Flickr, desde donde las insertaba en el Cuaderno de ruta. Hace tiempo que tengo desatendida esa cuenta de Flickr, servicio que fue empeorando o quedando anticuado con el tiempo, o hizo cambios contractuales que dejaron de hacerlo interesante. Y con el tiempo, muchas de las fotos que aparecen no están realizadas con aparatos digitales puesto que volví a la fotografía con película tradicional. Que me motiva y divierte más. Por cierto, como los temas más técnicos de fotografía no son interesantes con carácter general, salvo que seas aficionado, creé otro blog específico para ello en carloscarreter.es. Cuyo cumpleaños no celebro.
Como ya he comentado muchas veces, nunca he tenido interés en tener una gran audiencia, con muchas visitas y muchos «me gusta». Lo concebí como una forma de frenar todos los días durante media hora del estrés de actividad en el que estaba sumido en aquella época, al mismo tiempo que me comunicaba con gente amiga. En aquellos momentos los blogs estaban de moda. Ahora se visitan mucho menos. La inmediatez de otras redes sociales puede más. Aunque sus mensajes sean mucho más superficiales y banales como promedio. Ahora hay más comunicación,… pero es más pobre. Y sujeta a los intereses publicitarios y económicos de las plataformas. Pero esta mañana mismo, convirtiéndome en improvisado mirón y cotilla, contemplaba cómo un par de personas usaban sus teléfonos móviles para revisar contenidos en sus plataformas sociales… y estaban encantadas con esa banalidad y ese interesarse por contenidos similares a los de la telebasura. Las plataformas sociales son pobres en contenidos, son banales, porque muchos espectadores/consumidores están encantados en esa pobreza. Hace unos días, en un grupo en una de ellas, un usuario me reprochaba que un concepto lo había expresado yo con dos palabras y le resultaba «rebuscado». Para el mismo, el proponía una frase con siete palabras de gran simplicidad semántica… ¡¡¡??? Viva la pobreza del léxico cotidiano.
Desde 2011, los contenidos se limitan a mis actividades relacionadas con el tiempo libre. Durante un tiempo, todos los sábados hablaba de temas de la actualidad, a través de los cuales expresaba mi opinión sobre ellos. No tengo ni tenía intereses en ninguna formación política, incluso si sus posturas declaradas se acercan a mi visión de la sociedad, todas me resultan desagradables por igual por ser plataformas de acceso al poder más que de transformación positiva de la sociedad. El caso es que empecé a recibir mensajes muy desagradables y hostiles de todo el espectro político. Además, soy funcionario público. Y comprobé que algunos empleados públicos eran represaliados por sus opiniones que aparecía en internet. Tal cosa sucedió también con responsables públicos procedentes de todo el espectro político, de derecha a izquierda. No estoy aquí para sufrir, sino para relajarme y disfrutar. Así que oculté esas entradas. Si algún día mejora la educación democrática de nuestra sociedad ya volveré a expresarme… si no… eso es trabajo de otros. Creo. No me parece percibir en el periodismo mucha independencia y calidad en las informaciones y las opiniones.
Por lo tanto, en este Cuaderno de ruta hay un total de 6206 entradas, esta incluida, de las que son públicas un total de 5972. Están ocultas, salvo que conozcas el enlace a la misma, que remito a personas conocidas y concretas, un total de 232. Esto hace un promedio de casi casi casi una al día. También hay varias páginas, fuera de lo que es la sucesión cronológica, pero cuyos contenidos, salvo el que se refiere a cómo valoro las películas de cine que veo, está periclitado. Pongo el enlace al significado de la palabra para quienes me acusan de rebuscado por tener más léxico que el promedio de los hispanohablantes. Lo cual, si es homenaje a algo es… a la constancia. La calidad tiene altibajos, como mi estado de ánimo, el tiempo que dispongo para elaborar una entrada, mi inspiración a la hora de escribir, o si mi vida en esos momentos incluye actividades más o menos interesantes.
Espero seguir un tiempo más. La fotografías acompañantes, todas realizadas desde el 8 de febrero de 2021… pero con película tradicional… que como ya he dicho, me divierte más que lo digital.
A priori… ver una nueva versión de una película de 1947 protagonizada por Tyrone Power… no es algo que necesariamente me haga ir al cine. No es mi actor preferido precisamente, incluso si aparece en alguna película que me gusta mucho. Y además me cansé mucho en su momento de un casposo chascarrillo frecuente en cierto individuo, cuando en la televisión única en blanco y negro programaban alguna película de aventuras del galán, sobre si murió de «una angina de pecho» o por «un pecho de la Gina (Lollobrigida)» durante el rodaje de un peplum en España. «Humor» del franquismo, con artículo determinado delante de nombre propio incluido. Pero cuando la empezamos a considerar como una nueva adaptación de una novela de William Lindsay Gresham dirigida por Guillermo del Toro, y que en el reparto aparecen nombres como Bradley Cooper (divertidísimo en su papel en la película de la semana pasada), Cate Blanchett y Rooney Mara (reunidas de nuevo después de aquella maravilla injustamente tratada en la temporada de premios), Toni Collette, Willem Dafoe… entre otros nombres prestigiosos… pues empezamos a pensar que esta película, después de todo había que verla.
No sabía muy bien cómo ilustrar esta entrada. Ni tenía mucho tiempo para explorar mi fototeca. Así que he optado por algunas escenas neoyorquinas, ciudad que ha sido escenario de obras del género negro diversas,… aunque no en esta ocasión. Pero bueno, la acción transcurre en Buffalo, que está en el mismo estado.
Nos habla de la historia de un hombre que huye de lo que parece la escena de un homicidio, y se reúne con una troupe de feriantes ambulantes, donde se lía de con la «clarividente» (Collette), se enamora de «la mujer eléctrica» (Mara), aprende los trucos del «mentalismo» de un viejo «mentalista» (estupendo David Strathairn, como de costumbre), se horroriza del destino del geek de la feria a manos de un desalmado (Dafoe), y acaba huyendo con su enamorada para triunfar como artista del mentalismo. Hasta que conoce a una arrebatadora psiquiatra (Blanchett), prototipo de femme fatale, que descubrirá sus secretos y explotará su ambición para llevar a término sus propios planes de venganza.
Un fatalismo propio de la novela y el cine negros clásicos impregna el largometraje, dirigido en sus aspectos más técnicos y visuales con maestría por del Toro. Poco hay que objetar a este punto. Sin embargo, aunque la película empieza con interés, preguntándonos qué es lo que hay detrás de ese individuo callado, introvertido y curioso que se refugia en el particular universo de los feriantes, pronto evoluciona a una serie de situaciones que van por otros derroteros, y lo hace de una forma un tanto morosa y un tanto estereotipada. En algún momento, tras el primer tercio de la película empecé a perder interés, para seguir rutinariamente un argumento y llegar a un desenlace que encontré, ambos, muy predecibles. Más propio de un cine negro de serie B, que de un cineasta como Guillermo del Toro al que se le suponen mayores ambiciones.
El reparto cumple sobradamente con sus obligaciones, porque hay oficio interpretativo para dar y vender en esta película. Pero hay mucho nombre ilustre en papeles que tienen poco lustre, que son meramente instrumentales en el devenir del protagonista. La misma Rooney Mara tiene un papel con poco desarrollo, bastante plano, que le impide lucirse, siendo Blanchett la reina de la fiesta en un papel que le viene como anillo al dedo, pero que tampoco tiene todo el desarrollo y profundidad que podría haber tenido. Son intérpretes buenos, pero no levantan en esta ocasión el nivel del largometraje.
Entendámonos, no es una película mala, y se puede ver, e incluso disfrutar, sin problema. Siempre que ajustes tus expectativas. Que en nuestro caso eran demasiado elevadas, dados los mimbres con los que se tejió esta cesta. Una pena que el resultado final no tuviera la brillantez y profundidad que esperábamos.
Voy disfrutando, con tranquilidad, con parsimonia, de mi nueva cámara de formato medio digital. No la compré para un uso de todos los días . Para llevar en la mochila, prefiero su prima chiquitita y compacta. Que además tiene una buena calidad de imagen. Si ya os comenté que la disfruté en nuestra escapada en el día a Olite (y aquí), también la he estado utilizando con ópticas pensadas para formato medio con película tradicional, que tienen ya unas décadas de existencia.
Como de costumbre, los detalles técnicos, que pueden ser largos y tediosos para quién no esté interesado en esos aspectos de la fotografía, los podéis leer en Adaptadores de objetivos para la Fujifilm GFX 50R – Hartblei HV [Hasselblad V]. Pero aquí os dejaré las fotos de un par de amplios paseos ciudadanos. Con algunas fotos que, a falta de una nitidez cuasiperfecta, como con las ópticas contemporáneas, son muy agradables y estéticamente conseguidas, creo, gracias a la calidez de la luz y al suave contraste que proporcionan estas lentes de antaño.
Recientemente fue mi cumpleaños, y eso siempre tiene su repercusión en mi biblioteca de libros diversos. Y ha habido otras cosas que también, en el ámbito del arte y la cultura, han llegado a mis tiempos de ocio en estas últimas semanas. Voy a comentar algunas de ellas. Por orden cronológico de llegada.
Recibí recientemente un libro de fotografía de una fotógrafa japonesa, que llevo siguiendo en instagram desde hace bastante tiempo, Shiraishi Chieko. El libro se titula Shikawatari 鹿渡り, que significa la migración de los ciervos. La fotógrafa siguió a una manada de ciervos por las regiones orientales, Dōtō 道東 (literalmente ruta del este), de la isla de Hokkaidō. A cierta distancia para no espantarlos, aunque en ocasiones consiguió acercarse, y fue fotografiándolos mientras se desplazaba junto a ellos. Lo hizo entre 2014 y 2020. El libro lo podéis hojear aquí.
Shiraishi fotografía con película tradicional en blanco y negro de 35 mm, Kodak Tri-X 400, una clásica entre los reporteros y documentalistas que en estos momentos tiene un precio imposible, lo que hace que la mayor parte de los aficionados opten por opciones más económicas y también de buena calidad. En mi caso, la Kodak T-Max 400 o la Ilford HP5 Plus 400. Pero frente al estilo contrastado que suelen mostrar los fotógrafos que usan esta película, Shiraishi dota a sus imágenes de un ambiente etéreo, con contrastes suaves, negros poco profundos. Usa una técnica propia de la primera mitad del siglo XX en Japón para tratar la copia fortográfica, el zōkin-gakke 雑巾がけ, un paño con el que se aplican aceites u otras sustancias para modificar el aspecto y el contraste de la copia. Independientemente de que se trate una fotografía en clave alta, en los paisajes diurnos nevados, o en clave baja, en las horas crepusculares. No sólo fotografía los ciervos. También el paisaje en general y otros animales que surgen por el camino. El resultado es una obra con grandes dosis de poesía que me gusta mucho, muy enraizada en la estética del arte y la fotografía japoneses… que es toma formas muy muy diversas. Pero esta es una de ellas. Me gusta mucho.
Como decía al principio, algunas de estás recomendaciones de hoy tienen que ver con mi cumpleaños, en el que recibí como regalo un libro… que ya tenía. No en la misma edición, no en el mismo idioma… pero que resultaba redundante. Si no lo hubiera tenido, me hubiera parecido un regalo estupendo, porque mi versión la disfrute mucho cuando la leí. Que conste. El caso es que me dirigí al comercio para cambiarlo y encontré en la sección de libros ilustrados uno que me llamó la atención. Creo que está mal clasificado en esa sección. Obviamente contiene ilustraciones… muchas. Pero en realidad es un libro de arte y estética. En la sección de arte hubiera estado mejor acomodado… pero de vez en cuando me sorprenden los criterios de muchas librerías a la hora de situar los volúmenes en sus estanterías. ¿Soy yo el raro? ¿O el personal de las librerías de hoy en día andan un poco justitos de entendederas o cultura?
Japón, un viaje silencioso de Sandrine Bailly, una profesora de literatura y cultura oriental, que parte del concepto de que, si abandonas las bulliciosas ciudades, el País del Sol Naciente es fundamentalmente un país callado, silencioso, donde no hay gritos ni bullicio. De sonidos delicados. Y esa sensación se traslada a las artes visuales, sea dibujo, pintura, grabados ukyo-e que he mencionado antes, o fotografías. Con una variedad de estilos, y con obras que vienen desde el periodo Edo hasta la época contemporánea, Bailly hace un repaso a la estética del país oriental. En cinco capítulos. Contemplar, huidiza y frágil, la belleza; errar, el mundo en sandalias de paja; trazar, al principio, el gesto; aparecer, la impronta de la sombra; y vagar, el canto de las voces del pasado. Algunos de los artistas representados ya los conocía… Hiroshige, Utamayo, que he mencionado antes, Rinko Kawauchi, Masao Yamamoto,… Otros me resultan nuevos. Pero ciertamente, puede ser una obra interesarte para iniciarte y abrirte el apetito por el arte y la estética japoneses.
Siempre he tenido unas sensaciones ambivalentes con el cine de Paul Thomas Anderson. Considero que es un excelente director de cine, con una visión muy personal, muy expresiva… pero las cosas que cuenta, la mayor parte de las veces… no me interesan. Y mira que no ha hecho muchas cosas. En el ámbito del largometraje, digo. Y creo que las he visto, de una forma u otra, todas. Pero en alguna de sus películas, tan alabadas por la crítica y por el público más cinéfilo… pues me he aburrido. Así que cuando empecé a oír hablar de esta película me quedé frío. A la expectativa. Cierto es que pronto empezaron a lloverle las alabanzas. Y premios. Pero claro, ya he dicho que sus anteriores películas… No obstante parece que era «obligatorio» ir a verla.
Si no hubiese llegado la pandemia, es probable que a estas alturas ya tuviese fotos de California para ilustrar esta entrada. Pero no ha podido ser. Así que como Nueva York también está en la película, Central Park de la Gran Manzana tendrá que valer.
La ocasión surgió un par de semanas antes de su estreno, cuando anunciaron una sesión especial, con proyección de la película sobre película de 70 mm, a lo grande. En una de las pantallas de proyección más grandes de Zaragoza; la sala 4 de los Palafox. O sea, el Palafox de toda la vida, de cuando era niño, cuando no había multicines, y el paseo de la Independencia estaba salpicado de salas de cines o teatros que sólo hacían teatro en contadas ocasiones, la mayor parte de las ocasiones proyectaban películas de cine. Por supuesto, está rodada sobre película tradicional, no sobre digital… pero no está rodada sobre película de 65 mm, sino sobre películas Kodak Vision3, de distintas sensibilidades a la luz y al color, de 35 mm. Supongo que el copiar el fotograma de 35 mm sobre el de 70 mm para la proyección, sirve para aumentar también el tamaño del grano, que hace que la película tenga el aspecto de una película de principios de los años 70, época en la que se localiza la acción. Dentro de unas semanas volvemos a otro evento similar, con una película de la que temo me arrepentiré, que sí que está rodada con 65 mm (Sí, el formato «medio» del cine es película de 65 mm para rodar, y 70 mm para proyectar. El formato «pequeño» es de 35 mm para ambas acciones. Uso nomenclatura propia de la fotografía para denominar los formatos. Habría también formatos «subminiatura» de 16 mm, como en esta excelente película, o de 8 mm, de uso por aficionados, estudiantes y principiantes).
Transcurre en la película en los años 70, a principios, en torno a 1973, la crisis del petróleo de ese año que influye en el argumento de la película nos sitúa, en uno de los valles que conforman el área metropolitana de Los Ángeles, donde el día de la foto escolar un alumno de instituto de 15 años, Gary (Alana Haim), se enamora a primera vista y empieza a tirarle los tejos a Alana(Cooper Hoffman), una de las asistentes del fotógrafo, de 23 años. Y ahí empieza una peculiar historia de amor, improbable e incluso imposible si tenemos en cuenta las edades de los protagonistas. Él es además actor infantil, y los reencuentros frecuentes comienza cuando Alana es contratada como carabina para cuidar de los actores y actrices infantiles que van a participar en un programa de televisión en Nueva York. Y así, en una serie de episodios encadenados, más que en una historia única y lineal, van produciéndose los reencuentros de los protagonistas, con altibajos en la naturaleza de su relación.
La película, como decía, está rodada para que mantenga un aspecto en la luz y la estructura de la imagen similar a las películas de aquella época. Anderson es codirector de fotografía junto con Michael Bauman, en una trabajo realmente meritorio, muy notable. Es el primer trabajo en un largometraje como director de fotografía de Bauman, aunque ha trabajado en numerosas producciones dentro del equipo de iluminación como jefe de iluminación o electricistas. El tono es luminoso, muy angelino, muy californiano, y acompaña perfectamente una historia formada por una serie de historias pequeñas que mantienen un tono de comedia, realmente muy divertido. Yo me reí varias veces. El conjunto está perfectamente enlazado y se siente como una unidad a pesar de la naturaleza episódica del argumento. Hay una progresión en la relación.
Pero es que además la película está salpicada con la presencia de conocidos actores y actrices, mucho más famosos que los protagonistas, que interpretan a personajes reales, aunque con los nombres algo cambiados, pero muy reconocibles. Así Christine Ebersole es Lucy Doolittle, alter ego de Lucille Ball; Sean Penn interpreta a Jack Holden, protagonista de «Los puentes de Toko-san», alter ego de William Holden que protagonizó Los puentes de Toko-ri (The bridges at Toko-ri); Tom Waits, interpreta a Rex Blau, un director de cine basado en Mark Robson… que rodó entre muchos títulos conocidos lo mencionados «puentes»; Bradley Cooper es Jon Peters, sin el nombre cambiado, peluquero, o estilista capilar si lo preferís, y productor que mantuvo una cierta relación con Barbra Streissand. Por poner unos ejemplos. El reparto es muy coral, aunque dominado por los dos personajes protagonistas, y podemos decir que el trabajo del conjunto está a un alto nivel. De los dos protagonistas, me quedo con el trabajo de Alana Haim, que también se lo curra en el mundo de la música. Toda su familia sale en mayor o medida en la película. Anderson ha dirigido vídeos musicales para el grupo que forma con sus hermanas mayores. Su trabajo es más consistente… pero también es más madura en edad que su compañero de reparto, que también lo hace muy bien. Pero si se confirma que es una contendiente para los Oscars, lo tendrá merecido.
Resumiendo, estamos ante una película con la que lo pasamos muy bien. Una comedia romántica que rompe con todos los esquemas habituales del género, que da un repaso a una época ya en la historia y a su cultura popular, y que escondidos entre lo cómico y lo romántico, no deja de hablarnos de otros valores importantes, relacionados con la tolerancia, la amistad o la familia. Por poco convencionales que puedan ser en un momento dado. Muy recomendable. De lo mejor del último año.
El «dogma» de la fotografía callejera es usar películas de sensibilidades relativamente alta, para poder seguir fotografiando en cualquier circunstancia de luz que nos encontremos. Pero si privilegias el paisaje urbano, y conseguir un buen detalle de edificios y otros elementos de este paisaje, consigues más nitidez con películas de baja sensibilidad.
Si usas una cámara de sistema, con amplias prestaciones, de objetivos intercambiables, con elección de focales y aperturas, el problema es menor. Pero si usas una cámara sencilla, ligera, que no pese al caminar durante más de 10 kilómetros por la ciudad… más limitada en sus prestaciones, la cosa empieza a ser más delicada para conseguir ese objetivo de obtener paisajes urbanos detallados y nítidos.
Pero no necesariamente es imposible. Y hace unas semanas lo comprobé con una cámara de prestaciones muy sencillas, pero con una óptica bastante nítida, dentro de su sencillez. Los datos y argumentos técnicos los podéis encontrar en Olympus Trip 35, Rollei Ortho 25 Plus, SPUR Acurol N y la regla «sol f16». Pero como de costumbre, para quienes no estéis interesados en las cuestiones técnicas, aquí os dejo las fotos.
Durante el mes de enero he acumulado muchos finales de temporada y de serie. Es lo que pasa cuando hay series que se emiten semana a semana en lugar de colgarse en una plataforma todos los capítulos a la vez. Y como todas las cadenas tienen ritmos estacionales similares, se acumulan finales. Entonces, con las que tengo acumuladas para comentar, tengo conflictos entre las que llevan más tiempo a la espera de este comentario frente a las de que realmente me apetece hablar. De momento seguiré con un criterio más o menos cronológico, las que terminé de ver hace ya unas semanas.
Ya que tenemos un producto tan británico como «Doctor Who», nos daremos una vuelta por Regent’s Canal en Camden, Londres. Aunque en esta ocasión se centran más en Liverpool…
Doctor Who es una serie muy entretenida. Un personaje de ciencia ficción/fantasía/terror británico que, con algunas interrupciones, desde 1963. Es tan «veterana» como yo. Para quienes no estén al tanto, la serie tiene un truco para renovarse. Cuando al Doctor, el personaje protagonista, se le para una de sus dos corazones… en lugar de morir de una vez para todas, se transforma físicamente. Así que… renovación asegurada de forma más o menos periódica. En la actualidad está encarnado por una mujer, interpretada por la actriz Jodie Whittaker, lo cual fue una novedad en la serie, donde el Doctor había sido siempre hombre. Como en inglés Doctor es invariable, el nombre de la serie o el apelativo del personaje no varía sea hombre o mujer. Y desde que Whittaker llegó, es una buena actriz, y creo que lo hace razonablemente bien, la serie se ha enfocado mucho en lo políticamente correcto; diversidad sexual, diversidad racial o étnica, diversidad en edades… Frente al modelo tradicional de protagonista masculino y más o menos maduro con acompañante femenina, frecuentemente joven, ahora se ha ido a una mayor diversidad. Lo cual me parece muy bien. Aunue para mí no condiciona en absoluto el resultado final, que depende mucho más de las historias que se cuentan y los guiones.
Entonces… creo que en esta última etapa de Doctor femenino (léase en inglés para mantener el invariable en género) femenino, la serie ha decaído un tanto. Si mezclas el conservadurismo de la audiencia, que no acaba de aceptar a los protagonistas femeninos en esta y en otras franquicias, es así de triste, y unos guiones más preocupados por las formas que por contar buenas historias, la valoración de la serie se ha resentido. Por lo que podríamos asegurar que la serie ha tenido mejores tiempos. Sin embargo, esta última temporada de seis episodios ligados argumentalmente, más un especial de Año Nuevo con una línea argumental separada, ha mejoradbastante en mi opinión. Y en líneas generales, la amenaza del fin del universo causado por el flux (el macguffin de turno) ha estado bastante bien, aunque algún episodio ha sido un tanto lioso y complejo de seguir. Y a pesar de que entre los villanos de la serie, los daleks son los que menos me gustan, el bucle temporal del especial de Año Nuevo estuvo también muy bien. Los tiempos de Whittaker como Doctor están contados. Parece que vienen dos o tres episodios especiales aislados para despedirla antes de su nueva reencarnación. Es una pena que no haya dejado más impacto en la serie; aunque materia para ello había.
Y de repente nos reencontramos con Dexter Morgan en una nueva miniserie, Dexter: New Blood, que rescata el personaje del psicópata y asesino en serie favorito de muchos de nosotros, después de que se despidiera de nosotros en 2013, tras ocho entretenidas temporadas acompañando sus aventuras y desventuras como especialista de laboratorio forense para la policía metropolitana de Miami. Sinceramente, para mí el personaje estaba cerrado. Había dado de sí lo que había de ser y ya está. Así que afronté con cierta desconfianza el regreso del personaje, que sonaba más a oportunismo para hacer ingresos que a una necesidad creativa real.
Encontramos a Dexter (Michael C. Hall) viviendo con el nombre de Jim Lindsay en una comunidad rural en el norte del estado de Nueva York, en la que hay también una reserva de nativos americanos de la tribu séneca, a la que pertenece la jefa de policía del lugar (Julia Jones), que es la novia de Jim/Dexter. Por supuesto, sin conocer la auténtica identidad del protagonista. Pero la pacífica vida de Dexter se trastoca cuando en un altercado con el malcriado hijo de un ricachón local tiene un encontronazo con el antiguo técnico de laboratorio y acaba… muerto, claro. Y al mismo tiempo, se presenta en casa de Dexter su hijo (Jack Alcott), que dejó al cuidado de una vieja amiga, que ha fallecido. El adolescente y su padre tendrán un difícil reencuentro. Y el padre del malcriado fallecido tampoco es ningún santito. Y hay una serie de misteriosas desapariciones de mujeres jóvenes… Mmmm… mézclese en una coctelera, agítese y adivinad qué sale. Relativamente previsible si conoces los antecedentes. Una serie probablemente innecesaria, porque no aporta gran cosa al personaje. Pero por lo menos está bien hecha, bien interpretada y la trama tiene un razonable interés, por lo que se puede ver sin problemas.